miércoles, 18 de abril de 2018

Humanidades Y Digestión

Estoy en una especie de caverna de Platón, con las paredes empapeladas con titulares de periódicos y tengo la sospecha de que la realidad política, social y económica, aquella de la que se ocupan las mal llamadas ciencias, mal llamadas humanas es, en nuestros días, de una complejidad rayana en lo inaprehensible, yo ni la aprendo ni la aprehendo; todos mis esfuerzos encaminados a estudiar, a informarme, todos mis esfuerzos orientados a la comprensión básica de estos fenómenos, tropiezan, puede que debido a mi escaso talento, puede que debido a la poca fiabilidad de cualquier fuente actual, con un muro de confusión e impenetrabilidad que me arroja, una y otra vez, como un Sísifo iletrado, a las tinieblas del no saber. Parece mucho más sencillo, por poner un ejemplo, resolver el cubo de Rubik con los ojos vendados, que desentrañar la política de subvenciones a la cultura de cualquier gobierno regional.

Por eso me llama tan poderosamente la atención, casi todos los días, el empeño de muchos de mis compatriotas de acogerse a interpretaciones sencillas, a soluciones simples y a valoraciones superficiales, altamente teñidas de filtros ideológicos.



Yo que dudo sistemáticamente, de una manera tanto o más radical que Descartes: en ocasiones me parece que estoy como pensando, luego tal vez exista a ratos inciertos... Así pertrechado, no comprendo las seguridades ajenas, “sí hombre sí, esto es así, porque lo digo yo y tú eres un puto imbécil, como todos los tuyos”. Pienso que si supiera quiénes son los míos, ahora mismo los llamaba y te ibas a enterar... Determinados grupos políticos, mediáticos, determinados entes sociales, van de certeza en certeza (y de cerveza en cerveza) con una naturalidad que nunca se desgasta, sin preocuparles prueba o testimonio de una verdad que poseen desde que el mundo es inmundo; a veces, desde mi posición de enseñante, he tratado de filtrar algún compromiso de verificación con conformidad a hechos y me han mandado a tomar por el culo: las evidencias de según quién no necesitan someterse a demostración. Con harta frecuencia me quejo de que la lógica parece haber retrocedido 2600 años y haber regresado al vetusto argumento de autoridad, aquél que acredita los libros sagrados, o el programa electoral de Podemos.


Como muchas personas, tengo un fuerte complejo de inferioridad frente a gentes más asertivas: algunas de las que se manifiestan entre aquellos de mis contemporáneos que han accedido a algún tipo de altavoz, rayan en el autoritarismo mental y ni siquiera parecen respetar mi derecho a sentirme perplejo.



Centraré mi atención, hoy, en el montón de yihadistas laicos que me acobardan desde su superioridad moral autoproclamada. Este es un fenómeno exclusivo de las sociedades libres y plurales. En las sociedades cerradas y sometidas, como la España de hace 60 años, no cobra ningún sentido, ya que el grupo dirigente se arrogaba, no solo la superioridad moral, sino todas las demás: económica, lingüística, étnica, jurídica y física (o sea, la fuerza).


Por lo tanto, sólo tiene sentido interrogarse por qué, en una sociedad abierta, un grupo consigue establecer unas pautas a las que debe atenerse todo lo políticamente correcto. Después vienen las lecciones de ética, las consideraciones estéticas, las descalificaciones globales, las sensibilidades acordes con nuestro tiempo y los linchamientos en las redes sociales.


Señores del jurado: no me gusta la ópera (con más gusto escucharé “El muerto vivo” de Peret), no me interesa la gastronomía (prefiero un Burger King, también son expertos en la deconstrucción de la ternera), no simpatizo con la causa palestina, catalana ni antitaurina, no adoro las mascotas, es más, ningún animal me atrae lo más mínimo fuera de la hondonada circular del plato, no reconozco haber jamás ejercido discriminación por razón de sexo (salvo al follar), de raza, de confesión religiosa o de grupo cultural o lingüístico (solo entiendo dos o tres idiomas y bastante mal)...  En este momento, advierto con alarma que las doce miembras del jurado levantan la vista de sus móviles, fruncen el ceño y, no sé cómo, me doy cuenta de que todas han remitido el mismo WhatsApp al magistrado. “Culpable”. De inmediato, el magistrado se remueve en su sitial, llama a los guardias judiciales y susurra el veredicto. “Empalado público al amanecer. Sin lubricante”.


Voy a quejarme de la judicialización de la vida onírica y me despierto bañado en sudor: miro el reloj y son las dos de la madrugada. Me prometo a mí mismo no volver jamás a cenar pizza siciliana, ni barbacoa, ni napolitana... A mi edad, un puré de calabacín, o de puerros, seguido de una cuajada o un yogur, me harían soñar con las verdes praderas y los arroyos cristalinos de mi infancia, que luego mi adolescencia pobló de ninfas y náyades con uniformes de colegio, en vez de esta enojosa e inconsistente alucinación que he transcrito antes de que, con las luces del alba, se me extravíe para siempre.


