Mostrando entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relatos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 18 de abril de 2018

Humanidades Y Digestión

Estoy en una especie de caverna de Platón, con las paredes empapeladas con titulares de periódicos y tengo la sospecha de que la realidad política, social y económica, aquella de la que se ocupan las mal llamadas ciencias, mal llamadas humanas es, en nuestros días, de una complejidad rayana en lo inaprehensible, yo ni la aprendo ni la aprehendo; todos mis esfuerzos encaminados a estudiar, a informarme, todos mis esfuerzos orientados a la comprensión básica de estos fenómenos, tropiezan, puede que debido a mi escaso talento, puede que debido a la poca fiabilidad de cualquier fuente actual, con un muro de confusión e impenetrabilidad que me arroja, una y otra vez, como un Sísifo iletrado, a las tinieblas del no saber. Parece mucho más sencillo, por poner un ejemplo, resolver el cubo de Rubik con los ojos vendados, que desentrañar la política de subvenciones a la cultura de cualquier gobierno regional.

Por eso me llama tan poderosamente la atención, casi todos los días, el empeño de muchos de mis compatriotas de acogerse a interpretaciones sencillas, a soluciones simples y a valoraciones superficiales, altamente teñidas de filtros ideológicos.



Yo que dudo sistemáticamente, de una manera tanto o más radical que Descartes: en ocasiones me parece que estoy como pensando, luego tal vez exista a ratos inciertos... Así pertrechado, no comprendo las seguridades ajenas, “sí hombre sí, esto es así, porque lo digo yo y tú eres un puto imbécil, como todos los tuyos”. Pienso que si supiera quiénes son los míos, ahora mismo los llamaba y te ibas a enterar... Determinados grupos políticos, mediáticos, determinados entes sociales, van de certeza en certeza (y de cerveza en cerveza) con una naturalidad que nunca se desgasta, sin preocuparles prueba o testimonio de una verdad que poseen desde que el mundo es inmundo; a veces, desde mi posición de enseñante, he tratado de filtrar algún compromiso de verificación con conformidad a hechos y me han mandado a tomar por el culo: las evidencias de según quién no necesitan someterse a demostración. Con harta frecuencia me quejo de que la lógica parece haber retrocedido 2600 años y haber regresado al vetusto argumento de autoridad, aquél que acredita los libros sagrados, o el programa electoral de Podemos.


Como muchas personas, tengo un fuerte complejo de inferioridad frente a gentes más asertivas: algunas de las que se manifiestan entre aquellos de mis contemporáneos que han accedido a algún tipo de altavoz, rayan en el autoritarismo mental y ni siquiera parecen respetar mi derecho a sentirme perplejo.



Centraré mi atención, hoy, en el montón de yihadistas laicos que me acobardan desde su superioridad moral autoproclamada. Este es un fenómeno exclusivo de las sociedades libres y plurales. En las sociedades cerradas y sometidas, como la España de hace 60 años, no cobra ningún sentido, ya que el grupo dirigente se arrogaba, no solo la superioridad moral, sino todas las demás: económica, lingüística, étnica, jurídica y física (o sea, la fuerza).


Por lo tanto, sólo tiene sentido interrogarse por qué, en una sociedad abierta, un grupo consigue establecer unas pautas a las que debe atenerse todo lo políticamente correcto. Después vienen las lecciones de ética, las consideraciones estéticas, las descalificaciones globales, las sensibilidades acordes con nuestro tiempo y los linchamientos en las redes sociales.


Señores del jurado: no me gusta la ópera (con más gusto escucharé “El muerto vivo” de Peret), no me interesa la gastronomía (prefiero un Burger King, también son expertos en la deconstrucción de la ternera), no simpatizo con la causa palestina, catalana ni antitaurina, no adoro las mascotas, es más, ningún animal me atrae lo más mínimo fuera de la hondonada circular del plato, no reconozco haber jamás ejercido discriminación por razón de sexo (salvo al follar), de raza, de confesión religiosa o de grupo cultural o lingüístico (solo entiendo dos o tres idiomas y bastante mal)...  En este momento, advierto con alarma que las doce miembras del jurado levantan la vista de sus móviles, fruncen el ceño y, no sé cómo, me doy cuenta de que todas han remitido el mismo WhatsApp al magistrado. “Culpable”. De inmediato, el magistrado se remueve en su sitial, llama a los guardias judiciales y susurra el veredicto. “Empalado público al amanecer. Sin lubricante”.


Voy a quejarme de la judicialización de la vida onírica y me despierto bañado en sudor: miro el reloj y son las dos de la madrugada. Me prometo a mí mismo no volver jamás a cenar pizza siciliana, ni barbacoa, ni napolitana... A mi edad, un puré de calabacín, o de puerros, seguido de una cuajada o un yogur, me harían soñar con las verdes praderas y los arroyos cristalinos de mi infancia, que luego mi adolescencia pobló de ninfas y náyades con uniformes de colegio, en vez de esta enojosa e inconsistente alucinación que he transcrito antes de que, con las luces del alba, se me extravíe para siempre.


"Dancing Queen" 1, 2 y 3, photos by Himphame.

domingo, 8 de abril de 2018

Numancia En Su Discrepancia

Me he dado cuenta de que las novelas históricas ambientadas en la época romana llevan bastante tiempo de moda por estos lares. He decidido probar, por si llego a tiempo de beneficiarme del tirón editorial pero, apenas comenzada la empresa, me he dado cuenta de sus riesgos y dificultades. Verbigracia:

“El centurión miró fatigado los muros de aquél villorrio, coronados por tres gallinas que picoteaban al azar en la piedra, de donde sacaban chispas. Hacía tres idus que en aquél recinto faltaba totalmente la comida, la bebida, el tabaco y la conexión a internet, por este motivo, aquellas escuálidas aves que ponían huevos del tamaño de guisantes, no tenían acceso a los gusanos que otrora habían coronado su dieta, pues éstos constituían uno de los más deliciosos manjares que se podían encontrar en los restaurantes de toda Numancia, gusano al pil pil, gusano a la chilindrón e, incluso, gusano revuelto con boñiguitas de conejo fritas, la delicia local, mmm...


Sólo los pocos adinerados entre los habitantes de Numancia podían permitirse estas delicatessen, viéndose los más obligados a digerir cortezas de aliagas, raíces de esparto, pinchos de enebro (las bayas eran también para los pudientes), e incluso sus propios excrementos secos, aderezados con lametones a los huesos de una burra que llevaba muerta desde los tiempos de Asdrúbal, mucho antes del sitio al que los romanos habían sometido a esta pequeña, orgullosa y testaruda ciudad.



Desde la crisis de la administración del íbero Zapatero, la estrella de Numancia había comenzado a declinar: apenas se veían ya cuadrigas tuneadas, antenas parabólicas ni antorchas perfumadas, todo había empezado a oler a estiércol y a carroña caducada y para colmo, desde que los romanos habían comenzado su asedio y cortado el agua, no funcionaban las duchas del polideportivo municipal. Se había acabado usando la de las piscinas, para cocer una insípida sopa de zaborro y, bueno, para qué, la situación devino insostenible.


El centurión recordó cómo había llegado a principio de verano con el ejército romano, comandado por Publio Cornelio Escipión Emiliano, alias el Africano, con la intención de rendir la plaza con un asedio inmisericorde: durante las primeras semanas, aprovechando que las murallas no eran muy altas, los invasores se encaramaban a ellas y desde allí insultaban a los sitiados dando grandes voces: “¡Paletos calcolíticos! ¡Pastores de ladillas! ¡Pelendones! ¡Palurdos Mesetarios! ¡Mojigatos! ¡Pelaos de frío!” Y otros vocativos encaminados a dejar la moral de los pobladores indígenas por los suelos.



