Mostrando entradas con la etiqueta Monzón. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Monzón. Mostrar todas las entradas

miércoles, 4 de abril de 2018

Nieve Y Algo Más Sobre El Castillo De Monzón

Hará cosa de cinco o seis días que el invierno ha abandonado por fin estas latitudes. Esta temporada, ha disputado una animada prórroga y el comienzo oficial de la primavera, en el hemisferio y en El Corte Inglés, lo ha sorprendido resistiéndose a perder la ventaja que llevaba en el marcador antes de caer derrotado.

A finales de febrero, incluso, se había permitido una incursión muy rara vez vista en estos campos de juego: tiró del manto blanco de una modesta nevada que, es una jugada muy muy poco vista en estas latitudes.




La chimenea del parque de la Azucarera alza airosa sus setenta metros de ladrillo sobre una discreta nevada que cubre el suelo con apenas tres centímetros de nieve, ¿sabes cuánto hacía de  esta última visita del blanco elemento por aquí? ¡Doce años, colega! Si no he estado desatento o distraído, fue la última vez que la nieve llegó a cuajar por estos andurriales.


Hace mucho tiempo estuve haciendo turismo familiar en Jerez de la Frontera. Una joven me preguntó allá que de dónde era yo y, menospreciándo la posibilidad de que Monzón fuera conocido a más de mil kilómetros de distancia, le contesté que era "de la provincia de Huesca", lo que la hizo exclamar, mirándome como yo miraría a un esquimal "¡Jesús, Huesca, qué carretadas de nieve debéis de tener todo el invierno amontonadas por allá!" Le expliqué que así era en las zonas más altas de la montaña, pero que en el llano las nevadas eran casi tan raras como allí.




Doce años nada menos, y encima casi no fui capaz de hacer una sola foto ya, no me encontraba bien y no pude salir. Tengo que echar mano de la foto que un amable colega me pasó, eso sí, en papel, porque él es antiguo y, como está muy bonito el castillo con su grúa de la enésima rehabilitación y su prestancia blanquecina, pues la presento aquí. En el haber de la imagen, destaco su airosa composición y, en el debe, un apreciable viñeteado, debido a que mi amigo considera que todas las cámaras digitales son iguales y nada justifica gastarse más allá de ochenta euros en una. Yo se lo agradezco y la comparto, ya que la ocasión lo merece.




Y, abusando de que sale el castillo en obras, aprovecharé para contarle al forastero la controversia más enconada que mis convecinos llevan dirimiendo en los últimos cuarenta años a costa de la estatua que corona el susodicho castillo:


En lo más frondoso del régimen nacionalcatólico que gobernó el Estado este, allá por 1950, Hidro Nitro Española, decana de las empresas industriales de Monzón, hizo donación de una estatua del Sagrado Corazón de Jesús, que, con gran ceremonial festivo y oficial, amenizado con cánticos de los niños de las escuelas de entonces, fue implantada en lo alto del castillo, sobre un recio pedestal, con una jactanciosa leyenda: "Reinaré".


Liquidado el régimen confesional, a partir de 1975, surgen dos bandos respecto a la presencia de la estatua: para unos es un funesto recuerdo de la dictadura, amén de la cosa de hormigón más fea que dicen haber visto en su vida, daña la línea estética del castillo con un apósito advenedizo y cantoso y debe ser removida de tan eminente lugar, para que sus fieles la pongan donde no incomode ni moleste.


Para otros, forma parte de la historia y de cómo es percibida en el sentir popular la imagen del castillo, la estatua se ha integrado en él y muchos de los vecinos la consideran parte de un símbolo local.


En los últimos tiempos, parece ser que un dictamen técnico ha señalado que, el tonelaje del Sagrado Corazón de marras, compromete la integridad estructural del castillo y está casi aceptado que el monumento sea removido de su emplazamiento y trasladado a otro lugar sin determinar. Pero como siempre que hay sentimientos encontrados, los partidarios de la presencia pétrea del Cristo se resisten activamente a que despegue del castillo y aterrize en un solar... A los contrarios a su estampa, preponderante y abusiva, no les queda sino desear, en estos momentos, que el contrapeso de la enorme grúa Liebherr, alzada con motivo de las actuales obras, caiga accidentalmente y fulmine al molesto símbole de tiempos pasados.


