miércoles, 18 de noviembre de 2015

El Paisajista Comodón

He conseguido toparme, una vez más, con otro testimonio de mi discreto pero apasionado paso por el mundo de la pintura paisajística. Tratando de dar a conocer mi, no por poco afortunada menos entusiasta labor pictórica, perpetré una exposición en Jaca y cuatro o cinco en Monzón, todas a medias con otro esforzado artista (Carlos Cardona, Enrique Pérez Tudela…), que se arriesgaba a comparecer en mi compañía en el lugar de los hechos. De las de Monzón, guardo muy buen recuerdo, particularmente de la última, en la sala Goya (hoy desaparecida y entonces situada en la Avenida de Lérida). En tal ocasión, conseguí colocar casi todos los cuadros, con el agravante de que, como ya no sabía cómo ni hacia dónde continuar, dejé prácticamente de pintar al óleo. Cezanne se quedó sin uno de sus más oscuros continuadores. Fin.

En una entrada venidera hablaré de esta última exposición, pero lo que ahora me ocupa es un par de cuadros que de ella quedaron en mi poder (y aún los tengo): uno me gustaba tanto que lo conservé para mí. El otro era tan desafortunado que no lo conseguí vender ni a los módicos precios que entonces manejaba. Ambos son lienzos de 100 x 70 cm y están basados en fotografías (bastante defectuosas) que, con una cámara de chicha y nabo (una Olympus Pen-EE 3), yo había tomado en mis paseos, con la finalidad de llevarlas al gran formato del cuadro, donde intentaría (sin mucho tino) transcribir lo que esos paisajes decantaban a modo de vibración en el fondo de mi psique ortopédica (o algo similar, no me acuerdo).

 
Uno es un paisaje de ruina urbana en Zaragoza: me pregunto por qué me atraen tanto los edificios cuya funcionalidad (y algo más) se ha menoscabado a punto de venirse a pique. Debe ser que soy un okupa espiritual.

 
El otro, del que he encontrado la foto, es una vista general de Monzón, desde un lugar ante el que se extiende una plantación de arbolitos. Le di una imprimación oscura al lienzo, ocupado en sus dos terceras partes por un cielo fantasioso y poco creíble. La factura del “skyline” de Monzón es también premiosa y poco afortunada. El cuadro se quedó sin vender y el padre de la desgraciada criatura, a estas alturas, le ha cogido mucho cariño, así que no pujéis por él… El caso es que ya no sería capaz de pintar un cuadro así. Ni de ninguna otra manera. Ni con lazarillo.

 
Y eso que ahora, para firmar y autentificar las obras, tendría un precioso sello que, con la técnica del “carving”, me ha hecho una persona por la que siento admiración y afecto: le pedí que pusiera en mi “escudo de armas” una bellota, como las de las carrascas de este lugar, que forman parte también de mi catálogo de seres vivos favoritos. En fin, aquí está.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Siempre Nos Quedaba París

Quisiera escribir un sincero mensaje de condolencia por las víctimas de la barbarie, en esta ocasión, una vez más, en París. Una de las capitales mundiales de la libertad y de la tolerancia, hogar de gente muy comprensiva y multicultural. Muy lógico, puesto que lo que pretenden esos desperfectos morales y culturales con sus agresiones indiscriminadas y recurrentes es, precisamente, demostrarnos que nadie está a salvo si solamente lo ampara la libertad y la tolerancia, cosa que por otra parte ya sabíamos. Nadie está a salvo, punto.



Quisiera testimoniarle a esa especie de paisana que, con inefable decoro, ostenta la alcaldía de París, mi más conmovida expresión de apoyo y dolor compartido. Mucho me compadecí de las víctimas del 11-M en Madrid, una piedad que no sirvió de nada y para nada, así que ahora rememoro el horror y me doy cuenta de que es el mismo, dispuesto a servirse a sí mismo, a perpetuarse, desde las pirámides de cabezas de los antiguos reyes asirios. Algo hemos progresado pero, en lo esencial, se mantiene el mensaje milenario: ¡ay de los vencidos!


Y parece que continúa la escalada de la Tercera Guerra Mundial, esa especie de guerra civil a nivel global: resulta que ya hace algún tiempo que nos la han declarado, y esta vez nos ha pillado tomándonos unas cañas, porque nosotros seguimos por ahí, dándole coba al enemigo, ya que hablando se entiende la gente y hay que negociar, que para eso están los fusiles de asalto y los explosivos, para reforzar los argumentos de estos desfavorecidos mentales, de estos oprimidos religiosos, de estos defensores de la verdadera fe. (Me asaltan dudas piadosas, / ¿y si hubiera malgastado / mis boñigas asquerosas / con el dios equivocado?)


