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domingo, 18 de diciembre de 2016

Subiendo A Fanlo

En el verano de 2005 subí dos veces en bicicleta al pueblo de Fanlo, en el alto Sobrarbe. En la primera ocasión iba sólo y, desde Sarvisé, tomé una carretera que corre paralela al barranco del Chate. A falta de cuatro kilómetros, lo cruza y se empina en revueltas cerradas por una ladera cuyo durísimo ascenso parece que no acaba nunca.


En la segunda ocasión, llegaba en compañía de un cuñado muy aguerrido, entrando por el cañón de Añisclo y siguiendo la carretera que pasa por Nerín; un trazado más largo y, en apariencia, con menos pendiente, pero igualmente extenuante.



Desde ambos lados se trata de la misma carretera, la Hu-631, estrecha, revirada y con no muy buen piso, lo que incrementa el esfuerzo, de modo que si tienes más de cincuenta años y acarreas más de noventa kilos como era mi caso, llegas a Fanlo, que se sitúa en el collado en el punto más alto, arrepintiéndote de tus pecados y solicitando el viático.



¿La recompensa? Bueno, te tienen que gustar los paisajes agrestes y los pueblos perdidos. Éste de Fanlo, con algún bello torreón, mucha piedra y mucha historia entre arrinconada y remota, lo van encontrando los usuarios del deporte de aventura, del turismo rural y algún buscador de tranquilidad en rincones recónditos.




Imagino que en algún momento, años atrás, Fanlo estaría en un tris de pasar a ser un lugar deshabitado, como les ha ocurrido a tantos y tantos núcleos de difícil acceso en esta comarca del Sobrarbe, uno de los lugares más despoblados de la Península.
La primera vez hice unas cuantas fotos con una cámara digital Sony. Entonces las cámaras digitales de bolsillo tenían poca resolución y casi ningún ajuste. Además el día era increíblemente luminoso y soleado.




Tras estas burdas excusas, apreciarás que la belleza del entorno se sobrepone a algunas deficiencias: me agradó en especial la vista en lejanía de la Peña Montañesa desde el oeste.




Tejados, ventanas, puertas, muros... configuraban un todo muy armónico que todavía sobrevive en su belleza austera y ancestral y, pese a un cierto abandono, no está casi en absoluto echado a perder.




Concluiré con dos observaciones muy superficiales, fruto de mi afición a fotografiar estos pueblos montañeses: una es la ubicua inclinación por la heráldica, a día de hoy hay en ellos más escudos que vecinos; la otra es el omnipresente cableado de luz y teléfono, tendido por unos operarios de una época de necesidades más perentorias, en la que se la sudaba a todo el mundo el asunto este de las bellezas del entorno rural.






jueves, 21 de julio de 2016

Curiosas Flores En Los Acantilados De Ordesa

«¡Fijaoss chicos, qué curiosso!» Me remedaba burlona una alumna en Alcolea, hace muchos años. Lo creáis o no, estaba bastante acertada, la joven imitadora. Y, lo creáis o no, su destreza en captar los puntos débiles de los humanos seres la ha encumbrado. Y actualmente es senadora.


¿Qué por qué estaba tan acertada? Veamos: un profesor de Ciencias que no es capaz de emplear un calificativo más preciso que “curioso” (o “espectacular”), merece que se burlen de él un poco (por lo menos).



Y sí, cuando en el título de la entrada escribo: “Curiosas flores…” con ello consigo denotar que no tengo la más remota idea de botánica, flora, fitología o como quieras llamar al conocimiento sobre estos bellos representantes del mundillo vegetal.



Explicaré el origen de estas imágenes (que no sé si te parecerán “curiosas”). Si llegas al muy recóndito pueblo pirenaico de Nerín en verano, puedes conseguir que un autobús todo terreno te suba a los vertiginosos acantilados que dejan al fondo el muy celebrado valle de Ordesa. A ti y a veintitrés turistas más, por una pista, con unas pendientes del demonio.



