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viernes, 9 de febrero de 2018

Ocho Apellidos Catalanes. La Comedia Plurinacional

Me hubiera gustado ver la gala de los "Goya", pero aquella tarde tenía que ir a entrecavar ciruelas y me la perdí, igual que el año pasado que estaba en el proctólogo y el anterior, por un compromiso inaplazable con las avutardas... Bueno, de este modo no sé qué novedades de nuestro cine merecen la pena, pero a mí me gustó mucho "Ocho apellidos catalanes" de Emilio Martínez-Lázaro, espero que le dieran un montón de premios, pues la disfruté casi tanto como "Las Autonosuyas", dirigida en 1983 por Rafael Gil y de orientación temática y estilística similar.


"El problema lo tenemos con los cuatro
funcionarios de siempre"

Debo agradecer la recomendación de verla al dirigente político y acreditado cinéfilo, don Pablo Manuel Iglesias, el cual tras su visionado, declaró con entusiasmo: "Creo que es la primera película que veo en la que hablan en catalán, español, euskera y gallego. La mayor parte de los ciudadanos han entendido ya que la grandeza del país es su diversidad y su plurinacionalidad" Ver en prensa. No te digo más, en cuanto me he topado con semejante joya fílmica en el catálogo de Netflix, me he lanzado a verla con el ánimo de convertirme en un ciudadano entendido en grandeza y plurinacionalidad.



"He tenido una pesadilla: volvíamos a ser españoles"

Cosa que, honestamente, no he conseguido. Me lo impidió un cierto tedio que, como si fuera un ruido de fondo, se apodera de la cinta de un modo creciente conforme el metraje avanza... No sé si Esteso y Pajares hubieran inyectado un poco más de credibilidad en los estereotipos comunes a las comedias que factura nuestra fláccida industria. Nuestro cine cómico rara vez busca una identificación con las vivencias de un espectador al que desprecia. Más bien basa su efectividad en proponer unas risas a costa de los adictos de todo tipo, los física o moralmente deformes, los pobres, los mariquitas, los tartamudos, los cegatos o los retrasados. En este caso, el blanco de las burlas son los alienados por cuestiones de identidad nacional y es de agradecer que lo haga con bastante ecuanimidad: vascos, catalanes y el resto de los españoles son reflejados como sujetos de una alienación igualmente perturbada y risible.


Peinada con rastrillo

No obstante, pese al horrendo peinado de la Lago, la rutinaria actuación de todo el reparto (a excepción de la Sardá, que compone un personaje verdaderamente gracioso), la carencia absoluta de gags notables (se quedaron todos en su antecesora) y el guión de una inconsistencia manifiesta, cuajada en peripecias sentimentales muy endebles (no, no está basado en Molière), pese a todo lo apuntado, digo, el filme tiene un valor inesperado en su haber: es premonitorio, pura anticipación.



Visca la república

Me explico: fue estrenado en noviembre de 2015 y casi no me cabe duda de que ha servido de inspiración a los artífices del "procés" que se han basado en aquél de manera milimétrica. 


En la película, Pau tiene una abuela muy rica y, para alegrar a la anciana señora en sus días postreros, finge la existencia de una república catalana independiente, que abarca a su localidad, a la boda del propio Pau y a todos los extras convencidos de una manera u otra; me recuerda a la indispensable "Goodbye Lenin!", solo que aquí sería "¡Goodbye Borbón!"

Indepes de buen rollito

Y el caso es que el "procés" en su materialización real ha ido, paso por paso, siguiendo el modelo de la película: hay una abuelita, llamémosla en clave "la madre superiora", a la que sus nietecitos, para heredar la masía, le han construido una república de fantasía y ensueño, también llena de figurantes, que se desviven por complacerla y que se vaya al otro mundo feliz y realizada. En vez de "basada en hechos reales", debieron poner en la pantalla: "basará hechos reales". Los hechos reales han sido más torpes y risibles aún que los de la pantalla, pero en eso no me meto.

Lo que pasa es que el libreto, que malamente valía para llenar una película de cien minutos de equívocos y chascarrillos, no alcanza para una serie de alto presupuesto en escenarios de lujo, Parlament, Palau de la Generalitat, Bruselas, Waterloo, con un episodio diario, que amenaza con perpetuarse ¿cuántas temporadas? Ya cansa, ¿verdad? Y lo que nos queda... ¡Y estos actores están todos muy por debajo de la Sardá! ¿Quién ha hecho el casting?