Una vieja redondilla, que recoge el académico Pérez-Reverte en un artículo sobre historia de España, dice: “Llegaron los sarracenos / y nos molieron a palos / que dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos”. Y es que, aunque no es pertinente señalarlo, sí, hay por medio un tema de religión: me consta que los terrorilleros no abrieron fuego mientras tarareaban “Imagine” de John Lennon (“…and no religion too”). Y sí, puede que haya un islam moderado, del mismo modo que hubo un Santo Oficio cariñoso y el amor a los enemigos fue la norma evangélica que impregnó las guerras de religión en la Europa de los siglos XVI y XVII. Y es que los ignorantes somos la monda… Los verdugos harían bien en reírse con solidaria complicidad en vez de malgastar municiones con nosotros.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 45

27. MIDNIGHT CALL
Serafín iba a cerrar por fin aquella noche temprano el bar. Faltaba una nutrida parte de la muchachada que habitualmente lo atestaba y podría irse a casa cuando acabara de fregar una decena de vasos que perlaban el mugriento mostrador.
Tomó el hecho de que fueran diez exactamente, como un aviso, una admonición divina. En los últimos tiempos, la senda del vicio que comenzaba delante de su mostrador, le tenía algo absorbido y había descuidado sus deberes, no sólo para con Dios, sino también para con la Virgen María, cuya intercesión en los últimos momentos de la vida de un pecador arrepentido, había salvado una miríada de almas de las garras del mismísimo Lucifer, cuyo amargo rencor, en su república infernal, a no dudar se estaría descargando en los lomos de otros réprobos menos afortunados.

Echó el cerrojo y decidió utilizar los vasos como si se tratase de cuentas de un rosario, “primer misterio de dolor, la Agonía de Jesús en el huerto”, murmuró y abrió el grifo de la pileta, mientras rezaba el Padrenuestro y luego frotó cada vaso con cada Avemaría. Frotó y aclaró, aclaró y secó, desgranando las oraciones distraídamente. Conforme avanzaba en los misterios, su espíritu iba regresando a su territorio favorito: el pecado de la lascivia y el consiguiente arrepentimiento; la culpa cierta y el eventual e impreciso perdón… Volvió a un tibio y oscuro cuartito de la limpieza de muchos años atrás, ¿Qué podía él haber visto en Anacleta? No era joven, no era guapa en modo alguno y no era fogosa, ni ardiente… Ni siquiera cordial con el joven inclusero, a quien había recogido el señor obispo con la intención de que abrazara el orden sacerdotal. Y él, en lugar de eso, desagradecido, había abrazado de forma impúdica a la mujer de la limpieza del palacio episcopal, menuda y redonda como un garbanzo y arisca como una fuina, solo que una fuina en celo… Sus encuentros con ella fueron menudeando y ganando en una dolorosa intensidad, pero apenas intercambiaban unas pocas palabras casuales: “mi marido no me toca. Hace años que no me toca”, le dijo ella un día que había dejado exhausto al joven, a modo de explicación.

Serafín enseguida comenzó a navegar por los tortuosos mares de la culpa: aun siendo bastante inocentón, se daba cuenta de que aquello entrañaba algún tipo de yerro, aunque sólo fuera por el sigilo y el ocultamiento que envolvía aquellos tropiezos anhelantes que, primero lo asustaron un poco, y luego le hacían enfebrecer de ansiedad a tal punto que, el pobre, creyó que se había enamorado de aquella especie de ovillo rugoso, cuya furia sumisa confundía con una ternura y una mansedumbre rayanas, a su modo, en la santidad. Y el obispo, en la inopia.

"Otoño" acuarela de Mateo Lahoz

Una de las reprimendas más ásperas que su conciencia le recalcaba al infortunado muchacho, simple como los pobres de espíritu que Jesús convoca en el sermón de la montaña, era la que martilleaba aquella tórrida tarde de agosto en su cerebro: “una mujer casada, una mujer casada, una mujer casada…” Que, cada ocho o diez repeticiones, se condensaba en una sola palabra, “adulterio”. Cuando llevaba dos horas así, cayó en la cuenta de que el adulterio en cuestión la señalaba como culpable a ella, el sólo era reo de fornicación, lo cual no le consoló en exceso. De pronto se le evidenció la manera de acabar con todo aquello: tenía que confesárselo a su tío, que es como él denominaba al señor obispo. Si era secreto de confesión, éste no lo podría divulgar: despediría a Anacleta y, esto le constaba a Serafín, ella saldría ganando, pues había oído conversar a su tío con algunas de las más principales señoras de la ciudad, que alababan a su asistenta, ponderando que tenía el extenso e intrincado palacio “como los chorros del oro” y solicitando de monseñor que les cediera los servicios de tan valioso tesoro. O sea que, Anacleta, además de salvar su alma, no se iba a quedar en la calle por su culpa. En cuanto a él, pondría su penitencia en manos del señor obispo.
Ya estaba casi seguro de su arrepentimiento, cuando oyó la puerta de la calle abrirse y esto le sorprendió, pues don Ángel se hallaba de visita pastoral en el balneario de Panticosa y no volvería hasta muy tarde. Echó un vistazo y vio con sorpresa que Anacleta atravesaba el patio embaldosado con lo más parecido al garbo que le permitía el bamboleo de sus ancas reumáticas, saludó a Crescencia, el ama del palacio y se encaminó al escobero donde se puso a cacharrear y a hacer ruidos afanosos para llamar la atención de Serafín, cosa que no era necesaria por esta vez.