Porque si no, la cosa seguirá, como siempre, yendo para largo.

lunes, 5 de marzo de 2018

Carriles Bici Que No Van A Ningún Sitio

He hecho estas absurdas fotos "con atención extrema que no sé si se debe a un interés real o al deseo de comprender algo, cualquier cosa, encontrar la lógica que poco a poco la realidad ha ido perdiendo."


Ya que lo preguntas, no, no llega
hasta el castillo.

Mi pueblo está surcado de carriles bici abandonados, que arrancan de ningún sitio en concreto y te llevan a ninguna parte. La carencia de mantenimiento es absoluta, aunque parece no importar a nadie. Aquí, en Monzón, sólo verás dos tipos de ciclistas: unos, los deportivos, que salen tenaces a las carreteras o a los caminos rurales, incluso cuando el tiempo no es bueno. Éstos van en grupo y buscan la salida del casco urbano cagando leches, pues el tránsito hasta el extrarradio es incómodo y hasta peligroso; una vez fuera, hay varias carreteras, si no idóneas, sí lo bastante apropiadas para la práctica del ciclismo, otro tanto cabe decir de los adeptos  a los caminos, que encuentran fácilmente, trazados bastante buenos, apacibles y hasta encantadores si no fuera por los putos perros sueltos...



Atención: firme en mal estado.

El segundo tipo de ciclistas, los no deportivos, está constituido por los muchachos que se desplazan por calles, parques y avenidas, utilizando las aceras con la más absoluta carencia de normas, restricciones o cualquier otro cuidado; bueno, tal proceder no deja de ser consecuencia de lo anteriormente apuntado: en la calzada te juegas la osamenta, así que no seré yo quien empuje a los chicos al más que probable descalabro.



La valla final sugiere una creativa
combinación de ciclismo e hípica.

Donde sí que no he visto nunca un ciclista es en los carriles bici, diseñados aquí por algún dipsómano contumaz, algún derrochador o algún bromista. Ignoro si se cimentaron con recursos públicos, tal vez con los del fabuloso plan E de Zapatero que tan buen resultado dio allá en 2009 para mitigar la crisis que se avecinaba; o, tal vez, alguna normativa que desconozco, forzó en su día a las constructoras a ceder parte del terreno para estos y otros inservibles equipamientos que, sin ningún género de dudas, ninguna autoridad urbanística se molestó en inspeccionar o, si lo hizo, merecía  ganar un premio de venalidad o de incompetencia en categoría senior.



Éste fin de trayecto parece particularmente útil
para ir a hacer tus deposiciones al campo.

Recorro pues, perplejo y a pie, estos fragmentos de carril bici, desventrados más que agrietados, despintados y abocados a verjas, bordillos, senderos pedregosos y a la mismísima nada... Utilizándolos como alegoría, intentaría sacar alguna conclusión respecto a los recursos públicos que se dilapidan en este país, pero sería tan negativa y, probablemente, tan injusta que se la dejo al eventual lector, al eventual ciclista y al eventual defensor de estas y otras actuaciones que, una y otra vez, nos abocan a deliciosas mamarrachadas (públicas o privadas). 



Antes de estamparte contra las palmeras,
deja cruzar a los peatones.

Temporalmente fuera de servicio.

lunes, 19 de febrero de 2018

La Chopera De Monzón En Invierno

Se llega a una fase en la que el marco donde uno pulula y se airea queda constreñido a tres calles de un vecindario o a dos caminos del campo, gratos para recorrer, observar y detenernos en sus repetidos y variadísimos detalles. 

