viernes, 31 de mayo de 2013

Romance Del Prisionero

Una sorprendente afición escolar de los niños de ahora mismo, todos ellos nativos digitales, es la de realizar un Power Point con cualquier pretexto: un trabajo de Ciencias, una excursión, una fiesta de cumpleaños, los planetas del Sistema Solar, los personajes de “Juego de Tronos”, una canción, un cuento, un poema o la biografía del cantante de moda, que con sólo dieciséis años ya se ha divorciado tres veces y ha logrado rehacer su vida al salir de la clínica de desintoxicación donde ha superado sus adicciones.

 
Alguien mucho más mayor verá en ello una actividad de mérito, una muestra de dominio de los arcanos de la informática, pero lo cierto es que se trata de un reto de escasa complejidad, que los niños, incluso los menos avispados, acometen con tanta facilidad como jugar a cualquier videojuego de moda. Realmente lo difícil es dotar de un contenido aprovechable en el ámbito educativo a una actividad tan simple. Hace tres o cuatro años les propuse ilustrar en un Power Point el célebre “Romance del Prisionero”, haciendo una diapositiva con cada par de versos.

 
Pues bien, este último día de Mayo en el que no ha hecho la acostumbrada calor ni de lejos, pues llevamos diez días de tiempo muy ventoso y fresco, me he acordado (por contradicción) de aquel trabajillo y he recuperado algunas ilustraciones que traigo aquí para entreverarlas en el poema.

 
ROMANCE DEL PRISIONERO

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,

 
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;

 
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,

 
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

 
Notaremos que lo más evocador para los niños es la estancia en la cárcel del pobre prisionero, que es representada con crudeza y una evidente influencia de las películas norteamericanas. Las dos últimas son sensacionales: no olvidemos que los artistas tenían diez años.

Éste aún no ha aterrizado

Triste, cuitado

Encadenado al muro. Y qué humedad

La celda más lóbrega

Una anacrónica silla eléctrica

A ver si me hago con las llaves

Malherido y en el cepo
 

miércoles, 29 de mayo de 2013

América - Franz Kafka

Tarde o temprano tenía yo que cometer esta temeridad. Ha llegado el momento de hablar de un autor que rebasa mi capacidad crítica. Hablaré entonces desde el asombro, desde el pasmo o desde la estupefacción. Es lo bueno que tiene internet: un lector cualquiera puede tener el atrevimiento de publicar simplezas sobre Kafka y quedarse tan ancho, de acuerdo pues, manos a la obra.

Compré en Amazon unas “Obras Completas” de Kafka para Kindle con índice interactivo (?) por menos de dos euros. Incluyen las tres novelas del autor (El proceso, América y El Castillo) y una nutrida colección de relatos. No incluyen su abundante correspondencia, que también ha sido en gran parte publicada, aunque la desconozco en su totalidad.

Franz Kafka (1883 -1924) fue un judío de Praga que disfrutó de los últimos esplendores del Imperio Austro-Húngaro, su prematura muerte, debida a la tuberculosis, hace que su obra no sea muy extensa (las dos novelas que, hasta ahora, he tenido el placer de leer están inacabadas), sin embargo es probablemente uno de los escritores que más influencia ha tenido en la literatura del último siglo. Apenas publicó en vida, a tal punto que la novela de la que vengo a hablar hoy, estaba destinada a su destrucción y fue publicada inconclusa tras su muerte, por amigos que desobedecieron su última voluntad.

Bonita portada
“América”, originalmente publicada como Amerika en alemán, trata de las penalidades y desventuras de un joven inmigrante, Karl Rossman, un muchacho de 16 años, que llega a Nueva York procedente de Praga, un chico “a quien sus pobres padres enviaban a América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo de él un hijo”. Al ir a desembarcar, entabla amistad con un inquietante fogonero a quien confía sus aspiraciones de inmigrante pobre: “ya no tengo casi dinero para los estudios. Es cierto que he leído de alguno que durante el día trabajaba en un comercio, y por la noche estudiaba, hasta que llegó a ser doctor y creo que aun alcalde…” Pese a perder su baúl (un baúl varias veces extraviado y recuperado a lo largo del relato) a Karl parece sonreírle la suerte, pues se topa con un tío suyo, de nombre Jakob, un hombre acomodado que lo acoge como a un hijo. Se suceden entonces las clases de inglés, las prácticas de equitación, una introducción a los negocios comerciales del tío, hasta que un nimio incidente, un malentendido, hace que su tío lo rechace y lo expulse de su esfera social.

Aprrrenda alemán
A partir de aquí, el destino de Karl irá por la cuesta abajo, en un mundo hostil y desquiciado, caracterizado por las enormes dimensiones que presentan todos los ámbitos físicos y humanos de esta América de pesadilla. Conoce a Delamarche y Robinsón, algo así como dos infelices maleantes, unos pillos de poca monta que tejerán una tela de araña en la existencia de Karl de la que éste no podrá evadirse. Karl recala en el Hotel Occidental de Ramsés (una localidad próxima a Nueva York) donde consigue un empleo de ascensorista. El hotel es un monstruo descomunal: aólo el cuarto donde duermen los ascensoristas cuenta con cuarenta camas.
 
Allí Karl acabará bajando un peldaño más en su descenso a los infiernos y volverá de nuevo a la implacable tutela de Delamarche y Robinsón. Es ahora cuando surge un nuevo personaje de singular factura: la inolvidable Brunelda, “una magnífica cantante” que “no soporta ningún ruido” de “cuerpo excesivamente obeso”, incapaz siquiera de vestirse sola y de la que Delamarche se ha enamorado perdidamente. Los angustiosos y grotescos episodios en el apartamento de Brunelda, donde Karl muy a su pesar ha entrado a su servicio, dan paso a algún fragmento suelto y a un capítulo de cierre completamente al margen del resto de la trama: “El Gran Teatro Integral de Oklahoma”, que pone un broche final altamente misterioso a la novela, encontrando Karl una incierta esperanza al ser incorporado a una gigantesca empresa en la que se admite como empleado a todo aquél que lo solicita, hecho lo cual se les instala en un tren y… nos quedamos sin saber qué tramaba el bueno de Kafka.