Como a mí me dan un pánico cerval las alturas, me dediqué a mirar al suelo. Y allí descubrí miríadas de coloridas florecillas que, ni crecen en mi pueblo, ni sé cómo se llaman, pero me parecieron muy “curiosas”.



Y eso que el guía/conductor era amable en extremo e intentó instruirnos (en lo que a mí respecta, sin éxito). Sólo se me quedó lo de los lirios: el lilium pyrenaicum es una flor esbelta, entre azul y morada que, seguramente, ya debes conocer. El guía nos dijo que por cada diez mil azules/violáceos hay uno blanco. Esa es la proporción. ¡Y vimos uno blanco! ¡Qué alegría! Solo mucho después caí en la cuenta de que durante el viaje nos encontramos, por lo menos, treinta mil lirios, claro, tenía que pasar.



Las flores endémicas más interesantes y escasas solían tener un inconveniente: eran tan pequeñas que escapaban a las capacidades del macro de mi cámara, así que, aprovechando mi atrevida ignorancia, fotografié muchas otras al buen tuntún y aquí están.



Y claro, no podía faltar el edelweiss que suele aparecer en las praderas pirenaicas hacia los dos mil metros de altura. Es una flor blanca apreciada y escasa que está prohibidísimo arrancar (se dice que los del Seprona podrían abatirte…) Por mí, pueden estar tranquilos, personalmente la considero una flor peluda y poco agraciada.



Y si has estado leyendo estas simplezas y te interesa una página que, de verdad, se ocupe de las plantas de estos contornos con el rigor y el respeto que la cosa merece, acércate a PASOS: es el blog que acabo de añadir, en el lado derecho, a la lista Blogs Interesantes.




viernes, 31 de julio de 2015

El Valle De Otal

Con el alentador título de “Excursiones para peques” encontré el otro día en internet una reseña de este cómodo recorrido que tengo fotografiado por primera vez en julio de 2008. El de Otal es un valle secundario de origen glaciar, un tanto colgado sobre el valle principal que es el de Bujaruelo, por el que transita el río Ara. Llegados desde Torla hasta el puente de los Navarros, a la derecha queda Ordesa y a la izquierda, Bujaruelo.

 
Y aquí me embarcaré en una disquisición innecesaria y gratuita: en verano no está permitido el acceso en vehículo particular a la pradera de Ordesa. Hay que dejar el coche en un vasto aparcamiento sito en Torla y echar mano de un servicio de autobuses que, más bien que mal, nos remontan por la pista asfaltada hasta Ordesa. Es una idea excelente, no sé a qué estratega de la política o de la administración se le ocurriría, pero por menos le han hecho a alguno una estatua. Aún recuerdo con repeluzno el aspecto de la pradera de Ordesa cuando era una explanada polvorienta con diez mil vehículos estacionados.

 
A Bujaruelo, en cambio, aún se puede acceder, hasta el mesón de san Nicolás, con coche propio. Es una estrecha pista con algún tramo de hormigón, pero en su mayor parte de tierra. Retomamos el término “polvorienta”. Como no se puede acceder es andando (muy larga) y si vas en bicicleta los coches te atufan, en el mejor de los casos, o en el peor, te pasan por encima. Y digo yo: ¿no habría un modo de restringir el tráfico en verano, como en la vecina Ordesa? Mi mujer que es más sensata me explica que no, debido al tema de que hay campings en la zona, pero algún modo habrá de evitar semejante reguero de vehículos llevando el sempiterno atasco hasta la alta montaña.

 
Desde el mesón de san Nicolás, una cómoda pista, ya cerrada al tránsito a motor, va remontando el río Ara y luego, a mano izquierda, sube trazando amplias lazadas. El recorrido es tan plácido que sería hasta aburrido de no mediar la grandiosidad del paisaje. Lo suyo, si uno está en forma, sería hacer la subida en bicicleta por estas pistas de buen piso.


