jueves, 25 de junio de 2015

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles 40

25. LA ESTACIÓN DE LOS AMORES
No pasó desapercibido a mis compañeros un cierto cambio en mi estado de ánimo, también mis reflejos se habían hecho más espasmódicos y torpes y mis palabras más escasas y lerdas que de costumbre. Cuando Chus me hizo el tercer tanto seguido de saque, observó:

 - ¿Qué te pasa Pinchaúvas? Estás más muermo que de costumbre.

Estábamos jugando al ping pong en una mesa situada en la planta baja del Casino Principal. Se alquilaba por horas, con lo que resultaba un entretenimiento caro y no podía permitirme perder con ellos, pues el que perdía, pagaba y yo llevaba tres pesetas rubias enredadas en el zurcido de los bolsillos, sin contar que ya le debía más de doscientas a Josemari por sus préstamos. Éste, árbitro y único espectador de la contienda, remachó:

 - Lo que le pasa a Pinchi, es que se ha enamorado sin darse cuenta. – Chus me coló un mate inapelable y, fingiendo sorpresa, preguntó:

 - ¡No jodas! ¿Y de quién? ¿No será de la gachí aquella de Sabiñánigo…? Sí hombre, aquella larguirucha que parecía el palo de una escoba… Te tienes que acordar, si era más fea que la portera del infierno ¡La de los pelos de estropajo! Aquella que tenía un nombre tan ridículo…

 - ¿Cuála?

 - ¡¡La Pascuala!!

Y estallaron en risotadas soeces, mientras yo daba con la paleta en la esquina de la mesa, tratando de devolver una pelota que venía con mucho efecto.

 
 - Ey, Pinchi, – continuó Josemari – ojo con cargarte la paleta que la tendremos que pagar, que tú estás tan pobre que no te llegaría ni para comprarte condones para marcharte a ver a tu Pascuala en el coche de línea. No sería una mala idea: vas, te la follas y vuelves en el tren, más sosegado, más centrado y, de paso, te habrás sacudido el muermo.

 - Ya, -terció Chus, mientras estrellaba una certera pelota en el borde esquinado de mi campo – pero a éste no le venden un condón en ninguna farmacia de Jaca, es un puto crío, con cara de crío y minina de crío, aún tiene los huevos con menos pelo que estas pelotas. Y no se te vaya a ocurrir hacerlo sin goma, Pinchaúvas, que le harás un bombo y su padre te la cortará a rodajas.

 - Jezú se lo hizo con Chari Gimeno y, como no tenía condón, se puso una bolsa de pipas. La vació por el suelo con las prisas, dice. Y luego se las comieron juntos… No sé si me lo crea, por supuesto, puede ser uno de los típicos faroles de Jezú. ¡Pinchi! ¡Atiende al juego, coño! – En este momento de la exhortación de Josemari, yo ya había tirado la paleta sobre la mesa y me dirigía, hastiado de sus vulgaridades, a la salida – Eh, Pinchi que te vas sin pagar como de costumbre y además hoy te tocaba apoquinar, que has perdido, rata miserable…

 
Cuando ya salía, Chus me gritó:

 - ¡Acuérdate de que mañana sábado es el día de la función! Y, si ves a la Mejillones, le dices que a las cinco de la tarde, hay ensayo con vestuario y toda la hostia. Mateo y tú tendréis que haber puesto por la mañana la puta tramoya. ¡No sé por qué cojones habéis esperado hasta última hora, me cago en el Copón, si algo sale mal, nos joderemos a base de bien!

Así era Chus: tres matrículas de honor y más malhablado que el herrero de Barós, que herraba las cabalgaduras, ultrajando a la Madre de Dios. Hasta que por su sagrada intercesión, su todopoderoso Hijo hizo que una mula le hundiera la tapa de los sesos de una coz. Cuenta la piadosa leyenda que esto le sirvió de lección, arrepintiéndose y muriendo cristianamente tras apenas setenta y dos horas de agonía.