Después, los legionarios dieron en celebrar ostentosos botellones (llamados en aquélla época, anforones) durante la noche entera, en todo el perímetro exterior de la muralla, no dejando conciliar el sueño a ninguno de los moradores de la ciudad celtíbera y excitando su sed, lo cual llevó a éstos al borde del ataque de nervios. Además, los romanos borrachos se orinaban y potaban en los otrora impolutos sillares del muro, desacreditando a la futura joya arqueológica.


Por último, los romanos exigieron del pueblo numantino que abriera sus puertas a la invasión turística que, en carruajes procedentes de todas las orillas del Mare Nostrum, vinieron con el propósito de encarecer los alquileres, acompañar a los romanos en sus ruidosas saturnales, vagar por los rincones de la antaño tranquila ciudad en muchedumbres ávidas de aventuras emocionantes y experiencias exóticas, pues exótico les parecía este remoto rincón de la atrasada Hispania y estaban deseosos de hacer plasmar las milenarias costumbres de los autóctonos en vasijas baratas con pinturas de pésimo gusto, para llevarlas de regreso a sus lugares de origen y tirarse el pegote. El caudillo numantino Merdancho negó la entrada a las hordas visitantes y propuso a los suyos que se inmolaran antes de pasar por tan afrentoso agravio.



El centurión suspiró y recordó a aquélla joven arguellada que, antes de verse reducida a la esclavitud, había optado por degollar a su madre política y lanzarse, desde lo alto del muro, sobre las lanzas de los legionarios en formación, coronando con su carne famélica un improvisado estandarte; un anciano desesperado, había devorado un diccionario de latín, pereciendo de resultas de las flatulencias  que en su colon indefenso produjeron las páginas de tan aborrecidos vocablos, “¡jamás aprenderemos una lengua imperialista!” habían coreado los numantinos, que se inmolaban prendiendo fuego a los gases mefíticos que su inflamado líder expelía.


Una ciudad fantasmagórica y calcinada había recibido a los taciturnos vencedores. El más absoluto silencio les daba la bienvenida a las ruinosas callejas devastadas. En cada portal, un rótulo anunciaba la universal claudicación: “se vende”, “se alquila”, “se traspasa”, “liquidación por cierre del negocio” y otros por el estilo.


“Vae victis”, pensó el centurión.”



(Continuará. O no.)

miércoles, 14 de febrero de 2018

Huelga De Poetas En San Valentín

Esta madrugada había conseguido escribirte el poema definitivo. Todo el mundo sabe que resulta difícil escribir un poema de amor adulto sin que resuenen ecos de ñoñería, o cursiladas sonrojantes, o las más manidas frases sobre el corazón, las flores, la primavera, los atardeceres y otros recursos por el estilo, pero te prometo que lo había plasmado en el papel.

Con un tono sosegado y levemente elegíaco, había conseguido eludir el de aquellos versos tan relamidos que te envié el mes pasado y que, a su falta de originalidad, sumaban algunas carencias plásticas, descriptivas y estilísticas, respecto al amor que te profeso, que es mucho más de lo que en esas pobres líneas supe transmitir.


Un sentimiento tan intenso pide algo más novedoso que las rosas, algo más vital que los crepúsculos, algo más alegre que las gaviotas, algo más reciente que los arroyos, algo más sensual que los suspiros. Y me había esforzado en pulir la forma, en acomodar doce grupos de doce versos, en singularizar las emociones, en adaptar el tono lírico a la realidad de nuestras existencias cotidianas y sus anhelos.


Eliminé algunas rimas demasiado fáciles, canción con ficción, dictado con amado, vino con destino, después volví a revisar el ritmo de los versos, ajusté la acentuación para redondear algunos cuartetos y, finalmente, traté de eludir algunas influencias demasiado transparentes, el magisterio de Neruda en algunas imágenes, el de Luis Cernuda en el tono lírico general, la vena bombástica de Campoamor que, a veces, me sale por sorpresa.


Y esta mañana, a punto de dar las siete, gracias a un insomnio pertinaz y tras cinco horas de corregir, tachar y reelaborar, puse el punto final. Lo leí con incredulidad y di gracias, esta vez sí, a las musas que se habían acomodado a aquello que pretendía decirte y me habían permitido escribirlo tan diáfano y bello, que dolía el pecho y se humedecían los ojos... Pensé que, por fin tenía el poema que merecías.


Lo dejé sobre la mesa, mientras decidía si leértelo hoy por la tarde cuando estemos dando un paseo o reservarlo para el mes de octubre, cuando tenemos decidido celebrar los votos nupciales. 
Llamaron a la puerta y, mientras consideraba qué hacer me incorporé para abrir, extrañado ante quién  podría ser el que se permitía turbar el descanso del vecindario a una hora tan temprana.


Abrí la puerta sin excesivas precauciones y me topé con tres individuos malcarados, que llevaban pegatinas en el pecho “U.G.P”, leí, Unión General de Poetas, pensé, y el suelo se abrió bajo mis pies.

 - Compañero, sabes que hoy hay huelga de poetas en todo el ámbito estatal, formamos parte de un piquete ejecutivo.


 - Querrás decir informativo – contesté al que había tomado la palabra, un sujeto  fornido, con rastas y perilla teñidas de añil.


 - He dicho lo que he querido decir, listo. Que algunos reventáis las huelgas, escribiendo de tapadillo, y así la patronal y las fuerzas reaccionarias siempre se salen con la suya. Si esta vez no conseguimos un convenio de treinta céntimos por verso, cuarenta si incluye metáfora, siempre seremos unos explotados y unos pringaos. No hay que escribir una sóla línea hasta que nuestras justas reivindicaciones sean atendidas. Y a tí ya te tenemos calado de los paros anteriores, que escribes a tu aire, a tu puta bola, como si te hubiera venido aquello que llamaban la inspiración, y nunca respetas las necesidades y exigencias de la causa...


Mientras me endilgaba este rollazo, uno de sus camaradas se había introducido en la única pieza que constituye mi domicilio, la poesía no da para más, el lavabo y el váter son compartidos para todo el rellano, de sobra lo sabes.


 - ¡Aquí lo tenemos, compañeros! Este puto esquirol ha estado escribiendo un poema y bien largo, aún tiene la tinta fresca. ¿No nos irás a decir que esto es la lista de la compra?


El tipo enarbolaba orgulloso mi poema, comprimiendo y arrugando los folios. Exhibiendo su trofeo ante el de la barba añil que debía de ser el jefe, porque ordenó tajante:


 - ¿A qué esperas, Virgilio? Destrúyelo; las directivas son bien claras, hoy no sale ni una línea de poesía, va contra los acuerdos en firme de los comités del sector. Además éste está fichado y lo vamos a joder.



Intenté protestar dócilmente, aunque sabía que no había nada que hacer. El sujeto que no había intervenido hasta el momento, trató de consolarme:


 - Has tenido suerte de que no viniera el piquete de la "C.N.P.", ésos se hubieran presentado con una barra de acero en la mano y, con los antecedentes que tienes, te hubieran atizado un par de caricias en la crisma.


No tuve más remedio que darle la razón, los de la Confederación Nacional de la Poesía hubieran aprovechado de paso para destrozarme la habitación... Tampoco me esforcé en dejar claro que no era un sabotaje deliberado de la huelga, sino un poema de carácter personal, ¿para qué?


