He hecho estas absurdas fotos "con atención extrema que no sé si se debe a un interés real o al deseo de comprender algo, cualquier cosa, encontrar la lógica que poco a poco la realidad ha ido perdiendo."
Ya que lo preguntas, no, no llega
hasta el castillo.
Mi pueblo está surcado de carriles bici abandonados, que arrancan de ningún sitio en concreto y te llevan a ninguna parte. La carencia de mantenimiento es absoluta, aunque parece no importar a nadie. Aquí, en Monzón, sólo verás dos tipos de ciclistas: unos, los deportivos, que salen tenaces a las carreteras o a los caminos rurales, incluso cuando el tiempo no es bueno. Éstos van en grupo y buscan la salida del casco urbano cagando leches, pues el tránsito hasta el extrarradio es incómodo y hasta peligroso; una vez fuera, hay varias carreteras, si no idóneas, sí lo bastante apropiadas para la práctica del ciclismo, otro tanto cabe decir de los adeptos a los caminos, que encuentran fácilmente, trazados bastante buenos, apacibles y hasta encantadores si no fuera por los putos perros sueltos...
Atención: firme en mal estado.
El segundo tipo de ciclistas, los no deportivos, está constituido por los muchachos que se desplazan por calles, parques y avenidas, utilizando las aceras con la más absoluta carencia de normas, restricciones o cualquier otro cuidado; bueno, tal proceder no deja de ser consecuencia de lo anteriormente apuntado: en la calzada te juegas la osamenta, así que no seré yo quien empuje a los chicos al más que probable descalabro.
La valla final sugiere una creativa
combinación de ciclismo e hípica.
Donde sí que no he visto nunca un ciclista es en los carriles bici, diseñados aquí por algún dipsómano contumaz, algún derrochador o algún bromista. Ignoro si se cimentaron con recursos públicos, tal vez con los del fabuloso plan E de Zapatero que tan buen resultado dio allá en 2009 para mitigar la crisis que se avecinaba; o, tal vez, alguna normativa que desconozco, forzó en su día a las constructoras a ceder parte del terreno para estos y otros inservibles equipamientos que, sin ningún género de dudas, ninguna autoridad urbanística se molestó en inspeccionar o, si lo hizo, merecía ganar un premio de venalidad o de incompetencia en categoría senior.
Éste fin de trayecto parece particularmente útil
para ir a hacer tus deposiciones al campo.
Recorro pues, perplejo y a pie, estos fragmentos de carril bici, desventrados más que agrietados, despintados y abocados a verjas, bordillos, senderos pedregosos y a la mismísima nada... Utilizándolos como alegoría, intentaría sacar alguna conclusión respecto a los recursos públicos que se dilapidan en este país, pero sería tan negativa y, probablemente, tan injusta que se la dejo al eventual lector, al eventual ciclista y al eventual defensor de estas y otras actuaciones que, una y otra vez, nos abocan a deliciosas mamarrachadas (públicas o privadas).
Antes de estamparte contra las palmeras,
deja cruzar a los peatones.
En el verano de 2005 subí dos veces en bicicleta al pueblo de Fanlo, en el alto Sobrarbe. En la primera ocasión iba sólo y, desde Sarvisé, tomé una carretera que corre paralela al barranco del Chate. A falta de cuatro kilómetros, lo cruza y se empina en revueltas cerradas por una ladera cuyo durísimo ascenso parece que no acaba nunca.
En la segunda ocasión, llegaba en compañía de un cuñado muy aguerrido, entrando por el cañón de Añisclo y siguiendo la carretera que pasa por Nerín; un trazado más largo y, en apariencia, con menos pendiente, pero igualmente extenuante.
Desde ambos lados se trata de la misma carretera, la Hu-631, estrecha, revirada y con no muy buen piso, lo que incrementa el esfuerzo, de modo que si tienes más de cincuenta años y acarreas más de noventa kilos como era mi caso, llegas a Fanlo, que se sitúa en el collado en el punto más alto, arrepintiéndote de tus pecados y solicitando el viático.