Pero Chus no escarmentaba y yo demasiado bien sabía que, al día siguiente, sábado 6 de abril, víspera del domingo de Ramos, estrenábamos “El médico a palos” en el salón de actos del instituto ante todo Jaca, es un decir, ante los que cupieran allí y hubieran tenido la decencia de sufragarse una entrada. Si la cosa salía bien y podíamos repetir la función al día siguiente, antes del comienzo de la Semana Santa, sacaríamos una buena pasta y el viaje de estudios nos saldría casi, casi, por la cara. Villalobos había invitado a Nines a venir, en su calidad de primera actriz del reparto, pero su padre se opuso:

 - Bastante reparto ha tenido que dejar de hacer estos días por culpa de la farándula, que se me han echao a perder más de veinte kilos de chicharros frescos – dijo el Congrio -. Además, ¿Qué pinta ella, dígame usté, diez días en un autobús zanganeando con los estudiantes, una recua de gandules de los que no puede salir cosa buena. La chica se queda aquí, que es donde hace falta.

 
Villalobos iba a decirle que el nombre correcto de los “chicharros” es “jureles”, pero se contuvo y el gigante del sanguinolento delantal verde lo despidió con la displicencia que los humildes laboriosos y seguros de sí mismos gastaban con los señoritos.

Así que no vendría Nines y yo tendría ocasión de reflexionar y puede que de más cosas, pero urgía reflexionar sobre el esquinazo definitivo tan largamente postergado.

Ahora, que andaba yo, posiblemente, enamorado de verdad por vez primera, podía comprender mejor su situación: enamorarse no era mirar el muestrario de ganado y elegir a la mejor oveja para hacer una buena pareja. Era algo que venía sin darte cuenta y te atrapaba de modo incondicional sin que te apercibieras de haber hecho una elección de ninguna clase. Así pues, eso le pasaba también a la pobre Nines. Encima con un zascandil que no correspondía a ninguna de sus frecuentes y desinteresadas muestras de afecto. Sin ir más lejos, el otro día se había presentado en mi casa con un abultadísimo cucurucho de papel.

 - Tenga, señora Anacleta, estos chicharros los ha dejado pagados su marido al pasar por delante de la pescadería con el carro del reparto.

No era cierto ni por casualidad: aquél día mi padre había transitado, zorro como un canasto, de la ceca a la meca y, a la compasiva Nines, le había dado lástima y, dado que sabía que el hombre no se acordaría de si había comprado chicharros o la torre Eiffel, ella, por su cuenta y riesgo, decidió mejorar nuestra parva nutrición con el citado ardid. Me estoy refiriendo de este modo al impulso ciego de Nines que, en realidad, no me había escogido, sino que, sencillamente era víctima de la pasión y el impulso más viejos del mundo. Tenía yo la responsabilidad, pues, de terminar con eso cuanto antes.

 
Y la función, sí, fue un exitazo. Salió todo peor que en los ensayos, porque todos estaban más nerviosos. Nines, en su papel de Martina, en uno de sus más airosos mutis, trastabilló y cayó rodando por el escenario, con lo que el público se partió de risa, creyendo que el suceso formaba parte del guion, extremo que la medio maltrecha Martina aprovechó para continuar, un poco renqueante, como si así fuera lo que el autor había determinado como ocurrencia cómica añadida.

El domingo, el salón de actos estaba aún más lleno, hasta Serafín había cerrado el bar para acercarse y, esta vez, todo salió aún peor. Nines se había quedado afónica el día anterior y apenas se la oía, Chus, en su papel de Bartolo, sufrió varios prolongados lapsus después de que un trozo del decorado, malamente sujeto con cinta de embalar, se desprendiera y fuera a dar en su cabeza, justo cuando se había quitado la gorra. El público no se rio ni aplaudió tanto como el día anterior y, al final de la función, estaba en su mayoría entre distraído e inquieto.

Pero lo importante era que ya habían pagado como panolis y nuestro viaje de estudios nos saldría baratísimo, pues las arcas comunes estaban a reventar. Ole por nosotros, hasta los autores del despanzurrado decorado salimos a saludar. El Pirineo Aragonés, nuestro bienquisto periódico local, hizo una larga y elogiosa reseña, aunque casi todo el mérito se le atribuía a Villalobos.  