Cuando se fueron, dando un portazo y recalcando sus imprecisas amenazas, me quedé trastornado y con la mente en blanco. Pensé que podría haber sido capaz de memorizar el poema y esto me hizo sentir tan culpable como desvalido.


Para no presentarme sin nada en una fecha tan señalada, he bajado al Mercadona y te he comprado esta caja de bombones sin azúcar, tiene forma de corazón y me hace sentir un poco ridículo.


jueves, 28 de diciembre de 2017

El Día De Los Inocentes

El abogado de oficio que me habían asignado parecía sinceramente perplejo.

 -Pero, hombre de Dios, ¿en qué estaba usted pensando? ¿Lo suyo es locura o estupidez? ¿Acaso estaba proyectando colgar un vídeo en Youtube para que sus amigos vieran lo memo que es, o estaba buscando que alguien le diera dos hostias?


 Me sorprendió que, pese a mi edad, no mucho más allá de la veintena y sin tomar en consideración mis pintas de retrasado, todos los que me conocen dicen unánimes “este chico parece un retrasado”, bueno, pues que el abogado cincuentón me tratara de usted y, aunque yo veía en su mirada una cierta conmiseración, no me apeó el tratamiento en los veinte minutos que estuvimos largando de lo mío.


El caso es que yo soy un enamorado, o más bien un fanático, del Día De Los Inocentes y de la más clásica de las inocentadas, el monigote de papel de periódico de toda la vida. Durante todo el día de ayer, estuve recortando periódicos: primero los doblo con un primoroso cuidado en forma de acordeón, para recortar de una sola vez tres o cuatro muñequitos totalmente simétricos. Luego les pongo una tira de celo en la cabeza, la doblo sobre sí misma para que no se ande pegando donde no debe y ya los tengo preparados; para mayor disimulo, los acabo ordenando en una carpeta.



Hoy por la mañana, como cada 28 de diciembre, salgo de casa con la carpeta en la mano, veo a un señor despistado y me hago el despistado yo también, saco el primer monigote como si fuera un documento que quisiera mirar, deshago la doblez del celo y paf, se lo planto disimuladamente en el gabán. Luego coloco dos o tres más a unos caballeros que están fumando en una terraza, me subo al 28 y allí endoso tres o cuatro más a algunos viajeros que van agarrados mirando al techo. Me bajo y, con el sigilo que me da la experiencia de años y años de trabajar la misma inocentada, me deshago de todos los muñecos menos uno, y es entonces cuando caigo en un detalle que me inquieta sobremanera: todas las víctimas de la sempiterna broma han sido varones, esta mañana y siempre. Toda la vida inocentes sólo del sexo masculino, desde que empecé a los siete años a colgar el papelito en las espaldas de mis compañeros. Esto me perturba, porque no sé si obro de esta manera por caballerosidad o por machismo. 


Así que, a bote pronto, decido endosarle el último a una fémina. Por la avenida hacia la plaza Aragón va una que me parece idónea, camina hablando por el móvil en voz más alta de lo normal y gesticulando un poco. Como considero que está en Babia, me acerco sigilosamente por detrás y le adhiero el monigote.


A continuación todo pasa tan rápido que me resulta difícil recordar la secuencia exacta. El grito y los ecos “¡me están acosando!””¡Un acosador! ¡Un acosador!” La pequeña multitud que se congrega con celeridad, me insulta y me zarandea. El coche patrulla que aparece de la nada, el policía que me introduce en él sin contemplaciones, la gente que pregunta “pero, ¿no lo van a esposar?” La llegada a los juzgados, que ahora están en las afueras... “¿Abogado? ¿Para qué voy a tener yo un abogado, si estoy estudiando un máster en robótica y, además, no me he metido en un lío en toda mi puta vida?”


Sin lugar a dudas, esta noche dormiré en el calabozo que comparto con dos yonquis desmejorados y temblorosos. Mañana, si hay suerte y dependiendo de cómo se tome la juez la denuncia, me pueden soltar, puesto que a todos parece golpearles la evidencia de que no soy peligroso: es casi seguro que, en nochevieja, me estaré tomando las uvas fuera, o eso me ha dicho el abogado que se va a encargar de mi defensa. Lo malo es que me van a echar del Colegio Mayor y, la fama que me va a colgar un incidente como éste, va a ser muy negativa. Estoy dudando si prefiero pasar por acosador o por imbécil.



“Muy probablemente por ambas cosas” ha rematado mi abogado, debe ser porque es el de oficio.

(© Prudencio Melgarejo. 2º Premio del concurso de microrrelatos de Gurguzcullar del Purejón.)

sábado, 18 de noviembre de 2017

Mañana Empiezo

Es propio de la celebración de la noche de Fin de Año el propósito de iniciar un nuevo capítulo en nuestras vidas, quizá con cambios realistas y no demasiado ambiciosos, desterrando costumbres viciadas e intentando dar un giro a nuestras existencias llenas de previsibilidad, de grisura, de flaquezas y de componendas. Hacia el 5 de Enero, comienzan las dificultades y, como escribió Cavafis, constatamos, un año más, que siempre seremos lo que ya fuimos.

Mañana dejo de fumar, mañana hago las paces con mi hermano, mañana recojo y ordeno el trastero, mañana me pongo a dieta, mañana dejo de cascármela a todas horas, mañana dejo de perder el tiempo con los periódicos, a partir de mañana toco un ratito el saxo todos los días, a partir de mañana preparo unas oposiciones para oficial de juzgados, mañana empiezo a acostarme a una hora más temprana, mañana empieza todo.


Restos dejados por el asalto a los cielos

Habiéndome instalado en una edad colindante con la tercera, me doy de bruces con dos fenómenos vitales innegociables, dos pérdidas que están aquí, las sepa aceptar o no: por un lado disminuye la plasticidad en todos los terrenos, el cerebro se paraliza encallando en la comodidad de las rutinas, por otro, la energía va menguando a pasos agigantados. ¿Es posible un propósito que canalice estas dos menguas para declinar de un modo menos ostentoso? Ay, lo dudo mucho, pero, ay de aquél que no lo intente con toda la firmeza que sea capaz de reunir y se avenga en cambio a un crepúsculo perpetuo, mientras el calendario desgrana la cuenta atrás definitiva... Es evidente que ya no escalaré montañas, ni aprenderé a hablar alemán, ni correré una maratón, ni viajaré a Japón a ver los Juegos Olímpicos, pero si no soy capaz de poner un poco de orden y energía en mi cotidianeidad, me queda un largo y tedioso periplo hasta alcanzar el estado vegetal. Y luego, el mineral.


Las ayudas con las que cuento, al menos en mi caso, son dos: definir propósitos alcanzables y concretos y diseñar un horario estricto, práctico y compatible con mis escasas pero ineludibles obligaciones.


No se hable más: a partir de mañana comienzo mi preparación para presentarme como concursante cuando reediten Operación Triunfo. Es necesario llenar la vacante que dejó el óbito de David Bowie en el corazón de los inconformistas senior. Freddie Mercury me iba menos y, por ese motivo, no moví ficha en su día.


El original
El sosias (pintado en mi iPad)


Qué pedazo de canción (caigo una y otra vez en el espejismo de que habla  de mí). Y me gusta cómo está traducida.

jueves, 31 de agosto de 2017

Retrospectiva Del Calor

Intento salvaguardar la paz pegajosa y canicular del férreo agosto, rehuyendo la toxicidad implacable de la prensa, la radio y las cadenas de la telebasura política, enterándome lo menos posible de la que está por caer en el próximo otoño, en suma, imitando al modélico avestruz en el que nos hemos convertido los indiferenciados individuos de las masas que en éste país atiborran las playas y abarrotan montañas y valles, en busca de una brizna de frescor, del que tan avaro es el verano por estos abrasados pagos.