"Dancing Queen" 1, 2 y 3, photos by Himphame.

domingo, 8 de abril de 2018

Numancia En Su Discrepancia

Me he dado cuenta de que las novelas históricas ambientadas en la época romana llevan bastante tiempo de moda por estos lares. He decidido probar, por si llego a tiempo de beneficiarme del tirón editorial pero, apenas comenzada la empresa, me he dado cuenta de sus riesgos y dificultades. Verbigracia:

“El centurión miró fatigado los muros de aquél villorrio, coronados por tres gallinas que picoteaban al azar en la piedra, de donde sacaban chispas. Hacía tres idus que en aquél recinto faltaba totalmente la comida, la bebida, el tabaco y la conexión a internet, por este motivo, aquellas escuálidas aves que ponían huevos del tamaño de guisantes, no tenían acceso a los gusanos que otrora habían coronado su dieta, pues éstos constituían uno de los más deliciosos manjares que se podían encontrar en los restaurantes de toda Numancia, gusano al pil pil, gusano a la chilindrón e, incluso, gusano revuelto con boñiguitas de conejo fritas, la delicia local, mmm...


Sólo los pocos adinerados entre los habitantes de Numancia podían permitirse estas delicatessen, viéndose los más obligados a digerir cortezas de aliagas, raíces de esparto, pinchos de enebro (las bayas eran también para los pudientes), e incluso sus propios excrementos secos, aderezados con lametones a los huesos de una burra que llevaba muerta desde los tiempos de Asdrúbal, mucho antes del sitio al que los romanos habían sometido a esta pequeña, orgullosa y testaruda ciudad.



Desde la crisis de la administración del íbero Zapatero, la estrella de Numancia había comenzado a declinar: apenas se veían ya cuadrigas tuneadas, antenas parabólicas ni antorchas perfumadas, todo había empezado a oler a estiércol y a carroña caducada y para colmo, desde que los romanos habían comenzado su asedio y cortado el agua, no funcionaban las duchas del polideportivo municipal. Se había acabado usando la de las piscinas, para cocer una insípida sopa de zaborro y, bueno, para qué, la situación devino insostenible.


El centurión recordó cómo había llegado a principio de verano con el ejército romano, comandado por Publio Cornelio Escipión Emiliano, alias el Africano, con la intención de rendir la plaza con un asedio inmisericorde: durante las primeras semanas, aprovechando que las murallas no eran muy altas, los invasores se encaramaban a ellas y desde allí insultaban a los sitiados dando grandes voces: “¡Paletos calcolíticos! ¡Pastores de ladillas! ¡Pelendones! ¡Palurdos Mesetarios! ¡Mojigatos! ¡Pelaos de frío!” Y otros vocativos encaminados a dejar la moral de los pobladores indígenas por los suelos.



Después, los legionarios dieron en celebrar ostentosos botellones (llamados en aquélla época, anforones) durante la noche entera, en todo el perímetro exterior de la muralla, no dejando conciliar el sueño a ninguno de los moradores de la ciudad celtíbera y excitando su sed, lo cual llevó a éstos al borde del ataque de nervios. Además, los romanos borrachos se orinaban y potaban en los otrora impolutos sillares del muro, desacreditando a la futura joya arqueológica.


Por último, los romanos exigieron del pueblo numantino que abriera sus puertas a la invasión turística que, en carruajes procedentes de todas las orillas del Mare Nostrum, vinieron con el propósito de encarecer los alquileres, acompañar a los romanos en sus ruidosas saturnales, vagar por los rincones de la antaño tranquila ciudad en muchedumbres ávidas de aventuras emocionantes y experiencias exóticas, pues exótico les parecía este remoto rincón de la atrasada Hispania y estaban deseosos de hacer plasmar las milenarias costumbres de los autóctonos en vasijas baratas con pinturas de pésimo gusto, para llevarlas de regreso a sus lugares de origen y tirarse el pegote. El caudillo numantino Merdancho negó la entrada a las hordas visitantes y propuso a los suyos que se inmolaran antes de pasar por tan afrentoso agravio.



El centurión suspiró y recordó a aquélla joven arguellada que, antes de verse reducida a la esclavitud, había optado por degollar a su madre política y lanzarse, desde lo alto del muro, sobre las lanzas de los legionarios en formación, coronando con su carne famélica un improvisado estandarte; un anciano desesperado, había devorado un diccionario de latín, pereciendo de resultas de las flatulencias  que en su colon indefenso produjeron las páginas de tan aborrecidos vocablos, “¡jamás aprenderemos una lengua imperialista!” habían coreado los numantinos, que se inmolaban prendiendo fuego a los gases mefíticos que su inflamado líder expelía.