 

lunes, 22 de junio de 2015

Matemáticas Y Diversión 16. Juegos De Azar

Los publicitarios son la repanocha: sus taimados eslóganes son capaces de convencernos para que nos lancemos todos (y yo el primero, como Fernando VII, el Deseado) por la senda del más irreflexivo consumo, creyendo a pies juntillas que nuestra felicidad radica en la adquisición de cualquier mierda, contra más innecesaria, mejor. ”…Porque no hay sueños baratos”, oía yo hace unos días anunciar la Lotería Primitiva por la radio, a una voz tan persuasiva que tardé un buen rato en percatarme de la estupidez de la frasecita. Los sueños no son baratos: soñar es gratis. Otra cosa es el cumplimiento de tales sueños que, ni barato ni caro, las más de las veces es imposible. ¿Quién no ha soñado alguna vez que podía volar con el mero impulso de su cuerpo? Pues, aunque te toque la primitiva, no vas a poder hacerlo y, aunque no te toque, hay sucedáneos baratos, yo qué sé, un curso de parapente.

El sueño de ser rico es muy recurrente entre la gente de humilde condición, entre los que me cuento. Pero, ni aunque me tocase la Primitiva, sería tan rico como puedo soñar. Un rico como los de antes, aquellos que acumulaban patrimonio, poder e influencia. Un tipo que llega al Bernabéu en su limusina, cinco minutos antes del comienzo de un Madrid-Barça y aparca en el círculo central del terreno de juego, advirtiendo a los jugadores de que tengan buen cuidado de no darle ningún balonazo a la carrocería de nácar incrustado de diamantes del haiga, que se quedará allí estacionada, mientras él sigue el partido en una litera, que ocho jueces de línea con esmoquin se encargarán de transportar.

Como además la gente insignificante y plebeya envidiamos a los ricos y desahogados cosa mala, el Estado, en su insaciable voracidad recaudatoria, ha inventado un reclamo, tan engañoso como eficaz, para que los pobres, que somos los únicos que tributamos por carecer de capacidad evasoria, paguemos un impuesto más, y encima, lo hagamos por gusto: los juegos de azar, entre los cuales el que más colas promueve y el que menos probable es que te toque es la Lotería Primitiva. Para llevarte el Gordo, tienes que acertar seis números escogidos entre 49. Ya te adelanto que, según la más elemental ciencia estadística, eso es más difícil que ser agraciado con un cáncer de colon, o disfrutar de un grave accidente de tráfico. He mentado la bicha, porque ahora parece estar de moda el humor negro pero, vamos, que es muy muy poco probable. Verás:

 
Para simplificar, imaginemos que estamos en un país diminuto, como los que constelarán Europa en 2050, con la octava parte de la actual extensión y población de Andorra. En la Primitiva de ese micropaís, de 10 números, el paisano elige 4. ¿Cuántas posibilidades diferentes tiene? Para elegir el primero, diez. Para el segundo, le quedan 9. El tercero, lo elige entre 8. Y, para el cuarto, ya sólo le quedan 7. En total tiene 10 x 9 x 8 x 7 = 5040 posibilidades. Pero ¡ojo! En realidad no son tantas, porque el orden en que anote los números es indiferente. Si ha elegido, pongamos, el 6, el 4, el 3 y el 9, puede señalarlos de estas 24 maneras:

6439   6493   6349   6394   6934   6943
4639   4693   4369   4396   4936   4963
3694   3649   3964   3946   3469   3496
9364   9346   9436   9463   9643   9634

A efectos de haber acertado los cuatro números, estas 24 posibilidades son la misma cosa.

Y ¿por qué 24? Imagina que ya has escogido los 4 números: para señalar el primero tienes 4 posibilidades; para el segundo, te quedan tres; el tercero, lo eliges entre dos y, para el cuarto, sólo te queda uno. 4 x 3 x 2 x1 = 24. Esto es lo que los matemáticos llaman permutaciones y lo escriben así:

 4! = 24. Leyéndolo factorial de 4 igual a 24. O sea que no hay 5040 posibilidades distintas, sino que, de 24 en 24, 5040 : 24 = 210. La probabilidad de acertar es una entre 210, que no está mal, aunque los premios serán modestos: tres puerros ecológicos o un cuello de gallina para el caldo (pues todo apunta a que la crisis se habrá agravado).

