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lunes, 19 de febrero de 2018

La Chopera De Monzón En Invierno

Se llega a una fase en la que el marco donde uno pulula y se airea queda constreñido a tres calles de un vecindario o a dos caminos del campo, gratos para recorrer, observar y detenernos en sus repetidos y variadísimos detalles. 

El inexistente jardín de mi casa se prolonga en esta chopera de la que he tomado posesión en comandita con mis convecinos aficionados al running, a pasear el perro, a tomar el sol, o incluso a caminar en las indecisas mañanas de invierno.


En mi pueblo, el invierno es suave, no intimida el paseo matinal, además debo añadir que cada año es más corto y menos pródigo en vidriar los charcos con heladas o adornar las ramas con encajes de escarcha. Voy a tener que darles la razón a los cenizos pregoneros del cambio climático, pronto tendremos que mudarnos todos al Canadá, a Siberia o a las doradas playas de la Antártida, territorios que me consta que ya están situándose en el punto de mira de los especuladores inmobiliarios.



Pero, mientras tanto, el invierno desprovisto de sus gélidos temporales de viento, de sus fieras rosadas del amanecer, casi se disfruta a la incierta luz matinal de estos días, cuando ya las nieblas se disipan muy pronto y un sol tentativo acaricia con una luz lechosa los troncos de los chopos.



La luz, como de brumas coaguladas, era muy misteriosa en esas horas ya no tan tempranas. Me da la sensación de haber perdido el pulso fotográfico y no ser capaz de reflejarla en estas imágenes que comparto. La última, incluso, es una HDMI (a 1920 x 1080) que he puesto en el escritorio de mi ordenador, en previsión de que pueda surgir, uno de estos días, una mañana más turbia o menos atractiva.



miércoles, 27 de septiembre de 2017

Ajedrez Y Montaña. El Lago De Cregüeña

Con el señuelo de “Ajedrez y Montaña” se ha culminado el pasado mes de julio en Benasque el trigésimo séptimo campeonato de ajedrez en la localidad altoaragonesa.

Lo de la montaña es muy atractivo, claro, pero mis crecientes carencias físicas, me apartan de cualquier excursión seria y mis crecientes carencias mentales me apartan del ajedrez, así que no sé a qué voy, aunque lo cierto es que subo cada año.


Será por los amigos, supongo. Y de las, para mí, inauditas proezas de uno de ellos quiero escribir hoy. Se trata de un hombre algo mayor que yo, alto y espigado, cordial, friolero, industrial y catalán. Lo traigo aquí porque hace verídico el eslogan citado, “Ajedrez y Montaña”, en serio, pocos jugadores pueden compaginar las exigencias de un torneo cada vez más profesionalizado y saltar por los riscos, trepar por las laderas, cruzar las inmisericordes pedrizas, llegando a la hora de la partida enteros y competitivos. He de decir, para restarle un poco de mérito, que está en una envidiable forma física y así ya se puede.




Contaré, con el apoyo fotográfico que me remitió él mismo vía email, una de las últimas aventuras alpinas, rigurosamente fuera de mi alcance, a que se dio este hombre en una mañana de julio y que roza lo increíble.


Resumiré el itinerario y su reportaje para no alargarme como acostumbro.





Sale del hostal antes de que raye la aurora, va en su coche hasta el Plan de Senarta. Allí, con dos compañeros de fatigas, un pastelero de Jaca y una maestra de Sabiñánigo, cogen un autobús que les asciende por la pista que recorre el valle de Vallibierna, es un autobús todo terreno que, por el módico precio de 24 €, te encarama a donde se tocan el cielo y la tierra.




Y aquí es cuando empiezan a caminar, donde termina la pista, a mano derecha, un sendero umbrío y saltarín remonta un barranco hasta el ibonet de Coronas, un laguillo de delicia donde, años atrás, yo me quedé sin arriesgarme al descubrimiento de ulteriores maravillas.




Una desnuda ladera, durísima, conduce a los ibones de Coronas, que se alcanzan sin resuello y se dejan atrás, enfilando un collado a casi tres mil metros de altura.




Al asomarte, un ¡Ooh! muy grande, allí debajo, si apartas los pies, verás el extenso lago de Cregüeña, azul como los siete mares, a tu izquierda, como una pirámide en espera de faraón, el pico de Aragüells.




Mi amigo, consciente de sus limitaciones, dice, esperó en el collado a que sus compañeros subieran al Aragüells y regresaran, encargo que les llevó cosa de una hora.




Y ahora viene la parte que me admira porque nunca hubiera podido afrontarla, un descenso casi vertical hasta el poderoso Cregüeña, cuyas aguas hay que rodear, dejándolo siempre a la izquierda y caminando por una ladera poco amistosa.