Serafín reflexionó en su cuartito, habían tenido un desvaído revolcón esa misma mañana. El muchacho había vuelto a advertir a su querida algo ausente, como ocurría siempre durante estos últimos días, cosa que él achacaba al calor sofocante y no a falta de apasionamiento, el cual por su parte había pasado de fogoso a abrasador. Era muy raro que ella volviera para dispensarse otro achuchón, fuera de su horario de faenas, cosa que podía despertar la suspicacia de Crescencia, pues la pobre era más alcahueta que beata y ambas cosas en grado superlativo. Además estaba lo de su categórico arrepentimiento… Serafín decidió bajar y colarse como una sombra sigilosa en el cuartito, como hacía siempre, para dispensarse un último revolcón, el de la despedida: le pediría que le masajease allí, donde ella sabía, con sus tetas ciclópeas y se derramaría sobre ellas, pidiendo perdón al Señor y jurando a la Santísima Virgen tomar ejemplo de su inmaculada castidad para el resto de sus días miserables de expiación sin límites.

"El Paseo" lámina de Teo Gómez. Pichot le puso un 3'8

Cuando, apenas un fantasma solapado, cerró la puerta del cuartito por dentro, buscando a tientas el velludo foco de sus anhelos, Anacleta le soltó un soplamocos que le dejó marcadas en la cara hasta las huellas dactilares:

 - ¡Desgraciao! ¡Engreído! ¡Chuloputas! – Le siseó, tomándole de una oreja como si fuera a masticársela - ¡Con esta ya van dos faltas, te has lucido!

 - Co… Co… ¿Cómo? – repuso Serafín que no había comprendido nada y se había mordido la lengua con el sopapo.

 - ¡Que me has dejao preñada, sinvergüenza!

 - Baja la voz, que se va a enterar Crescencia.

 - ¡Ya lo sabe!

 - Pero entonces se lo dirá al señor obispo…

 - ¡Ya lo sabe también!

Unos pocos minutos le fueron suficientes a Serafín para comprender el alcance de su sentencia: su tío, que ya había sido puesto al corriente por la propia Anacleta, no sólo había perdonado su flaqueza, sino que había conseguido persuadirla de que diera a luz al niño en el seno del santo matrimonio, aprovechando que su marido era un borrachín a jornada completa, que no sabría si había tenido relaciones con su esposa incitado por el demonio del alcohol, o no las había tenido y era un suceso similar al acaecido a la santa Virgen. En todo caso, lo que nunca podría pasársele siquiera por las mientes, es que el adefesio rasposo que era su parienta había tenido una aventura fuera del matrimonio, como si la muy pazpuerca fuera la mismísima Ava Gardner. El señor obispo había resuelto que las mujeres son débiles y la culpa es de la obstinada concupiscencia del hombre, el cual, tras cercarlas, las acomete con su rejo lujurioso. Pobre señor obispo, dijo Anacleta, es que no sabe nada del mundo.

Así que el sacrificado era el dilecto sobrino que, caído en desgracia y testigo molesto, además de actor que encarnaba al villano del enredo, debía desaparecer para siempre y consagrar a la penitencia el resto de sus días. A don Ángel se le partía el corazón, claro, pero si se trataba de recomponer el rompecabezas él, Serafín, era la pieza sobrante. Su tío había decidido que el joven marcharía sin pérdida de tiempo y tomaría las órdenes menores en un monasterio benedictino a más de cuatrocientos kilómetros de allí, en el alto Pisuerga, donde quedaría confinado hasta que su ejemplar conducta le hiciera acreedor a algún tipo de promoción en la jerarquía eclesiástica…

Diecisiete años más tarde, Serafín se sacudió el sopor en la barra de El Arcángel. Se había quedado traspuesto y uno de los vasos, mil veces fregoteado, se le escurrió y se hizo añicos tras el mostrador. Unos golpes perentorios hacían temblar los cristales en la puerta del local.