Una ciudad fantasmagórica y calcinada había recibido a los taciturnos vencedores. El más absoluto silencio les daba la bienvenida a las ruinosas callejas devastadas. En cada portal, un rótulo anunciaba la universal claudicación: “se vende”, “se alquila”, “se traspasa”, “liquidación por cierre del negocio” y otros por el estilo.


“Vae victis”, pensó el centurión.”



(Continuará. O no.)

miércoles, 4 de abril de 2018

Nieve Y Algo Más Sobre El Castillo De Monzón

Hará cosa de cinco o seis días que el invierno ha abandonado por fin estas latitudes. Esta temporada, ha disputado una animada prórroga y el comienzo oficial de la primavera, en el hemisferio y en El Corte Inglés, lo ha sorprendido resistiéndose a perder la ventaja que llevaba en el marcador antes de caer derrotado.

A finales de febrero, incluso, se había permitido una incursión muy rara vez vista en estos campos de juego: tiró del manto blanco de una modesta nevada que, es una jugada muy muy poco vista en estas latitudes.




La chimenea del parque de la Azucarera alza airosa sus setenta metros de ladrillo sobre una discreta nevada que cubre el suelo con apenas tres centímetros de nieve, ¿sabes cuánto hacía de  esta última visita del blanco elemento por aquí? ¡Doce años, colega! Si no he estado desatento o distraído, fue la última vez que la nieve llegó a cuajar por estos andurriales.


Hace mucho tiempo estuve haciendo turismo familiar en Jerez de la Frontera. Una joven me preguntó allá que de dónde era yo y, menospreciándo la posibilidad de que Monzón fuera conocido a más de mil kilómetros de distancia, le contesté que era "de la provincia de Huesca", lo que la hizo exclamar, mirándome como yo miraría a un esquimal "¡Jesús, Huesca, qué carretadas de nieve debéis de tener todo el invierno amontonadas por allá!" Le expliqué que así era en las zonas más altas de la montaña, pero que en el llano las nevadas eran casi tan raras como allí.




Doce años nada menos, y encima casi no fui capaz de hacer una sola foto ya, no me encontraba bien y no pude salir. Tengo que echar mano de la foto que un amable colega me pasó, eso sí, en papel, porque él es antiguo y, como está muy bonito el castillo con su grúa de la enésima rehabilitación y su prestancia blanquecina, pues la presento aquí. En el haber de la imagen, destaco su airosa composición y, en el debe, un apreciable viñeteado, debido a que mi amigo considera que todas las cámaras digitales son iguales y nada justifica gastarse más allá de ochenta euros en una. Yo se lo agradezco y la comparto, ya que la ocasión lo merece.




Y, abusando de que sale el castillo en obras, aprovecharé para contarle al forastero la controversia más enconada que mis convecinos llevan dirimiendo en los últimos cuarenta años a costa de la estatua que corona el susodicho castillo:


En lo más frondoso del régimen nacionalcatólico que gobernó el Estado este, allá por 1950, Hidro Nitro Española, decana de las empresas industriales de Monzón, hizo donación de una estatua del Sagrado Corazón de Jesús, que, con gran ceremonial festivo y oficial, amenizado con cánticos de los niños de las escuelas de entonces, fue implantada en lo alto del castillo, sobre un recio pedestal, con una jactanciosa leyenda: "Reinaré".


Liquidado el régimen confesional, a partir de 1975, surgen dos bandos respecto a la presencia de la estatua: para unos es un funesto recuerdo de la dictadura, amén de la cosa de hormigón más fea que dicen haber visto en su vida, daña la línea estética del castillo con un apósito advenedizo y cantoso y debe ser removida de tan eminente lugar, para que sus fieles la pongan donde no incomode ni moleste.


Para otros, forma parte de la historia y de cómo es percibida en el sentir popular la imagen del castillo, la estatua se ha integrado en él y muchos de los vecinos la consideran parte de un símbolo local.


En los últimos tiempos, parece ser que un dictamen técnico ha señalado que, el tonelaje del Sagrado Corazón de marras, compromete la integridad estructural del castillo y está casi aceptado que el monumento sea removido de su emplazamiento y trasladado a otro lugar sin determinar. Pero como siempre que hay sentimientos encontrados, los partidarios de la presencia pétrea del Cristo se resisten activamente a que despegue del castillo y aterrize en un solar... A los contrarios a su estampa, preponderante y abusiva, no les queda sino desear, en estos momentos, que el contrapeso de la enorme grúa Liebherr, alzada con motivo de las actuales obras, caiga accidentalmente y fulmine al molesto símbole de tiempos pasados.


Porque si no, la cosa seguirá, como siempre, yendo para largo.