¿La recompensa? Bueno, te tienen que gustar los paisajes agrestes y los pueblos perdidos. Éste de Fanlo, con algún bello torreón, mucha piedra y mucha historia entre arrinconada y remota, lo van encontrando los usuarios del deporte de aventura, del turismo rural y algún buscador de tranquilidad en rincones recónditos.
Imagino que en algún momento, años atrás, Fanlo estaría en un tris de pasar a ser un lugar deshabitado, como les ha ocurrido a tantos y tantos núcleos de difícil acceso en esta comarca del Sobrarbe, uno de los lugares más despoblados de la Península.
La primera vez hice unas cuantas fotos con una cámara digital Sony. Entonces las cámaras digitales de bolsillo tenían poca resolución y casi ningún ajuste. Además el día era increíblemente luminoso y soleado.
Tras estas burdas excusas, apreciarás que la belleza del entorno se sobrepone a algunas deficiencias: me agradó en especial la vista en lejanía de la Peña Montañesa desde el oeste.
Tejados, ventanas, puertas, muros... configuraban un todo muy armónico que todavía sobrevive en su belleza austera y ancestral y, pese a un cierto abandono, no está casi en absoluto echado a perder.
Concluiré con dos observaciones muy superficiales, fruto de mi afición a fotografiar estos pueblos montañeses: una es la ubicua inclinación por la heráldica, a día de hoy hay en ellos más escudos que vecinos; la otra es el omnipresente cableado de luz y teléfono, tendido por unos operarios de una época de necesidades más perentorias, en la que se la sudaba a todo el mundo el asunto este de las bellezas del entorno rural.
O advierten sólo cuando les conviene, vaya usted a saber.
En la mañana del domingo 21 de agosto, dos ciclistas zaragozanos murieron en la Nacional 330 atropellados por un conductor que, al parecer, iba un tanto pedo. En lo que va de año, 24 ciclistas han fallecido arrollados en la carretera, uno menos que el año pasado: como se ve no es un problema tan serio (ni tan mediático) como el de la violencia machista. Así que, antes de que pase socialmente desapercibido, intentaré dedicarle un breve comentario.
Dos ciclistas yacen en la carretera, ¿un aviso a los que pasan?
Imaginemos la puerta de un Opel Vectra con una cenefa negra, al estilo de las de las esquelas, o las de los paquetes de tabaco y dentro, escrito con una gruesa tipografía negra: “Las Autoridades Sanitarias Advierten Que Conducir Ebrio Puede Causar La Muerte De Los Ciclistas”. O de modo más genérico. “Conducir Irresponsablemente Perjudica A Todos Los Que Tengan La Desgracia De Hallarse Próximos A Usted”. Aunque, en letra más menuda, habría de añadirse debajo: “Pero no se preocupe, aunque extermine a un par de semejantes, cualquier Juez dictaminará libertad provisional con cargos, el proceso se prolongará y no es probable que pise la cárcel, ni que se arruine su vida. El muerto al hoyo y el vivo al bollo.”
No está escrito lo que quise a mi vieja burra
Nadie en su sano juicio esperará, digo yo, de las autoridades sanitarias, medidas semejantes, puesto que A)Todo el mundo conduce turismos particulares y B)Estamos hartos de oír que la fabricación de estos vehículos es, en nuestro país, “la locomotora del sector industrial”, así que ajo y agua, amigos ciclistas.
Consagré algunos años que anduve en una mediana buena forma al ejercicio de la bicicleta. Me gustaba ir por carretera y hubo años que conseguí sobrevivir durante varios miles de kilómetros al darwinismo que, en ese medio de la ruta y hasta donde yo recuerdo, se aplicaba a rajatabla. Muy pocas veces topé con conductores que, por ejemplo, en una carretera estrecha y con línea continua, redujeran en lugar de adelantarme en el acto. El riesgo en que se pone al ciclista durante el adelantamiento es gratuito y frecuente, el metro y medio de separación que marca la normativa es discrecionalmente cancelado por cualquier conductor con prisa.