Resumiendo:

 
Ahora volvamos a la España actual. Al elegir 6 números de entre 49, sale:

49 x 48 x 47 x 46 x 45 x 44 = 10068347520. La leche. Pero claro, esos seis números se pueden ordenar de 6 x 5 x 4 x 3 x 2 x 1, o sea de 120 maneras distintas. Lo cual da un total de combinaciones diferentes de 10068347520 : 120 = 83902896. Lo vuelvo a resumir:

 
Es decir, tu probabilidad de pleno por cada apuesta es una entre casi 84 millones. ¡Jodo petaca! Ahora entiendo por qué los ricos juegan a la otra, a la Lotería Nacional. La probabilidad de pillar el gordo es alrededor de mil veces mayor. Claro, que hay que arriesgar más dinero para que te toque una buena morterada, pero así son las cosas en estos vicios multitudinarios.

 
Y, para despedirme, un cálculo en principio mucho más sencillo: ¿Cuál es la probabilidad de acertar los catorce en una quiniela de fútbol?
 

viernes, 19 de junio de 2015

Sir Gawain Y La Abominable Dama

Hoy me ha parecido interesante tomarme un poco más de trabajo del habitual y tirar de escaneado y edición de imagen como un forzado o un galeote, para poder subir y compartir este cuento de corte clásico, cuyas ilustraciones me parecen prodigiosas y cuyo desarrollo argumental estremecerá a los pequeños y hará sonreír a los mayores.

Desempolvo la que, sin duda, es una de las joyas de la sección de libros infantiles de mi biblioteca, encareciendo con la más ferviente insistencia que os toméis la molestia de leer y disfrutar y de difundir este pedazo de leyenda entre la peña menuda que tengáis a vuestro alcance, sean hijos, sobrinos, nietos, ahijados, vecinos, alumnos o tutorandos.

Se trata de un libro que adquirimos en casa a principios de los 90 y con el que he conseguido que mis hijos se durmieran estremecidos de pánico, paralizados por el espanto y, luego, fueran asaltados por las más horribles pesadillas, para poder correr a consolarlos y después arroparlos, haciéndome pasar así por un padre inmune al pavor y digno de confianza.
 

Bueno, en realidad no hay para tanto, lo que sí les inquietaba (y a mí también) es el dilema en el que se ve envuelto sir Gawain, ¿qué es mejor? ¿Qué es peor? ¿Qué preferirías ? Al final, el libro sale de la encrucijada por la vía del humor, pero todavía discutimos en casa sobre qué opción era la mejor posible…

A mí me sonaba esta historia porque, desde joven, me di un atracón con todo lo relacionado con el ciclo de las leyendas del rey Arturo, comenzando por la endeble cinta de animación de Disney, pasando por la inconclusa novela de Steinbeck, los gruesos ladrillos de Thomas Malory, hasta acabar en el brutal y bellísimo filme de Boorman: Excalibur (1981). A partir de ahí, mi interés se orientó hacia las historias de corte más sexurreralista, como las películas de Almodóvar y la programación de Telecinco.
 

En cuanto a este lujoso librito, de tapa dura y formato cuadrado y algo grande (23x23), lo publicó Altea en España en 1988. La versión literaria de la historia es achacada a Selina Hastings y las maravillosas ilustraciones deben su prodigio de ambientación, elaboración y detalle a Juan Wijngaard. Ignoro su disponibilidad actual y su precio, pero si lo localizas y hay un menor por ahí cerca, date un capricho y regálaselo (cuando se haga mayor, si le queda algo de memoria y sensibilidad, puede recordarte quizá con afecto).

Ahí va, todo seguido, sin más rollo. Comentaré sólo que las páginas 22-23 y 28-29 deberían ir unidas en una sola ilustración. Todas se pueden agrandar, con un click ratonil, para leer y sobresaltarse con más comodidad.   
 























sábado, 13 de junio de 2015

Tecnología Para Consumidores Y Tecnología Para Ciudadanos

Azuzado por algunas malas influencias, me veo recientemente llevando a cabo acciones en las que ni creo, ni confío en que sirvan para nada beneficioso. Me veo, como digo, reciclando papel y cartón, plástico, vidrio y otras basuras de las que quizá algún consistorio sepa extraer algún tipo de rendimiento que revierta (y esto ya lo dudo muchísimo) en prestaciones a los ciudadanos.