El inexistente jardín de mi casa se prolonga en esta chopera de la que he tomado posesión en comandita con mis convecinos aficionados al running, a pasear el perro, a tomar el sol, o incluso a caminar en las indecisas mañanas de invierno.


En mi pueblo, el invierno es suave, no intimida el paseo matinal, además debo añadir que cada año es más corto y menos pródigo en vidriar los charcos con heladas o adornar las ramas con encajes de escarcha. Voy a tener que darles la razón a los cenizos pregoneros del cambio climático, pronto tendremos que mudarnos todos al Canadá, a Siberia o a las doradas playas de la Antártida, territorios que me consta que ya están situándose en el punto de mira de los especuladores inmobiliarios.



Pero, mientras tanto, el invierno desprovisto de sus gélidos temporales de viento, de sus fieras rosadas del amanecer, casi se disfruta a la incierta luz matinal de estos días, cuando ya las nieblas se disipan muy pronto y un sol tentativo acaricia con una luz lechosa los troncos de los chopos.



La luz, como de brumas coaguladas, era muy misteriosa en esas horas ya no tan tempranas. Me da la sensación de haber perdido el pulso fotográfico y no ser capaz de reflejarla en estas imágenes que comparto. La última, incluso, es una HDMI (a 1920 x 1080) que he puesto en el escritorio de mi ordenador, en previsión de que pueda surgir, uno de estos días, una mañana más turbia o menos atractiva.



martes, 30 de enero de 2018

Arte Efímero

Este tramo del invierno, en el que el frío no está apretando, nos provee de mañanas variadas (niebla, lluvia, sol...) no del todo desagradables. Las aprovecho para pasear un par de horas con otro jubilado que en su vida laboral fue pintor, de los llamados entonces "de brocha gorda"; de aquel desempeño le ha quedado una afición hacia los grafitis no exenta de cierta ambivalencia: tachando los más de vandálicas guarradas, mientras otros le producen admiración y arrobamiento y me lleva, de propio, a verlos.


No sé si he dicho alguna vez que la localidad por donde deambulan nuestros vacilantes pasos, Monzón, no es ni un pueblo ni una ciudad: es como un suburbio de una capital grande, solo que no hay ninguna al lado; el descuido desmañado del reducido centro y el pasado industrial, consiguen este efecto como de barrio periférico de una gran ciudad inexistente.



Cualquiera de mis paisanos (que, por fortuna, no me van a leer) pensaría que esto es un agravio o una desconsideración a la población que me ha acogido para los restos. Todo lo contrario, es la particularidad que me resulta más atractiva y confortable, la influencia de la "gente bien" y de "los de aquí de toda la vida" es menos sofocante que en otros lugares que he conocido y permite una vida urbana y anónima en un núcleo de tamaño manejable.



Bueno, pues como decía, fuimos a instancia de mi colega pintor a ver los muros donde los grafiteros se han explayado, según él, con gracia y acierto, e hice estas fotos como testimonio de pleitesía a un arte tan efímero que, apenas acaba el artista del aerosol de concluir su obra, ya viene otro a garabatear encima, ¿cooperación o destrozo? Ni idea, nunca he entendido ni gota del ángel fugaz de estos intrincados trabajos murales: llaman mi atención, pero no comprendo sus motivaciones, mensajes si los hay, o códigos estéticos. Qué le voy a hacer: es un asunto generacional, los aerosoles en mis tiempos se empleaban para otro tipo de pintura en los muros urbanos: "12 de Noviembre, Contra el Ajuste Laboral, Huelga General" (la frase es auténtica, yo la escribí la tapia de un solar en 1976, qué tiempos).



Vale, por eso comparto hoy estas fotos, a ver si un entendido en grafitis sabe tasarlos y vienen, no será la primera vez, a arrancarlos y llevárselos a un museo.







jueves, 31 de agosto de 2017

Retrospectiva Del Calor

Intento salvaguardar la paz pegajosa y canicular del férreo agosto, rehuyendo la toxicidad implacable de la prensa, la radio y las cadenas de la telebasura política, enterándome lo menos posible de la que está por caer en el próximo otoño, en suma, imitando al modélico avestruz en el que nos hemos convertido los indiferenciados individuos de las masas que en éste país atiborran las playas y abarrotan montañas y valles, en busca de una brizna de frescor, del que tan avaro es el verano por estos abrasados pagos.