 - ¡Está cerrado! – Gritó con voz soñolienta.

"El Arcángel" apunte de Mateo Lahoz

Los golpes se repitieron y esta vez hicieron crujir la madera de la gruesa puerta.

 - ¡Que está cerrado! – Vociferó Serafín otra vez. Llamaron algún tiempo más, cada vez con menor fuerza, pero ya no se molestó en contestar. A toda prisa recogió los vasos, barrió los cristales rotos, puso cervezas y refrescos en los frigoríficos, echó un chorro de lejía en el retrete, desconectó las últimas luces que bañaban el local en una penumbra brumosa y, apenas veinte minutos después de ver interrumpido su ensueño, salió a la fresca calle.

Le sorprendió ver a escasos metros el carrito de reparto de Emeterio: el hombre era incorregible, seguro que era él el que había llamado. Y a menudas horas.
Le pareció ver un voluminoso bulto, a un lado bajo el carrito, algo que se había olvidado de repartir, seguro.
Se acercó y tanteó con el pie: se sobresaltó al ver que era el propio Emeterio, ovillado en la acera, estaba inmóvil y bastante frío. Y no tenía pulso.

martes, 10 de noviembre de 2015

Sobre El Cielo, El Firmamento... Y Más Allá, El Paraíso

Se conoce como dolor metafísico aquél que experimenta el ser humano al tomar conciencia de su limitada condición, asediada por las carencias (aunque tengas un chalet con cuatrocientos cuartos de baño) y propensa al tedio, al hastío y a la insatisfacción (que no remedia ni la farlopa de mejor calidad).

 
Este desdichado anhelo, acomete al refugiado sirio, que escapa de los esbirros de Alá para venirse acá, o mejor, a Alemania, y es experimentado por el millonario californiano que se baña en una piscina privada olímpica cuando, al salir del agua, descorcha una botella de Dom Pérignon Vintage, puesta a refrescar en un cubo de hielo.

 
Es un dolor sin remedio: puedes vanamente combatirlo, con la serena meditación o el más festivo de los aturdimientos, lo que te dé mejor resultado. Se logra ahuyentar mínimamente unos instantes, en los que permanece en los márgenes de la consciencia, como un ruido de fondo, y luego regresa triunfante a exigir su tributo: la angustia.

 
Particularmente, soy más dado a la contemplación. Y estos cielos de otoño me ofrecen un magnífico motivo, de ahí que los comparta.

 
Mirando el cielo cambiante de algún revuelto atardecer, consigo olvidar que, tras el espectáculo de luz y color que brindan las nubes jugando al escondite con el sol, más allá, está el inabarcable firmamento, el espacio ilimitado donde nada somos y nada significamos.

 
Y más allá, más lejos de nuestro alcance, el paraíso que, seamos serios, nadie debería habernos prometido. Dado que no soy creyente, el paraíso me hace mucha gracia y evapora parte de mi angustia en una leve hilaridad: noche tras noche, mil años con cada una de aquellas huríes que me hayan sido destinadas, sin que ellas pierdan nunca su virginidad, vaya un encargo a mis años…

 
O una eternidad viendo a dios, cara a cara, si cuando aún iba a misa se me hacía una hora increíblemente larga… En fin, confiemos en que, más allá del firmamento, la divina presencia que contempla el fallido ensayo humano, decida que no vale la pena preservar semejante especie y destine el paraíso a… sus fieles cigüeñas, por ejemplo. Y a nosotros que nos deje sumidos en el embrutecimiento del bienestar terrenal, para lo que bastaría con mejorar los programas de televisión y hacer más eficaces los analgésicos usuales.

Estos dos párrafos anteriores, los considero una oración personal, un padrenuestro en plan lerdo.

 