 
Alcanzado el collado y una verja para evitar que las vacas corran en libertad, el valle se abre ante nosotros en toda su magnificencia, que es mucha. A partir de aquí, es casi llano y llegamos al final donde hay una sólida cabaña para la cosa del ganado y, un poco más allá, la cabecera del valle, a los pies de Tendeñera y la Peña de Otal (nieve a finales de julio) con una cascada donde se despeña un barranco menguante temporada tras temporada. Cuesta como hora y media subir hasta la cabaña y algo menos bajar.

Vista hacia la cabecera del valle


Vista hacia el collado donde se inicia
 
El valle forma una amplia “U” con el fondo tapizado por una pradera de hierbas altas, repleto de vacas y sus fragantes deposiciones, y alegrado por los silbidos y el correteo de cautelosas marmotas. Hay flores para llenar un tren de mercancías, hasta lirios blancos vimos (que dicen que son escasísimos). Después de aquél 2008, vuelvo cada año, al ser una excursión apta para “peques” y “personas mayores”. Este año estaba todo muy agostado, con la hierba amarillenta y menos flores. Y es que, si no llueve, es un sitio muy soleado.

El barranco de Otal desciende hacia Bujaruelo

Uno de cada 10000 lirios pirenaicos es blanco

Grandiosa vista con la cabaña al fondo (se ve minúscula)
 

martes, 7 de abril de 2015

Ascensión A Mondotó

Conforme nos va cayendo encima el lastre ineludible de los años y nos vemos aligerados de energías y de “reprise”, va quedando un elenco más reducido de excursiones y ascensiones: ya sólo nos atrevemos con los picos más bajitos y, aun éstos, nos salen respondones y nos echan encima una considerable carga de fatiga.

 
El fin de semana pasado, un numeroso (y nutrido) grupo de amigos (con niños, aunque sin mascotas) nos acercamos en un par de vehículos a Nerín, por la carretera que remonta el cañón de Añisclo y llega literalmente a donde Cristo dio las tres voces.

 
En una pista que accede al caserío diminuto del citado pueblecito de Nerín, antes de una valla que restringe el tráfico rodado a los territorios del Parque Nacional de Ordesa, dimos en aparcar con la intención de ponernos las botas (en sentido literal).

 
Un camino de ladera, bien señalizado, arranca a la derecha de la pista, ganando rápidamente altura. El trazado es bueno y es casi imposible perderse. La ascensión no es muy larga, ni incómoda, aunque sí bastante dura, debido a que la pendiente no afloja ni ese instante que te permitiría recuperar el resuello. Son casi ochocientos metros de desnivel a palo seco, sin una sombra, sin un descanso que no sea el que te quieras tomar.

 
El camino pedregoso, entre matorrales, llega a un collado que aboca a una ladera herbosa, donde aquí y allá hay neveros, o se insinúa un lapiaz y piensas, ya estoy salvado, esto se acaba, ya estamos llegando. ¡Y una leche! Bienvenido a la inclinada pradera interminable: sigue picando para arriba, para arriba…

 
Como si fueras en un helicóptero que remonta el vuelo, aparece ante tus maravillados ojos el macizo de Monte Perdido enfrente, parecería que extiendes la mano y lo puedes tocar. Con mucha nieve aún. Precioso.

 
Cuando estaba a punto de arrojarme al suelo y encomendar a los más jóvenes (todos los demás) que siguieran sin mí, zas, se abre un acantilado descomunal: abajo está el cañón de Añisclo y enfrente las paredes de las Sestrales: hemos llegado, el mundo se acaba aquí.

 
La sensación aérea es impactante: como soy un tanto prudente (tres puntos por encima de precavido y sólo uno por debajo de gallináceo), no me acerco en exceso (ni falta que hace). Un extenso muestrario de rapaces vuelan por encima de nosotros, por al lado y por debajo (inmersas en el cañón). Más vale que me calle y deje hablar a las imágenes de la belleza del panorama.






 
Reponemos fuerzas con un refrigerio y bajamos. Otro par de horitas, estas más descansadas por motivo de la pendiente, ¡cuánto hemos subido!