Me resisto a contar cómo es el verano en Monzón, haría falta un talento comparable al de El Bosco para hacer una descripción de lo que es una versión tan nítida, tan inequívoca, del infierno trasladado, o mejor materializado, de forma tan contundente y precisa en un rincón tan infausto de nuestro planeta, aquél donde pega el sol con toda su mala hostia.




Escribo esto cuando ya ha quedado atrás una atroz ola de calor, la segunda en lo que llevamos de este verano de 2017. Rememoro el sudor que se escurre como una catarata desde cada uno de mis maltrechos poros: no puedo calcular con exactitud el último momento en el que mi piel estuvo seca por última vez, aunque seguro que hace más de tres semanas, es un milagro que no esté cubierta de musgo.




El verano tiene su comienzo oficial en Monzón y toda su jodida latitud el 21 de junio, aunque esta temporada se ha adelantado a su habitual desencadenamiento, con una saña que nos ha dado pábulo a maldiciones y blasfemias suficientes para ganarnos este ferocísimo infierno, así es la voluntad divina.




Durante más o menos tres meses, somos obsequiados con unos rayos solares que podrían derretir el vidrio de los escaparates, hacer que se secaran los cactus del desierto de Sonora que hubieran trasplantado aquí por error, o poner el asfalto en ebullición, pero eso no es lo peor. Lo peor es la continuidad del calor en el aire de día, de noche, de madrugada, la temperatura bajará en muy raras ocasiones de los 30 grados en los cubículos de cemento que habitan nuestros malolientes cuerpos y nuestros atufados espíritus. La otra noche, a las dos de la madrugada el termómetro exterior de una estación meteorológica de supermercado que tengo, marcaba 33 grados cuando me fui a dormir cocido en mi propio caldo. Lo peor es esta cocción nocturna, adobados con las rachas del aliento pestilente del dragón que entran por la ventana abierta, si la cierras es aún peor.




Aunque no hay mal que por bien no venga: al cerrarla, se amortigua un poco el ruidoso pandemónium que los jovenzuelos del pueblo convocan noche tras noche en la plaza que tengo enfrente de casa, un poco de botellón, un poco de piruetas motorizadas, algunas briznas de la hierba de la risa, aullidos hormonales, golpes en el mobiliario urbano, en fin, lo de siempre; a las tres o las cuatro de la mañana se cansan de su pequeño aquelarre cotidiano y se van. Tengo la fantasía de que van a rondar frente al balcón del concejal de juventud, cultura y deporte y, confortado con ella, cierro los ojos y consigo dormirme un rato.




Por la mañana te tienes que levantar tempranísimo para salir a caminar un poco. Incluso a las 8, la sombra en la chopera dista bastante de ser fresca. No sólo el camino, sino todo en derredor tiene un aspecto requemado, seco y polvoriento. El olor es como el de un mar fétido y putrefacto que se cobijara a dos o tres metros por debajo del nivel del suelo y filtrara a través de él sus mefíticos efluvios en una calima densa, ponzoñosa y maloliente.




Yo no sé si esto es el calentamiento global o toda la vida nos hemos jodido de calor en verano, de todas formas, la mayor parte de los ecologistas que conozco tienen el aire acondicionado a todo trapo y no comparten conmigo esta experiencia de bochorno incandescente que me asedia y atonta.


Todos los días están consagrados a un deseo: que llegue el final de septiembre y, con las lluvias torrenciales, refresque un poco.


Aunque estas últimas fechas, Luzbel nos ha dado un respiro poniendo las calderas al ralentí y cerrando la bocana del averno: él sabe que de todas formas volverá a adueñarse de nuestros pecadores despojos, de nuestros inanes cuerpos y de nuestras patéticas almas.






lunes, 19 de junio de 2017

Sobre La Ira De Dios

Cada uno ve lo que quiere ver y yo ya no veo nada si no me lo invento. Hacía días que no tenía nuevas de mi pobre amigo el Resentido, salvo que, debido a su falta de trabajo, higiene e iniciativa, ha pasado una temporada muy mala en la que no ha pisado la calle más que para comprar cerveza y Cheetos, bebida y comida éstas que constituyen la totalidad de su dieta, calificada orgullosamente por él de vegetariana.



Al hombre no se le puede llamar por teléfono para saber en qué anda, pues el fijo se lo cortaron por impago y del móvil algún día os contaré lo que piensa, de momento, baste resumir que para mi amigo la tecnología alcanzó un cénit entre Recaredo y San Isidoro de Sevilla y, desde entonces, todo lo parido (o evacuado) por el menguante ingenio humano, más ha servido para complicar, diversificar y generar necesidades, que para aliviarlas.


Por otro lado, ir a verlo a su domicilio requiere un conocimiento exhaustivo de los vericuetos de los alrededores de las afueras del extrarradio de mi pueblo, prácticamente hay que llevarse una mochila con víveres, agua y equipos básicos de supervivencia, camuflaje y orientación.




Así que cuál no fue mi sorpresa cuando el otro día lo encontré sentado en la terraza del Bar Ranco tomándose, sí, lo habéis adivinado, una cerveza y hojeando, no, no lo ibais a adivinar nunca, un ajado Corán de la colección Austral, editado en rústica en el mismísimo año de la puesta de largo de Maricastaña, cuando por aquí no había asomado el primer inmigrante magrebí y lo que hacíamos nosotros era más bien emigrar a Francia, para vendimiar y ver alguna película de cinema cochon, como ‘La masajista perversa’ y otras que no recuerdo.


 - Pero, ¿tú no eras ateo?


Me mira y parpadea molesto con el sol y tal vez con mi extemporánea interrupción. Cierra el libraco que más parece una baraja desvencijada y se dispone, cómo no, a perorar.




 - Lo era, pero cuando uno se hace viejo empieza a pensar en el más allá. Y, últimamente, me está resultando más cómodo pensar en un Dios al que poderle echar la culpa de estos desbarajustes de por aquí abajo, así que...


 - Oye – le interrumpo -, ¿en qué película de Woody Allen dice “si Dios existe... tendrá que tener una buena excusa”?


 - ...Así que me he puesto a leer los libros sagrados de las religiones monoteístas a ver si me iluminaban, pero sólo me han servido para cogerle aún más rabia al Protagonista. No te puedes imaginar lo toscos y pesados que son. La primera idea que se me ha ocurrido, en consecuencia es que, si fueran el dictado de un Dios infinitamente Sabio y Omnipotente, tendrían que tener, no sé, como un poco de magia, irse adaptando al lector de cada tiempo y hablarle de manera clara y directa a su mente y a su corazón, pero esto... – Señala la exangüe y amarillenta baraja – es un desastre, un compendio de bravatas y amenazas, hace falta ser un Solitario muy desgraciado. para crear esta rueda de sufrimiento y aflicción en unos pobres monos imprudentes. Qué desperdicio.




Por si no lo habéis observado, cuando el Resentido perora no hay modo de desviarlo de su discurso. Sé que esta charla de café (pido uno) no nos va a llevar a ninguna parte, como de costumbre y, aunque de Dios y del amor son de los dos únicos temas de los que merece la pena hablar, nuestra poco sólida formación no nos va a permitir ningún avance. Así que trato otra vez de meter baza:


 - Pero olvidas el placer, la plenitud de la vida, los dones físicos y anímicos. Olvidas que todos, y tú el primero, tememos perder esto que tanto desprecias.