He sido empujado a enfrentar las diversas formas y variados colores de los contenedores que mi ayuntamiento ha sembrado por doquier, nombrando a los todos los vecinos basureros honorarios de la villa. En particular, hay uno de estos “containers” cuya tecnológica malevolencia atrapa y magulla mis torpes dedos con una frecuencia desesperanzadora… Sí, lo has adivinado, es el grandote azul para papel y cartón, ése donde pone, para realzar la sorna, “tu papel es importante” y que exhibe una pesada tapa abatible de fierro, más peligrosa que Espinete en una fábrica de condones. La estrecha ranura y su denostada tapa prensadedos tienen, supongo, una finalidad: evitar que, en los días de lluvia, el papel y el cartón absorban agua y el contenedor se vuelva pesado en exceso y su contenido, por tanto, inservible.

Cuidado con lo que echas
Recuerdo hace una decena (o tal vez una docena) de años, cuando semejantes mamotretos azules empezaban a orillarse en las calzadas, ver desde mi ventana llegar a un camión con una pequeña grúa y una carrucha: baja un operario, engancha el contenedor y se vuelve a subir a la cabina. Arranca el motor y la enorme caja azul se alza, gira, se despanzurra y esparce de modo majestuoso su contenido por medio de la calle, mientras el camión sigue su marcha ajeno al espectáculo y las ratas brincan alegremente en torno al festín (esto último tal vez lo esté rememorando mal, puede que me haya dejado llevar por la sordidez del relato).

El casting para Reciclator 2
Pero a donde yo quería llegar es a lo siguiente: se nota que el sistema está diseñado para los ciudadanos, si se destinara a los consumidores, no habría tapa asesina, ni serían necesarias tres manos para introducir papeles y cartones por la estrecha, desafiante y pertinazmente obstruida ranura, sino que habría un sistema simple y cómodo para depositar un fajo de papel o unas cajas de cartón en un compartimento lo bastante estanco y transportable.

Desde hoy los ciudadanos podrán cambiar
este horrible azul por rojo, malva o morado

¿Es que no me crees? ¿Te parece paranoia? Te pondré otro ejemplo, este decisivo: entra en una web para consumidores, por ejemplo Amazon o Redcoon. Allí todo es claro y lógico, la información es excelente, identificarse está chupado… Claro. Porque vas a pagar.

Ahora entra en una web pública: uso de la tecnología para ciudadanos, me da igual la Agencia Tributaria o cualquier otro organismo público, ya quieras consultar, reclamar, pagar, opositar, pedir hora, lo que sea… La información es confusa y opaca, la estructura es enrevesada, todo parece escondido y los términos son sólo aptos para un especialista en la administración pública… Sin contar con que además, identificarse puede ser un desafío.

Hasta aquí (abajo)
llegaron los recortes
A mí, el motivo no me lo preguntes. Eso sí, estoy seguro de que las nuevas administraciones harán de la tecnología en el espacio de lo público una cosa mucho más llevadera. Por algo son JASP (Jóvenes, Aunque Sobradamente… ¿Presuntuosos? ¿Petulantes? ¿Patanes?...  ¿Cómo era?)

jueves, 11 de junio de 2015

Run For Your Life - The Beatles

Como dentro de poco se cumplirá el cincuentenario del mejor disco de la primera época de los Beatles, aprovecho para traducir, con la relativa libertad que da la relativa ignorancia, una canción escrita por John Lennon. Una sólida tonada rockera sustenta una creación que se sale un poco de la tónica habitual de “chico requiebra tiernamente a chica”, preponderante en muchas de aquellas letras, a las cuales un avispado sociólogo daba esta interpretación: “nosotros (artistas) sentimos un gran amor por vosotros (público), y por tanto vosotros (público) debéis corresponder con un sentimiento semejante hacia nosotros (artistas)”. De acuerdo con las elucubraciones del sociólogo, esto explicaría el éxito de las creaciones del cuarteto de Liverpool. Y se quedaba tan ancho.