Bueno, pues cansemos todos y yo el primero por la senda inconstitucional: acabo con un "meme" actual, de elaboración propia, que tiene bien poca gracia, claro, como todo el asunto.


martes, 10 de enero de 2017

Los Chicos Con Las Chicas - Los Bravos

Los Bravos, qué fenómeno. Entre los 15 y los 18 años yo era muy fan de este entonces famosísimo grupo musical español. Ahora los oigo y me cuesta comprender qué veía en ellos o en su música. “Ya, es que no eres precisamente joven”, me advierte mi conciencia, aunque bueno, escucho a The Kinks, coetáneos de aquéllos y comprendo perfectamente qué me atraía y me sigue atrayendo de muchísimos grupos de los sesenta. Claro que en España vivíamos todavía un suntuoso subdesarrollo y no había aquí conjuntos como para tirar cohetes. Los Bravos jugaban la baza de ser simpáticos, su música era desenfadada y vigorosa y el vocalista tenía aquello que todos los muchachos de entonces envidiábamos.


Vi la película “Los chicos con las chicas” en el cine de mi pueblo y era, por aquellos años, el epítome glorioso de nuestros deseos, anhelos y fabulaciones. La encontré ayer en un disco duro consagrado a la piratería y la he vuelto a ver, no sé si para reírme de aquél que solía ser hace casi medio siglo, o para pasar vergüenza ajena con la caspa que podía llegar a rezumar un producto de aquella época, hoy considerada hedionda.



El caso es que no me ha ocurrido ni una cosa ni otra... No diré que me he topado con la sorpresa de una buena película, porque no lo es ni de lejos, pero no ha dejado de hacerme gracia el paradigma de la dictadura franquista que se escenifica en su factura, en general algo torpe, premiosa e ingenua, aunque claro, el público al que iba dirigida babeábamos de lo lindo con aquella parafernalia “moderna”.



Mediante una imagen clara y aseada, con influencias opart y psicodélicas (hay hasta coloridas escenas de animación) planeando sobre imágenes y escenarios definitivamente rancios, se arma un vehículo de promoción de un grupo de pop orientado a nenas... Entre cancioncilla y cancioncilla, mal que bien implementadas en la trama, se desarrolla una historia que, pretendiendo y casi logrando no tener ni pies ni cabeza, levanta una alegoría de cómo iba a terminar la dictadura: desarticulada por los cambios de percepción y de sensibilidad, arrastrada por la vorágine de los nuevos tiempos.


Expresar que el guion es una sucesión de chorradas es un elogio que no le hace justicia: los cinco miembros de un conjunto famoso huyen de sus compromisos y se toman un asueto, practicando una versión especialmente cutre de la acampada campestre, en uno de nuestros amenos secarrales. Se topan con un grupo de colegialas jovencitas y las siguen. Su vocalista, Mike, se enamora al primer vistazo de una de ellas, la de aspecto más pazguato.



Al día siguiente, Mike acude al internado, donde las niñas viven en un régimen de aparatosa y trasnochada disciplina, bajo la férula de unas profesoras a cuál más arpía, pero en lugar de llamar a la policía y hacerlo detener por pederasta, como ocurriría en nuestros días, ¡lo nombran profesor de música! El caso es que los otros cuatro integrantes del grupo, buscando a su líder y poniendo en práctica ardides a cuál más insensato y ridículo, logran infiltrarse en la vetusta y honorable institución, burlando su estricta normativa con ayuda del nieto del Filántropo o fundador de esta especie de colegio/penitenciaría. A partir de aquí, no sólo Mike y su enamorada harán manitas siempre que les plazca, evidenciando que la vigilancia en el centro es fácil de burlar, sino que entre todos pondrán cabeza abajo la, de tan respetable, grotesca institución. Aquí tienes la apoteosis final, con la canción/declaración de intenciones “Los chicos con las chicas” que da fin al alocado film (que podía haber ganado el Oscar a la candidez):



Los sensacionales Tip y Coll, Lola Gaos, Manolo Gómez Bur y una plana mayor de primeros actores y actrices del cine cómico español del momento, casi logran dar vida a la endeble trama y encubrir las escasas dotes interpretativas del grupo: un muy hierático Mike y el resto de los músicos haciendo patéticos esfuerzos para parecer graciosos y desenvueltos.