Llegando a Nueva York
De este modo, se culmina imprecisamente un delirio magistral y, al acabar he tenido una revelación: Kafka es, en esta obra, primordialmente un humorista. Es tan aciago el destino de sus protagonistas, tan tremenda la experiencia por la que han pasado que, para hacerlo mínimamente soportable, la cuerda elegida, el tono que impregna el relato, es el humor. Un humor más o menos de incógnito, subrepticio, puesto que cualquier hombre es un ser excluido del mundo, atormentado por la existencia, un desfavorecido de la vida. Así vemos, en vez de los porrazos y los inútiles esfuerzos que en las películas de Buster Keaton gravitan sobre el cuerpo del protagonista, aquí en la novela los golpes, los enredos y las trampas acechan al espíritu de Karl Rossman.
 
Kafka retratado en un cuadro
Sospecho además que hay algo oscuro de Karl que no se nos cuenta: en apariencia sus intenciones y su conducta son diáfanas, en cambio las consecuencias siempre se enredan en su contra, nunca puede salir a flote, la culpa le alcanza sea cual sea su voluntad e intención. Esto me lleva a exponer la evidencia de que para Kafka el hombre es un ser irredento, no hay salvación posible, no es más que un juguete poco valioso con el que el Dios que lo ha creado se entretiene cuando se aburre, martirizándolo para ver si consigue matar Su Infinito Tedio, el que le ha ocasionado una eternidad de ser solo Uno.

Lo que no es tedioso en absoluto es la novela, se sufre mucho leyéndola, eso sí; la tensión nos electriza, la compasión nos sacude íntimamente, la gracia que ha abandonado a estos seres los ilumina de un modo especial y terrible.
 
“América” es una obra maestra del tempo narrativo, me explico: las cosas que van ocurriendo crean una tensión, una considerable intriga y cuando esto ha crecido hasta un grado suficiente, el maestro de Praga para el reloj y nos obsequia con una digresión, o con la minuciosa descripción de un objeto o un lugar importante o simbólico, después recupera el tempo y nos asesta la insoportable revelación que estábamos esperando, o una aún más insoportable por inesperada.

Una foto del maestro de Praga
El una y otra vez extraviado baúl de Karl, el balcón del apartamento de Brunilda, los ascensores del hotel Occidental… atrévete a renovar el atrezzo de tus pesadillas.    

 
 

lunes, 27 de mayo de 2013

Matemáticas Y Diversión 3

Hoy me acuerdo de que tengo muy abandonadas a mis queridas Matemáticas en este códice que día a día voy escribiendo para dejar testimonio de yo qué sé qué. Me decido pues a desempolvar un par de trucos de cuando aún era enseñante de esta maltratada disciplina, en algún aula felizmente olvidada por los que en ella fueron martirizados con estos esotéricos saberes.

Si lo encuentras gracioso, quizá no tengas muchos amigos
Comenzaré por dar las soluciones a los dos enigmas de la entrada anterior (de fecha 3 de abril de 2013).

En primer lugar, el valor de las letras para que la suma sea correcta, es G = 1, O = 0, T = 3, A = 5 y U = 7, como puede fácilmente comprobarse. No hay otra posibilidad, si deseamos atribuir a cada letra una cifra distinta.

En segundo lugar, el cubo (macizo) más pequeño posible, con ladrillos de 15 x 5 x 2, mide 30 x 30 x 30 y requiere el uso de 2 x 6 x15 = 180 ladrillos, puesto que m.c.m. (15, 5, 2) = 30. Creo que no exagero si estimo que, como máximo, uno de cada tres estudiantes de nuestra secundaria resolverían este problema. No obstante no se hacen este tipo de pruebas (por si acaso).

Hoy va de números y operaciones elementales. Le dices a un niño piénsate un número de tres cifras que no sea capicúa y escríbelo en un papel.

Supongamos que comprende y piensa en el 317.

Invierte el orden de sus cifras, le pedimos. Así obtiene el 713.

Vale, resta del mayor el más pequeño. Esto le dará 713 – 317 = 396.

Bien, ahora le pedimos que este resultado lo sume al número formado por sus cifras invertidas. Si no se le acaba la paciencia hará 396 + 639…, pero nosotros ya sabremos el resultado: 1089, ¿cómo?

Elija el número que elija, siempre da 1089. ¿Y si escoge un número terminado en cero? La cosa no cambia, si procede correctamente. Veamos: 590, al revés 095, o sea 95. Restamos 590 – 95 = 495. Y ahora 495 + 594 = 1089.
 
 
Visto lo cual, ahí va un encargo de veras difícil: saber por qué sucede esto. Es decir, para cualquier número de tres cifras “abc”, en el que “a” y “c” son dígitos diferentes, demostrar, mediante operaciones de álgebra elemental, que siempre se cumple que, tras la resta y la suma antes detalladas, el resultado es 1089, sin importar los valores de a, b y c. Si un muchacho (o una muchacha) de tercero o cuarto de secundaria sabe hacer esto, prometo no cantar nunca más la canción “Cada curso baja un poco más el nivel” (como en las danzas hawaianas).

Para terminar, voy a presentar un número curioso y “mágico”: el 111.111, que es igual a 1001 X 111, pero también a 3 x 37.037. Por esta razón 6 x 37.037 = 222.222 y siguiendo, 9 x 37.037 = 333.333. Ahora le pedía a los  chicos de 1º de ESO que, sin hacer la multiplicación (y sin calculadora), me diera el resultado de 12 x 37.037, de 15 x 37.037, o de 27 x 37.037 y me miraban como si el abuso de estimulantes con alcohol me hubiera llevado al borde del delirio. Menos mal que la Hermione de turno siempre levantaba la mano.

