Admiré relieves de modelado cárstico mucho más espectaculares que éstos de mi pueblo, cuando estuve en la Ciudad Encantada de Cuenca, a la que dedicaré una entrada cuando me salga de la punta del nabo (tengo que dejar de fingir que alguien lee este blog y empezar a escribir con mayor desfachatez, es más divertido).
El rústico pasear de mis desocupadas matinées me ha llevado una y otra vez a estos parajes que aquí llaman las loberas. Desde que estoy jubilado, paseo más a menudo, pero hago menos fotos, porque no veo tres en un burro, escasamente la sombra de estos pedruscos, de un suelo medio desdentado, donde me siento a rumiar mis sórdidas fantasías.
Hoy me he cruzado con un paisano que me ha cumplimentado con la desenvoltura característica de aquí: “Eh, Himphame, qué bien vives sin hacer nada, carnuz, mientras los demás trabajamos para pagarte la pensión”. Me ha parecido un tanto humillante, pero he refrenado el impulso de llamarlo caranchoa (es peligroso), o de apostrofarle de borborigmo, escrofulano o, simplemente, patán, y le he contestado: “Tú lo que tienes que hacer es activismo político a favor de partidos que prometan legalizar la eutanasia. Así, de aquí a pocos años, cuando ya no sea posible pagar las pensiones, a los viejos más inútiles nos dirá una amable enfermera: venga, señor Himphame, pásese el jueves por el ambulatorio, será solo un momentito, un pinchacito de nada y sus achaques y molestias se terminarán para siempre, gracias al tratamiento revolucionario que acabamos de poner en marcha en el centro de salud.”
Como a menudo deseo ser tragado por la tierra, he acabado viéndole dientes: y es que no demasiado lejos parecen proliferar unas dentaduras de roca bastante imperfectas; necesitan implantes, endodoncias o, cuando menos, limpiezas y enjuagues para combatir el sarro y la caries con que las feroces inclemencias del tiempo las castigan por estos fríos y ventosos despoblados.
Aunque, por ahora (es de agradecer), la tierra nos engulle sin masticarnos, tal proceder podría cambiar en cualquier momento: aquí y allá asoman las amenazas de un designio maligno que esgrime unos molares ciclópeos para hacernos crujir los huesos.
Bien. Ya vale, se acabaron las pesadillas diurnas y me voy al bar más cercano a tomar un cortado. Me sacudo el polvo, porque sentado en el suelo me he ensuciado las articulaciones y algunas glándulas. Luego, me pasaré por la clase de Medicación Trascendental. Y es que, cuando uno se hace viejo, vuelven las actividades extraescolares: no recuerdo si esta tarde me toca Snowboard para la tercera edad o iniciación a la Hermenéutica.
Una pequeña caries |
El rústico pasear de mis desocupadas matinées me ha llevado una y otra vez a estos parajes que aquí llaman las loberas. Desde que estoy jubilado, paseo más a menudo, pero hago menos fotos, porque no veo tres en un burro, escasamente la sombra de estos pedruscos, de un suelo medio desdentado, donde me siento a rumiar mis sórdidas fantasías.
Un tornillo para implante |
Hoy me he cruzado con un paisano que me ha cumplimentado con la desenvoltura característica de aquí: “Eh, Himphame, qué bien vives sin hacer nada, carnuz, mientras los demás trabajamos para pagarte la pensión”. Me ha parecido un tanto humillante, pero he refrenado el impulso de llamarlo caranchoa (es peligroso), o de apostrofarle de borborigmo, escrofulano o, simplemente, patán, y le he contestado: “Tú lo que tienes que hacer es activismo político a favor de partidos que prometan legalizar la eutanasia. Así, de aquí a pocos años, cuando ya no sea posible pagar las pensiones, a los viejos más inútiles nos dirá una amable enfermera: venga, señor Himphame, pásese el jueves por el ambulatorio, será solo un momentito, un pinchacito de nada y sus achaques y molestias se terminarán para siempre, gracias al tratamiento revolucionario que acabamos de poner en marcha en el centro de salud.”
Incisivos |
Como a menudo deseo ser tragado por la tierra, he acabado viéndole dientes: y es que no demasiado lejos parecen proliferar unas dentaduras de roca bastante imperfectas; necesitan implantes, endodoncias o, cuando menos, limpiezas y enjuagues para combatir el sarro y la caries con que las feroces inclemencias del tiempo las castigan por estos fríos y ventosos despoblados.
Caninos |
Aunque, por ahora (es de agradecer), la tierra nos engulle sin masticarnos, tal proceder podría cambiar en cualquier momento: aquí y allá asoman las amenazas de un designio maligno que esgrime unos molares ciclópeos para hacernos crujir los huesos.
Molares |
Bien. Ya vale, se acabaron las pesadillas diurnas y me voy al bar más cercano a tomar un cortado. Me sacudo el polvo, porque sentado en el suelo me he ensuciado las articulaciones y algunas glándulas. Luego, me pasaré por la clase de Medicación Trascendental. Y es que, cuando uno se hace viejo, vuelven las actividades extraescolares: no recuerdo si esta tarde me toca Snowboard para la tercera edad o iniciación a la Hermenéutica.
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