Lo que queda, no por más fácil es menos engorroso, hay que bajar una incómoda pedriza que aporrea rodillas y tobillos, las piedras son grandes como autobuses, afiladas, inestables o traidoras.




Mucho después de que lamentes no ser una rana o un canguro, llegas a una praderita y un sendero se desploma entre árboles, pino negro preponderante, con la ruidosa corriente a la izquierda, hasta que súbitamente, flop, deposita a nuestros héroes ¿aniquilados de cansancio? en una pista, a media hora aún de donde, al punto de la mañana, dejaban el vehículo.



Esto para mí es como hablar de los viajes de Marco Polo, pero ellos ¡llegan a Benasque a la hora de comer!




Me lo cuenta mi amigo y le pido que me mande las fotos de la expedición, cosa que hace, no sin que le prometa que no contaré jamás su increíble periplo. Cosa que hago, porque ponerlo aquí, con la de lectores que fidelizo, es como haberme llevado el secreto a la tumba.




Las fotos son un poco pequeñas, pero es que me tenía que mandar muchas por correo electrónico. Si un eventual lector se quejase, le retaría a que tuviera los huevos de acometer semejante odisea y viera, de este modo, los maravillosos lugares en vivo y en directo. Por si acaso, le pongo el mapa de la ruta y le deseo suerte. La va a necesitar.



jueves, 23 de febrero de 2017

Segunda Caminata En La Flor Del Almendro. Ayerbe

El domingo pasado, 19 de febrero, anduve más de 25 kilómetros en una caminata por los alrededores de Ayerbe. Bueno, anduve la primera hora y media, las cuatro siguientes andé como pude. Era un día nublado con temperatura fresca, muy grata, sin apenas viento, circunstancias que, teniendo en cuenta la fecha, eran muy favorables para un largo paseo.




Por lo demás, iba bastante bien acompañado, con mi hermano, un amigo y las respectivas esposas, además de unas quinientas personas más, que habían acudido al reclamo de la “Segunda caminata en la flor del almendro, Ayerbe 2017” al polideportivo de la citada villa, sita al norte de la Hoya de Huesca, yo ya me oriento.





Había participado el año pasado en la primera andada y me pareció tan agradable que decidí repetir. Por otra parte, cualquiera que hubiera seguido este blog, sabría que lo mío con los almendros en flor es una fijación rayana en lo erótico. Todos los años, con mayor o menor fortuna o acierto, los fotografío, como modo de saludar con arrobo la coronación de un invierno más y el tímido anuncio del retorno primaveral. Qué le vamos a hacer, uno se embelesa con cosas muy simples, dejando los cruceros por el Caribe a gente más opulenta o aventurera.



El pantano de la Nava, entre Ayerbe y Loarre


Este año, la floración era incipiente: a los árboles les faltaba una semana o diez días para estallar en esa sinfonía de blancos rosados perfilándose contra el azul del cielo, que es el momento más bello que el campo dedica por aquí a los ojos que lo contemplan.



La iglesia de Loarre

Por unas tierras más bien llanas, con aterrazamientos, bordeamos el pantano de la Nava, atravesamos los pueblos de Loarre y Sarsamarcuello (menudas subidas, casi me funden los calcetines) y regresamos a Ayerbe, siempre por pistas agrícolas buenas, bien balizadas y con generosos avituallamientos... Puedes comprobar que soy parco en elogios, pero aquí la organización (mayormente voluntarios) es de diez con estrella (diez con estrella es la nota que le ponían a un amigo mío muy listo, en el colegio de curas donde cursó el bachiller). Como he dicho, la señalización, los refrigerios, más algunos obsequios y la comida final (fideuá, tú, y en su punto) son, fueron, absolutamente irreprochables...



La prueba, desde el GPS del móvil

El año que viene, si no me han baneado o tengo averiadas las piernas, pienso volver y eso que para mí es un esfuerzo exigente: es más del doble del recorrido de mis paseos usuales, así que el lunes no sentía las piernas... Y de adelgazar con el ejercicio, nada, ¡con lo bien que se come!



Himphame, con la simpática camiseta
del almendrón cachondo.
Regalaban otra más, con cuello, un polo.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

GeOdontología

Admiré relieves de modelado cárstico mucho más espectaculares que éstos de mi pueblo, cuando estuve en la Ciudad Encantada de Cuenca, a la que dedicaré una entrada cuando me salga de la punta del nabo (tengo que dejar de fingir que alguien lee este blog y empezar a escribir con mayor desfachatez, es más divertido).


Una pequeña caries

El rústico pasear de mis desocupadas matinées me ha llevado una y otra vez a estos parajes que aquí llaman las loberas. Desde que estoy jubilado, paseo más a menudo, pero hago menos fotos, porque no veo tres en un burro, escasamente la sombra de estos pedruscos, de un suelo medio desdentado, donde me siento a rumiar mis sórdidas fantasías.