lunes, 9 de noviembre de 2015

El Hombre Invisible - Pablo Neruda


EL HOMBRE INVISIBLE

Yo me río,
me sonrío
de los viejos poetas,
yo adoro toda
la poesía escrita,
todo el rocío,
luna, diamante, gota
de plata sumergida
que fue mi antiguo hermano
agregando a la rosa,
pero
me sonrío,
siempre dicen «yo»,
a cada paso
les suceda algo,
es siempre «yo»,
por las calles
sólo ellos andan
o la dulce que aman,
nadie más,
no pasan pescadores,
ni libreros,
no pasan albañiles,
nadie se cae
de un andamio,
nadie sufre,
nadie ama,
sólo mi pobre hermano,
el poeta,
a él le pasan
todas las cosas
y a su dulce querida,
nadie vive
sino él solo,
nadie llora de hambre
o de ira,
nadie sufre en sus versos
porque no puede
pagar el alquiler,
a nadie en poesía
echan a la calle
con camas y con sillas
y en las fábricas
tampoco pasa nada,
no pasa nada,
se hacen paraguas, copas,
armas, locomotoras,
se extraen minerales
rascando el infierno,
hay huelga,
vienen soldados,
disparan,
disparan contra el pueblo,
es decir,
contra la poesía,
y mi hermano
el poeta
estaba enamorado,
o sufría
porque sus sentimientos
son marinos,
ama los puertos
remotos, por sus nombres,
y escribe sobre océanos
que no conoce,
junto a la vida, repleta
como el maíz de granos,
él pasa sin saber
desgranarla,
él sube y baja
sin tocar la tierra,
o a veces
se siente profundísimo
y tenebroso,
él es tan grande
que no cabe en sí mismo,
se enreda y desenreda,
se declara maldito,
lleva con gran dificultad la cruz
de las tinieblas,
piensa que es diferente
a todo el mundo,
todos los días come pan
pero no ha visto nunca
un panadero
ni ha entrado a un sindicato
de panificadores,
y así mi pobre hermano
se hace oscuro,
se tuerce y se retuerce
y se halla
interesante,
interesante,
ésa es la palabra,
yo no soy superior
a mi hermano
pero sonrío,
porque voy por las calles
y sólo yo no existo,
la vida corre
como todos los ríos,
yo soy el único
invisible,
no hay misteriosas sombras,
no hay tinieblas,
todo el mundo me habla,
me quieren contar cosas,
me hablan de sus parientes,
de sus miserias
y de sus alegrías,
todos pasan y todos
me dicen algo,
y cuántas cosas hacen!
cortan maderas,
suben hilos eléctricos,
amasan hasta tarde en la noche
el pan de cada día,
con una lanza de hierro
perforan las entrañas de la tierra
y convierten el hierro
en cerraduras,
suben al cielo y llevan
cartas, sollozos, besos,
en cada puerta
hay alguien,
nace alguno,
y me espera la que amo,
y yo paso y las cosas
me piden que las cante,
yo no tengo tiempo,
debo pensar en todo,
debo volver a casa,
pasar al Partido,
qué puedo hacer,
todo me pide
que hable
todo me pide
que cante y cante siempre,
todo está lleno
de sueños y sonidos,
la vida es una caja
llena de cantos, se abre
y vuela y viene
una bandada
de pájaros
que quieren contarme algo
descansando en mis hombros,
la vida es una lucha
como un río que avanza
y los hombres
quieren decirme,
decirte,
por qué luchan,
si mueren,
por qué mueren,
y yo paso y no tengo
tiempo para tantas vidas,
yo quiero
que todos vivan
en mi vida
y canten en mi canto,
yo no tengo importancia,
no tengo tiempo
para mis asuntos,
de noche y de día
debo anotar lo que pasa,
y no olvidar a nadie.


Es verdad que de pronto
me fatigo
y miro las estrellas,
me tiendo en el pasto, pasa
un insecto color de violín,
pongo el brazo
sobre un pequeño seno
o bajo la cintura
de la dulce que amo,
y miro el terciopelo
duro
de la noche que tiembla
con sus constelaciones congeladas,
entonces
siento subir a mi alma
la ola de los misterios,
la infancia,
el llanto de los rincones,
la adolescencia triste,
y me da sueño,
y duermo
como un manzano,
me quedo dormido
de inmediato
con las estrellas o sin las estrellas,
con mi amor y sin ella,
y cuando me levanto
se fue la noche
la calle ha despertado antes que yo,
a su trabajo
van las muchachas pobres,
los pescadores vuelven
del océano,
los mineros
van con zapatos nuevos
entrando en la mina,
todo vive,
todos pasan,
andan apresurados,
y yo tengo apenas tiempo
para vestirme,
yo tengo que correr:
ninguno puede
pasar sin que yo sepa
adónde va, qué cosa
le ha sucedido.
No puedo
sin la vida vivir,
sin el hombre ser hombre
y corro y veo y oigo
y canto,
las estrellas no tienen
nada que ver conmigo,
la soledad no tiene
flor ni fruto.

Dadme para mi vida
todas las vidas,
dadme todo el dolor
de todo el mundo,
yo voy a transformarlo
en esperanza.
Dadme
todas las alegrías,
aún las más secretas,
porque si así no fuera,
cómo van a saberse?
Yo tengo que cantarlas,
dadme
la lucha
de cada día
porque ellas son mi canto,
y así andaremos juntos,
codo a codo,
todos los hombres,
mi canto los reúne:
el canto del hombre invisible
que canta con todos los hombres.