 Esta canción, “Run For Your Life”, es de 1965 y recoge las amenazas de un tipo muy celoso que previene a su chica. Luego han venido los tiempos cansinos de la corrección política y se ha tachado la impoluta figura del activista John Lennon que, con Jesucristo y el “Che” Guevara, forma la Nuerva Santísima Trinidad, se le ha tachado, digo, poco menos que de incitar a la violencia machista… Como siga avanzando la marea de la idiocracia, pronto veremos esta canción censurada. O mejor aún, escamoteada. Y yo respondo, débilmente, señores, esto es sólo ficción ¿o alguien sigue pensando en serio que Mick Jagger es Satanás?


Click para agrandar



martes, 9 de junio de 2015

Dos Minutos De Odio 4. La Insoportable Densidad Del Tráfico

Los tres o cuatro últimos años parecía haber menos tráfico rodado, no sólo en mi pueblo, sino en otros que visité. Andaba mi experiencia reciente, de este modo, en contradicción con mis rigurosas convicciones pesimistas, es decir, el panecologismo imperante se arrogaba el triunfo de que la conciencia ciudadana estaba cambiando, las costumbres se dirigían hacia un consumo más responsable y un uso de la energía más sostenible, de tal manera que la utilización de vehículos a motor para ir a trabajar, de compras, a dar un paseo, asistir a un acontecimiento cultural o deportivo, a una cita amorosa o sexual, para acudir al gimnasio, al dentista, a la tienda de mascotas o, simplemente, para ir a cagar a la segunda residencia si el ciudadano la tuviere a mano (una hora y media sin apretar demasiado ni el acelerador, ni los esfínteres), esa costumbre tan nuestra de coger el coche para cruzar la calle se había visto sustituida por la peatonalidad, el uso de la bicicleta y hábitos sanos y respetuosos con el medio ambiente (y puede que, más adelante, con el otro medio…)


Bueno pues, usaré la muletilla de algunos de los más desenfadados de mis alumnos, “y una polla como una olla”… ¡Era la crisis! ¡La famosa crisis hacía que la peña no tuviera dinero ni para gasolina! Amén de que disminuía los transportes, los repartos comerciales y los desplazamientos al trabajo. Soy tan zote que no había caído. Y ahora que la economía repunta, siquiera tímidamente, extremo que ya sólo niegan algunos conductores de masas venidas a menos, como el señor Cayo Lara, ahora que los opulentos jeques han rebajado el precio de los barriles del oro negro equiparándolo a chatarra líquida, ahora, como decía Paco Martínez Soria, “tocan un pito y sueltan todos los automóviles a la vez”. Demonios y a eso se añade, en lugares donde han erradicado los semáforos para peatones porque, por aquello de poner el cazo, hicieron rotondas hasta en los más apartados barbechos de los Monegros, que los viandantes nos hemos quedado a expensas de la buena voluntad de los conductores, que pueden respetar los pasos de cebra… o no (al estilo Zaragoza).


No pretendo quejarme, (pues considero que quejarse evidencia una debilidad de carácter) pero los conductores ocasionan y sufren las molestias del disparate congestivo vehicular; yo, como no conduzco, sólo las sufro, insertándome en una minoría más, de esas ahora llamadas vulnerables. La atención y el respeto recibidos por tales minorías miden la calidad democrática de una sociedad… Como peatón la evalúo en cero punto cero (y no tengo la menor fe en los nuevos consistorios, que continuarán llenando las aceras de bicicletas, para que los minusválidos vayamos más entretenidos, gracias a esta simple y eficaz promoción de los deportes de riesgo, encaminada a prevenir el estrés y posibles recortes en los servicios de traumatología).


En fin, como escribió el filósofo Sartre, “el infierno son los otros”, no me explico cómo, a veces, el pensamiento de izquierdas da en el clavo de semejante modo. Si no hubiera coches, yo cruzaría cómodamente unas desoladas avenidas post apocalípticas con mobiliario urbano de estilo Steampunk, pero ¿es necesario quemar combustibles fósiles con tan sañuda prodigalidad? ¿Para llegar a dónde? Necesitamos un trabajo para poder comprar un coche para ir al trabajo para comprar otro coche que nos permita ir al trabajo cuando el primer coche esté obsoleto.