Me resisto a contar cómo es el verano en Monzón, haría falta un talento comparable al de El Bosco para hacer una descripción de lo que es una versión tan nítida, tan inequívoca, del infierno trasladado, o mejor materializado, de forma tan contundente y precisa en un rincón tan infausto de nuestro planeta, aquél donde pega el sol con toda su mala hostia.




Escribo esto cuando ya ha quedado atrás una atroz ola de calor, la segunda en lo que llevamos de este verano de 2017. Rememoro el sudor que se escurre como una catarata desde cada uno de mis maltrechos poros: no puedo calcular con exactitud el último momento en el que mi piel estuvo seca por última vez, aunque seguro que hace más de tres semanas, es un milagro que no esté cubierta de musgo.




El verano tiene su comienzo oficial en Monzón y toda su jodida latitud el 21 de junio, aunque esta temporada se ha adelantado a su habitual desencadenamiento, con una saña que nos ha dado pábulo a maldiciones y blasfemias suficientes para ganarnos este ferocísimo infierno, así es la voluntad divina.




Durante más o menos tres meses, somos obsequiados con unos rayos solares que podrían derretir el vidrio de los escaparates, hacer que se secaran los cactus del desierto de Sonora que hubieran trasplantado aquí por error, o poner el asfalto en ebullición, pero eso no es lo peor. Lo peor es la continuidad del calor en el aire de día, de noche, de madrugada, la temperatura bajará en muy raras ocasiones de los 30 grados en los cubículos de cemento que habitan nuestros malolientes cuerpos y nuestros atufados espíritus. La otra noche, a las dos de la madrugada el termómetro exterior de una estación meteorológica de supermercado que tengo, marcaba 33 grados cuando me fui a dormir cocido en mi propio caldo. Lo peor es esta cocción nocturna, adobados con las rachas del aliento pestilente del dragón que entran por la ventana abierta, si la cierras es aún peor.




Aunque no hay mal que por bien no venga: al cerrarla, se amortigua un poco el ruidoso pandemónium que los jovenzuelos del pueblo convocan noche tras noche en la plaza que tengo enfrente de casa, un poco de botellón, un poco de piruetas motorizadas, algunas briznas de la hierba de la risa, aullidos hormonales, golpes en el mobiliario urbano, en fin, lo de siempre; a las tres o las cuatro de la mañana se cansan de su pequeño aquelarre cotidiano y se van. Tengo la fantasía de que van a rondar frente al balcón del concejal de juventud, cultura y deporte y, confortado con ella, cierro los ojos y consigo dormirme un rato.




Por la mañana te tienes que levantar tempranísimo para salir a caminar un poco. Incluso a las 8, la sombra en la chopera dista bastante de ser fresca. No sólo el camino, sino todo en derredor tiene un aspecto requemado, seco y polvoriento. El olor es como el de un mar fétido y putrefacto que se cobijara a dos o tres metros por debajo del nivel del suelo y filtrara a través de él sus mefíticos efluvios en una calima densa, ponzoñosa y maloliente.




Yo no sé si esto es el calentamiento global o toda la vida nos hemos jodido de calor en verano, de todas formas, la mayor parte de los ecologistas que conozco tienen el aire acondicionado a todo trapo y no comparten conmigo esta experiencia de bochorno incandescente que me asedia y atonta.


Todos los días están consagrados a un deseo: que llegue el final de septiembre y, con las lluvias torrenciales, refresque un poco.


Aunque estas últimas fechas, Luzbel nos ha dado un respiro poniendo las calderas al ralentí y cerrando la bocana del averno: él sabe que de todas formas volverá a adueñarse de nuestros pecadores despojos, de nuestros inanes cuerpos y de nuestras patéticas almas.






lunes, 24 de octubre de 2016

El Monstruo Del Lago Monzo-Ness

O montisoNéss, que es el gentilicio correcto de mi pueblo, Monzón, donde parece que no nos privamos de nada.