Dirige este inefable artefacto Javier Aguirre, que también firmó “Una vez al año ser hippie no hace daño” y las películas de los memorables Parchís, ahí es nada.



Por aquella época fui testigo de un concierto del grupo en la Plaza de Toros de Zaragoza. Compartían cartel con Manolo Escobar, motivo por el cual, una de mis tías se avino a acompañarme. Tras el concierto de la banda, me dijo no sin razón: “para Bravos, los que hemos aguantado aquí”. En aquélla ocasión, los chicos (sin las chicas) estaban (¿o habían estado?) embarcados en una de las más sórdidas maniobras de marketing que yo he conocido en mi vida: su teclista, Manuel Fernández, se había suicidado, creo que disparándose con una escopeta y, el resto del grupo anunciaron que contratarían a otro teclista, uno de mucho relieve que, cuando llegaran sus primeras actuaciones, tocaría con la cabeza oculta en una capucha. El espectador que adivinara el nombre del encapuchado, ganaría el premio de acompañar durante una gira a su conjunto preferido, o sea, a los Bravos, que así se anticipaba a la moda de los conjuntos siniestros, estilo The Cure, puedes no creerlo, pero es cierto.

sábado, 10 de diciembre de 2016

La Travesía Del Atlántico A Remo - Jean-François Laguionie

El cuento que comparto hoy fue, según he leído, primeramente elaborado como corto de animación, “La traversée de l’Atlantique à la rame”, que ganó la Palma de Oro al mejor cortometraje en Cannes en 1978. Lo puedes encontrar, en YouTube, con el audio ¡en ruso!

El autor de esta breve e intensa crónica, el francés, Jean-François Laguionie (n. 1939), nos ofrece una historia inquietante y turbadora, de ambientación vintage y no precisamente infantil para mi gusto, más bien me parece deudora de las narraciones de Poe (por ejemplo, el sobrecogedor pasaje del casino de Niza a la deriva). Y la perfecta concordancia del texto narrativo y la ilustración hacen de este pequeño tomo un todo verdaderamente misterioso.



Me pregunto qué pretende simbolizar esta radiante y estremecedora fábula... Desde luego no simplemente un viaje de bodas, ¿acaso la convivencia en pareja? ¿O tal vez la travesía por la existencia? La leo otra vez y no salgo de dudas. A ver si me echas una mano.



















Para facilitar la lectura
puedes agrandar cualquier imagen con un click


martes, 6 de diciembre de 2016

A Propósito De Schmidt - Alexander Payne

A propósito de Schmidt (About Schmidt, 2002) dirigida por Alexander Payne (Entre Copas, Los descendientes, Nebraska) es una película que de ningún modo deberías descartar si te gustan las películas “de autor”, el drama norteamericano, o simplemente el buen cine. 

Si además estás en la edad de los “sesenta y tantos” anticipando las tranquilas delicias de la jubilación, o la tienes reciente y la has empezado a “disfrutar”, sería imperdonable que te perdieras esta ácida reflexión sobre el balance de una existencia humana. Además asistirás a una de las más conmovedoras interpretaciones del “feo” e “inexpresivo” Jack Nicholson que, en una película a su medida, completa un trabajo como protagonista soberbio (y temo quedarme corto). 

El filme pasó en España un tanto desapercibido (6’4 en Filmaffinity), y Nicholson hace un trabajo, por ejemplo, superior al de “Mejor... imposible” (7’6), cuyo éxito aquí fue muy grande.


Presenciamos un comienzo desgarrador, este calificativo no lo repetiré más porque es el que podría etiquetar todas las fases de la película, con lo que me reiteraría de modo insoportable: Warren Schmidt es un directivo de una compañía de seguros, Woodmen, que asiste a su cena de jubilación en Omaha. 

Clase media del medio oeste, relativamente acomodada, por todos los lados, discursos de despedida, ignoro si de verdad los americanos tienen tanta facilidad y tanta afición para hablar en público como muestra su cinematografía... Un gran hombre y un gran ejemplo, por aquí, nunca te olvidaremos, por allá, y a la puta calle. Cuando Schmidt vuelve de visita a la oficina (“pásate cuando quieras”), su sucesor ha destinado al contenedor de basura todos sus archivos, todos sus papeles, toda su vida laboral. 