Cosa que pasa en cuanto sale del concesionario.

sábado, 6 de junio de 2015

Alfombras Mágicas: Instrucciones De Uso

Si hay un tema en el que soy, de manera decidida y radical, un completo y perfecto ignorante, ese es el de las alfombras orientales, las láminas que ilustran la entrada de hoy.

La ignorancia, mezclada con una notable dosis de curiosidad por todo, es una secuela de mi dedicación profesional al desempeño de maestro. En unos tiempos como éstos, donde el acceso al conocimiento está absolutamente democratizado y cualquiera que tenga interés puede aprender, desde las técnicas del puenting hasta la construcción de un reactor nuclear, simplemente con el visionado de los tutoriales apropiados en YouTube, la figura y la autoridad del maestro están, con toda lógica, abocadas al descrédito y a la extinción (otra cosa es que siga haciendo falta personal para las guarderías de niños entre cero y dieciocho años).

El otro día leía, en un libro de Lorenzo Silva (La flaqueza del bolchevique), la opinión que al avisado protagonista del relato le merecen los maestros: “Todos los maestros están mentalmente atrofiados. De tanto tratar con gente que sabe menos, se quedan en las cuatro reglas, y cuando sus alumnos empiezan a saber más que ellos ni siquiera lo notan. El colegio debe resultarte una pérdida de tiempo.”

 
Así que, sosiego, no voy a intentar largar el rollo sobre un tema del que nada sé, salvo que las piezas interesantes y de calidad se caracterizan por su factura, por su diseño y porque están fuera de mi alcance. Lo más próximo que he estado al asunto fue cuando una tía mía, lo que hoy denominaríamos una emprendedora, recibía unos patrones impresos en una especie de esteras muy caladas que hacían de base y allí, con paciencia benedictina, pasaba, ataba y cortaba los 24.000 nudos de lana que, por la cara noble, configurarían el colorido y la estampa decorativa de la alfombra con ímprobos sudores así tejida. Para que las alfombras de aquella laboriosa hermana de mi madre alcanzaran el nivel de las de éstas láminas, faltaba un detalle, uno sólo pero esencial: el proyecto de las figuras y motivos no era propio, original, personal ni específico de un prestigioso taller artesano… A veces, la diferencia entre lo refinado y lo kitsch es un imperceptible detalle que los profanos, ay, somos incapaces de detectar.

Lo que sí me ha seducido siempre es una cualidad atribuida a algunos de estos enseres: su capacidad de volar. De muchacho entretenía mis ocios con la lectura de “Las mil y una noches” y, cuando todavía no estaba obsesionado por los pasajes más lúbricos, uno de los vehículos que, de veras, me hubiera gustado poseer, más aún que una bici, hubiera sido, desde luego, una alfombra mágica.

 
Hoy, cuando lo pienso, me sonrío ante las evidentes desventajas de tan expuesto vehículo que, obviamente, sólo puede fascinar a un niño lo bastante desconocedor del principio de inercia como para aventurarse a posar sus nalgas en semejante trampa mortal. Primero nos topamos con el problema de la rigidez: si es tiesa como una tabla, los que en ella viajen se ven en un equilibrio asaz inestable: lo más probable es que se precipiten al vacío más pronto que tarde; en cambio, si fuera mullida y cediera, acabarían viajando atrapados en una bolsa de tejido. Lamentable. Segundo: despegar y posarse, quiero decir que tendría que ser muy mágica para no dejar en tierra a los ocupantes con el despegue y no precipitarlos en un trompazo monumental, lleno de politraumatismos, en el momento del aterrizaje. Tercero y ya no me extenderé más: las inclemencias del tiempo, el frío, la resistencia del aire y la descompresión harían del viaje una experiencia muy solicitada por los masoquistas más fanáticos, aquellos ávidos del sufrimiento más drástico.

Lo mismo cabría decir para los viajes en escoba voladora, popularizados por la saga Harry Potter, con el añadido no desdeñable del roce del vehículo incrustándoseen los delicados tejidos de la entrepierna.