No he querido condicionar con mis torpes comentarios la lectura de este extenso muestrario de las habilidades poéticas de don Pablo, chileno, embajador y poeta total. Mas, ahora que los ecos del manifiesto de este superdotado de la lírica aún resuenan en las vacuas oquedades de mi cráneo, comenzaré a tirar piedras sobre mi propio tejado o, como se dice ahora, a dispararme en un pie. Hablando el otro día con un amigo que también es muy aficionado a las rimas y a hacer listas de favoritos, sean poetas, restaurantes o políticos regionales, me preguntó acerca de mis preferencias sobre los plumíferos estos que escriben en líneas partidas, como si regalaran el papel. Pensé en Rubén y en César Vallejo, en los Machado y en Omar Khayyam, pero no supe decantarme. Solo encontré una certeza: “te puedo decir, de los que conozco y gozan de universal aprecio y renombre, el que menos me gusta a mí: Pablo Neruda”.
 
 
¿Y cómo justificar lo injustificable? Bueno, diré que todos los poetas líricos cultivan un ego de cíclope, es lo suyo pues la lírica es la expresión del “yo”, pero el de don Pablo, de tan altisonante y megalómano, me achica mis pobres entendederas y me hace sentir especialmente invisible. Sus poemas parecen decirme: tú no existes y, si existieras, deberías avergonzarte de tu irrelevancia, ni siquiera sabrías hacerme un buen par de zapatos. Don Pablo empatiza, de modo primordial, consigo mismo y la destinataria y objeto de sus veinte poemas de amor y de su canción desesperada no parece ser otra que su persona. Es panteísta y, en su efusión e incontinencia, ha decidido suplantar al Cosmos. Una tesina que propongo para las facultades de letras es “La ausencia del otro en la poesía de Neruda”, si alguien la ha escrito ya, le ruego que me mande una copia.
 
 
Mi amigo me contradice: “Pues a mí me gusta”. Hasta ahí podríamos llegar, faltaría más. Pues claro, es lo que tienen los seductores: Neruda es un poeta que gusta.
Aunque a mí me evoca los potentes camionarros de las fotos.


jueves, 5 de noviembre de 2015

Diarios De Un Francotirador. Mis Desayunos Con Ella - Albert Boadella

Según cuentan de antiguos (y sabios) monarcas, estos solían procurarse un ingenioso bufón, no tanto para combatir el aburrimiento en una época anterior a Antena 3, como para que, amparado en las burlas y las bromas, el bufón se atreviera a decirle al rey lo que corría de boca en boca de sus maliciosos súbditos y que nadie osaba expresar en presencia del soberano.

Los actuales regímenes políticos, en cambio, se consagran a la ignorancia y ninguneo, cuando no a la represión de las gracias del bufón, particularmente de aquellas que consideran “políticamente incorrectas” o “contrarias a los sentimientos” de las mayorías que dicen representar y encarnar. Malos tiempos para la comedia ya que, una de dos, o los cómicos han de dedicarse a lo chocarrero apelando al humor chabacano de toda la vida, o tienen que halagar al comisariado que los subvenciona y amamanta, pasando a ejercer de aduladores, propagandistas y “concienciadores” en unas representaciones donde, como dice nuestro autor, “la secta se ríe de los que no están en el teatro. Una operación que no necesita coraje alguno.”

El decano de los bufones del reino, el ilustre Albert Boadella, ha publicado éste “Diarios de un francotirador: mis desayunos con ella”, perpetrando en él un libro divertidísimo, con unas saludables dosis de mala leche. Un libro que disgustará a muchos, que demostrarán lo selectivo de su “memoria histórica” preguntando “¿quién es este Boadella?”, otros en cambio lamentarán que la libertad de expresión mal entendida permita “que se publiquen cosas así”, demostrando (si hiciera falta) lo muy cerca que están de los que lo enchironaron a raíz de las representaciones de “La Torna” (1977) y es que las personas y los bandos cambian, pero el argumento de Antígona es el mismo hace 2500 años.

La obra adopta la forma de un diario, que abarca entre julio de 2009 y abril de 2012. No hay 800 y pico anotaciones, porque se omiten muchas fechas: los compromisos del autor y director teatral parecen imponerle una escritura a salto de mata. La estructura de los “capítulos” es casi siempre la misma: el autor y protagonista desayuna con su esposa Dolors y hablan de la actualidad, donde ella impone un cierto sentido común y comedimiento. A continuación, Boadella se despacha a gusto sobre todo lo divino y lo humano, con una escritura incisiva, ácida y, en ocasiones, gamberra, con perlas como: “…como decía el admirado y malogrado cronista Juan Manuel Gozalo, refiriéndose a los corredores de Fórmula 1, ¡que se maten, que para eso cobran!” o cuando, a propósito de determinado tema, anuncia “Hablaré de ello cuando me dé la gana.”