En un solo encuadre, Warren ve toda su carrera declarada obsoleta. ¿A qué dedicarse ahora? ¿Crucigramas? ¿Apadrinar un niño del Tercer Mundo?


Bueno, le queda la paz y tranquilidad de su vida doméstica: su hija Jeannie, que trabaja en Denver se va a casar; su esposa Helen ha comprado una autocaravana “Adventure”, un vehículo ostentoso y casi tan grande como un petrolero, con el que se supone que van a iniciar una vida nómada con todas las comodidades de los pensionistas pudientes. 



Pero, ay, Helen, una esposa diligente, alma mater del hogar, ama de casa al viejo estilo, a la que le gusta coleccionar figuras de Hummel y otras chufas ornamentales, fallece súbitamente por un coágulo en el cerebro... Nuestro hombre es ahora jubilado y viudo. Y, desde luego, su hija Jeannie no quiere hacerse cargo de él (“mamá fue tu sirvienta”, “ahora tendrás que arreglártelas solo”).


“Querido Ndugu:”Efectivamente, Warren ha apadrinado a un niño de Tanzania y le tiene que enviar al mes 22 $ y una carta de contenido personal. Y aquí llegamos a lo mejor de la película: en las cartas a Ndugu, Warren da rienda suelta a su subjetividad. 


Le detalla, supuestamente al pobre niño, los pormenores y las inquietudes de su larga existencia, con un sesgo que trata de ocultar que es un ser egoísta, maniático y cicatero. Nosotros asistimos al fraude y, contra más miserable, gris e hipócrita es el personaje, mayor ternura, comprensión y afinidad nos despierta. Caemos en la trampa de compadecer al villano mediocre y fariseo que es nuestro espejo. Así, el discurso epistolar de Warren Schmidt evidencia las que se han llamado “las virtudes de la confesión”. Impresionante.



Porque además no va a poder resolver su verdadero conflicto: su única hija se va a casar y su futuro yerno, Randall, es un mindundi, un papanatas, una versión hortera del antiguo hippie, un tipo que vende camas de agua, un inútil que “pica” en el timo de la pirámide, un cursi con coleta que, cuando viene a verle con motivo de la muerte de Helen, le recomienda a Warren el libro “Cuando a los buenos les pasan cosas malas” (con cuaderno de ejercicios). 



Por no hablar de su madre Roberta (la consuegra) y el resto de la familia política. Un desclasamiento, hacia abajo, de su hija Jeannie, en toda regla. Y lo curioso, lo que hace a la película grande, es que este elenco de personajes, al borde del ridículo, son tratados con menos sarcasmo que cariño, con menos escarnio que cordialidad. El humor es tan corrosivo como redentor.


En la no muy gloriosa odisea, de Omaha a Denver y viceversa, Warren sufre una transformación parcial. ¿Al ver su casa natal convertida en una tienda de neumáticos? ¿Al visitar su antigua universidad, donde tuvo años atrás el sueño de que sería alguien “especial”? ¿Al compararse, en un museo, con los pioneros que construyeron su país? (“Los cobardes nunca lo intentaron, los débiles murieron en el camino, sólo los fuertes llegaron, fueron los pioneros”, una referencia demasiado exigente, ¿no?) 



Entonces se pregunta, literalmente, “¿qué huella he conseguido dejar yo? ¿En qué he contribuido a mejorar el mundo?” Antes de ser alcanzado por la certidumbre de la futilidad de nuestros esfuerzos...

Y solo resta el final de la película, con su devastadora iluminación: uno de los finales más emocionantes (en su reconfortante simplicidad) que me es dado recordar.


Muy austera en fotografía y montaje, planos medios y cortos en los momentos de mucho hablar y mucho reflexionar, largos silencios y secuencias lentas. Planos largos muy abiertos en las impresionantes secuencias de un solitario viaje... Correspondencia tonal entre fotografía y narración: momentos grises, momentos pastel, momentos cálidos. Una partitura escueta, subrayada por Satie en las tomas más paisajísticas. 


En resumen, el aspecto técnico es tan impecable que parece no existir. Todo está al servicio de la interpretación de Mr. Nicholson.