Hace dos días compartía una versión amable y otoñal del lago (en realidad, balsa) que atrae mis paseos matutinos y que me convida a meditaciones saludables.


No siempre es así: este verano pasado hemos sido azotados por canículas sin precedentes y, en una mañana precursora de aquellos bochornos inauditos, tuve una alucinación. El caso es que mi querida cámara digital también la padeció, como puede verse.



Sin embargo, no alertamos a la comunidad científica por temor a un majestuoso ridículo. En todo caso, en esta página de carácter esencialmente recreativo, me atrevo por fin a mostrar a este espécimen local del monstruo del lago Ness, e incluso ofreceré una hipótesis de su presencia en estas aguas meridionales.

Se da la coincidencia de que un paisano de Monzón, cuyo nombre ignoro, ya que lo conozco sólo por el mote, viajó de vacaciones a Escocia y, como es muy intrépido y algo insensato, no descarto que se sustrajera un huevo de los que el bicharraco autóctono pudo haber depositado en el lecho del lago... Ah, claro, esto implica por supuesto que “Nessie” es una hembra y no es el único en su especie. Mi paisano, de regreso a Monzón, dejó el huevo en la extensión de agua estancada que tenía más a mano y el calor hizo el resto.


Desde aquella fecha del inicio del verano, no he tenido oportunidad de hacer otro avistamiento de la criatura, pero ayer oí una conversación casual entre dos parroquianos en un bar y decidí publicar el testimonio gráfico de que la noche anterior, cuando salieron a que les diera el aire, no estaban tan ebrios como ellos creían. 

jueves, 9 de junio de 2016

¡Caracoles!

¡Caracoles! ¡Ostras! ¡Cáspita! ¡Jopelines! ¡Rábanos! ¡Zambomba! ¡Córcholis! ¡Carape! ¡Diantre! ¡Cáscaras! ¡Canastos! ¡Zapateta! ¡Caramba! ¡Rayos! ¡Repámpanos! ¡Caray! Éste, y aún mucho más largo es el repertorio de exclamaciones eufemísticas usadas para expresar sorpresa, turbación o incomodidad, lo cual denota que el español era una lengua muy apta para la hipocresía. Y digo era, porque estas expresiones están, como se dice ahora, muy desfasadas, obsoletas, son viejunas, el hablante real usa ya tan sólo dos: ¡Coño! y ¡Hostia!



Que debieron ser, más o menos, las que yo debí usar cuando contemplé este perturbador suicidio colectivo de una miríada de pequeños caracoles, inmóviles y puede que ya un tanto calcinados en medio de una obra de arte contemporáneo ¿o formando parte de ella?




Como sin duda ocurre en tu hábitat, también en el mío los muchachos se dedican a dejar las más variadas señales de autoafirmación en cuanta pared, puerta o tapia encuentran a su paso. Provistos de uno o varios envases de pintura en aerosol, decoran con sus más o menos elaboradas imágenes, anotaciones o firmas cuanta superficie se alza ante su ir y venir.




En mi pueblo, como pasa con todo, tienen dividido al vecindario: la mitad opinan que aquello es decorar y dar una nota de color al paisaje urbano y la otra mitad considera que aquello es simplemente enmugrecer y degradar las fachadas con mamarrachos y rayujos. Como somos impares, me toca a mí deshacer el empate (a 1.515) y, debido a mi tibieza y medianía, juzgo que aquello es, simplemente abigarrar (¿os imagináis a los adultos en Altamira diciendo: “Troglodín, Cromañico, no emporqueis las paredes de las cavernas con los pintarrajos de esas ridícula
s mascotas”?)