Ahora cría polvo en el trastero
Y así llegamos al meollo del asunto: la bicicleta es un vehículo lento que entorpece la fluidez del tráfico, valor este último, La Sagrada Fluidez Del Tráfico, que está por encima de la integridad de cualquiera, admitámoslo y se soslaya de este modo la parte ética del problema. Sin embargo, he de hacer observar que tractores y excavadoras son vehículos similarmente lentos y es mucho menor el número de conductores que los arrollan: esta vez hay unanimidad en la reducción de la velocidad y en el adelantamiento con la adecuada precaución. Curiosa exteriorización de la ley del más fuerte, la única que siempre he observado cumplir en cualquier ámbito.
Tuve la suerte de sobrevivir al conductor borracho. Y al sobrio de escasos escrúpulos
La solución del problema se irá materializando en una marcha de protesta (que fue convocada para el domingo 28 en Botorrita), en una mayor concienciación de los conductores, dado que algunos de ellos son ciclistas (y que puede empezar a dar frutos hacia mayo de 2338, cuando todos los vehículos sean guiados mediante automatizaciones informáticas muy avanzadas) y en las actuaciones políticas en las que, como siempre, este país se ve paralizado por el enfrentamiento de dos bloques antagónicos: en el reaccionario, opinan que la bicicleta es un vehículo que estorba en la carretera y, por tanto, debería prohibirse su circulación. En el progresista es peor aún, puesto que se les ha ocurrido permitir que las bicicletas infesten las aceras, pues aseguran que el riesgo para la viejecita artrítica, el mostrenco burriciego (moi-même) o el niño atolondrado es menor que el que el ciclista corre en la calzada. Y así volvemos de nuevo a la ley del más fuerte, en lugar de meternos en viejos valores burgueses como la cortesía y el respeto a las normas, o en el meollo de la cuestión: la capacidad de percibir al otro y ponerse en su lugar… Uf, esto sí que es imposible, continuemos con las marchas de protesta.
Tres semanas de ciclismo como el de
antes, o casi. En esta humilde página perdida de la blogosfera, queremos
testimoniar un íntimo homenaje al brillantísimo ganador, Fabio Aru, a sus dos
meritorios acompañantes en el podio, Joaquim Rodríguez y Rafal Majka y a los
158 héroes que lograron completar esta exigente ronda.
Para mí, un tipo que
soporta cerca de noventa horas, pedaleando en una bici, chupándose casi 3400
kilómetros y soportando las caídas, el calor horroroso, la lluvia y el viento,
las pendientes demenciales, los continuos traslados, la deficiente
organización, las acometidas de las motos, los análisis de sangre y orina a las
horas más intempestivas, el abandono del público en la mayoría de los tramos y
sus irresponsables achuchones cuando la subida aprieta… Un tipo que aguanta
semejante carga de esfuerzo, haciendo malabares con los bidones, culebreando
entre coches y motos, habiendo entrenado en la tantas veces mortal carretera, esprintando
con doscientos kilómetros en las piernas, sonriendo a los volubles reporteros y
ganando muchísimo dinero menos que Messi, Cristiano, Nadal o Fernando Alonso,
para mí, un tipo así no es un deportista, es un héroe: si yo fuera el alcalde
de x pueblo o ciudad, con cargo a mi salario (o a alguna comisión del 3 %),
mandaría erigir una estatua de acero y hormigón “al ciclista desconocido”.
Y digo al ciclista desconocido, porque
con la escasísima atención que vienen prestando los medios de este motorizado
país al ciclismo, pronto lo serán todos.
Y no vale que justifiquen que tal
desinterés radica en la categoría deportiva de la prueba: este año estaban
todos los grandes, menos Contador.