Que, como queda dicho, se sobra.



lunes, 31 de octubre de 2016

Todos Los Santos 1968: Don Juan Tenorio

Cuando tenía quince años no había oído hablar de Halloween. Jamás. Corría el que, allende nuestras fronteras, era el muy inquieto año de 1968 y mi familia se acababa de comprar un televisor a plazos. En blanco y negro, por supuesto. El invento nos permitía acceder a una cita semanal con el teatro, a través de un programa muy popular entre Maricastaña y los de su tiempo: Estudio 1.

Y en aquellas eras remotas, privados de maravillas como Sálvame Deluxe, La Que Se Avecina y otras que han pulido y afinado nuestros gustos, nos entregábamos al salvaje y oscurantista entretenimiento del teatro clásico; así que, por estas fechas, hace casi cincuenta años (el 5 de noviembre de 1968), se estrenaba una versión televisiva de “Don Juan Tenorio”, obra escrita en 1844 por José Zorrilla. Lleno de talento escénico y estremecedores ripios, este drama conmovedor y espantoso fue una reposición obligada en la televisión española... hasta que dejó de serlo.



Creo que los muchachos adiestrados por la ESO ignoran absolutamente todo acerca de la figura y las andanzas de Don Juan, un tema literario recurrente que ha conocido tiempos mejores. Su relación con el más allá, los difuntos, las apariciones o, si me apuras, los muertos vivientes, lo establecían de modo muy acorde con estas festividades. Aquí, la relación con el Más Allá es la clave: Don Juan es un tipo que no pone freno a su afirmación o a sus apetencias pensando en el premio o castigo que puede esperarle en la vida ultraterrena... Como nadie cree ya en la vida ultraterrena, el mito languidece en el limbo de lo políticamente incorrecto. Y ya no lo ponen por la tele, claro.


A mí me pone “on fire” este drama tremendo, lleno de sugestivos defectos y aterradoras virtudes: lo vi demasiadas veces en mis años de formación y podría recitar algunos de sus más vibrantes parlamentos. Esta versión casi canónica, probablemente la más vista, es la óptima para acceder a él o rememorarlo: sólo me empaña el placer la dicción un tanto atropellada y garrula de Francisco Rabal, en contraste con el tempo, moroso en exceso, de la puesta en escena (que, por lo demás, es sobresaliente).


Para mayores de 7 años: buen intento 

Podría continuar largando insensateces, pero las coronaré con un chiste que difícilmente podrás comprender si no tienes más de cuarenta años:
El profesor de Literatura pregunta: “A ver señorita, dígame quien escribió Don Juan Tenorio”. La alumna duda y, detrás de ella, un chico le sopla: “Zorrilla... Zorrilla...” Hasta que ella, harta, se vuelve y le suelta a su compañero: “¡Y tú, mariconazo!”



Hace tres años prometí que volvería sobre el tema:
http://entusiasco.blogspot.com.es/2013/11/de-la-noche-de-halloween-al-dia-de.html

viernes, 20 de febrero de 2015

Boyhood (Momentos De Una Vida) - Richard Linklater

Voy a permitirme decir cuatro tonterías (más) acerca de la película sobre la que todo el mundo habla, a la que le pueden caer 6 oscars (o ninguno) y que se tiene (con razón) como una de las obras cinematográficas más originales de los últimos cincuenta años (por lo menos).

 
Se trata de Boyhood, escrita y dirigida por Richard Linklater. Esta película permite un experimento la mar de desconcertante:

Tómese una escena aislada, suelta, de unos diez o quince minutos al azar: uno creerá estar viendo un telefilme de la sobremesa de los sábados, uno de los más anodinos, un adocenado pastelazo sobre los típicos modos de vida norteamericanos, con todos los topicazos al uso, apto para sestear con un ojo abierto y otro cerrado.

A continuación, ábrase uno una amplia ventana temporal, sin compromisos ni obligaciones, para ver de un tirón una película de una duración desaforada (viene a ser tan larga como las del Señor de los Anillos), póngase cómodo, provéase de medio quintal de palomitas, atenúe la luz ambiental y dispóngase a asistir al milagro.