Con las lluvias primaverales, muy abundantes este año, miles de caracoles se han dado al turismo, haciendo su sosegado “caravaning” por toda suerte de superficies… El caso es que llegaron a estos muros que la moda del grafiti no había perdonado y, o bien extasiados por la belleza y el cromatismo de las grafías, o bien atontados por la toxicidad de las pinturas, decidieron montar una acampada vertical y populosa.




En estas salió un sol de justicia, el de la primera y ruda ola de calor por estos pagos y los pobres se debieron achicharrar, evaporándose de su liviana cáscara que quedó allí como testimonio de la insaciable barbarie de la naturaleza.




De nosotros, puede que aún quede menos rastro en un verano futuro, pero mientras, pasé con la cámara y fotografié la curiosa necrópolis de los inermes gasterópodos.


miércoles, 8 de junio de 2016

Monzón Desde El Aire 3. Los Lugares Más Céntricos

Hace treinta años, lo que más hubiera llamado la atención de un forastero desembarcado en Monzón, sin duda habría sido el pandemónium ocasionado por una carretera general con un tráfico intensísimo, atravesando el mismo centro de la localidad: la entonces Nacional 240 (hoy casi sustituida por la autovía Lérida-Huesca) hendía el cogollo de la población, sembrando la populosa avenida con los animados ruidos de las arrancadas y acelerones de los motores, la simpática barahúnda de las bocinas, los gases salutíferos del diésel pedorreados con negruzca generosidad por los vehículos pesados, las vistosas colas en los semáforos (hoy erradicados en la aplicación, a los peatones, de la vigente doctrina del sálvese quien pueda)… La libertad de comercio ocasionaba, nunca sabré por qué alambicado mecanismo, que veinte o treinta camiones diarios de cerdos, provenientes de Salamanca o Extremadura, pasaran en dirección a Cataluña, mientras otros veinte o treinta abarrotados también de porcino estresado, provenientes de Vic, de Mollerussa, o de Solsona, se dirigieran hacia el centro de la Península, dejando nuestra ciudad sumida en unos efluvios embriagadores en el aire así purinificado.

Panorámica centrada en la iglesia de Santa María

Todo esto pertenece al ayer o casi: no hemos llegado aún al sueño visionario de uno de nuestros anteriores alcaldes, hombre ambicioso que prometía convertir la otrora saturada carretera en un bulevar, pero, como decimos las gentes deseosas de asimilar la propaganda que nos enchufan los medios, “hemos ganado bastante en calidad de vida”, desde que la circunvalación sacó los vehículos en tránsito del núcleo urbano, a buenas horas mangas verdes, ahora que se ha desmantelado casi toda la industria.


El pequeño río y el gran bloque

Panorámica desde el Este

En fin, la antigua carretera que viene de Lérida, cruza el río Sosa y, paralela a la exigua corriente de agua que otrora fuera el colector principal de la ciudad, atraviesa un cuarto de “milla de oro” que Monzón despliega de Este a Oeste, partiendo así el núcleo urbano casi por la mitad, al Sur el castillo y la parte “más antigua” y al Norte el reciente despliegue de establecimientos relevantes: un hotel, el Juzgado y la Agencia Tributaria, cafés y tiendas, hasta llegar a la Escuela de Idiomas, donde el nonato bulevar ha girado en una rotonda atestada y se dispone a abandonar “el centro urbano” en dirección a Barbastro.


Panorámica desde el barrio de la Jacilla

Para evitarles a los aborígenes la sensación cansina de ver su omnipresente castillo, se urdió en los primeros setenta la catástrofe urbanística del edificio Loarre, que alza sus diez pisos, sin contar los áticos, por encima del río Sosa a lo largo de cien metros de fachada, creando una gigantesca pantalla de ladrillo, que obstruye toda posible vista al maltrecho casco urbano de la parte vieja y al propio castillo, espectáculo hurtado a un concurrido parque donde las mamás pasan la tarde con sus criaturas como si estuvieran todos castigados “cara a la pared”. Hace cuarenta años este desmedido bloque era “lo más” (moderno, elegante, lujoso… ) y todos soñábamos con adquirir un piso (con garaje) en sus intrincadas entrañas, cosa que algunos consiguieron. Mas, ay, los sueños de los que planifican y ordenan devienen rápidamente en pesadillas para ellos y para todos los demás. Menudo pegote.