Para niños más pequeños, se puede comenzar por 3 x 37 = 111.

 
Otro encargo difícil, (más que algunos sudokus): sin tener en cuenta el orden, hay 16 multiplicaciones de dos números que dan 111.111.

Te pongo la más fácil: 111.111 x 1 = 1 x 111.111 = 111.111. Más arriba hay dos más. Así que ya sólo faltan 13. Mal número.
 
 

sábado, 25 de mayo de 2013

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 04

A mi vez, esta deserción me descubrió ante el bestia aquel, el cual apercibido del culpable de su vapuleo, se dirigió a él, esto es, a mí, una tarde en una obra y, haciendo uso de una teja que por allí había, tuvo la perseverante ocurrencia de partirme un incisivo nuevo, recién estrenado, que yo tenía y ya nunca más tuve en mi mandíbula superior. La teja quedó hecha añicos y yo tendido prono en el solar, con la boca sangrante y consagrado como “Cagamanturrio”, ya que Zaborras difundió su hazaña en numerosas ocasiones, ante públicos cada vez más ávidos de esa sana brutalidad en la que crecimos y que, a la postre, nos fue domesticando y engastando en una cadena de mando de la que, la mayoría, ya no abandonaríamos los últimos eslabones.

Un día el maestro me preguntó, por cuarta vez, la diferencia entre medio metro cuadrado y la mitad del metro cuadrado, como anduve desacertado y como la cosa iba de mitades, don Eusebio sentenció:

-¡Este chico parece medio tonto!

La sentencia fue muy bien acogida por los compañeros, tan atentos como proclives a la malevolencia, tal suele ocurrir entre chicos de nueve años, los cuales tras carcajearse hasta el borde de las lágrimas, transformaron el “medio tonto” en “Tontoymedio”, apelativo con el que comenzaron a distinguirme, y distinción que duró hasta que dejé la escuela para ir al instituto, pues, pese a ser Tontoymedio, “saqué” el examen de ingreso a la primera y con calificación de “notable”, gracias a que supe distinguir entre medio metro cuadrado y la mitad del metro cuadrado, pregunta esta que salía siempre en tan decisivo examen.

 
En el Instituto dieron en llamarme “Garras de Alambre”, debido a la acentuada delgadez de mis extremidades inferiores, patente todo el año, ya que todo el año iba yo malvestido con unos pantalones cortos dotados de amplias perneras, cuya circunferencia excedía en mucho a la de mis muslos, que bailoteaban en su interior como badajos en su campana. Eran unos pantalones negros, que hacían con mis blancas piernas un contraste acentuado y estaban muy zurcidos, transparentándose como gasas en algunos lugares de la culera y evidenciando el hecho de que, en más de una ocasión, no llevaba calzoncillos, ya por desidia, ya por pura y simple carencia.

Uno de los motes que sufrí después por más largo tiempo fue el de “Chepito”, por andar encorvado, siempre con la cabeza debajo de los hombros, de tal modo que mi lomo arqueado debía semejarse a una chepa o joroba, pero con el tiempo me fui enderezando, como si a lo largo de varios años me desperezara y lo de Chepito perdió vigencia.

Cierto día, dos compañeros que eran hijos de militares me dijeron:

-Hoy te vamos a contar las viejas.

Lo que constituía una cruel amenaza, pues “contar las viejas” consistía en bajarle a uno los pantalones y sopesar lo que se ocultaba tras la bragueta, por ver hasta qué punto uno era un macho de pleno derecho en la camada.

Llegado el momento, oportuno para ellos y crítico para mí, desbarataron mi intento de huida derribándome boca arriba sobre la hierba y, mientras uno me ponía las rodillas sobre el pecho, el otro inspeccionaba mis encogidos atributos viriles.

Más que la práctica en sí, muy común entonces, lo que fue vejatorio, fue el volumen y la duración de sus risotadas. Exiguo les debió parecer a sus marciales mentalidades aquello con lo que la Naturaleza me había dotado, pero lo remarcable fue la discreción que le echaron al asunto: al día siguiente todos los chicos del Instituto me llamaban “Picha-microbio”. Y Picha-microbio seguí siendo aún hasta después de que un traslado se llevara a aquellos dos aprendices de lobo gris, con sus padres, a otra guarnición.

 
Cuando fuimos a un grupo mixto, en quinto de bachillerato, rama de ciencias, todos se inhibieron de llamarme así delante de las chicas y, aunque me había jurado ponerle la cara como un grabado, mediante un vidrio roto, al primero que lo hiciera, no tuve que llevar a la práctica resolución tan furibunda. La explicación es bien sencilla: las chicas eran un elemento atemperador de nuestra grosería y zafiedad, en su presencia pretendíamos trocar la patanería vociferante por fino ingenio, su opinión pesaba en nuestro ánimo: ellas podían tenerte por pesado, bobo, atontado, o incluso “idioto” (vocablo entonces de mucho uso), pero más allá de eso eras “asqueroso” y, si te daban esta calificación las chicas, el destierro social era absoluto.

jueves, 23 de mayo de 2013

Panfleto Antipedagógico - Ricardo Moreno Castillo

Si hay un sector de nuestra escena pública más alejado de un consenso básico, téngase por seguro que es el educativo. Además añadiré, por mi cuenta y riesgo, que hay un abismo entre el interés que la ciudadanía suele afirmar que tiene sobre el asunto (muchísimo) y el que realmente tiene (bastante menos que por las tarifas de telefonía móvil, por ejemplo). La escuela pública sufre hoy de una enfermedad crónica incurable: la desastrosa gestión socialista la llevó a su gravísima fase terminal, y la derecha nunca se ha privado de declarar que la educación es una mercancía, susceptible de convertirse en un magnífico negocio que, bien explotado, puede rendir pingües beneficios. Y más aquí en España, donde buena parte de la privada (léase concertada) es financiada por el contribuyente, vía impuestos, en beneficio de usuarios particulares que prefieren huir de la pública, cuyo carácter subsidiario y asistencial es cada día más patente.


