Algo compartido por un considerable
número de especímenes humanos, a partir de cierta edad, es la nostalgia de una
Arcadia (con características personalizadas), donde cada uno llevó una vida
inocente y feliz. ¡Quién pudiera volver a habitar su particular Arcadia! En ese
lugar imaginario o, más bien, mítico, reinaba la felicidad, la sencillez y la
paz en un ambiente idílico sin apenas incertidumbres ni conflictos. Pero ya que
no podemos regresar a esta incierta ubicación espacio-temporal, tenemos la
oportunidad de consolarnos viendo esta maravillosa película que ofrece uno de
los más tiernos retratos de aquel paraíso que perdimos sin haberlo disfrutado,
o peor aún, sin haber comprendido siquiera su naturaleza.
El cartel |
Dado que “Mi tío” fue estrenada hace
ahora poco más de veinte mil días y, en sus tiempos, tuvo un considerable éxito
popular y una muy benevolente acogida de los entendidos, cometo el error de dar
por sentado su carácter de película-clásica-conocida-por-todo-el-mundo. Y no es
así. La mayor parte de las personas jóvenes la desconocen y ni han oído hablar
de ella. O peor aún: la han visto superficialmente y la han confundido con una
película cómica de gags, algo lenta y algo sosa. El manifiesto de humanismo y
vitalidad que atesora y despliega en sus poco menos de dos horas, puede pasar
bastante desapercibido, pero para esto hace falta ser un espectador poco atento.
Jacques Tati, un director francés de
origen ruso, estrena esta enternecedora comedia en 1958, año en el que obtiene con ella un
triunfo considerable (Oscar a la mejor película extranjera, gran popularidad
del film y de la canción homónima de su banda sonora). Además de dirigir,
interpreta el papel del protagonista, monsieur Hulot, un personaje cortés,
complaciente, amable y dócil que obtiene su carácter de irreductible rebeldía gracias
a un don que le ha otorgado la naturaleza: es torpe hasta lo catastrófico y su
despiste raya a inconcebible altura. Por si fuera poco, se hace entrañablemente
simpático y establece una mágica complicidad con el espectador, al que cautiva
con la majestuosa irresponsabilidad con la que se instala en su momento
presente, en su impulso vital, donde las consecuencias y los resultados de las
acciones no es que no sean tenidos en cuenta, sencillamente no se contemplan.
Bueno sí, los contemplamos nosotros entre divertidos y aterrorizados.
La película, rodada en un color muy
luminoso, con una fotografía muy diáfana, se desarrolla en dos escenarios
contrapuestos. Uno es el pueblecito de toda la vida, una Arcadia bulliciosa,
traviesa y feliz, donde el tiempo transcurre como un relajado marco para una
existencia humana casi exenta de preocupaciones y estrés: el barrendero no
barre, los perros corretean en libertad, los niños se divierten con sus
trapacerías, la jovencita florece día tras día en su portal, cualquier momento
es oportuno para entrar en “Chez Margot” a tomar una copa, el vecindario vive
en la calle o entre los puestos del mercado, donde aún hay carros con caballerías.
A esto se contrapone la zona urbana moderna, fría, uniformizada, saturada de
coches, donde todo es rectilíneo, tiene una escala desproporcionadamente grande
y es aburrido, anodino u opresivo. Una tapia de piedras, derruida, marca la
frontera que comunica ambos mundos, frontera permeable a personas y… a perros.
La vivienda de Monsieur Hulot |
Casi al comienzo, en un larguísimo
plano-secuencia, se nos muestra la casa del señor Hulot. Desde fuera y, a
través de distintas ventanas y barandas, en un encuadre fijo, le vemos ascender
por unos complejos y enrevesados vericuetos que le llevan hasta su vivienda,
una buhardilla en alto, a la que accede desde la terraza. Es un momento
antológico, la magia es conjurada ante nuestros ojos. Jugando con el cristal de
la puerta de su balcón, el señor Hulot manda el reflejo del sol hasta la jaula
de un pájaro que, al ser bañado por la luz, se pone a cantar. Con este y otros
sencillos trucos, Tati consigue una sugestión poética que va a impregnar toda
la película.
