“A mí dame uno que tenga poca letra”, me
exigía hace bastante tiempo, en la biblioteca de la escuela, un niño de ocho
años a quien la obligación de leerse un libro, impuesta por su “señorita”, le
caía como si hubiera tenido que llevar un cerdo en el llavero… Y es que la
afición a la lectura estaba siendo desbancada por medios más interactivos y
atrayentes. Es lo que hay.
“Dame ese tan chulo del cerdo, el gallo y
el ratón”. Pero Rafaelito, le objetaba yo, si ya te lo has leído once veces. “Es
que me gusta mucho”, me contestaba, “y además es muy corto”. Los escritores de
libros infantiles y juveniles adquieren, de semejante modo, la obligación
inexcusable de pergeñar textos breves y con gancho, si no el voluble lector a
quien están destinados se cansa, se aburre y se va a jugar con el ordenador, al
GTA III que, pese a no estar orientado al público infantil y carecer de valores
formativos, era un rival muy duro para cualquier narrador.
Después de piloto kamikaze, la de
escribir cuentos para niños sería la profesión que menos me hubiera gustado tener.
Las ventas son escasas: pregúntale a un niño qué quiere que le regales: la
camiseta de CR7 (o de Neymar, si es culé) o un libro de su escritor favorito:
en el 99 % de los casos te responderá que si estás tonto (el 1 % restante te
dirá que no tiene escritor favorito). Además, imagino que, estando las
editoriales en crisis, los términos de sus contratos deben de ser leoninos: no
sé si algún escritor tendrá la imposición contractual de hacer faenas domésticas
en la casa de su editor, pero en los últimos años de mi desempeño profesional,
asistí a charlas de escritores que se veían obligados a venir a los colegios
para responder a preguntas tan interesantes como éstas: ¿Tú cómo te hiciste
escritor? ¿Se gana mucho dinero siendo escritor? ¿Cuántos libros has escrito?
¿Cómo se te ocurrió la idea de este libro? ¿Cuánto tiempo te cuesta escribir un
libro? Etcétera. Para colmo ahora, en Internet, va cualquier idiota y te
arruina el negocio, colgando el fruto de tantos esfuerzos para que cualquiera
se lo lea por la cara.
Eso voy a hacer yo con un libro que me
gustaba muchísimo contarles a los niños en el aula. Los niños no leen, pero les
encanta que cualquiera les cuente un bonito relato, como éste del escritor e
ilustrador alemán Helme Heine, nacido en 1941, que trata de las relaciones de
amistad, un tipo de relaciones de especialísima relevancia para los niños que
además, pobres, piensan que se establecen para toda la vida (hasta que el otro
se enfada y “no te ajunta más”, o viceversa. O hasta que el tiempo, con su
infatigable tejer del cansancio en la trama y el olvido en la urdimbre, te
desposee de todo lo prescindible y, finalmente, de lo imprescindible. Ya lo cantó John Lennon, “Nobody
loves you when you’re down and out”). Pero, claro, el libro no habla de
eso, que nada interesa a los niños, sino de esa primera fase de camaradería y
esperanza. Precioso.
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hola puedes compartir este libro por algún servidor como mega o mediafire
ResponderEliminarQué recuerdos 😊 cuando niño
ResponderEliminarSiempre leía libros de Heine
este libro me gusto mucho
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