viernes, 9 de diciembre de 2016

Dos Acuarelas Más Y Un Poema

Puedo contaros sobre ella
solo callados delirios
con extravagantes notas
como atónitos suspiros
de silenciados violines
en el aire suspendidos.



La miro absorto en la cuesta
mientras danza su camino
y lo cierto es que camina
ahuyentando escalofríos
por las nubes de los sueños
después de cerrar los libros.



Yo la acompaño hasta el éter
desde la paz de mi vino
y escoltados por estrellas
hacia el sur de los bandidos
nos aupamos en la noche
sueño con sueño rendidos.


jueves, 8 de diciembre de 2016

16 Minicuadros

O sea, una miniexposición de 16 miniacuarelas miniimpresionistas.



Perdona tanto recalcamiento con lo de mini. Ello se debe al tamaño de los originales, en todos el mismo: 9 x 13 cm. El tamaño de una foto cuando te las revelaban en blanco y negro.



Cuando tenía 17 años, un amigo al que no voy a nombrar para que no se avergüence, me enseñó cuatro trucos muy básicos para pintar con acuarela.



A mí no me gustaba la técnica: es una pintura que no cubre y no puedes corregir si te has equivocado. Y debes tener presente que los blancos y los tonos claros los aporta el papel, por transparencia... Hay que ser muy previsor y no es lo mío.




Había comprado un papel de gran tamaño (y elevado precio). Pensé: si lo malmeto, cosa facilísima, va toda la obra a la basura. Así que lo partí en trocitos, pensando: “alguno saldrá bien”.



Y una tarde que no había quedado con nadie para tomar unas cañas, hice todas las minipinturas de una tirada, agotando todo el repertorio de “gracias” de las que era capaz.



Luego las fui regalando a las chicas que me gustaban o me caían bien por aquél entonces, con la intención soterrada de intentar ligar un poco, con el rollo de miniartista.




No sólo no dio el menor resultado, sino que me iba quedando con las peores. Lógicamente soltaba primero las más conseguidas, para impresionar claro, aunque no creo que hubiera grandes diferencias.



Cuando me quedaban 24, las metí en un álbum de esos que te daban en las tiendas cuando llevabas un carrete a revelar.



Y se las regalé, a bloque, a la última chica, a la que ahora es mi mujer. Como ella enseguida supo que mis cualidades artísticas no me habían llevado a ninguna parte, les perdió la pista.




Y el otro día las encontré: ¿qué hago con ellas? ¿Venderlas en un mercadillo? ¿Espantar al último seguidor del blog? Ésta podría ser una buena idea.



Y, por si cuela, añadiré que el escaneado no le hace justicia al color de los originales.



martes, 6 de diciembre de 2016

A Propósito De Schmidt - Alexander Payne

A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002) dirigida por Alexander Payne (Entre Copas, Los descendientes, Nebraska) es una película que de ningún modo deberías descartar si te gustan las películas “de autor”, el drama norteamericano, o simplemente el buen cine. 

Si además estás en la edad de los “sesenta y tantos” anticipando las tranquilas delicias de la jubilación, o la tienes reciente y la has empezado a “disfrutar”, sería imperdonable que te perdieras esta ácida reflexión sobre el balance de una existencia humana. Además asistirás a una de las más conmovedoras interpretaciones del “feo” e “inexpresivo” Jack Nicholson que, en una película a su medida, completa un trabajo como protagonista soberbio (y temo quedarme corto). 

El filme pasó en España un tanto desapercibido (6’4 en Filmaffinity), y Nicholson hace un trabajo, por ejemplo, superior al de “Mejor... imposible” (7’6), cuyo éxito aquí fue muy grande.


Presenciamos un comienzo desgarrador, este calificativo no lo repetiré más porque es el que podría etiquetar todas las fases de la película, con lo que me reiteraría de modo insoportable: Warren Schmidt es un directivo de una compañía de seguros, Woodmen, que asiste a su cena de jubilación en Omaha. 

Clase media del medio oeste, relativamente acomodada, por todos los lados, discursos de despedida, ignoro si de verdad los americanos tienen tanta facilidad y tanta afición para hablar en público como muestra su cinematografía... Un gran hombre y un gran ejemplo, por aquí, nunca te olvidaremos, por allá, y a la puta calle. Cuando Schmidt vuelve de visita a la oficina (“pásate cuando quieras”), su sucesor ha destinado al contenedor de basura todos sus archivos, todos sus papeles, toda su vida laboral. 

En un solo encuadre, Warren ve toda su carrera declarada obsoleta. ¿A qué dedicarse ahora? ¿Crucigramas? ¿Apadrinar un niño del Tercer Mundo?