Un tornillo para implante

 Hoy me he cruzado con un paisano que me ha cumplimentado con la desenvoltura característica de aquí: “Eh, Himphame, qué bien vives sin hacer nada, carnuz, mientras los demás trabajamos para pagarte la pensión”. Me ha parecido un tanto humillante, pero he refrenado el impulso de llamarlo caranchoa (es peligroso), o de apostrofarle de borborigmo, escrofulano o, simplemente, patán, y le he contestado: “Tú lo que tienes que hacer es activismo político a favor de partidos que prometan legalizar la eutanasia. Así, de aquí a pocos años, cuando ya no sea posible pagar las pensiones, a los viejos más inútiles nos dirá una amable enfermera: venga, señor Himphame, pásese el jueves por el ambulatorio, será solo un momentito, un pinchacito de nada y sus achaques y molestias se terminarán para siempre, gracias al tratamiento revolucionario que acabamos de poner en marcha en el centro de salud.”



Incisivos

Como a menudo deseo ser tragado por la tierra, he acabado viéndole dientes: y es que no demasiado lejos parecen proliferar unas dentaduras de roca bastante imperfectas; necesitan implantes, endodoncias o, cuando menos, limpiezas y enjuagues para combatir el sarro y la caries con que las feroces inclemencias del tiempo las castigan por estos fríos y ventosos despoblados.


Caninos

Aunque, por ahora (es de agradecer), la tierra nos engulle sin masticarnos, tal proceder podría cambiar en cualquier momento: aquí y allá asoman las amenazas de un designio maligno que esgrime unos molares ciclópeos para hacernos crujir los huesos.



Molares

Bien. Ya vale, se acabaron las pesadillas diurnas y me voy al bar más cercano a tomar un cortado. Me sacudo el polvo, porque sentado en el suelo me he ensuciado las articulaciones y algunas glándulas. Luego, me pasaré por la clase de Medicación Trascendental. Y es que, cuando uno se hace viejo, vuelven las actividades extraescolares: no recuerdo si esta tarde me toca Snowboard para la tercera edad o iniciación a la Hermenéutica.



¿Los dientes del diablo?
¿La boca del infierno?

domingo, 18 de diciembre de 2016

Subiendo A Fanlo

En el verano de 2005 subí dos veces en bicicleta al pueblo de Fanlo, en el alto Sobrarbe. En la primera ocasión iba sólo y, desde Sarvisé, tomé una carretera que corre paralela al barranco del Chate. A falta de cuatro kilómetros, lo cruza y se empina en revueltas cerradas por una ladera cuyo durísimo ascenso parece que no acaba nunca.


En la segunda ocasión, llegaba en compañía de un cuñado muy aguerrido, entrando por el cañón de Añisclo y siguiendo la carretera que pasa por Nerín; un trazado más largo y, en apariencia, con menos pendiente, pero igualmente extenuante.



Desde ambos lados se trata de la misma carretera, la Hu-631, estrecha, revirada y con no muy buen piso, lo que incrementa el esfuerzo, de modo que si tienes más de cincuenta años y acarreas más de noventa kilos como era mi caso, llegas a Fanlo, que se sitúa en el collado en el punto más alto, arrepintiéndote de tus pecados y solicitando el viático.



¿La recompensa? Bueno, te tienen que gustar los paisajes agrestes y los pueblos perdidos. Éste de Fanlo, con algún bello torreón, mucha piedra y mucha historia entre arrinconada y remota, lo van encontrando los usuarios del deporte de aventura, del turismo rural y algún buscador de tranquilidad en rincones recónditos.




Imagino que en algún momento, años atrás, Fanlo estaría en un tris de pasar a ser un lugar deshabitado, como les ha ocurrido a tantos y tantos núcleos de difícil acceso en esta comarca del Sobrarbe, uno de los lugares más despoblados de la Península.
La primera vez hice unas cuantas fotos con una cámara digital Sony. Entonces las cámaras digitales de bolsillo tenían poca resolución y casi ningún ajuste. Además el día era increíblemente luminoso y soleado.




Tras estas burdas excusas, apreciarás que la belleza del entorno se sobrepone a algunas deficiencias: me agradó en especial la vista en lejanía de la Peña Montañesa desde el oeste.




Tejados, ventanas, puertas, muros... configuraban un todo muy armónico que todavía sobrevive en su belleza austera y ancestral y, pese a un cierto abandono, no está casi en absoluto echado a perder.




Concluiré con dos observaciones muy superficiales, fruto de mi afición a fotografiar estos pueblos montañeses: una es la ubicua inclinación por la heráldica, a día de hoy hay en ellos más escudos que vecinos; la otra es el omnipresente cableado de luz y teléfono, tendido por unos operarios de una época de necesidades más perentorias, en la que se la sudaba a todo el mundo el asunto este de las bellezas del entorno rural.