Desde el parque de la Azucarera

jueves, 14 de abril de 2016

Castillo Bajo La Luna

¿Cómo se sujeta la Luna en el cielo? ¿Y qué pasaría si la Luna se cayera sobre la Tierra? Estas eran dos invariables preguntas que los niños me hacían cuando me tocaba intentar suministrarles un conocimiento básico del Sistema Solar: planetas, satélites, estrellas, asteroides, cometas y toda la parentela, representando en los cielos su danza incomprensible y luminosa. El hecho de que la Luna no nos pueda caer encima, con el consiguiente desnucamiento, me temo que continuaba siendo un arcano para los más temerosos de entre los alumnos, pese a mis esfuerzos didácticos y a los esfuerzos científicos de Galileo, Newton, Kepler y el resto de los muchachos.

Tierra y Luna: comparación de tamaño

Cuando renuncié a hacerme entender, traté de consolarlos con el insignificante tamaño de la Luna. Esta es una buena pregunta ¿cuál es el tamaño de la Luna? Ellos me la comparaban con un plato espacial, con un balón astral, con un queso cósmico… Pero cuando conseguía convencerles de que, con el brazo extendido, basta un simple garbanzo entre los dedos para taparla completamente (probadlo), el consuelo era muy eficaz: la caída de un simple garbanzo celeste no puede ser tan devastadora…


Evidentemente, la luna de la foto está inflada, no sé si como venganza sobre mis antiguos y entrañables alumnos, o como homenaje a Lars Von Trier, cuyo planeta Melancholia viene a caer sobre la Tierra en una estremecedora fábula cinematográfica sobre el fin del mundo.



El castillo de Monzón recibe al atardecer una luz ciertamente melancólica (quizá la que me gustaría ver cuando mi mundo, o sea, mi existencia, se liquide). Y en la imagen, una Luna recrecida por artificio fotográfico, pone una nota entre ominosa, ingenua y poética en la plácida luz del ocaso. En fin, pasatiempos propios de quien no aprecia la programación televisiva.

jueves, 22 de octubre de 2015

Monzón Desde El Aire 2. El Ubicuo Castillo

En un cerro o altozano (aquí lo llaman saso) que se alza unos setenta metros sobre la llanura circundante, se erige este edificio emblemático que es el Castillo de Monzón, donde los templarios educaron a Jaime I, y a algún otro después; aquel monarca heredó un reino de tiempos remotos, conocido como Corona de Aragón, que dio mucho que hablar.

 
Ni es mi intención, ni dispongo de los conocimientos necesarios para detallar aquí la relevancia o el valor histórico, arqueológico, artístico y monumental de semejante mole. O sea que si tienes curiosidad, te tendrás que buscar otra entrada… Sólo quería establecer que tan visible fortaleza es, dentro y fuera de nuestras fronteras comarcales (o tal vez provinciales incluso), el activo inmobiliario más conocido de esta pequeña ciudad, su sello de identidad tangible. Con decir que figura, como motivo de un protagonismo evidente, en 44 de los 50 últimos carteles de las fiestas patronales, está todo zanjado.

 
Si hasta el mismísimo ministro de Información y Turismo del régimen anterior, el entonces Excelentísimo señor, don Manuel Fraga Iribarne, el famoso bañista de Palomares, prometió a nuestros regidores de la época convertirlo en un Parador Nacional de Turismo, en el que camareros con cota de mallas servirían, en sus escudos, deliciosos menús a los acaudalados visitantes… Seguimos soñando: el castillo no se ha rehabilitado hasta ese nivel, pero bueno, alguna restauración medio apañadita sí que lo ha aseado un tanto; he de decir que cuando yo llegué a Monzón, parecía más viejo (que no más antiguo) que ahora, de haber persistido en el abandono en que se hallaba, hoy veríamos una ruina coronando el pueblo y, de momento, no es así.