Me sorprende que, a día de hoy, aquellos que, con la LOGSE y sus secuelas, convirtieron la escuela pública existente (digna, pese a sus problemas y carencias), en material de derribo, anden ahora, mediante movilizaciones y huelgas, tan interesados en la defensa de su calidad (!?). Claro que la derecha, con una reforma que, no podía ser menos, no convence ni a tirios ni a troyanos, también pretende defender lo poco que queda de una institución escolar convertida, en general, en una guardería y un aparcamiento de niños de tres a dieciséis años.


Esta supuesta preocupación y esta evidente polvareda me impulsaron a leer sobre las razones de unos y otros, y me topé con este breve y ameno librito, cuyo nombre “Panfleto antipedagógico” ya es una declaración de intenciones. Un enseñante de a pie escribe un apasionado alegato contra la “moderna pedagogía” en su versión de las aciagas pamplinas que modelaron la LOGSE. En la Pedagogía nos topamos siempre con un problema que no se encuentran los ingenieros, médicos o químicos: la falta de experimentación controlada y pruebas verificables hace que sea muy difícil distinguir las proposiciones con valor científico de un conjunto de pedorretas barnizadas de prestigio. Un “experto” o un “asesor”, lo suficientemente iluminado, o con la dosis necesaria de morro, puede venderles a los ignorantes políticos (a muy buen precio, por cierto) una cataplasma facturada con palabrerío rimbombante y vacuo, facturada en la facultad de Ciencias de la Educación de Tocomocho y como luego, si la paparrucha deluxe fracasa, no hay responsabilidades políticas ni económicas, pues a vivir del cuento. Claro que cuando lo que se desperdicia es el talento de una o dos generaciones, alguien debería responder, pero están reunidos, o en Marbella haciéndose dilatar el “proctos”.


Puesto que no vamos a poder azotar públicamente a nadie, voy a centrarme en el libro. Su truco es sencillo: como la terminología pedagógica está tan viciada y desacreditada, uno que se pone a decir verdades de Pero Grullo y a hacer notar que el rey va desnudo, parece, a nuestros ojos, un sabio. La prosa de don Ricardo Moreno es tan amena y transparente, sus razonamientos tan claros e incontrovertibles que cualquier progresista obcecado en la “motivación de la competencia de aprender a aprender y su evaluación diagnóstica”, quedaría, no ya como un charlatán, sino como un memo. Así se recuperan términos como capacidad, disciplina, trabajo, buenos modales y otros expulsados de las escuelas e institutos hace más de dos décadas. Es un libro reaccionario, en el buen sentido, ya que en algún momento había que reaccionar contra la ignorancia y la patanería (¿alguien recuerda al señor Corcuera leyendo resultados en una noche electoral y diciendo les han votáu y han sacáu tres diputáus? Pues con ese espíritu se hicieron reformas educativas).
El autor del panfleto reacciona y propone reformas prácticas, de carácter segregador, huy lo que ha dicho: ofertar un bachillerato riguroso y exigente de los doce a los dieciocho años, para los jóvenes dispuestos a estudiar y mandar a los que no quieran hacerlo, de los doce a los dieciséis, al aprendizaje de un oficio. Ahí le ha dado. Porque, ¿qué necesidad hay de hacerles perder cuatro años a muchachos que deciden activamente no estudiar, y luego mandarlos a los 16 años al mercado laboral sin cualificación de ningún tipo, tal como está el patio? Los efectos nocivos del igualitarismo patatero afectan a todos por igual: también las personas potencialmente talentosas ven su desarrollo mermado por no verse enfrentados a retos intelectuales serios en los años en que el cerebro se cuaja, lleno de potencialidades, que unos hábitos poco exigentes lograrán malograr quizá para siempre. Aquí es donde el panfleto tiene sus mejores páginas y me permitiré una cita literal, acerca de la rebaja en los niveles de enseñanza: “Quien está resolviendo problemas de fracciones cuando por edad podría estar resolviéndolos de cálculo integral, o quien recibe un barniz de cultura clásica cuando por su inteligencia podría estar estudiando en serio griego o latín, está siendo tratado como un niño pequeño, está siendo infantilizado, y en definitiva se le está deformando. Igual que se le deformaría el pie si de adolescente utilizara el mismo número de calzado de cuando era niño.”


Personalmente encuentro que el libro, pese a su elevadísimo interés, soslaya dos cuestiones fundamentales.

En un aspecto, es muy optimista, creyendo que una reforma tendría suficiente alcance para reencarnar una institución educativa saneada y solvente. Esto no es así: las instituciones educativas son hijas de la época y la sociedad que las alberga y desarrolla. Esa misma sociedad les ha quitado autoridad y prestigio en beneficio, por ejemplo, de la publicidad, la moda, el lucro… sinceramente no creo en una regeneración que no viniera precedida de un cambio social que, desde luego, no acecha en el horizonte para restituir la serena laboriosidad en las aulas.


Por otro lado, es muy pesimista, en un sentido que contradice mi experiencia personal, también como docente de a pie: no importa lo nefasto que sea un marco legal, lo olvidados que tenga a sus profesionales, lo absurdas o nocivas que sean las deposiciones teóricas de los expertos de turno, lo atroz que sea el clima en las aulas del igualitarismo por abajo, pese a todo hay chicos y chicas dispuestos a aprovechar el tiempo y el que quiere aprender, aprende, eso lo certifico.