Bueno, le queda la paz y tranquilidad de su vida doméstica: su hija Jeannie, que trabaja en Denver se va a casar; su esposa Helen ha comprado una autocaravana “Adventure”, un vehículo ostentoso y casi tan grande como un petrolero, con el que se supone que van a iniciar una vida nómada con todas las comodidades de los pensionistas pudientes. 



Pero, ay, Helen, una esposa diligente, alma mater del hogar, ama de casa al viejo estilo, a la que le gusta coleccionar figuras de Hummel y otras chufas ornamentales, fallece súbitamente por un coágulo en el cerebro... Nuestro hombre es ahora jubilado y viudo. Y, desde luego, su hija Jeannie no quiere hacerse cargo de él (“mamá fue tu sirvienta”, “ahora tendrás que arreglártelas solo”).


“Querido Ndugu:”Efectivamente, Warren ha apadrinado a un niño de Tanzania y le tiene que enviar al mes 22 $ y una carta de contenido personal. Y aquí llegamos a lo mejor de la película: en las cartas a Ndugu, Warren da rienda suelta a su subjetividad. 


Le detalla, supuestamente al pobre niño, los pormenores y las inquietudes de su larga existencia, con un sesgo que trata de ocultar que es un ser egoísta, maniático y cicatero. Nosotros asistimos al fraude y, contra más miserable, gris e hipócrita es el personaje, mayor ternura, comprensión y afinidad nos despierta. Caemos en la trampa de compadecer al villano mediocre y fariseo que es nuestro espejo. Así, el discurso epistolar de Warren Schmidt evidencia las que se han llamado “las virtudes de la confesión”. Impresionante.



Porque además no va a poder resolver su verdadero conflicto: su única hija se va a casar y su futuro yerno, Randall, es un mindundi, un papanatas, una versión hortera del antiguo hippie, un tipo que vende camas de agua, un inútil que “pica” en el timo de la pirámide, un cursi con coleta que, cuando viene a verle con motivo de la muerte de Helen, le recomienda a Warren el libro “Cuando a los buenos les pasan cosas malas” (con cuaderno de ejercicios). 



Por no hablar de su madre Roberta (la consuegra) y el resto de la familia política. Un desclasamiento, hacia abajo, de su hija Jeannie, en toda regla. Y lo curioso, lo que hace a la película grande, es que este elenco de personajes, al borde del ridículo, son tratados con menos sarcasmo que cariño, con menos escarnio que cordialidad. El humor es tan corrosivo como redentor.


En la no muy gloriosa odisea, de Omaha a Denver y viceversa, Warren sufre una transformación parcial. ¿Al ver su casa natal convertida en una tienda de neumáticos? ¿Al visitar su antigua universidad, donde tuvo años atrás el sueño de que sería alguien “especial”? ¿Al compararse, en un museo, con los pioneros que construyeron su país? (“Los cobardes nunca lo intentaron, los débiles murieron en el camino, sólo los fuertes llegaron, fueron los pioneros”, una referencia demasiado exigente, ¿no?) 



Entonces se pregunta, literalmente, “¿qué huella he conseguido dejar yo? ¿En qué he contribuido a mejorar el mundo?” Antes de ser alcanzado por la certidumbre de la futilidad de nuestros esfuerzos...

Y solo resta el final de la película, con su devastadora iluminación: uno de los finales más emocionantes (en su reconfortante simplicidad) que me es dado recordar.


Muy austera en fotografía y montaje, planos medios y cortos en los momentos de mucho hablar y mucho reflexionar, largos silencios y secuencias lentas. Planos largos muy abiertos en las impresionantes secuencias de un solitario viaje... Correspondencia tonal entre fotografía y narración: momentos grises, momentos pastel, momentos cálidos. Una partitura escueta, subrayada por Satie en las tomas más paisajísticas. 


En resumen, el aspecto técnico es tan impecable que parece no existir. Todo está al servicio de la interpretación de Mr. Nicholson.


Que, como queda dicho, se sobra.



martes, 29 de noviembre de 2016

Agua, San Marcos, Rey De Los Charcos

Que en mi pueblo llueva, es casi noticia (la España seca, ya te digo). Que llueva mucho, es milagroso portento y la abundancia colma los charcos, fenómeno este que me gusta fotografiar. Y esta vez no tenía otra cosa a mano que el móvil, con su focal fija, no obstante intenté reflejar el cielo, con los resultados que se ven.


Y, cuando contemplo los charcos, me habita de nuevo el maestro de primaria que fui y no puedo evitar la tentación de enseñarte un poemita infantil muy conocido en mi pueblo, donde se usaba como nana, canción de corro y salmodia con la que nos confortábamos los espíritus simples. Es más primaveral que otra cosa, pero tendrá que valer para noviembre.



