Voy a permitirme decir cuatro tonterías
(más) acerca de la película sobre la que todo el mundo habla, a la que le
pueden caer 6 oscars (o ninguno) y que se tiene (con razón) como una de las
obras cinematográficas más originales de los últimos cincuenta años (por lo
menos).
Se trata de Boyhood, escrita y dirigida
por Richard Linklater. Esta película permite un experimento la mar de
desconcertante:
Tómese una escena aislada, suelta, de
unos diez o quince minutos al azar: uno creerá estar viendo un telefilme de la
sobremesa de los sábados, uno de los más anodinos, un adocenado pastelazo sobre
los típicos modos de vida norteamericanos, con todos los topicazos al uso, apto
para sestear con un ojo abierto y otro cerrado.
A continuación, ábrase uno una amplia
ventana temporal, sin compromisos ni obligaciones, para ver de un tirón una
película de una duración desaforada (viene a ser tan larga como las del Señor
de los Anillos), póngase cómodo, provéase de medio quintal de palomitas, atenúe
la luz ambiental y dispóngase a asistir al milagro.
Así se abre |
Tengo que contradecir a Mason, el
niño/muchacho/joven de la historia: sí, chaval, hay magia en el mundo. Yo he
sido testigo de un suceso que sin duda pertenece al ámbito de la hechicería. De
lo contrario, no me explico el fenómeno que se desarrolló ante mis ojos: una
sucesión de hechos banales, una secuencia de situaciones trilladas, vistas
hasta la náusea en el cine americano reciente, una cadena de anécdotas entre lo
insípido y lo melodramático, acaba trenzando un conjunto monumental,
conmovedor, épico, de una sinceridad devastadora, redondo, contundente… ¿Es o
no es un milagro? ¡Existen los elfos, Mason! Explíqueme usted eso en términos
racionales. Imposible: como dice el padre del chico, “todos estamos igual de
confusos”. Maravillosa no, lo siguiente.
... Y así se cierra. |
Intentaré remitirme a los hechos:
Una familia un tanto desestructurada es filmada
en su cotidianeidad a lo largo de doce años. La narración se centra en Mason
que, al comienzo de la cinta es un niño de seis años, al que seguiremos en su
evolución y desarrollo hasta que tiene dieciocho e ingresa en la universidad.
Ya está toda la historia contada. Como siempre, te acabo de chafar el final.
El protagonista en tres momentos de la película |
El chiste es que, tanto Mason (Ellar
Coltrane), como su hermana Samantha (Lorelei Linklater), su madre Olivia
(Patricia Arquette) y su intermitente padre (Ethan Hawke), están encarnados por
los mismos actores a lo largo de un
transcurso real de doce años de filmación. Lo nunca visto, desde luego: en
la primera secuencia del film, Mason es un niño de seis años que le dice a
Olivia, su madre, que ya sabe de dónde vienen las avispas: “creo que si echas
agua al aire de una forma especial, se convierte en avispa.” En la última
secuencia, una encantadora muchacha de la que Mason, a juzgar por las miradas
que le echa, se está enamorando, dice: "¿Sabes eso que se dice de
aprovechar el momento? No sé, empiezo a pensar que es como al revés: que el
momento se aprovecha de nosotros.” A lo que un Ellar Coltrane doce años mayor,
en el papel de Mason, contesta: “Sí. Sí, es verdad. Es constante. El momento es
como… Como que siempre es ahora mismo, ¿no?” “Sí.” Más miraditas e irrumpen los
créditos, pero… ¿Por qué coño es tan emocionante? A mí no me preguntes: ya se
me había parado el corazón antes una docena de veces. Puede que ahí esté el
secreto. El tal Richard Linklater escribe, dirige y filma con el corazón. Y,
como decía el filósofo Pascal, “el corazón tiene razones que la razón no
entiende”. Y si la ves y dices ¡pero si es un truño! Pues mira, te daré la
razón (y con ella te quedarás).
La madre |
Creo que el secreto de este mosaico tan
bello, hecho con unas piezas tan humildes, está en su sinceridad, en su verdad
vital sin tapujos, sin amaños, sin escamoteos, sin moraleja. Las
contradicciones de la existencia, tal como la desarrollamos actualmente en los
países del primer mundo, están mostradas con un grado tal de franqueza y
penetración que desarman casi todos los prejuicios, los míos por ejemplo.
¿Puede mostrarse la descomposición familiar con ternura? Individualismo,
tolerancia, soledad, competencia, comprensión, angustia, solidaridad… ¿Pueden
ser las facetas de una misma situación? Y la pregunta del millón: si somos o
nos sentimos tan libres, ¿por qué estamos tan demostrablemente programados? La
articulación de estas cuestiones en el ámbito más cotidiano, sin artificios ni intenciones
de demostrar nada, compone el entramado de un tapiz donde, al final, nada es
tan insignificante como parecía.
La hermana |
La obsesión por ser enrollado, la
importancia del perfil de Facebook y el éxito laboral, consistente servir mesas
en un restaurante, están filmados con una fotografía funcional de telefilme
setentero. Solo cuando vemos a través de los ojos de Mason, que tiene vocación
de fotógrafo, apreciamos la belleza de los paisajes deslavazados y
semidesérticos de Texas. A mí se me han despertado las ganas de ir a conocer el
Big Bend. La contención de los actores le da, a toda la película, una sencillez
de documental, reforzando la naturalidad de la ambiciosa propuesta. ¿Se
convertirá como apunta en un referente generacional, algo así como le pasó a
Forrest Gump? No tengo ni idea, pero he disfrutado como un orco.
El enrollado e irresponsable padre |
Y, sin saber por qué y sin venir a
cuento, dejo aquí apuntado que me ha recordado a Fanny y Alexander de Bergman.
Casi nada la del ojo y lo llevaba en la mano.
Mason en bici. |
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