 - Buen intento, Himphame, pero tú sabes tan bien como yo que si los que escribieron semejantes mentecateces se hubieran apercibido de esta cacareada plenitud y de estos dones tan preciados, no habrían andado siempre prometiendo otra vida mejor tras este valle de lágrimas. El Paraíso es su recurso publicitario básico, date cuenta de que ahora andamos en Occidente un tanto atemorizados, por cuenta de cuatro miserables desgraciados dispuestos a inmolarse en cumplimiento de una supuesta venganza de Dios, para subir directos al Paraíso. El consuelo de los pobres, ya lo dijo Marx, la religión es el opio del pueblo. ¿Y qué pensaremos de la grandeza de un Dios que necesita esos sanguinarios testaferros para mostrar Su ira?




Me hace gracia cuando el Resentido llama Occidente a nuestro tórrido y polvoriento lugar: si hay un sitio alejado de donde los infieles toman las decisiones que cabrean a Dios, es este remoto enclave en medio de ninguna parte. También me hace gracia cuando llama “pobres” a los petromonarcas de Oriente Próximo. Decido seguirle la corriente a mi locuaz colega y citarle a Weber, para chincharle frente a su venerado Marx, por cierto, el profeta del cuarto monoteísmo basado en insufribles libros sagrados. El cual, seguramente, encontraría un denso modo de expresar que los atontados islamistas son revolucionarios,por cuanto dan cumplimiento a la cólera de los desposeidos.


 - No todas las religiones nos abruman con la culpa ni nos amenazan con el infierno. –Le digo-. El confuciano no necesita ser “redimido” de nada salvo de la incultura y la falta de educación. Como premio de la virtud solo espera una larga vida, salud y riqueza en este mundo, y tras la muerte una conservación de su buen nombre. Y como el verdadero helénico, no alberga concepto alguno de un mal absoluto.




- La verdadera amenaza es el Paraíso, colega – se toma, al fin, la molestia de replicarme -. En nuestra sociedad, la muerte de Dios, nos hace responsables de esforzarnos por conquistar otra vez nuestras vidas y no podemos decaer en el intento o volveremos a ser pasto de la fe. De la nuestra o de la de estos guerreros sin escrúpulos, que leen en su libro “Dios odia a los infieles”, y alquilan una furgoneta.


 - No me jodas, ¿dónde lo pone?


 - Aquí, en la sura 2, casi al principio.


 - Estará mal traducido, ¿quieres otra cerveza?


Y tres más se tomó el Resentido a mi salud y a mi cuenta, mientras disertaba sobre el Dios Vengativo, El Juicio Final y las culpas innumerables de los pecadores, de los impíos y de los corruptos. Al final, era él el que estaba en el Paraíso.


Había refrescado, claro.  



Acompaño esta entrada con fotos del palacio de la
Aljafería en Zaragoza. Vienen a cuento, porque
si hablamos del Paraíso, los palacios musulmanes
de aquella época eran la fiel representación
de un lugar así en la tierra.

viernes, 5 de mayo de 2017

Jaca. Primer Viernes De Mayo

La colorida y multitudinaria fiesta de ‘Viernes de Mayo’ es un recuerdo muy remoto, de la infancia que pasé en Jaca. Hace casi 50 años que no voy con este motivo a mi localidad natal y ahora, como me temo lo peor (respecto al devenir de las fiestas populares), me conformaré con una breve evocación, tan alegre como imprecisa, en lugar de ponerme a tiro de que la experiencia no refrende para nada lo que mi memoria atesora.

Y me viene a la mente una mañana muy luminosa (siempre hacía sol), y festiva (no había escuela). Y un desfile que despertaba una expectación inusitada, ni siquiera las fiestas mayores nos regocijaban tanto. A caballo, por el adoquinado, el conde Aznar y sus caballeros, que habían vencido a los moros con la estratagema de convocar a mujeres y niños tras las murallas de la ciudad. De este modo, los enemigos pensaron que los defensores a que se enfrentarían eran más numerosos de los que en realidad había. Buena parte de los cuales, además, se habían ausentado para luego tender una emboscada a su retaguardia. Total que les habíamos dado una sangrienta panadera y de aquí habían salido los mimbres de la cuna del reino de Aragón.


Esto nos contaban los maestros, ¿verdad histórica o leyenda? Ni lo sé, ni lo pienso averiguar. El caso es que el conde Aznar y su séquito paseaban a caballo con unas lanzas en cuya punta (¿lo recuerdo o me lo estoy inventando?) lucía el atrezo de unas ensangrentadas cabezas de caudillos moros, trofeos y testimonios de la victoria.



Detrás venía lo mejor: las cofradías de labradores y artesanos, todo varones, claro, con las escopetas al hombro. Esto de las escopetas era un anacronismo que no hacía la menor mella en el ánimo del espectador jaqués. Y además, había un arsenal, decenas y decenas, todos los participantes llevaban la suya. Los artesanos iban vestidos de pamplonicas: pantalón y camisa blancos, cinto y boina rojos. Los labradores se ataviaban como de baturros, con un sombrero que era una belleza: hojas y flores, cintas, abalorios y espejos... Entonces hubiera matado por tener uno.


Cada cien o doscientos metros se paraba el desfile y, por turno, labradores y artesanos disparaban al aire una nutrida salva con las escopetas. ¡Prrrruum! ¡Putum! Contra más concertada y uniforme era la salva, más vitoreábamos y aplaudíamos. Al final, cada año, una de las cofradías era declarada vencedora, aquélla en que habían disparado todos como un solo hombre.



Mucho olor a pólvora en las calles y una fiesta muy participativa, todos los zagales nos comprábamos, en almacenes El Siglo y otros bazares, unos artilugios que ningún adulto actual pondría en manos de un niño: unos hierros rectos como de ochenta centímetros, terminados en una punta, donde poníamos un detonante de cartucho (también los vendían) para podernos sumar al estrapalucio general. Los más cretinos los estallábamos junto a las medias de las mujeres, las faldas de las niñas, o los sitios donde el estropicio y la incomodidad pudieran ser mayores. Cuando terminaba el desfile, cantábamos a voz en cuello el “Himno del Viernes de Mayo” que he encontrado y reproduzco, porque es lo que ha dado lugar a esta entrada.



Obviamente, todo esto es anterior a los tiempos de la corrección política, la obsesión por la seguridad y la preocupación por la exactitud histórica, pertenece a una época más despreocupada y amante de las mixtificaciones. Cómo se desarrolle ahora, hoy, es algo que no sé y no voy a preguntar. 

jueves, 4 de mayo de 2017

La Reina Kristina De Noruega

Estaba un servidor en Covarrubias, provincia de Burgos, practicando ese turismo colectivo que tan certeramente nos caracteriza a la tercera edad, cuando la noticia de un suceso tan remoto en el tiempo como improbable, me partió el corazón.

El caso es que yo pensaba que las esbeltas y rubias nórdicas se apersonaron, por primera vez en estas tórridas latitudes, durante los años 60 del pasado siglo, los del boom turístico y los Planes de Desarrollo, aunque estaba equivocado: hace la friolera de 760 años, una joven noruega, atraída por dios sabe qué ensoñaciones, o el diablo sabe qué engaños, zarpó del puerto de Tønsberg rumbo al hosco reino de Castilla. El rey Alfonso X de Castilla, el que ha pasado a la Historia como el Sabio, la quería como cuñada.