Estaba el podio del Tour al completo: el
Tour, oh la la! El Tour es otra cosa, dicen los periodistas, tirando del
diccionario de lugares comunes del que se nutren. Y tal vez tengan razón, salvo
en un punto: el interés deportivo de la prueba ha sido superior este año en la
Vuelta. Podríamos retar al Tour a que exhiba una etapa como la del pasado
sábado: yo hacía muchos, muchos años que no veía ciclismo de ese calibre… Qué
grande el que ganó (Aru) y qué grande el que perdió (Dumoulin)…
«Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor»
¿No presumía don Mariano Rajoy de su afición al ciclismo? Pues ni se acercó al
podio: todos los que estuvieron allí obedecían a obligaciones de protocolo, les
importa la suerte del ciclismo como a mí la protección del mejillón cebra…
En
eso sí es superior el Tour: mejor organización (en la Vuelta, la primera etapa
fue de Pepe Gotera y Otilio), mucho más público (aquí, en la mayoría de las
etapas, había menos gente que en las playas de Groenlandia), un tratamiento más
serio a todos los niveles (recorrido menos fragmentado, más presencia en prensa, más acogida a su paso,
mejor retransmisión…)
La retransmisión, ahí pensaba explayarme.
No diré que fue catastrófica porque es un elogio que no merece. ¿Qué les ha
hecho el ciclismo a los prebostes de los medios? ¿Por qué tanta inquina? TVE 1
se cubrió de estiércol fresco 19 de los 21 días (hubo dos días de descanso en
la carrera). Salvaré la locución de Perico Delgado y Carlos de Andrés. Los
comentarios de ambos denotan conocimiento y amor por este maltratado deporte,
pero lo demás… Primero se retransmite rebotándolo entre dos cadenas: TVE 1 y
Teledeporte, habiendo días en que la cosa empieza en Teledeporte, continúa en
la 1 y finaliza en Teledeporte, un mareo. Segundo, ¿no habían quitado la
publicidad de la 1? Hubo sesiones en las que el bombardeo publicitario era,
literalmente insufrible, con la machacona repetición de los mismos anuncios,
cuatro, cinco veces, los mismos, día tras día… Anuncios innecesarios de
programas que venían a continuación, diez minutos de la cadena publicitándose a
sí misma, ante los envilecidos ojos y las turulatas orejas de los pringaos que
asistíamos a semejante suplicio. Además, interrumpían el seguimiento de la
carrera con la más certera inoportunidad, ¿te gusta el ciclismo? Pues te jodes.
Tercero, la calidad de las imágenes, nefasta. Las etapas del comienzo, desde el
sur, pixelándose continuamente; luego fue mejorando hasta llegar a Madrid,
donde no se servían imágenes en directo. Fin.
Y bueno, aunque no sólo los ciclistas han
sufrido esta vez los rigores del más duro de los deportes, reitero mi más
rendida admiración y enhorabuena a todos ellos. Seguiría la próxima Vuelta,
aunque la retransmitieran con un tam tam (y ya les falta poco).
Y vuelvo a enlazar una “sintonía” que
compuse para ella hace veinte años (o más).
Los medios, según su orientación
ideológica o empresarial, alentaban o reprobaban el ya tradicional espectáculo
que se nos preparaba anoche a los aficionados al fútbol: el de la pitada masiva
a los símbolos del actual “marco de convivencia”, por parte de las multitudes
inflamadas por los repartidores de chuflos y los promotores de rechiflas. Así,
pude leer en internet:
La libertad de expresión fue el argumento
que esgrimió Ada Colau, candidata a la alcaldía de Barcelona por el partido Barcelona en Comú, ganador de
las elecciones municipales en la ciudad. "En democracia es esencial la
libertad de expresión siempre que sea de forma pacífica. Harían bien en preguntarse el porqué de las protestas y los
abucheos", expresó Colau.
Olé por el becario del periodismo que
redacta para la versión digital de El País y olé por “La Niña de los
Escraches”, futura alcaldesa de Barcelona, expresándose en su línea (férrea),
impartiendo como siempre lecciones de democracia (como falta de respeto al
adversario político, en tanto no sea posible su eliminación física). Imaginen,
pero muy remotamente por favor, que yo apruebo y participo en las protestas
gratuitas y abucheos viscerales contra, voy a definirlo de la manera más
atolondrada e irresponsable que se me ocurra, “la chusma que ha votado a
semejante pazpuerca, contra la barragana en sí y contra todo lo que simboliza
semejante caterva de gentuza”. Uso el entrecomillado para hacer notar al lector
la carga de bajeza inherente a tan viles insultos a un colectivo englobado de manera artificiosa y a una individua a la
que se hace representativa de todo lo que uno, en su estolidez y ceguera, odia
de modo tan absurdo como irracional.