Porque igual en primavera no nos llueve:



Agua, San Marcos,
rey de los charcos,
para mi triguito
que está muy bonito;
para mi cebada
que está muy granada;
para mi melón
que ya tiene flor;
para mi sandía
que ya está florida;
para mi aceituna
que ya tiene una.
La ovejita y el pastor
lloviendo y con sol.



lunes, 28 de noviembre de 2016

Comenzar Con Buen Pie

Un amigo me envía una referencia de un artículo de Manuel Rodríguez Rivero, donde se habla de los comienzos de novela más aptos para despertar el interés del lector con un arranque sugestivo. Traigo aquí la cita literal:

 « ...Algún día tengo que escribir algo acerca de los incipit novelescos que más me han inquietado: por ejemplo, los de Anna Karenina, de Tolstói (“Todas las familias felices se parecen...”); Historia de dos ciudades, de Dickens (“Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos...”); Malone muere, de Beckett (“Pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto..”); Mañana en la batalla piensa en mí, de Marías (“Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos...”); El extranjero, de Camus (“Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé). Primeras frases como aldabonazos, que ponen al lector en guardia y prometen algo que, finalmente, dan. El principio de la novela maldita de Lawrence también está en esa lista: “Nuestra época es fundamentalmente trágica, por eso nos negamos a tomárnosla trágicamente”... »



Mi amigo opina (y le doy la razón) que el artículo es flojo, la selección de inicios tópica y, particularmente, que el comienzo de la novela de Marías es catastrófico, dado lo cual, mi colega apostilla: “Para que luego digan que no es suficiente con leer el primer párrafo para hacerse una idea de lo que dará de sí una novela. ¡Y hasta un escritor!”



Inmerso en lo tópico y lo previsible, me pregunto: ¿cuál es, para mí, el mejor arranque de una novela que yo haya sido capaz de leer? ¿El de Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen? ¿El de Don Quijote de la Mancha?... No, ya lo sé:



«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo... »


 “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Can you beat this?



domingo, 27 de noviembre de 2016

Día Del Maestro 2016

Abro el Buscador de Google para ver si aún perdura el interés que he suscitado (como consumidor) con motivo del Black Friday, que me ha llevado a recibir más de cien correos interesándose por mi salud, mi bienestar, mi comodidad y mi calidad de vida, un desvelo inaudito si considero que hace casi tres meses que solicité una revisión de oftalmología en el mejor sistema sanitario del (tercer) mundo y aún estoy sentado, esperando respuesta... Dejo de divagar: abro Google y me encuentro un simpático “doodle” con lapiceritos que me recuerda que es el “Día del maestro”, cosa que, al hallarme retirado, había olvidado por completo.

El dibujo que me regaló Álvaro

En el paseo matutino le doy vueltas al tema: con un punto de melancolía y dos de amargura, me pregunto ¿por qué me hice maestro, en lugar de carnicero, delineante o electricista? ¿Tenía vocación? (Porque hace falta, palabra) ¿Fui un buen profesional?... A la primera pregunta, respondo con un casi obvio “porque me gustaba la escuela”, recuerdo con afecto y admiración a mis maestros, don José en Sabiñánigo y don Eusebio en Jaca, evoco con cariño la Enciclopedia Álvarez... Y la balanza se inclinó al final porque me dieron una beca (30.000 pesetas de 1969) que me posibilitó estudiar en la Escuela Normal de Zaragoza... Y no, no creo que tuviera vocación, ni que, sobre todo al principio, fuera un buen profesional, aunque “malmetiendo se aprende” y, con obstinación y paciencia, cualquiera puede llegar a hacer cualquier cosa, excepto pilotar un avión.


Pintura mural 1

Pintura mural 2

Consultando aquí y allá, accedo a un “Decálogo del maestro”, fruto de la experiencia pedagógica de la poetisa chilena Gabriela Mistral; como me hubiera gustado suscribirlo y haberlo tenido presente, lo comparto aquí:


Los ojos de Pilar

"Ama... Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.
Simplifica... Saber es simplificar sin restar esencia.
Insiste...Repite como la naturaleza repite las especies, hasta alcanzar la perfección.
Enseña... Con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.
Maestro...Sé fervoroso. Para encender lámparas has de llevar fuego en el corazón
Vivifica... Tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.
Cultívate... Para dar, hay que tener mucho.
Acuérdate... de que tu oficio no es mercancía sino que es servicio divino.
Antes...de dictar tu lección cotidiana, mira a tu corazón y ve si está puro.
Piensa...en que Dios te ha puesto a crear el mundo del mañana."