La lástima es que el libro, pese a todo, no dará lugar a una controversia en términos prácticos: cualquier respuesta progresista, en lugar de ampararse en razones contrapuestas a las estructuradas por don Ricardo Moreno, hará el uso acostumbrado de los vocablos talismánicos “franquismo”, “fascista” (ya los he leído en algún blog) y con el autoritarismo intelectual que nos caracteriza, despachará la discusión con las descalificaciones de rigor. Y es que la revuelta juvenil siempre triunfa en Mongolia.
Claro que podría ser peor...
    

martes, 21 de mayo de 2013

Mapas Detallados De Lugares Inexistentes

Una de las tentaciones más absurdas  a las que he cedido, en mi reciente circunstancia vital, es la de adquirir un escáner (Canon LIDE), para digitalizar fotos, documentos, escritos, imágenes y recuerdos varios de algunas existencias que tuve anteriormente. Ello me ha permitido encontrarme a veces con el otro que era yo (esto lo he sacado de Jorge Luis Borges, uno de los ídolos que el politeísta que soy, adora en sus ratos libres que, por el momento, son casi todos).

 
Así me he encontrado con una sorprendente manía que animaba algunos ocios del otro que fui: trazar detallados mapas de lugares inexistentes o fantásticos. Siempre he sido muy aficionado a la cartografía: los mapas de lugares reales o imaginarios me ponían, igual que a otras personas los coches o las joyas y tengo una extensa colección de mapas embutidos en grandes cartapacios. En los últimos tiempos, la presencia de Google Earth en la red ha sido para mí como si el hada madrina de Cenicienta se me hubiera aparecido y me hubiera dicho: “pide un deseo”. Hace treinta años difícilmente hubiera podido soñar algo así.

 
Y como ahora, de unos años a esta parte, el cartografiado de mundos fantásticos se ha puesto de moda, desde la Tierra Media del Señor de los Anillos, hasta un mapa de Poniente (Westeros) que mi hijo el mediano tiene clavado en su habitación, para orientarse a través de la monumental saga de George R. R. Martin, pues me he dicho: “voy a colgar estos mapas que me han salido entre viejos papelotes, para dar testimonio de que la secta de los zumbados cuenta con un miembro senior”. Y aquí los tengo: aún me parecen bonitos,  con su realismo naïf de atlas escolar, que me recuerda el precioso poema de Rafael Alberti que, como siempre que unos versos asoman a mi memoria, me voy a dar el placer de copiar:
 
 
“La niña rosa, sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
abierto, un atlas.
¡Cómo la miraba yo
viajar, desde mi balcón!
Su dedo, blanco velero,
desde las islas Canarias
iba a morir al mar Negro.
¡Cómo lo miraba yo
morir, desde mi balcón!.
La niña, rosa sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
cerrado, un atlas.
Por el mar de la tarde
van las nubes llorando
rojas islas de sangre.”


En resumen, estos son algunos de los mapas que hice con lápices de colores y rotulador. Ahora que me detengo a pensar, una de sus principales carencias es la de que las ciudades, islas, montañas y ríos carecen de nombre: la inspiración no me alcanzaba para denominar los accidentes geográficos con nombres poéticos y evocadores, como hubiera hecho un gran escritor como Tolkien o Martin. Otra vez será.

 
Lo que desafiaba mi imaginación eran islas montañosas y superpobladas a la japonesa, sus ciudades portuarias, sus vías de comunicación, sus costas recortadas… Para que se comprenda el alcance del delirio, me gustaría señalar que este último mapa es un detalle ampliado de una zona del anterior. Ah, y por supuesto he leído (y disfrutado mucho) "El mapa y el territorio" de Michel Houellebecq.

sábado, 18 de mayo de 2013

Las Salinas De Peralta De La Sal

A menudo me pregunto de qué vivimos en este país. Y me ha vuelto a surgir esta cuestión cuando me he tropezado con unas viejas fotos que hice en las salinas de Peralta de la Sal, mientras aún estaban en explotación. Las salinas, ahora en desuso, se encuentran a cosa de un kilómetro al nordeste del núcleo urbano de esta población literana. Ocupan una especie de hondonada, una pequeña cuenca, en un terreno yesoso y árido.

 
Al parecer, las vetas de sal gema se disuelven en las aguas subterráneas que se filtran escurriéndose bajo esta depresión del terreno. Estas aguas saladas eran bombeadas a una extensa (40,000 metros cuadrados) red de estanques intercomunicados. Allí se procedía a evaporar esta salmuera al calor del sol y, cuando se alcanzaba un determinado grado de saturación, la sal precipitaba en el fondo de los estanques. Y de allí, en resumen, a la ensalada, o a la carretera para fundir el hielo…

 
Según he leído, ya los romanos hacían subir su tensión arterial con la sal procedente de estas salinas. La instalación tradicional y casi milenaria fue comprada por la empresa Salpura S.A. que, en los años ochenta, llegó a producir unas cinco mil toneladas anuales de sal, que otra empresa, Agroper S.C., se encargaba de distribuir en un ámbito que abarcaba Aragón, Cataluña y el sur de Francia. A finales de los años noventa se abandona la extracción y distribución del blanco producto que yo tuve ocasión de ver formando, en un extremo de la cuenca, una pequeña montaña deslumbrante e inmaculada. No me pregunté, en aquel entonces, por qué dejó de funcionar. No debía de ser rentable. Sin duda será más barata la sal china.

Todo forma parte de un proceso que, en un alarde de morro, aquellos que jamás reinvertían beneficios llamaron reconversión, y que ha sustituido viejas instalaciones productivas obsoletas y económicamente ruinosas por la misma nada, por la ausencia de trabajo, de ocupación y de producción que nos azota en esta crisis sin esperanzas.

 
Como corolario casi cómico del asunto, en 2007, el abandonado y algo lúgubre paraje de las salinas es declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y, cuando haya algo de dinero, puede que tarde o puede que nunca, se procederá a su restauración, convirtiéndolo en un bonito escenario que una eventual guía, licenciada en Historia, mostrará a unos turistas ávidos de conocer aspectos de la economía tradicional en un país deprimido y subdesarrollado de la periferia europea. Quizá esos turistas sean los empresarios de la nueva China, neocapitalista y emergente, de vacaciones, gastando en un entretenimiento cultural exótico los beneficios que les reporta vendernos su sal low-cost. No sé si me sigo.