El sobrino, el padre y el tío |
Luego está el mecanicista y poco acogedor
mundo de los Arpel, donde reina un orden previsible (y risible). Han sido
abducidos por el confort y el ruidoso maquinismo del mundo moderno y sus
vivencias, superficiales y rutinarias, son satirizadas a base de bien. El
matrimonio Arpel, cuya esposa, siempre afanada en sacar brillo, es hermana de monsieur
Hulot, tiene un hijo único, Gerard, que en ese microcosmos rígido y pautado, se
aburre como una ostra en un acuario. Menos mal que a menudo viene su tío a
rescatarlo y a llevarlo al lugar donde los niños y los perros corren en
libertad y hacen trastadas.
De palique con la vecinita |
Como los Arpel son acomodados (él es un
importante ejecutivo en una fábrica de plástico), viven en una casa con jardín,
que es una especie de extravío del funcionalismo: todo es grande, geométrico y…
feo (o sea, de diseño). La señora Arpel está preocupada por monsieur Hulot, su
hermano. Piensa que necesita una pareja, que tal vez así se centre. Prepara una
fiesta a la que invita a algunos amigos y a una vecina soltera: en el absurdo
jardín de la fea casa, con planos generales llenos de detalles hilarantes,
asistimos al frustrado romance, la actuación de monsieur Hulot desencadena un
contenido aunque persistente desastre.
La fiesta en el jardín |
Otra de las funestas ocurrencias de la
señora Arpel, consiste en presionar a su marido para que emplee en la fábrica
de plástico al incorregible hermano. La llegada de monsieur Hulot a la
factoría, será el detonante de una serie de gags al estilo del antiguo cine
mudo. Aquí es oportuna una observación: en general en la película hay muy poco
diálogo (las primeras frases se hacen esperar casi diez minutos), cediendo paso
a sonidos ambientales y una continua presencia del célebre tema de la canción
“Mi tío”. Al señor Hulot casi no le oímos hablar en toda la película, más allá
de cuatro frases de cortesía. Es más que evidente el homenaje al cine mudo.
El desperfecto se avecina en la cocina |
Hay quien dice que la película carece de
argumento, consistiendo en una mera yuxtaposición de cuadros y escenas
costumbristas, en un sarcástico retrato del advenimiento del mundo moderno y
sus nefastas consecuencias. Podría estar de acuerdo, con dos importantes
matizaciones. Una, que el ritmo y el equilibrio impecables de la película, sin
duda, han exigido un rodaje minucioso donde todo se sincroniza y encaja a la
perfección y no hay nada gratuito o superfluo. Para dar esta sensación de
espontaneidad y factura episódica o accidental, no quiero ni pensar en lo
milimétricamente calculado que debió de ser el trabajo. Nada pues de rodar
escenas improvisadas. Y dos, la burla, la sorna con que es contemplado el mundo
de los Arpel, nuestro mundo de hoy en definitiva, nunca es agria, no
descalifica ni vitupera. Tati no era un agitador y su mirada está siempre
cargada de ternura: incluso los ridículos Arpel son redimidos: hasta ellos
pueden ser felices a su modo en los muros de la jaula que se han construido. Con
sus disparatadas comodidades, son tratados con la más generosa clemencia,
únicamente parece proponerse al espectador que huya, si puede, de ese lastimoso
modo de vida, a un lugar donde se reencuentre con la fantasía y lo inesperado.
Allí lo aguardará Monsieur Hulot con su pestilente pipa, su incómodo paraguas y
su lento velomotor, dispuesto a promover, con la mejor intención, una nueva
hecatombe.
Allí, en la inexistente e imprescindible
Arcadia.
Con Elena pasamos un buen rato, aunque la casa de los cuñados que trata de denigrar nos pareció un divertido parque de atracciones.
ResponderEliminarDale duro,
luis
Excelente reseña de una película genial! Es una de las más divertidas críticas a la modernidad. Volví a verla hace poco y me impactó la escena de la casa con ojos, sobre la que he escrito un breve texto. Adjunto el enlace por si a alguien le interesa echarle una ojeada:
ResponderEliminarhttp://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2014/02/10/ojos-que-vigilan/
Saludos y ehorabuena por el blog,
Iago López