El motivo de casarla con un hermano obispo era que, si éste heredaba como estaba previsto el trono, vería en alto grado reforzadas sus pretensiones al cetro del Sacro Imperio Romano Germánico, es decir, para que me entiendan los de la ESO, se convertiría en la Merkel de aquella época. ¿Quién? ¿Él o ella? Sé que me explico mal, pero da lo mismo: la cosa se plasmó de forma bastante dramática.



Para empezar, el viaje, en aquella época de tracción animal y primitivas energías renovables, era una aventura las más veces sin retorno, ¡casi 3000 kilómetros al lejano sur! Y erizados de peligros: que si las guerras en Francia, que si los piratas en el Golfo de Vizcaya... Al parecer les tocó hacer una buena parte por tierra y los caminos de aquella época no debían permitir jornadas cómodas ni apacibles.


Pero para la muchacha de 24 años que, ni había visto al novio, ni debía conocer el idioma de los lugareños, ni debía saber qué pintaba realmente en unas tierras tan extrañas, los problemas no habían hecho más que empezar: ni conservó la salud, ni concibió un heredero, ni su esposo triunfó en sus pretensiones dinásticas; enferma, es probable que de nostalgia y de melancolía, ella que venía del frío, falleció a los 28 años en la calurosa Sevilla.



En 1958, unos estudiosos creyeron identificar sus restos y, ahora, yace en un primoroso sepulcro gótico en la colegiata de San Cosme y San Damián en Covarrubias. Al parecer, desde la fecha citada, todas las primaveras vienen compatriotas suyos a poner unas flores junto a la lápida de la malograda reina que los vikingos enviaron al sur.



Enlaces para saber más: 

En Wikipedia
En 'El País' 
En España Fascinante

sábado, 31 de diciembre de 2016

Si Puedes Creer Lo Que Ven Tus Ojos

Pues sí, me tocó el cupón de la ONCE y, bueno, antes de irme a Tahití, huyendo de Montoro en mi nuevo yate, el Christina 2, quería darme un capricho de nuevo rico.

Así que alquilé una de esas avionetas que escriben mensajes en el cielo, una de la empresa “Monegros SkyTypers”, radicada en el polígono industrial de Ontiñena. Por un precio bastante asequible, pude despedirme de mis paisanos con esta espectacular felicitación que hago extensiva a todos aquellos que no se atraganten con las uvas, no entren en coma etílico con el champán y, en resumen, sobrevivan a esta vertiginosa noche.



Si puedes creer a tus ojos, cuando tú te tomes las uvas, en la playa frente a la que estaré fondeado, allá en la Polinesia, será la una del mediodía del 31 de diciembre, hará un sol de ensueño y al 2016 aún le quedarán once horas para disfrutar.


Feliz 2017, os dejo, que estoy viendo cómo la joven Pahura comienza a desprenderse del pareo.


jueves, 15 de diciembre de 2016

Vidas Ejemplares De Sujetos Peculiares 3. El Padre Oribacio

Desconozco por qué el fantástico escritor de ciencia ficción polaco Stanislaw Lem no es más popular entre nosotros. Mucha gente lectora no lo conoce (todavía), así que hoy voy a usurpar aquí su maestría para presentarte a un personaje muy singular, una especie de misionero galáctico: el padre Oribacio. Extraigo el texto de “Diarios de las estrellas. Viajes y memorias”. Sin más preámbulos, doy paso a la narración del maestro Lem, una gozada:

“— Escuche, pues. Ya los primeros descubridores de Urtama no tenían palabras de elogio para sus habitantes, los poderosos memnogos. Todos están convencidos de que esos seres racionales pertenecen a las criaturas, más serviciales, dulces, bondadosas y llenas de altruismo de todo el Cosmos. En la esperanza de que la semilla de la fe brotaría felizmente en esta clase de gleba, mandamos a los memnogos al padre Oribacio, investido de la dignidad de obispo 'in partibus infidelium'. Los memnogos le recibieron en Urtama con una hospitalidad ejemplar: le rodearon de atenciones casi maternales, le respetaban, obedecían a cada palabra suya, adivinaban sus intenciones y cumplían todos sus deseos, parecían absorber sus enseñanzas con anhelo; en una palabra, se le entregaron por entero. Las cartas que el pobrecito me escribía rebosaban de alabanzas y de satisfacción por su comportamiento…


Aquí el padre dominico se secó una lágrima con la manga del hábito.


— En una atmósfera tan favorable, el padre Oribacio no cesaba de predicar dia y noche sobre los principios de la fe. Después de explicar a los memnogos la historia del Viejo y del Nuevo Testamento, el Apocalipsis y las Cartas de los Apóstoles pasó a las vidas de los mártires del Señor. Pobre, éste fue siempre su tema predilecto…



Sobreponiéndose a la emoción que le embargaba, el padre Lacimón siguió hablando en voz trémula:


— Les narró, pues, la vida de San Juan, que logró la luz eterna por ser hervido en aceite, la de Santa Agueda, que se dejó cortar la cabeza por la fe, la de San Sebastián, que acribillado de flechas, sufrió crueles tormentos y en recompensa fue recibido en el Paraíso por los coros angélicos; les habló de los jóvenes mártires que sufrieron el tormento de descuartización, estrangulamiento, la rueda y la pira, soportándolo todo en éxtasis con la seguridad de ganarse un sitial a la diestra del Señor de las huestes celestiales. Cuando les había relatado la historia de muchas vidas parecidas, dignas de ser imitadas, los memnogos, todo oídos, empezaron a mirarse de soslayo; el mayor de ellos preguntó tímidamente:


— Reverendo sacerdote nuestro, maestro y padre venerable, si el atrevimiento de tus indignos servidores no es demasiado grande, dinos, te rogamos, si el alma de todo hombre dispuesto a sufrir martirio va al cielo.


— Indudablemente, sí, hijo mío -repuso el padre Oribacio.


— ¿Ah, sí? Muy bien… -dijo lentamente el memnogo-. ¿Y tú, padre venerado, deseas ir al cielo?


— Es mi más ferviente deseo, hijo mío.


— ¿Deseas también ser santo? -siguió preguntando el memnogo.

— Hijo amado, ¿quién no lo quisiera? Pero yo, un pobre pecador, no puedo soñar siquiera con una dignidad tan elevada. Para conseguirlo hay que emplear todas las fuerzas del espíritu y toda la humildad del corazón…


— Pero tú quieres ser santo, ¿no es verdad? -volvió a asegurarse el mayor de los memnogos, echando una mirada significativa a sus compañeros, que ya se levantaban disimuladamente de sus asientos.


— Claro que sí, hijo mío.


— ¡En tal caso, nosotros te ayudaremos!


— ¿De qué manera, amados míos? -sonrió el padre Oribacio, conmovido por el ingenuo celo de su fiel rebaño.



Entonces los memnogos lo cogieron suavemente pero con firmeza por los brazos y dijeron:


— ¡De la manera, querido padre, que tú mismo nos enseñaste!


Acto seguido le despellejaron la espalda y se la untaron con pez, al igual que el verdugo de Irlanda hiciera con San Jacinto; luego le cortaron la pierna izquierda como los paganos a San Pafnucio, le abrieron el vientre y se lo rellenaron con un haz de paja igual que le pasó a la beata Elisabeth de Normandía, después de lo cual lo empalaron como los emalquitas a San Hugo, le rompieron las costillas como los tiracusanos a San Enrique de Padua, y le quemaron a fuego lento como los borgoñones a la Doncella de Orleáns.