Pues sáquense conclusiones. En simetría
perfecta, este edificante espectáculo de masas se nos ofreció anoche, en la
final de la copa de fútbol de un país que no se respeta a sí mismo, entre
clubes cuya incoherencia les lleva a participar en competiciones por cuyas
formalidades y tradiciones sienten un profundo y vandálico desprecio.
Las multitudes exacerbadas pueden en su
desenfreno pitar y abuchear a quien les disguste, cortar la cabeza de un rey,
matar a las hijas impúberes de un zar o desfilar marcando el paso de la oca.
Las multitudes son así, ¿quién podría pedirles responsabilidades? Pero claro,
aquí son los supuestos responsables los que reparten silbatos, azuzan y
justifican, disfrutando de la más cómoda y fantástica impunidad. Hoy he oído en
la radio que se va a reunir la Comisión Antiviolencia para estudiar medidas de
un eventual brindis al sol. Oigo a mi amigo el Resentido decir burradas: “Que
se apunten, la temporada que viene a la Copa De Su Puta Madre y ahí, sí, que
silben a gusto y con motivos”. Mi amiga la Conciliadora, que además es del
Barça y disfrutó con el primer golazo de Messi, me hace en cambio reflexionar:
“Fíjate si es sólida nuestra convivencia y está asentado nuestro espíritu
democrático, que una manifestación así puede ser aceptada con la mayor
naturalidad, es el modo que permite integrarse y participar a la gente
disconforme”. Yo, sin embargo, no las tengo todas conmigo y me pregunto qué mueve a esta obstinada persecución
de los símbolos del común. Se me ocurren varias posibilidades, a cual más
nefasta:
¿Es un modo de manifestar una especie de
odio étnico? ¿De marcar una supremacía de las comunidades ricas de nuestra Liga
Norte sobre el casposo sureño, más dado a identificarse con semejantes
símbolos? ¿Es una protesta contra un Estado opresor que no les deja ser lo que
son, los más ricos, los más cultos y los más socialmente avanzados de la
península? ¿Es un recurso para dar mala imagen en el exterior, donde pensarán
que somos una monarquía bananera o, por lo menos, el hazmerreír internacional?
¿O son simplemente ganas de chufla y de pasarlo bien a costa de la inanidad
ajena? Nadie me va a sacar de dudas (porque la duda es consustancial a la
democracia), pero en el último caso planteado llego a la conclusión de que “La Niña
de los Escraches”, la monja friki, el Dioni y Carlos Fabra SÍ NOS REPRESENTAN.
Por cierto, hoy ha vuelto a sonar ese
himno sin letra en Milán, frente al podio del Giro. No ha habido silbidos ni
abucheos. Contador lo ha escuchado con evidente respeto y, hasta Fabio Aru que
es italiano, ha descubierto su cabeza, tal vez por la deferencia que
caracteriza a un señor.
Las multitudes no aprenden nunca. Algunos
de sus más deshonestos instigadores se encargan de ello.
He sacrificado las siestas de septiembre
a la salud de este vibrante acontecimiento deportivo y no me arrepiento. Hoy
además quiero celebrarlo con el modesto homenaje a mi alcance para las figuras
de este esforzadísimo, peligroso y maltratado deporte, particularmente para el
vencedor de la magnífica edición de este año, el muy veterano y superclase
corredor norteamericano Chris Horner.
Que un ciclista próximo a cumplir los 42
años gane una gran vuelta es algo que nunca jamás había ocurrido: por un lado
es una buena noticia que acredita el retraso en el envejecimiento, para los
deportistas y para los simples mortales; por otro lado, en un deporte tan
castigado por la sospecha como el ciclismo, parece dar pie a las malévolas
murmuraciones de siempre.
Hoy el diario “El Mundo” encabeza su, como
de costumbre, desnutrida crónica del otrora grandísimo evento deportivo: “El
héroe malquerido”, y apostilla: “Unipublic prefería el triunfo de Nibali o el
de los españoles antes que el del americano por su menor caché y las sospechas
que levantan sus 41 años”. Para el que no lo sepa, Unipublic es la empresa que
organiza y gestiona la Vuelta y, al leer el disparate entrecomillado yo me
pregunto ¿Tienen El Mundo o Unipublic algún indicio que acredite las “sospechas”?