Y sin embargo son mitos y motivos de gran persistencia en la narrativa, en la imaginación y en la fantasía infantil… Lo que nos devuelve al tema de que los maestros somos una especie de fuerzas dañinas y de nada sirve enseñar las nociones más elementales de física. Un niño rebelde siguió soñando con la alfombra mágica e inventó los aviones. (Claro que èste es el estado de la fábula en su versión actual, porque el niño que, gracias o pese al maestro, no aprenda los rudimentos de la física, lo que inventará es una forma muy rebelde de darse una buena hostia.)  

jueves, 4 de junio de 2015

A Vueltas Con Las Puertas Y Dos Citas Literarias

Llegaba yo el otro día, a golpe de calcetín, con otro jubilado con el que suelo darme largos paseos, a un pueblo donde no se nos había perdido nada a ninguno de los dos, a La Almunia de san Juan, sito en el término municipal homónimo, y me dispuse, lo has adivinado, a fotografiar alguna puerta que me mostrara su cerrada faz.

 
No nos embargaba preocupación de ninguna clase, ni por lo caro que se ha puesto el tocino, ni por la ola de corrupción que, según el CIS, está en el centro de las inquietudes del pueblo español, habiendo desplazado al paro, al terrorismo y al miedo a los movimientos sísmicos. Íbamos, como se ve, presas de la más inocua frivolidad primaveral, sobresaltados apenas por el ladrido de algún perro, de esos que los desconfiados lugareños emplazan en los caminos para ahuyentar, sin éxito, a los amigos de lo ajeno y que, a cambio, dan por culo de lo lindo a los caminantes.
 
Leí hace un tiempo, en un libro de W. G. Sebald que se titula “Los anillos de Saturno” y que yo recomendaría a todos los grupos de lectura de occidente: “Ni en la carretera ni en los jardines se podía ver a nadie, las casas producían una impresión de rechazo y a mí, con el sombrero en la mano y la mochila sobre los hombros, como un aprendiz ambulante de un siglo anterior, me parecía estar tan fuera de lugar que no me hubiese asombrado si de pronto una cuadrilla de chicos callejeros se hubiese abalanzado sobre mí de un salto o el propietario de una vivienda de Middleton hubiera atravesado el umbral de su casa para gritarme «¡Vete de aquí!». Al fin y al cabo, todos los que viajan a pie, también hoy día, sí, incluso hoy día sobre todo, si no corresponden a la imagen habitual del senderista aficionado, en seguida atraen hacia sí las sospechas del residente del lugar.”

 
Bueno, el caso es que andaba buscando las puertas que hubieran estado selladas durante más tiempo y sí, por fin me asaltó una preocupación: ¿Por qué las puertas?¿Por qué atraer la desconfianza de los propietarios? ¿qué se me ha perdido a mí tras las puertas ajenas? ¿De dónde surge esta malsana fascinación?

 
Esa misma tarde hallé la respuesta cuando estaba releyendo “Las confesiones de un pequeño filósofo”, un libro juvenil ideal para los que tenemos sesenta años o más. Escribe Azorín:
 
 “¿No os dice nada una de estas puertas llamadas surtidores que dan paso de una alcoba ancha y sombría a un corredor sin muebles, con las paredes blancas? ¿Y esta otra dividida en pequeños cuarterones que da paso a una vieja cámara campesina, con una pequeña ventana alambrada y con una leja en la que hay un espejo roto y un cantarillo con miera? ¿Y esta otra con las maderas alabeadas, hinchadas por la humedad, carcomidas, que cierra un huertecillo abandonado, con parrales sombríos y hierbajos que crecen en las junturas de las losas con un viejo árbol por cuyo seno verde tuerce el paso una hiedra, como en los versos de Garcilaso?

 
No hay dos puertas iguales: respetadlas todos. Yo siento una profunda veneración por ellas; porque sabed que hay un instante en nuestra vida, un instante único, supremo, en que detrás de una puerta que vamos a abrir está nuestra felicidad o nuestro infortunio...”

Completamente de acuerdo, don José, no tengo más que añadir.