 
Aunque, dejando a un lado exageraciones, para una persona en forma, es una excursión tan sólo de una mañana: se puede bajar a comer a Nerín. De todas maneras, aquél que quiera ir, que no lo deje para el verano: la loma es muy soleada e imagino que dentro de un par de meses, o se sale muy temprano, o se corre el riesgo de sufrir una completa evaporación, porque no es terreno muy elevado (entre 1150 y 1950 metros se transita, más o menos).

 
Para todo tipo de amantes del senderismo, ésta es una excursión fácil y con una excelente relación esfuerzo/recompensa. Lo único que te puede disuadir es una larga aproximación en automóvil.
 
Hasta aquí hay que subir. Desde la izquierda, claro.
 

lunes, 18 de agosto de 2014

Una Excursión Al Pelopín

A caballo entre las comarcas del Alto Gállego y el Sobrarbe, se encuentra, para disfrute de los mortales, esta montaña, cuyo pico es el remate de una ascensión nada impresionante, pero muy grata y con unas vistas panorámicas que, si no porque odio la palabra por sus connotaciones mediáticas, no dudaría en calificar de “espectaculares”. Por hoy, lo dejaremos en espléndidas, siendo su esplendor, un regalo no demasiado costoso, porque la subida no es en exceso costosa (eso sí, por una solana asaz achicharrante en verano, lo testifico) y, una vez arriba, la hermosura de las vistas que nos circundan hace que se nos escape “un oooOh muy grande”, lo aviso.
 

Un vehículo ha de llevarte hasta la entrada del túnel de Cotefablo, si procedes de Monzón o Barbastro, o hasta la salida si has venido desde Jaca o Sabiñánigo. El caso es que aparcas y encuentras que han tenido la amabilidad de señalizarte un sendero que trepa sin contemplaciones o una pista más cómoda, pero bastante más larga. Se puede elegir y pronto nuestro objetivo está a la vista, tal que así:
 
 
Ganada bastante altura, comenzamos a transitar por una ancha loma y cuando la dejamos a nuestras espaldas…
 
 
Unos últimos zigzags nos ponen a la vista la cumbre del pico, ya sólo nos falta el último tramo, más breve aún de lo que aparenta:

 

La panorámica desde la cumbre es, como he dicho, excepcional. Especial relevancia tiene la vista hacia el macizo de Monte Perdido, aunque se puede uno entretener con bastantes detalles curiosos.
 



 
Por ejemplo, la brecha de Roland, que aquí se contempla en todo su esplendor de gigantesco portal invertido.

 
O la peña Oroel, con la cruz que remata su cima. Atención, señores, estamos hablando de un punto que dista de nuestro observatorio algo más de 30 kilómetros en línea recta. Para ver la cruz cimera se precisarán unos buenos prismáticos o un potente zoom.

 
También podemos contemplar, a nuestros pies, el pueblo de Otal, abandonado, derruido y hermoso.
 
 
Y, al otro lado, el punto más cercano de “la civilización”: se extiende a nuestros pies la pequeña población de Linás de Broto. Setecientos metros de desnivel hemos ganado respecto a sus casas, más de 500 de ellos a golpe de calcetín. Estamos a poco más de 2000 metros de altura y un bocadillo se hace imprescindible antes de bajar.
 
 
Al terminar, hicimos una visita a algunas de las llamadas “ermitas del Serrablo”. Dentro de la de San Juan De Busa, tuve la ocurrencia de tomarme esta “selfie”, que es una de las más originales que he tenido ocasión de hacerme (y por cierto, en la que más favorecido salgo). No abusaré con esto de las ermitas serrablesas, por ahora: a San Juan De Busa le dedicaré una entrada específica, pues pienso que es uno de los once rincones más hermosos que me ha sido dado conocer en este incierto asteroide.
 
 
He señalizado el recorrido en un mapa algo randero. Dos horas deberían bastar para una ascensión a ritmo sosegado.