Si es así, ¿por qué no lo dicen? Y si no es así, ¿por qué seguir emponzoñando
el ciclismo?
Está claro que es un deporte que se
quiere sustraer a la atención del público. El cicatero tratamiento de la prensa
deportiva de difusión nacional es lamentable, menos mal que la tele, de
momento, sigue dándole cancha (y con una muy buena transmisión, en HD era una
gozada y los comentaristas, Carlos de Andrés y Perico Delgado, no decaen). Los
poderes que manejan la formación de la opinión pública tienen entre sus
objetivos acabar con el ciclismo de ruta. Los patrocinadores escasean y rara
vez se trata de grandes marcas comerciales. El ciclismo “ya no vende”, ya no es
popular… En las calles y carreteras, poco público, aquí mucho menos que en el
Tour, eso sí, en las zonas más complicadas de los puertos, los mismos
descerebrados echándoles una carrerita de cincuenta metros a los ciclistas, molestándolos
y poniéndolos en peligro, para tener sus veinte segundos de gloria en Mongolia.
En resumen, ya no es un deporte de masas (a las masas ya sólo les interesan el
Real Madrid, el Barcelona y, si no está del todo acabado, puede que Fernando Alonso).
Yo todavía reúno el valor de salir en
bicicleta por la carretera y tengo observado que la Fórmula 1 es, sin duda, el
deporte más practicado por una sustancial mayoría de los conductores (nadie va
a 90 por las carreteras secundarias, eso sólo lo ignora la DGT). Pero esta
tolerancia con los ases del volante no es un fenómeno aislado. Hay actividades
y deportes donde los controles antidopaje, o no existen (Congreso de los
Diputados, Consejo de Ministros, consejos de administración de grandes
corporaciones… ) O son tan leves e irrelevantes que rara vez hay algún
sospechoso (fútbol, básquet, tenis… ¿Alguien ha oído hablar de extracciones de
sangre a los tenistas?)
Volviendo al asunto, dejaré constancia de
mi más rendida enhorabuena a los 144 valientes que terminaron la Vuelta (hazaña
al alcance de muy pocos elegidos). Tanto el brillante vencedor, Horner, (al que
no pienso retirar mi felicitación, por más que el análisis de una muestra de su
orina de 1978 volviera a levantar sospechas), como al brillante derrotado,
Nibali (que intentó en el Angliru hacer ciclismo del bueno, del de antes de los
pinganillos, las tácticas y la planificación milimétrica), también a los
españoles, Valverde y Purito que estuvieron allí muy cerca, y por último, rindo
una especial pleitesía al farolillo rojo, Massimo Graziato, que se pegó
pedaleando casi 5 horas más que Horner, lo cual también es un mérito.
Traigo a mi memoria, para acabar, una
Vuelta de los primeros años 60, que llegó a Jaca cuando yo era chaval, con su
caravana comercial, que entonces me pareció gigantesca. Era una fiesta de lujo:
te daban folletos, bolígrafos, muestras de todo tipo, insignias, abanicos, caramelos,
mecheros (?)… muchas clases de pijaditas que, en aquellos años, eran absolutas
novedades. Y sobre todo, veías a las figuras que, en nuestra apreciación de entonces,
eran como dioses y héroes, los teníamos metidos en las chapas con las que
jugábamos (y costaba lo suyo hacerse unas buenas chapas), eran tan famosos como
toreros, boxeadores o futbolistas. No sabíamos que la gran mayoría eran pobres,
sufridos y esforzados destajistas de la bicicleta, sin embargo, para nosotros,
era magia. De la auténtica.