 
¿Y cuáles son los temas que el ilustre cómico desgrana?... Pues muy variados, aunque, de forma recurrente, se imponen cuatro, a saber:

1. Tauromaquia vs. animalismo. Aquí se explaya con denuedo, de modo que al niño: “Nada de proporcionarle las aberrantes cursiladas de animalitos que hablan y tienen los mismos sentimientos que las personas. El pequeño debería distinguir enseguida la diferencia entre un sapo y papá. De otra forma, se convertirá en un gilipollas más de los que acuden los domingos a protestar delante de las plazas de toros.” y más adelante habla de “la masa de pirados que andan siempre persiguiendo asuntos para practicar su intolerancia.”

2. Su larga ejecutoria como hombre de teatro, director de Els Joglars y “subordinado” de Esperanza Aguirre en los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid. Todo lo cual lo resume en éste “intento cuestionar la moda y la moral del momento a golpe de corazonada, lo cual considero mi obligación profesional.”

3. El Arte Contemporáneo como estafa para bobos que desean hacerse pasar por bobos ilustrados. Aquí las sarcásticas diatribas contra ARCO, Tàpies, Miró y los artistas plásticos de las variopintas vanguardias u otras variantes de la nada, le llevan invariablemente al cuento “El traje nuevo del emperador” (donde hay que ser un niño, para advertir que va desnudo).

Y 4. Sí, llegamos al tema de la abducción catalana y, como era de esperar, aquí se despacha a gusto con las multitudes de la nueva Plaza de Oriente y sus melifluos y sibilinos caudillos:

 
“Sentirse o no español, más allá del DNI, forma parte de la voluntad personal y de la época que a uno le toca vivir. Pertenecer a esta nación durante la dictadura no me complacía especialmente, hubiera preferido ser congoleño. Después de la Constitución del 78 se ha convertido en una condición mucho más agradable, sobre todo cuando, por afirmarlo, te ganas el odio de la España más reaccionaria. Me refiero a la España negra de los nacionalismos periféricos, que representan todavía los últimos vestigios sentimentales del franquismo.”

“… las formas de nacionalismo regional que estamos viviendo son lo más parecido al nacionalismo español que nos tocó soportar durante la dictadura.”

“Profusión de banderas y escudos en todas partes, exaltación de la simbología patriótica en imágenes y sonido, enaltecimiento de rasgos diferenciales, imposición de una lengua, amparo al régimen por parte de los estamentos religiosos, división entre afines a la causa y traidores a las esencias, manipulación de la historia, corrupción con encubrimiento étnico y profusión de medios de comunicación adictos al movimiento.”

 Y todo para “…ejecutar la política de limpieza étnica en su versión de chicha y nabo.”

 
“…la cretinización y el resentimiento han usurpado la voz de una comunidad, cuya subordinación general a las consignas del régimen sorprende a propios y extraños…”

“Son inasequibles al desaliento, al documento... ¡y al argumento!”

Y no te pierdas la divertidísima parte donde se sincroniza una actuación del Orfeó Català en el Palau con la detención y confesión de Millet… Tan hilarante como antológico.

La brutal carga burlesca de este libro, más que recomendable si te interesan las artes plásticas, los toros, el teatro, la política, la sociedad actual, la educación y otras hierbas, se atempera con la vida doméstica (en los desayunos…) y aquí es donde la obra pierde un poco de gancho para mi gusto: por un lado, como decía Tolstoi, la gente feliz carece de historia y, por otro, los refinamientos de un burgués bon vivant, en tiempos de crisis, pueden ser un acicate para la envidia que compartimos con el grueso de mis paisanos.

Es una pena que la señora Forcadell ande tan ocupada y no pueda disfrutar de semejante regalo para cualquier lector. En fin, ella se lo pierde.
 

martes, 3 de noviembre de 2015

La Capilla Sixtina Del Expresionismo Abstracto 2

Ante el éxito masivo (casi tres lectores) de la entrada “La Capilla Sixtina Del Expresionismo Abstracto”, publicada en noviembre de 2012, cuando este blog proyectaba dedicarse a rescatar del olvido, la indiferencia y la incomprensión a relevantes artistas plásticos del siglo XX, volvemos a la figura, apenas conocida y muy poco valorada, de Gennady Artayev.