Después descansaron un ratito, se lavaron y empezaron a verter lágrimas amargas por su pastor amadísimo perdido para siempre. Los encontré así, desesperados, al pasar por su parroquia durante mi visita a todas las estrellas de la diócesis. Cuando me dijeron lo que habían hecho, se me pusieron los pelos de punta. Al colmo del desespero, grité:


— ¡Indignos criminales! ¡El mismo infierno es poco para vosotros! ¿Sabéis que condenasteis vuestras almas para la eternidad?


— ¡Oh, si -contestaron sollozando-, lo sabemos!


Aquel memnogo tan grande se puso en pie y me dijo:


— Venerable padre, sabemos que seremos condenados y atormentados hasta el fin del mundo: tuvimos que luchar desesperadamente con nuestra propia conciencia antes de tomar aquella decisión, pero el padre Oribacio nos decía siempre que no había cosa que un buen cristiano no hiciera por su prójimo, que había que dárselo todo y estar preparado para todo. Así que renunciamos con desesperación a nuestra salvación, deseando solamente que nuestro amadísimo pastor tuviera la corona de mártir y la santidad. No puedes imaginar qué difícil fue para nosotros, ya que antes de la llegada del padre Oribacio nadie aquí era capaz de matar una mosca. Le suplicamos, pues, repetidas veces, le pedimos de rodillas que cediera un poco y suavizara la dureza de las obligaciones del creyente, pero él afirmaba que por el prójimo se debía hacer todo, sin excepciones. Nos convencimos finalmente de que no podíamos negarle nada.


Comprendíamos igualmente que éramos muy poca cosa en comparación con aquel santo varón y que merecía nuestros mayores sacrificios. Creemos firmemente que nuestro acto tuvo éxito y que el padre Oribacio mora ahora en el cielo. Aquí tienes, padre venerable, la bolsa con la cantidad que hemos reunido para su proceso de canonización, porque él nos había explicado que así se hacía y que era imprescindible. Debo decirte que sólo le hemos aplicado sus torturas preferidas, las que nos describía con mayor entusiasmo.



Confiábamos que le serían gratas; sin embargo, él se resistía, y lo que menos le gustó fue tragar el plomo hirviente. En cualquier caso, no quisimos admitir que el sacerdote nos decía una cosa, pensando otra. Sus gritos no podían ser más que una señal de descontento de unas partículas bajas y corporales de su ser, así que no le hicimos caso, conforme a sus enseñanzas de que había que rebajar el cuerpo para enaltecer el espíritu.


En el afán de animarle, le recordamos los principios que nos inculcaba, a lo que el padre Oribacio contestó con una sola palabra, desconocida e incomprensible para nosotros; seguimos sin entenderla, porque no la hemos encontrado ni en los libros de oraciones que nos había regalado ni en las Santas Escrituras.”


sábado, 19 de noviembre de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles. Novela Completa

Hala, ya está. Al fin, tras ímprobos esfuerzos (ímprobos en su doble acepción de deshonrosos y agotadores), he conseguido acabar la novela que prácticamente he escrito en directo en este apartado rincón de la más incorruptible y radical bloguemia (bueno, tanto radical, como radiarena, una de cada).

Comencé a publicar el relato por entregas en este blog, el 16 de abril de 2013, tomando como base unas notas encontradas en un cuaderno que empecé a escribir allá por los años 80. En el capítulo 6 se me habían acabado las notas manuscritas, los recursos y la inspiración, pese a todo seguí adelante y, hace unos días, pude completar la himphamia.


Como alguno de los escasos lectores que semejante evento narrativo ha tenido, me han observado que el relato gana enteros si se lee todo seguido, en lugar de a trozos volublemente publicados cada tres o cuatro semanas, me he decidido a reunirlos en un libro (electrónico, por supuesto) y a lanzarlo al mercado al imbatible precio de 0.00 €. Si se vende bien, igual me animo a revisarlo y a corregir algunas erratas y otros errores que he detectado.




Y como se trataba del vector más enérgico de estas páginas y ha llegado a su fin, me veo en la obligación de asegurar que este blog continuará, como hasta ahora, en la más absoluta deriva (“comprometidos con la inoperancia”), llevando mis cada vez más escasas y desorientadas ideas y maquinaciones hasta la pantalla del seguidor, si lo hubiere. Se me había ocurrido comenzar ahora un manual de autoayuda, tal vez con el título de “Manual Del Perfecto Miserable”, o un ensayo filosófico-sociológico “Retrógrados Contra Gilipollas” que ya he empezado a esbozar, aunque no puedo prometer nada.


Si sospechas que la novelita puede hacerte pasar un rato agradable y entretenido (yo creo que sí, aunque solo se trata de mi fe, sin más evidencias) aquí te pongo la dirección, es un enlace que te lleva a “La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles”, íntegra en los formatos de e-book más corrientes. Eliges el archivo, te lo descargas y lo puedes leer en cualquier dispositivo, hasta en el móvil si tienes buena vista.


Libro PCETBeatles.epub
Libro PCETBeatles.fb2
Lbro PCETBeatles.mobi

Si no te ha gustado, en los comentarios puedes echarme en cara sus fallos: por una vez puedo decir que son íntegramente responsabilidad mía.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

La Pequeña Ciudad Episcopal En Tiempos De Los Beatles ...y 63

38.  RACIMO DE CODAS
Iluso de mí, creí que Nines había regresado a Jaca empujada por una nostalgia que yo compartía, creí que había venido empujada por la misma añoranza, por la misma atracción que a mí me había tenido cerca de un año secuestrado. Pero no era así.


Un Teo obsequioso y deferente, delicado y galante, servicial y generoso, en resumen, un Teo que nunca había existido y que yo tuve que inventar sobre la marcha, a golpe de pura tenacidad, tardó casi otro año en reconquistar su afecto y su confianza. Habían surgido dos nuevos obstáculos: una recién constituida patrulla de moscones (el menos peligroso de los cuales era Satué), con la que no había tenido que lidiar la vez anterior y es que ahora Nines sabía sacarse el olor del pescado, aderezarse como una verdadera señorita y conseguir que las miradas la siguieran; hasta yo me daba cuenta de que, de no haber estado enamorado, igual me hubiera parecido una preciosidad… Y por otra parte, la niña había aprendido a coquetear, a hacerse valer, a dar largas, a crear y alimentar expectativas sin comprometerse. Durante meses estuve sometido a una tortura que muchos conocen y que les haría preferir una negativa extemporánea y rotunda, antes que esta mezcla de esperanzada incertidumbre y angustioso suplicio.



A comienzos de la siguiente primavera, una Nines muy formal se avino a salir conmigo “otra vez en serio”. Quiero pensar que no tuvo que ver con su decisión el hecho de que me había sacado el puesto de auxiliar, promocionando mediante unas pruebas que llevaba mucho tiempo preparando: ahora me tiraba todo el día en la oficina rellenando recibos, asientos, formularios, pagarés, letras y otros papeles que al final de la jornada pasaba a la firma paternal y ampulosa de don Gustavo, mientras los recaditos del ordenanza, cafés incluidos, los llevaba a cabo un desastrado chaval que había ingresado en la plantilla y era él y no yo quien compartía las correrías de botones con Satué, con el que por cierto hizo muy buenas migas.