 
Acabaré con un chiste sobre la situación de nuestro tejido productivo: Están un ingeniero alemán, uno inglés, uno francés y otro español. Y el ingeniero español dice: “¿Qué tomarán los señores?”.    

viernes, 17 de mayo de 2013

Al Filo Del Desastre

Fue el gran Gabriel Celaya el que escribió aquello de “La poesía es un arma cargada de futuro”. Pobre. En sentido literal. Pasó sus últimos años en la más completa indigencia. Al parecer, la poesía es un arma cargada de pretérito y, enmendando a Césare Pavese, ya no creo que exista el “oficio de poeta”. Ni siquiera aquella “inmensa minoría” que reclamaba Juan Ramón Jiménez, lee ya versos. En mi generación, la inmediatamente anterior a los yogures, era raro el estudiante que no hacía sus pinitos llegado a las primeras palpitantes tibiezas de los amores adolescentes. Luego, muchos lo dejaban y algunos continuábamos con el gusanillo, una década más, hasta que lo abandonábamos, o porque éramos meros artesanos de los ripios, o porque las musas se habían ido con las estrellas del rock, o porque el sentimiento de lo inefable ya no habitaba en nosotros o, simplemente, porque la poesía ya no tenía ningún futuro en nosotros. Leí una vez en un libro de psicología que los máximos logros de los más grandes poetas se daban en torno a la edad de veinticinco años (si eras físico, tenías que esperar hasta los 55). Yo escribí poemas hasta pasados los treinta, sonetos, por más señas y luego lo dejé. Hace más de veinte años que no escribo versos, estos de hoy datan de la última enfermedad amorosa que padecí.

 AL FILO DEL DESASTRE

 En el tórrido sol hay la asechanza
de la noche que atormenta mis mañanas;
fluyendo de esperanza en esperanza
me descubro mirando las ventanas,

 o atisbando a través de ellas, con ganas
de aquello que mi pobre afán no alcanza.
Conservo las promesas que tú hilvanas,
poniéndolas a salvo de mudanza.

 Enfilo mi camino con el peso
de andar con la premura que no siento,
apurando un amor sin ningún lastre;

 de paso, bebo en tu labio otro beso
y ese instante lo vivo muy atento,
como se vive al filo del desastre.

 
 El culpable de que me dedicara a otra cosa alejada de la poesía vivió al comienzo del siglo XVII y se llamaba don Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos. Ocurrió que leí los sonetos de este señor y, a partir de entonces, los míos me parecían tan malos, que los arrugaba antes de dar fin al segundo cuarteto. Un botón de muestra de cómo versificaba el incomparable Quevedo, servirá como compensación si has tenido la paciencia de llegar hasta aquí:

 Tras arder siempre, nunca consumirme;
y tras siempre llorar, no consolarme;
tras tanto caminar, nunca cansarme;
y tras siempre vivir, jamás morirme.

 Después de tanto mal, no arrepentirme;
tras tanto engaño no desengañarme;
después de tantas penas, no alegrarme;
y tras tanto dolor, nunca reírme.

 En tanto laberinto no perderme,
ni haber, tras tanto olvido, recordado.
¿Qué fin alegre puedo prometerme?

 Antes muerto estaré que escarmentado:
ya no pienso tratar de defenderme,
sino de ser de veras desdichado.

  

miércoles, 15 de mayo de 2013

Capbreton. Un Episodio De La Lucha De Clases

Hace un par de semanas me enteré de que se había celebrado un juicio en París contra unos patriotas vascos y habían dictado una sentencia bastante contraria al Proceso de Paz e incluso a la Alianza de las Civilizaciones. Una cadena perpetua y otra condena cercana a 30 años de cumplimiento efectivo. Jesús estos franceses, qué autoritarios, qué retrógrados, antidemocráticos y vengativos, ¿nadie les ha informado de que ha cambiado el escenario del escenario? ¿Acaso quieren evitar que se resuelva el Problema Político Vasco? ¿No se han enterado, por las sabias palabras de Llamazares, de que la línea roja es el PP?

Este colosal malentendido tuvo su origen allá en el 2007 en Capbreton, una localidad de las Landas francesas, célebre hasta aquel entonces (por aquí) tan sólo por sus playas nudistas y por cierto tufillo a tolerancia sexual, en un ambiente magistralmente retratado por Michel Houellebecq en su fantástica novela “Las partículas elementales”. Los atolondrados gudaris del temerario comando, ¿acaso no sabían que habían rebasado la frontera de Lapurdi en el norte de Euskal Herría? ¿Acaso ignoraban que la acción armada iba a tener lugar en suelo francés, donde las garantías jurídicas y procesales que les podían amparar, no son ni mucho menos como en España? ¡En Capbreton, por Dios, a quién se le ocurre! Me da que estos intrépidos encapuchados tenían información veinte años atrasada, de cuando el gobierno francés, en las amigables manos de Mitterrand, comprensivo con todas las causas populares, miraba hacia otro lado cuando se producían estas acciones armadas, que tanto debían recordarle al difunto mandatario galo sus gloriosos años en la Resistencia.

El caso es que el uno de diciembre de 2007, los guardias civiles Centeno (24 años) y Trapero (23 años, con estos apellidos ya nos sobra para imaginarnos dos sicarios opresores enemigos del pueblo de Euskadi) fueron abatidos en un intento de socializar el sufrimiento cotidiano presente en la sociedad vasca oprimida, amordazada y empobrecida por la bota españolista (hagamos notar que en la presente crisis, la comunidad vasca ha sido la más golpeada por la pobreza, según datos que publica El País hoy). Quiso la mala fortuna que los objetivos se hallaran desarmados, lo que, no sólo resta popularidad a la acción sino que, de cara a un juez francés, esto constituye un agravante y el delito es tipificado como asesinato. Qué se le va a hacer.