Hace algunas decenas de años, el Tour de
Francia acompasaba las tres primeras semanas de Julio, era el acontecimiento
inaugural del verano: presidía nuestras siestas, animaba nuestras discusiones y
tenía una omnipresencia en los medios, tranquilizadora y relajante, pero a la
vez emocionante e intensa. Era como un paréntesis: los demás acontecimientos
quedaban en suspenso. Este peso tan destacado, lo recoge magistralmente Eduardo
Mendoza en una de sus novelas: “Al manicomio sólo llegaban números sueltos e
indefectiblemente atrasados de algunos diarios, y aun éstos eran objeto de
pillaje, trifulca y altercado, porque nada despertaba tanto interés, entusiasmo
y agresividad entre los internos como las noticias y comentarios sobre el Tour
de Francia, que todos se empeñaban en suponer perpetuo y no, como en rigor es,
limitado a unas pocas semanas de julio, de resultas de lo cual el contenido
íntegro del periódico era interpretado como alusivo al Tour de Francia y de ello
se seguían, como es obligado cuando prevalece la obcecación sobre la cordura,
vivas discusiones hermenéuticas, agresiones de palabra y obra y a la postre la
decidida intervención de nuestros cuidadores y sus cimbreantes estacas. Y allí
era entonces el salir todos en pelotón, pedaleando sin bicicleta, quién a la
manera de Alex Zulle, quién a la de Indurain, quién, más modestamente, a la de
Blijevens o a la de Bertoletti, y quién, por razón de su edad, a la de Martín
Bahamontes o a la de Louison Bobet. Y ésta no es forma de leer el periódico con
aprovechamiento.” Antológico, ¿verdad?
Tour de Francia 1920, ¿un cigarrito?
El ciclismo ya no es lo que era. Pocas
semanas después de acabar el Tour y pocas semanas antes de comenzar la Vuelta a
España, reflexiono amargamente acerca del interés popular por estas pruebas: se
ha evaporado. Ha pasado del infinito al cero. Del entusiasmo a la más absoluta
indiferencia. En el ámbito de lo deportivo, me tendría que esforzar para
recordar una desgracia que, personalmente, me cause más tristeza. La temporada
pasada, los medios catalanes ni siquiera cubrieron la Vuelta a España ¡Y eso
que pasaba por Barcelona! Han criminalizado y marginado a los más grandes ciclistas,
los que mandan sabrán por qué motivo. Las sustancias dopantes… me reiría si no
se me fueran a soltar los puntos: en las canchas de la NBA se recauchuta a los
gigantes del básquet, convirtiéndolos en superhombres y nadie pone un pero: son
profesionales, son gladiadores… Un conocido futbolista da positivo… y juega
toda la temporada. La sospecha, el mero indicio, bastan para desposeer a un
ciclista de la victoria en el Tour. Habrá que esperar ¿veinte años? para saber
quién ha ganado este último Tour. Amstrong ha confesado, luego todos son
culpables. No puedes ni creer a tus propios ojos: yo vi cómo ganaba siete Tours
de Francia. Siete veces fue el más grande con trampas y sin trampas y si no que
prueben aquellos que, al final, consiguieron despellejarlo, a ponerse todo lo
que quieran y veremos cuántos Tours ganan. Incluyo en este homenaje a Pantani,
a Virenque, al Chava Jiménez, a Heras y… a todos los que aún no han pillado,
pero les guardan la orina para cuidar de su salud, porque lo primero es la
salud de los deportistas… Aunque esto es otra falacia, porque nadie habla de
prohibir la Fórmula 1, quizá sea que la salud de Ayrton Senna ya no peligra.
Tampoco es que yo sea partidario de que
todos corran hasta las cejas, solo quería rendir un molesto (perdón, modesto)
tributo a este vilipendiado deporte en trance de extinción y confesar, de paso,
que me hubiera gustado soñar en componer el tema musical de alguna de las tres
grandes pruebas: en lugar de una melodía animada y rítmica al uso (recuerdo a
mis admirados Kraftwerk de “Tour de France”), ensayaría una de corte más épico
y solemne, para expresar un esfuerzo continuado y sostenido al límite. He hecho
una prueba rápida y la he llamado “Al Primer Toque”. Si colara, aunque fuera en
un critérium de pueblo, estoy dispuesto a renunciar a cualquier derecho de
autor.