Como sabemos, el genial pintor kazajo consagró su existencia al cultivo del expresionismo abstracto y topó con la insensibilidad, el desprecio y el ánimo hostil de las autoridades soviéticas, cuya inquina destruyó, por acción u omisión, la práctica totalidad de la obra incomparable de este francotirador de la pintura no figurativa, siendo poquísimos las muestras de su talento descomunal que han llegado hasta nosotros, preservadas de la labor destructiva de sus, tan concienzudos como poderosos, enemigos.


Ignoramos por qué medio llega Artayev, a mediados de 1988, a la ciudad de Nueva York, capital artística del mundo occidental, también llamado “libre” en honor de sus taxistas. El pintor contaba con algunos admiradores en la metrópoli neoyorquina, que habían facilitado su salida de la agonizante URSS, con la intención de que el talento del genio pudiera ser exprimido económicamente en el hipermercantilizado mundillo artístico de la Gran Manzana.


Sin contar con que Artayev, en aquella época, ya estaba sordo, completamente alcoholizado y sufría delirios paranoicos (no tan controlables mercantilmente como los de Dalí), los que le habían brindado su apoyo se toparon con que no era un animal de galerías artísticas: las dimensiones de unos bocetos que el artista llevó a cabo en las tapias de una fábrica abandonada en Queens, desanimaron a los que proyectaban una exposición en la Forum Gallery.


El menor de sus once bocetos se extendía por un muro de 8 por 15 metros y el artista se había obstinado en que aquello eran miniaturas en escala 1:16, con lo que las obras definitivas, además de tener un coste material conjunto similar al del Taj Mahal, no cabrían en sala alguna, en el muy dudoso supuesto de que algún galerista o promotor se aventurara a tratar con aquel chiflado, que bebía a morro de una botella de alcohol metílico y se caía continuamente, ora por las trompas, ora por los vértigos, de las cestas elevadoras alquiladas para permitirle pintar las partes altas de sus ciclópeos murales, en algunos de los cuales fue necesario también alquilar camiones cisterna, provistos de mangueras, con las que se daban fondos grumosos, imprimaciones y capas de pintura muy espesas.


Por otra parte, su salud iba de mal en peor y el golpe definitivo se lo dio la empresa Fudge & Cobblers Ltd. que compró la fábrica donde Artayev estaba pintando sus bocetos, obtuvo todos los permisos y derrumbó los muros de la gigantesca factoría, sobre la que el artista no tenía derecho alguno, para construir viviendas sociales, dejando apenas tiempo de obtener testimonios fotográficos de los once bocetos. Los abogados de la constructora pactaron con los socios financieros de Artayev una indemnización de 800 dólares y éste convirtió su parte en vodka, lo cual le ocasionó un coma etílico que aconsejó su abandono en un hospital de la beneficencia.


Los socios protectores de Artayev trataron de enjuagar pérdidas imprimiendo camisetas con las fotografías de las obras malogradas, pero éste, a la salida del hospital, los demandó, consiguiendo que un juez dictaminara la destrucción de los stocks antes de ser distribuidos para la venta y la devolución de las fotografías originales al autor de las pinturas, el cual las extravió en el metro. Sólo quedó un lote, de talla XXL, que Artayev arrastró en su miserable vida posterior por las cloacas de la gran urbe. Le quedaban tan grandes, que parecía un sabanazas.


Sus protectores de antaño hicieron un último esfuerzo financiero para conseguir que una banda juvenil, por un módico precio, dispensara una paliza aceptable, con politraumatismos llevaderos (tarifa 6) al infortunado artista. Ese es el motivo de que uno de los bocetos muestre salpicaduras de sangre seca, al margen de la roña que todos comparten. Y es que las camisetas fueron halladas por un trapero en un solar abandonado de la calle 135 hacia el año 1994.


Tras la muerte de Artayev en 2008, sin familia ni herederos, hay que esperar todavía un par de años para que resurja el interés por su obra pictórica. Y no es hasta 2011 cuando se verifica la autenticidad de los bocetos impresos en las camisetas, ahora propiedad del fondo artístico financiado con donaciones de la empresa Fudge & Cobblers Ltd. que tasa cada ejemplar en 600.000 $, aunque a día de hoy, de ser subastadas en el mercado artístico, triplicarían esta suma.


Para su contemplación, facilitada en exclusiva por Entusiasco, hay que tener en cuenta que los bocetos se salvan en unos tejidos muy deteriorados por el rozamiento, el tiempo, el sudor y la mugre, donde no ha habido manera de recuperar la vivacidad y la belleza originales.


Sin dejar de mencionar que son reproducciones parciales de pinturas que cubrían paredes enormes, antes de su demolición. Seguimos sin tener suerte en lo referente a la conservación de la obra inmensa de este inmenso artista, Gennady Artayev, d.e.p.