El 26 de abril del presente 2013 se hizo pública la sentencia que condenaba a Mikel Carrera Sarobe alias “Ata” a ¡cadena perpetua! (Toma ya), como autor material de un delito de asesinato con casi todos los agravantes imaginables, y a Saioa Sánchez Iturregi (léase Iturregui), de nombre de guerra “Hintza”, como cómplice; a 28 años, de los cuales al menos dos tercios, tendrá que hacerlos efectivos en el trullo, o sea, que tardará en estar brindando con champán en su pueblo mientras, bajo su balcón, le bailan un aurresku. Para otros cómplices, se fijaron varias penas menores.

En fin, pobres, confundirse de raya fronteriza y de circunstancia los ha llevado al infierno de las cárceles francesas, donde difícilmente serán moneda para la negociación de un Proceso de Paz con mediadores internacionales y toda la parafernalia redentora. Lo siento.

 
Y ahora lo siento, esta vez de veras, por los familiares de los asesinados, aunque tienen el magro consuelo de haber obtenido una justicia que, de este lado de la claudicación, no podían ni haber soñado, eso no les devolverá a sus hijos vivos.

Un amigo mío, el Resentido, cuya debilidad moral le hace bascular peligrosamente entre la delgada línea que separa la justicia de la venganza dice, el muy bruto, que lo que lamenta es que los penales franceses tengan fama de pertenecer al primer mundo, pues de otro modo los penados convictos de este triste caso, podrían sufrir abusos en su celda por parte de los demás presos (él habla de sodomía).
 

domingo, 12 de mayo de 2013

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 03

2.       PINCHAÚVAS

Debo aclarar al lector perplejo que, en aquel prometedor entonces, el grueso de mis amigos y conocidos, que eran muchos y muy impertinentes, daban en denominarme recurriendo al uso y abuso de apodos, de los cuales el más duradero y el que más placer les dispensaba a sus órganos fonadores, fue el de Pinchaúvas, de genealogía imprecisa, pues no he logrado esclarecer su origen ni sus motivaciones etimológicas referidas a mi caso. Puedo decir incluso que he sido una persona que ha tenido más alias que todos los internos de la prisión de Torrero juntos, pues casi nunca hicieron uso de mi nombre de pila, al que sustituyeron por otros que nada tenían que ver con él, aunque sí conmigo y que solían ser ingeniosos y risibles, malintencionados y chocantes, si bien, a excepción del de Pinchaúvas, fueron aves de paso, remoquetes de una sola temporada, motes efímeros.

Mi carácter rastrero y rencoroso permite que los recuerde todos, haciendo que casi haya olvidado mi auténtico nombre, si auténtico puede llamarse al que figura en el Documento Nacional de Identidad, nombre que, por otra parte juzgo irrelevante decir aquí.El más temprano de mis motes, data de cuando yo era un niño enclenque y raquítico, al que la Seguridad Social facilitaba unas preciosas cápsulas de colorines con todas las vitaminas del abecedario, por ver si hacía medrar a un español como es debido, con la talla y peso adecuados para servir y dar lustre al glorioso Estado que, iba a decir nos amamantaba, pero con lo masculino que era entonces el Estado Español, más propio será decir que nos apapantaba. Bueno pues, ni por esas, ni con todos los minerales de la Geología incorporados a mi magra dieta, se lograba que me diferenciara de una sardina en posición vertical. Yo iba todos los días a las Escuelas Nacionales con una mugrienta cartera más grande que yo, cuyo interior parecía el del Arca de Noé y, entre la caja del grillo y el tarro de los renacuajos, viajaba el frasquito de las cápsulas. A media mañana, desayunábamos en la escuela un vaso de leche en polvo, obsequio de los yanquis al Caudillo por su indesmayable lucha contra el comunismo, y yo me tomaba una de las cápsulas con ánimo de ponerme hecho un Maciste. Esto despertaba la envidia de mis compañeros, que no eran objeto de prescripción facultativa, por ser menos endebles, y no podían deglutir las vistosas cápsulas a las que yo atribuía el sabor de las más deliciosas golosinas. Su rencor les llevó a llamarme “Pildoritas”.

 
Un poco más adelante, un desgraciado incidente me premió con el poco honroso mote de “Cagamanturrio”, que en la pequeña y bella ciudad donde nací y habitaba, sería entendido como apocado y cobardica.

Hubo una colecta para el Domund y, en un cartel que pusieron en la clase, se veía un niño desnutrido como yo, pero negrito él, y debajo podíamos leer (los que sabíamos): “DAD DE COMER AL HAMBRIENTO”. Un gamberrote que pululaba por la clase, haciendo muescas en los pupitres y mellando los dientes de sus condiscípulos a cabezazos, escribió debajo: “Que le dé el hobispo, que está más farto”, lo cual visto por don Eusebio, el paciente maestro que a mojicones nos desasnaba, le hizo montar en cólera y prometer bíblicos castigos al culpable. Sus toscas pesquisas no dieron fruto, pues nadie se atrevió a delatar al hotentote que había profanado el cartel. Así que optó por dejarnos sin recreo durante el resto del curso.

Pero he aquí que, tras quince días sin bajar a jugar a las chapas ni a las canicas al patio, cayó una nevada, tan fuera de temporada, que nos hacían los ojos chiribitas pensando en los bolazos que estábamos desperdiciando, así que nos reblandecimos y, comoquiera que yo era el más simple de todos, me convencieron para que fuera, antes de entrar, a aplacar la ira terrible de don Eusebio, cosa que para mi desgracia hice. Entré aterrado en el pasillo y dije:

-Don Esuebio, yo sé quien ha sido.

-¿Quién ha sido quién?

-El que escribió en el cartel. Fue Zaborras, pero no le diga a nadie que se lo he dicho yo.