“Las
bicicletas son para el verano” reza el título de la célebre película de Jaime
Chávarri. Y para la calzada, me permito añadir modestamente, ya que esto, que
siempre se consideró así, últimamente no parece estar nada claro.
Ayer
estuve en Zaragoza y, por dos veces, casi me pasa por encima uno de estos
vehículos de tracción animal. Las bicis actualmente pululan a todo trapo por
las aceras, para intensificar el acoso de los peatones, que ya venía siendo de
gran eficacia en nuestras hiperautomovilizadas ciudades.
Y no
es que yo caminara por uno de los innumerables carriles para bicicletas con los
que los consistorios ecolosocialistas y progresistas han sembrado las aceras;
no, qué va, pero es que como los carriles bici van de ningún sitio a ninguna
parte, sus usuarios, que sí van a algún lugar, acostumbran a empalmar los
tramos que les convienen navegando por la acera, ante la mirada complacida de
los guripas y el espanto inerme de las viejecitas.
Que
nadie me confunda: no soy enemigo, sino veterano usuario de la bicicleta y
tampoco pienso que su lugar esté fuera de la vía pública de las ciudades, donde
sería un vehículo, práctico, flexible, no contaminante y saludable. Lo que me
revienta son las actuaciones políticas orientadas por el oportunismo y por la
memez (o tal vez debería resumir y decir las actuaciones políticas).
Tengo
el privilegio de vivir en una ciudad pequeña (o en un pueblo grande, da igual).
Esta circunstancia facilita enormemente el uso de la bicicleta, tanto el
deportivo como el práctico. En el aspecto práctico, el tráfico no es tan denso
ni salvaje como para hacer desistir a un usuario de utilizar este vehículo para
moverse: ir al trabajo, de compras o salir a dar una vuelta. Eso sí, aquí falta
la costumbre y el personal coge el coche hasta para salir a ver si llueve. Qué
le vamos a hacer. El Ayuntamiento también se dio el gusto de pergeñar dos o
tres carriles bici. Supongo que se dijeron al proyectarlos: empezamos donde nos
vaya bien y acabamos donde se nos termine la pintura. Éste es, salvando algunas
honrosas excepciones, el criterio con el que se diseñan esta especie de adornos
viales. Y sí, también aquí hay ciclistas que confunden la acera con un
velódromo.
Hasta
donde yo soy capaz de percibir, no ha existido ninguna actuación política seria (un oxímoron), en el sentido de
intentar garantizar la seguridad de los ciclistas. Un ciclista en su sano
juicio no puede echarse con su vehículo a la calzada de ninguna ciudad española
y confiar en sobrevivir una temporada. Uno se pone verde de envidia cuando ve
fotos de los Países Bajos o de las ciudades del norte de Europa, todo atestado
de bicicletas. Al verlos piensas que deben de respirar mejor, ahorrar más y
estar menos estresados y más sanos (y eso que el clima no les acompaña como
aquí).
Ilustres
del ciclismo, como Perico Delgado, que han tratado de hacer llegar demandas
consecuentes a los políticos, se han encontrado con un muro de insensibilidad:
hay otras prioridades. Garantizar hoy en día el derecho del ciclista a circular
por la calzada es antieconómico, amén de difícil y costoso. Las ciudades “no
están preparadas” para la convivencia de automóviles y bicicletas. Sí lo están,
por lo que se ve, para la convivencia de peatones y bicicletas, en un espacio
que ya era grotescamente minúsculo (muchos alcaldes, entre ellos el de mi pueblo, solucionaron el problema de
las calles estrechas para el tránsito, quitando las aceras, increíble astucia).
En
resumen, como queda muy ecológico y da muestras de una elevada sensibilidad y
de un acusado compromiso social, mejorando la convivencia y bla, bla, bla, me
temo que seguiremos con este paripé y esta soplapollez, pero nadie que gobierne
hará nada en realidad, que fomente el uso de la bicicleta como medio de
transporte individual realmente viable,
porque eso pasa por articular medidas para otorgarle (o restituirle) un lugar
en la calzada y eso no están dispuestos a hacerlo. El reinado del automóvil en
la ciudad es para ellos, sean cuales sean sus siglas, como la gallina de los
huevos de oro.