El selfie de la clase

Aunque a veces tengo lúgubres pesadillas relacionadas con la profesión que desempeñé durante 40 años, guardo un montón de buenos recuerdos, tantos que llenarían 200 entradas como ésta; ante la imposibilidad de convocarlos todos, me voy a decantar por dos de los malos, sabiendo que este proceder tiene más morbo y más gancho:


Colegio Menéndez Pidal L'Hospitalet

Si bien el “Día del maestro” se celebra en honor de San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías y nacido a poco más de 20 kilómetros de aquí, yo tengo un mal recuerdo de su empresa: a los seis años me llevaron a los escolapios de Jaca, donde el padre S. me hacía llenar una doble página diaria de palotes. Yo le había dicho que ya sabía leer y escribir, lo cual era cierto, pero no parecía impresionarle en absoluto. Él se concentraba en la corrección: yo iba a su mesa con mis palotes y él sacaba un martillo (con mango y cabeza de madera, menos mal) de su cajón. Repasábamos los palotes y, por cada uno que hallaba torcido, me daba un “afectuoso” martillazo en los parietales. Menos mal que mis padres olvidaron de pagar las cuotas y, al cabo de tres meses, me despidieron de semejante institución, yendo a parar a las Escuelas Nacionales, donde ya no tuve ocasión de atesorar experiencias similares.


Colegio Menéndez Pidal L'Hospitalet años 80

El otro recuerdo inmundo data de 2010, cuando el ineptísimo mandamás del Ejecutivo nos rebajó un 5 % nuestras ya no demasiado fastuosas retribuciones. Pudimos seguir comiendo, claro; mucha gente perdió su empleo y lo pasó peor que los maestros en tan señalada crisis, por supuesto... Pero, amigo, si tú crees que cobras un salario por tu trabajo, algo con lo que se tasa monetariamente tu esfuerzo y resulta que lo que percibes es un obsequio, más o menos generoso, según el César de turno, pues claro, tienes que mover tu punto de enfoque, tu criterio y tu valoración de tu desempeño: ahora resulta que eres la mantenida del gobernante X.
Y ya no le das tanto gusto.

sábado, 19 de noviembre de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles. Novela Completa

Hala, ya está. Al fin, tras ímprobos esfuerzos (ímprobos en su doble acepción de deshonrosos y agotadores), he conseguido acabar la novela que prácticamente he escrito en directo en este apartado rincón de la más incorruptible y radical bloguemia (bueno, tanto radical, como radiarena, una de cada).

Comencé a publicar el relato por entregas en este blog, el 16 de abril de 2013, tomando como base unas notas encontradas en un cuaderno que empecé a escribir allá por los años 80. En el capítulo 6 se me habían acabado las notas manuscritas, los recursos y la inspiración, pese a todo seguí adelante y, hace unos días, pude completar la himphamia.


Como alguno de los escasos lectores que semejante evento narrativo ha tenido, me han observado que el relato gana enteros si se lee todo seguido, en lugar de a trozos volublemente publicados cada tres o cuatro semanas, me he decidido a reunirlos en un libro (electrónico, por supuesto) y a lanzarlo al mercado al imbatible precio de 0.00 €. Si se vende bien, igual me animo a revisarlo y a corregir algunas erratas y otros errores que he detectado.




Y como se trataba del vector más enérgico de estas páginas y ha llegado a su fin, me veo en la obligación de asegurar que este blog continuará, como hasta ahora, en la más absoluta deriva (“comprometidos con la inoperancia”), llevando mis cada vez más escasas y desorientadas ideas y maquinaciones hasta la pantalla del seguidor, si lo hubiere. Se me había ocurrido comenzar ahora un manual de autoayuda, tal vez con el título de “Manual Del Perfecto Miserable”, o un ensayo filosófico-sociológico “Retrógrados Contra Gilipollas” que ya he empezado a esbozar, aunque no puedo prometer nada.


Si sospechas que la novelita puede hacerte pasar un rato agradable y entretenido (yo creo que sí, aunque solo se trata de mi fe, sin más evidencias) aquí te pongo la dirección, es un enlace que te lleva a “La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles”, íntegra en los formatos de e-book más corrientes. Eliges el archivo, te lo descargas y lo puedes leer en cualquier dispositivo, hasta en el móvil si tienes buena vista.


Libro PCETBeatles.epub
Libro PCETBeatles.fb2
Lbro PCETBeatles.mobi

Si no te ha gustado, en los comentarios puedes echarme en cara sus fallos: por una vez puedo decir que son íntegramente responsabilidad mía.