Así se abre
 
Tengo que contradecir a Mason, el niño/muchacho/joven de la historia: sí, chaval, hay magia en el mundo. Yo he sido testigo de un suceso que sin duda pertenece al ámbito de la hechicería. De lo contrario, no me explico el fenómeno que se desarrolló ante mis ojos: una sucesión de hechos banales, una secuencia de situaciones trilladas, vistas hasta la náusea en el cine americano reciente, una cadena de anécdotas entre lo insípido y lo melodramático, acaba trenzando un conjunto monumental, conmovedor, épico, de una sinceridad devastadora, redondo, contundente… ¿Es o no es un milagro? ¡Existen los elfos, Mason! Explíqueme usted eso en términos racionales. Imposible: como dice el padre del chico, “todos estamos igual de confusos”. Maravillosa no, lo siguiente.

... Y así se cierra.
 
Intentaré remitirme a los hechos:

Una familia un tanto desestructurada es filmada en su cotidianeidad a lo largo de doce años. La narración se centra en Mason que, al comienzo de la cinta es un niño de seis años, al que seguiremos en su evolución y desarrollo hasta que tiene dieciocho e ingresa en la universidad. Ya está toda la historia contada. Como siempre, te acabo de chafar el final.


El protagonista en tres momentos de la película
 
El chiste es que, tanto Mason (Ellar Coltrane), como su hermana Samantha (Lorelei Linklater), su madre Olivia (Patricia Arquette) y su intermitente padre (Ethan Hawke), están encarnados por los mismos actores a lo largo de un transcurso real de doce años de filmación. Lo nunca visto, desde luego: en la primera secuencia del film, Mason es un niño de seis años que le dice a Olivia, su madre, que ya sabe de dónde vienen las avispas: “creo que si echas agua al aire de una forma especial, se convierte en avispa.” En la última secuencia, una encantadora muchacha de la que Mason, a juzgar por las miradas que le echa, se está enamorando, dice: "¿Sabes eso que se dice de aprovechar el momento? No sé, empiezo a pensar que es como al revés: que el momento se aprovecha de nosotros.” A lo que un Ellar Coltrane doce años mayor, en el papel de Mason, contesta: “Sí. Sí, es verdad. Es constante. El momento es como… Como que siempre es ahora mismo, ¿no?” “Sí.” Más miraditas e irrumpen los créditos, pero… ¿Por qué coño es tan emocionante? A mí no me preguntes: ya se me había parado el corazón antes una docena de veces. Puede que ahí esté el secreto. El tal Richard Linklater escribe, dirige y filma con el corazón. Y, como decía el filósofo Pascal, “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Y si la ves y dices ¡pero si es un truño! Pues mira, te daré la razón (y con ella te quedarás).

La madre
 
Creo que el secreto de este mosaico tan bello, hecho con unas piezas tan humildes, está en su sinceridad, en su verdad vital sin tapujos, sin amaños, sin escamoteos, sin moraleja. Las contradicciones de la existencia, tal como la desarrollamos actualmente en los países del primer mundo, están mostradas con un grado tal de franqueza y penetración que desarman casi todos los prejuicios, los míos por ejemplo. ¿Puede mostrarse la descomposición familiar con ternura? Individualismo, tolerancia, soledad, competencia, comprensión, angustia, solidaridad… ¿Pueden ser las facetas de una misma situación? Y la pregunta del millón: si somos o nos sentimos tan libres, ¿por qué estamos tan demostrablemente programados? La articulación de estas cuestiones en el ámbito más cotidiano, sin artificios ni intenciones de demostrar nada, compone el entramado de un tapiz donde, al final, nada es tan insignificante como parecía.

La hermana
 
La obsesión por ser enrollado, la importancia del perfil de Facebook y el éxito laboral, consistente servir mesas en un restaurante, están filmados con una fotografía funcional de telefilme setentero. Solo cuando vemos a través de los ojos de Mason, que tiene vocación de fotógrafo, apreciamos la belleza de los paisajes deslavazados y semidesérticos de Texas. A mí se me han despertado las ganas de ir a conocer el Big Bend. La contención de los actores le da, a toda la película, una sencillez de documental, reforzando la naturalidad de la ambiciosa propuesta. ¿Se convertirá como apunta en un referente generacional, algo así como le pasó a Forrest Gump? No tengo ni idea, pero he disfrutado como un orco.

El enrollado e irresponsable padre
 
Y, sin saber por qué y sin venir a cuento, dejo aquí apuntado que me ha recordado a Fanny y Alexander de Bergman. Casi nada la del ojo y lo llevaba en la mano.
 
Mason en bici.