Con el alentador título de “Excursiones
para peques” encontré el otro día en internet una reseña de este cómodo
recorrido que tengo fotografiado por primera vez en julio de 2008. El de Otal
es un valle secundario de origen glaciar, un tanto colgado sobre el valle
principal que es el de Bujaruelo, por el que transita el río Ara. Llegados
desde Torla hasta el puente de los Navarros, a la derecha queda Ordesa y a la
izquierda, Bujaruelo.
Y aquí me embarcaré en una disquisición
innecesaria y gratuita: en verano no está permitido el acceso en vehículo
particular a la pradera de Ordesa. Hay que dejar el coche en un vasto
aparcamiento sito en Torla y echar mano de un servicio de autobuses que, más
bien que mal, nos remontan por la pista asfaltada hasta Ordesa. Es una idea
excelente, no sé a qué estratega de la política o de la administración se le
ocurriría, pero por menos le han hecho a alguno una estatua. Aún recuerdo con
repeluzno el aspecto de la pradera de Ordesa cuando era una explanada
polvorienta con diez mil vehículos estacionados.
A Bujaruelo, en cambio, aún se puede
acceder, hasta el mesón de san Nicolás, con coche propio. Es una estrecha pista
con algún tramo de hormigón, pero en su mayor parte de tierra. Retomamos el
término “polvorienta”. Como no se puede acceder es andando (muy larga) y si vas
en bicicleta los coches te atufan, en el mejor de los casos, o en el peor, te
pasan por encima. Y digo yo: ¿no habría un modo de restringir el tráfico en
verano, como en la vecina Ordesa? Mi mujer que es más sensata me explica que
no, debido al tema de que hay campings en la zona, pero algún modo habrá de
evitar semejante reguero de vehículos llevando el sempiterno atasco hasta la
alta montaña.
Desde el mesón de san Nicolás, una cómoda
pista, ya cerrada al tránsito a motor, va remontando el río Ara y luego, a mano
izquierda, sube trazando amplias lazadas. El recorrido es tan plácido que sería
hasta aburrido de no mediar la grandiosidad del paisaje. Lo suyo, si uno está
en forma, sería hacer la subida en bicicleta por estas pistas de buen piso.
Alcanzado el collado y una verja para
evitar que las vacas corran en libertad, el valle se abre ante nosotros en toda
su magnificencia, que es mucha. A partir de aquí, es casi llano y llegamos al
final donde hay una sólida cabaña para la cosa del ganado y, un poco más allá,
la cabecera del valle, a los pies de Tendeñera y la Peña de Otal (nieve a
finales de julio) con una cascada donde se despeña un barranco menguante
temporada tras temporada. Cuesta como hora y media subir hasta la cabaña y algo
menos bajar.
Vista hacia la cabecera del valle |
Vista hacia el collado donde se inicia |
El valle forma una amplia “U” con el
fondo tapizado por una pradera de hierbas altas, repleto de vacas y sus
fragantes deposiciones, y alegrado por los silbidos y el correteo de cautelosas
marmotas. Hay flores para llenar un tren de mercancías, hasta lirios blancos
vimos (que dicen que son escasísimos). Después de aquél 2008, vuelvo cada año,
al ser una excursión apta para “peques” y “personas mayores”. Este año estaba
todo muy agostado, con la hierba amarillenta y menos flores. Y es que, si no
llueve, es un sitio muy soleado.
El barranco de Otal desciende hacia Bujaruelo |
Uno de cada 10000 lirios pirenaicos es blanco |
Grandiosa vista con la cabaña al fondo (se ve minúscula) |