 
En esta ocasión, me beneficio de nuevo de los afanes de un aeronauta que, financiado tal vez por la corporación local, sobrevoló el castillo y él mismo, o quizá un ayudante, tomó las imágenes de las que hoy me aprovecho, para mostrar a algún cibernauta aburrido las espléndidas, aunque algo áridas, bellezas de la loma y del castillo que la corona. Ni Jaime I tuvo una visión tan de conjunto, aunque, claro, ¿cómo sería en aquella época? Sólo puedo hacerme una idea del olor de las caballerizas y de la pedregosidad del acceso. Además, el revestimiento externo de parte de la ladera con ladrillo es muy posterior…

 
Como posterior es la manzana de la discordia que, según unos, adorna, y según otros, arruina la amplia explanada superior: en el extremo norte de la misma, una enhiesta mole de hormigón representa a un Sagrado Corazón de Jesús, en un pedestal que lo hace parecer el guardián de Monzón, los brazos abiertos de la colosal escultura sugieren protección (a los creyentes) o que vaya a lanzarse a revolotear (a los demás). Antes, por la noche, era iluminado por una luz fantasmal: si había niebla se asemejaba a una aparición en lo alto. En el pie de la estatua pone o ponía “Reinaré” y tal vez otras cosas (si era época de pintadas). Al parecer, la escultura y su pie desmesurado constituyeron una donación a la ciudad, por parte de Hidro-Nitro Española, allá por el nacionalcatólico año de 1950. Y desde la Transición, no pasa ni una sola ronda de elecciones municipales, sin que unos prometan que se quedará allí hasta el fin de los tiempos y los otros ofrezcan su retirada, su traslado inmediato a donde no moleste, o incluso dinamitarlo de manera ejemplar. Lo dicho, la manzana de la discordia.

sábado, 17 de octubre de 2015

El Imposible Equilibrio

El paraje que hoy muestro en unas fotografías pretendidamente atemporales, es conocido en mi pueblo como “La nariz de Castro”, no osaría contestar acerca de cuál es el motivo de semejante dedicatoria, ni tengo la menor idea de quién era el tal Castro, el homenajeado nasón, ni en qué época vivió para dar bautismo a tan precaria roca.

 
Roca que ya hizo acto de presencia por este blog en la entrada del 12 de diciembre de 2012, pero como mis paseos otoñales me llevan una y otra vez a su sombra entre ominosa y sedante, hoy, en plan monográfico, le dedico unas cuántas imágenes más, para darla a conocer a los forasteros, aunque sin ánimo de dar pie a unas envidias improcedentes. A fin de cuentas, no es que sea nada del otro mundo: estos relieves sedimentarios de roca arenisca abundan por estos campos más que las carrascas que los agrietan, los almendros bordes que los coronan, o los enseres basurientos que abandonan a su vera algunos desaprensivos, quizá con ánimo de contrarrestar el afanoso reciclaje del grueso de la población.

 
La roca tiene el tamaño aproximado de un autobús que se alzara encabritado sobre sus cuartos traseros. Vista desde el sur, parece una más de las areniscas redondeadas por la erosión. Pero, desde la otra cara, muestra un equilibrio más que improbable: parece que se vaya a volcar de un momento a otro. Parece que pudieras irla a captar mientras bascula. No obstante, aquí entra lo que llamamos el tiempo geológico: se va a desprender con toda seguridad, el caso es que no sabemos si dentro de 15 días, o dentro de 15.000 años. Mientras tanto, permite fotografiar una imagen certera de la incertidumbre. Yo creo que todo lo que conozco está en este equilibrio imposible, es el que beneficia nuestra propia existencia, al menos hasta que se desploma.

 
Así que, cada vez que paso por debajo, la animo a aguantar, a resistir las lluvias, los vientos y las heladas una temporada más. Vamos, sigue ahí.