Cinco minutos después, al tal Zaborras le cayó una tunda de palos que de poco lo baldan y ese día, los demás salimos al recreo, aunque la nieve ya casi se había deshecho. Zaborras, no. El se quedó de rodillas cara a la pared, sosteniendo una moneda de dos reales con la nariz contra el tabique.

 
Dado que los mamporros que prodigaba el bueno de Zaborras tenían, entre otros efectos, el de hacerlo muy popular, pues es sabido que cualquier sociedad admira, más o menos de tapadillo, a los maltratadores, me entró un pánico cerval de que pudiera enterarse de quién había colaborado con su juez y verdugo y así estuve una larga temporada sin aparecer por la escuela, aun hoy me pregunto si fue el miedo el que me hizo coger las paperas, pero de cara a mis compañeros, la deserción fue la clave para llamarme “Cagamanturrio” a partir de entonces.
 
 

viernes, 10 de mayo de 2013

Hank Williams Said It Best - Guy Clark - Mick Harvey

Hoy me he reservado el placer de traducir y compartir esta maravillosa letanía country, una canción publicada en 1995 por el cantante y compositor Guy Clark que, en cuatro minutos, se marca un compendio de filosofía vaquera, con mayor universalidad y calado que todos los manuales de Educación para la Ciudadanía juntos. Si te va más la tolerancia que cualquiera de los fanatismos al uso, deberías echar un vistazo a la preciosa letra de esta deliciosa canción.

Su estructura reiterativa me permite no traducir la letra por entero, puesto que todas las líneas comparten una evidente similitud:

Lo que para un hombre es un halcón, para otro es una paloma,
Lo que para un hombre es un abrazo, para otro es un empujón… ...

Y así sucesivamente, lo que me permite limitarme a dar la pareja de palabras contrapuestas que, en español, pierden la rima y algunas deliciosas connotaciones. Pero, en fin, resulta fácil de seguir y de apreciar. Hay una sola línea desigual (*), en la que dejo la pareja de ideas antagónicas en blanco y que podría traducirse como: “La hija de un hombre abandona a otro a su llanto”.

Finalmente, el estribillo (chorus), se repite idéntico tres veces y viene a decir:

 Para cada hija de su padre,
para cada hijo de su madre,
lo único que hay en común
es que nada es lo mismo para todos.
Hank Williams lo expresó mejor,
hace tiempo, cuando dijo:
A no ser que no hayas cometido errores en tu vida,
ten cuidado con las piedras que arrojes”.

 Por cierto, Hank Williams (1923-1953) es el icono de referencia en la música country, el inmortal rey de los vaqueros cantantes.
 

 HANK WILLIAMS SAID IT BEST

 One man's hawk is another man's dove,                halcón / paloma
One man's hug is another man's shove,                  abrazo / empujón
One man's rock is another man's sand,                   roca / arena
One man's fist is another man's hand,                     puño / mano
One man's tool is another man's toy,                      herramienta / juguete
One man grief is another man's joy,                        aflicción / alegría
One man's squawk is another man's sing,              graznido / canto
One man's crutch is another man's wing.               muleta / ala

 One man's pride is another man's humble,            orgullo / humildad
One man's step is another man's stumble,             paso / tropiezo
One man's pleasure is another man's pain,            placer / dolor
One man's loss is another man's gain,                     pérdida / ganancia
One man's can is another man's Grail,                    lata / Grial
One man's anchor is another man's sail,                 ancla / vela
One man's right is another man's wrong,               correcto / equivocado
One man's curse is another man's song.                 maldición / canción

 Chorus:

For every father's daughter,
For every mother's son,
The only thing the same
Is that is ain't for everyone.
Hank Williams said it best,
He said it a long time ago:
"Unless you have made no mistakes in your life
Be careful of stones that you throw".

 One man's deuce is another man's ace,                un dos / un as   
One man's back is another man's face,                   “cruz” / “cara”
One man's reason is another man's rhyme,           razones / versos
One man's dollar is another man's dime,                dólar / 10 centavos
One man's tree is another man's post,                    árbol / poste
One man's angel is another man's ghost,               ángel / fantasma
One man's rain is another man's drought,              lluvia / sequía
One man's hope is another man's doubt.                esperanza / duda

 One man's false is another man's fair,                    desleal / honrado
One man's toupee is another man's hair,                peluca / cabello
One man's hand is another man's stub,                  mano / cabo (de soga)
One man's feast is another man's grub,                  manjar / gusano
One man's dread is another man's dream,             pánico / sueño
One man's sigh is another man's scream,               suspiro / grito
One man's water is another man's wine,                agua / vino
One man's daughter leaves another man cryin'.           (*)

 Chorus

 One man's famine is another man's feast,             hambre / festín
One man's pet is another man's beast,                    mascota / bestia
One man's bat is another man's ball,                       bate / pelota
One man's art is another man's scrawl,                   arte / garabato
One man's friend is another man's foe,                  amigo / enemigo
One man's Joseph is another man's Joe,                 José / Pepe
One man's hammer is another man's nail,             martillo / clavo (o uña)
One man's freedom is another man's jail.               libertad / prisión

 One man's road is another man's rut,                     camino / rutina
One man's if is another man's but,                           si… / pero…
One man's treasure is another man's trash,           tesoro / basura
One man's landin' is another man's crash,              aterrizar / estrellarse
One man's word is another man's lie,                      su palabra / mentira
One man's dirt is another man's sky,                        tierra / cielo
One man's skin is another man's color,                   piel / raza
One man's killer is another man's brother.             asesino / hermano

 Chorus

 Hay una version más reciente (2005) en un disco de Mick Harvey, que tiene la gracia de que cambia algunos pares de palabras y suaviza algunas contraposiciones. Por ejemplo en su línea dieciséis canta “One man’s fish is another man’s poisson”. Lo que para un hombre es pescado, para otro es pez (o veneno), haciendo uso del juego de palabras francés poisson (pez) – poison (veneno). A disfrutar.