Y el chinchorrero de Satué, lejos de reconocer que andaba algo estancado, no perdía ocasión de manifestarme su rencor, por Nines, por mi ascenso y por esos asquerosos mamarrachos melenudos que me gustaban: con mis haberes me había comprado una maletita estéreo y, cuando le invité un día a venir a mi casa a escuchar mi flamante copia de “Abbey Road”, el primer elepé que había podido adquirir gracias al fruto de mi trabajo, fue un desastre: hizo frente común con mi abuelo, al que le propuso echar a la estufa aquella “chirriante jaula de grillos”. Lo que no sabía el majadero de Satué era que a mi pobre abuelo le patinaba el coco y, no bien nos hubimos ido a echar una cerveza, le faltó tiempo de arrojar a la estufa disco y tocadiscos. Y encima se quemó las manos.



Mientras mis tesoros se chamuscaban y a mi abuelo le vendaba las quemaduras el practicante de la casa de enfrente, atraído por los alaridos que Jeremías y Anacleta daban al unísono en el balcón, Satué, haciendo frente a su cuarta cerveza, no perdió la ocasión de remachar su faena:


 - Que sepas, Jaboncín, que si el director de tu sucursal no fuera un futuro Procurador en Cortes, te hubieran dado el puesto de auxiliar en un poblacho a cien kilómetros de aquí, así va este país, donde sólo medráis los enchufados, los pelotas y los lameculos.


 - Me voy con Nines – le contesté. Y se echó a llorar.



Creo que, descontando a Satué que era, como se ve, un castigo del cielo, por aquella época, me había quedado ya sin amigos. Y es que los del instituto se habían ido el otoño anterior “a estudiar fuera”. A la mayoría no volví a verlos nunca, porque cuando se hicieron abogados, filósofos, periodistas o médicos, cambiaron la pequeña ciudad episcopal por otras capitales que, si bien eran de menor belleza, singularidad y postín, ofrecían más clientela y mayores medios de vida. Desde aquí me dan ganas de mandarles, tantos años después, un cariñoso saludo, aunque no voy a hacerlo por recato.



En cuanto a Nines, la persona con la que he compartido buena parte de mi vida (precisamente la que no voy a contar aquí), quizá alguien se esté preguntando a estas alturas, cómo es que hablando un perfecto francés y habiendo visto partes más interesantes del mundo, regresó a Jaca a seguir vendiendo pescado y a continuar festejando con un penco incapaz de haber descubierto, en su primera oportunidad, tesoro alguno de los muchos que albergaba. Ella misma desveló parte del misterio:


 - Verás Teo – me dijo una tarde en la terraza del bar “Somport”, junto al Paseo. Había tal algarabía de pájaros que apenas podía oírla, además hablaba muy bajo – el motivo por el que regresé de Francia me da mucha vergüenza contarlo y mis padres, desde luego, no lo sabrán jamás. En un principio, todo era estupendo: la tienda de mis tíos, allí en una banlieue de Lyon, era un sueño. Y mis tíos eran amabilísimos conmigo: me enseñaban sobre las cosas de la tienda, quesos, patés y vinos, y aunque me hacían trabajar un montón de horas, me trataban como a una princesa. Se portaban tan bien conmigo, mi tía comprándome más cosas de las que había soñado tener y su marido Jacques Henry llevándome a verlo todo, a todas partes... Para cuando empecé a sospechar que él se estaba aprovechando de mi ingenuidad, ya era un poco tarde. Fue cuando me llevó a ver una película muy fuerte que, gracias a la implacable y recta resolución del Caudillo, está prohibida aquí y se titula “Lolita”: va de un señor mayor que se enamora de una criaja como yo. Eso le había pasado a él, me dijo el marido de mi tía. Y yo me di cuenta de que me había hecho cosas que parecían inocentes, pero no son las que un tío le hace a su sobrina. Luego siguió adelante conmigo y cuando yo intenté pararle los pies y le dije que aquello ya pasaba de castaño oscuro, me chantajeó con un recurso muy simple: si se lo decía a mi tía, le causaría un gran disgusto. De este modo me convertí en su rehén y cada vez se propasaba más conmigo... - En ese momento, el pandemónium vespertino de los pájaros reuniéndose, sobrevolando las copas de los árboles del vecino Paseo, me impidieron oír un susurro apagado en exceso que duró algún minuto - ...al final no podía más y, pasara lo que pasase, opté por decírselo a mi tía. Pensé que me ayudaría y en cierto modo lo hizo: me arregló los papeles, me dio bastante dinero y me puso en un tren camino de la frontera. Lo más curioso es que no parecía muy enfadada con Jacques Henry.



Algunos días más tarde, Nines me encaminó allí donde su tiastro había campado mientras ella estuvo en la Galia y creí que el cielo se desplomaba sobre mi cabeza.


Y lo que vino a continuación, fue todavía mejor. Y aunque quizá hayáis llegado hasta aquí con el fin de saberlo y, por tanto, merecéis que os lo cuente, la discreción me impide proseguir con ello.


FIN


                                         San Baudilio de Llobregat a 24 de Mayo de 1970.
Querida familia:


Este disco que mando como obsequio para Teófilo, ha sido en mis circunstancias bastante difícil de conseguir, ya que yo aquí estoy en un régimen de reclusión que, si bien se va suavizando conforme mis muestras de buen juicio son más y más evidentes, es todavía severo; aunque rezar sin descanso, lo sé, me hará pronto ganar la libertad.


Mi carta y el álbum espero que os lleguen sin el displicente retraso con que aquí tratan el correo de los internos. El disco le va a gustar mucho a Teo, dádselo directamente a él: es “Let It Be”, el punto final de este Nuevo Testamento, un Evangelio merced al que algunos, como sabéis, hemos vuelto a sufrir persecución por causa de la Justicia.


No sé si os afectan o no demasiado las nuevas de mí, rehusado como padre por el propio Teo, llevado por el mal camino por su hermano Rosendo que, hablándome de una renovada Eucaristía, se aprovechó de mi buena fe, e ignorado por los demás. Un sucinto resumen de mi Gólgota os hará saber que estuve un año en el penal de El Puerto de Santa María, de los tres en que se sustanció mi condena, tan sólo uno. El motivo fue volver a sentir la inmensa e insobornable llamada de la Fe y de la Gracia Santificante, lo que me llevó a intentar sustituir al capellán de la cárcel en sus sagradas funciones, pues no me parecía un Ministro de Dios, sino un despreciable vertedero de depravación y corruptelas, y un sodomita. Tras suplantarlo en dos ceremonias menores y una misa, me mandaron aquí, que es como una casa de reposo, aunque algunos de los huéspedes están locos como cencerros, el Señor se apiade de ellos y enjuicie misericordioso sus almas carentes de juicio.


El compañero más grato y valedero con el que me relaciono ha resultado ser un muchacho de Jaca, que se fue de voluntario a la marina y, armado tan sólo de sus firmes convicciones, yo diría que apostólicas, organizó una insurrección que, habiendo fracasado, lo condujo por inextricables vericuetos a este hogar de pecadores arrepentidos y de orates. El chico pinta cuadros en sus ratos libres, que aquí son casi todos, y muy bien por cierto; además, oh sorpresas de un mundo muy muy pequeño, dice ser un buen amigo de Teófilo, al que me encarga mandar recuerdos. Me dijo su nombre, que es el de un evangelista... ¿Marcos? ¿Lucas? Bueno, Teo ya lo conoce, hacedle llegar esta carta en la que le pido que me escriba, por favor, aquí hay pocas cosas que hacer y el tiempo, al compás de los rezos, pasa muy despacio. Un abrazo.
                                    Serafín.  

        

Imágenes en Blanco y Negro tomadas de "jacaenlamemoria"