A ésta que muestra la fotografía, en
concreto, entre cuatro y cinco horas de vigoroso pateado de senderos, algunos
apenas insinuados, otros más evidentes, que empiezan remontando el curso del
barranco del Calcón, por un cañón umbrío, saltando de piedra en piedra, como
rana que baila la yenka, ascendiendo luego en dirección norte, hacia el collado,
y dándonos un sofoco de campeonato cuando salimos de la hondonada por una
ladera cuya pendiente nos pone los belfos a un palmo del suelo, hasta alcanzar
el llamado “Llano de los Hongos”, antesala de la cumbre del Tozal de Guara, sí,
la cumbre de la fotografía, prácticamente inabordable en estas fechas tan
calurosísimas (mejor en otoño o en primavera).
Subí con unos amigos muy pacientes,
montañeros ellos, yo que apenas deshonro la categoría de senderista, con lo que
pretendo señalar que se trata de una ascensión al alcance de cualquiera que
tenga la paciencia y la obstinación del Lute, “camina o revienta”, aunque aquí
las dos cosas están en tu mano. Tanto las vistas, como las reflexiones que te
posibilita semejante cumbre, son de primer orden, aunque el día que subimos (15
de mayo de 2006, te lo digo para que no se te ocurra ir ese día) disfrutamos de
muy mala visibilidad, así que en lugar de ver el Moncayo, la Peña Oroel y las
grandes cumbres pirenaicas, lo que vimos fue la puntera polvorienta de nuestras
botas. A cambio no pasamos el horroroso calor que estas laderas orientadas al
sur pueden proporcionar.
Siendo una cima de fácil acceso, demanda
un esfuerzo exigente, así que tiende a tratarse de una cumbre solitaria, lo que
me facilitó sumergirme en esas insípidas cavilaciones que hoy te voy a largar:
La sociedad individualista y competitiva
que nos amamanta y educa, cifra como objetivo de cada cual este “llegar a la
cumbre” que, fuera del ámbito de la calcetinada montañera, es, para el común de
los mortales, una meta criminal y autolesiva, a la que nos lanzaremos dándonos
cabezazos como una polilla contra el cristal de una farola. Con el correr de
los años, la impotencia y la amargura atemperan el ímpetu de las tozadas y
vamos comprendiendo que, no sólo no nos será dado llegar a la cumbre, sino que además
no habríamos sabido qué hacer allí. ¿Permanecer, desafiando el frío y la
soledad, para contemplar el vasto paisaje desde un punto de vista privilegiado?
¿O descender para compartir nuestra experiencia de lo allí observado con los
pocos que quisieran dar crédito a las maravillas que quizá no seríamos capaces
de referir? Por otra parte, la cumbre no tiene un carácter democrático, no
cabríamos todos allí. Puestas las cosas de este modo, alguna disciplina
oriental viene en nuestra ayuda, con la buena noticia de que hay un camino
personal y una cumbre propia para cada uno. La mala es que esto no nos facilita
mucho el trabajo ya que, a poco que nos descuidemos, ni sabremos dónde
encaminarnos ni tendremos noticia de haber llegado a cumbre alguna, al menos tan
evidente y hermosa como ésta que me aposenta hoy.
Tras toda esta especulación baldía, acabé
mi bocadillo de chorizo (con pepinillos, para que el pan no estuviera tan seco)
y emprendí el regreso, tomando algunas fotos tamizadas por una cierta neblina.
Y hoy, cuando me doy cuenta de que ya se trata de una cumbre un tanto fuera de
mi alcance, me animo a publicarlas aquí, quién sabe si para que las vean
aquellos amigos que me acompañaron ese 15 de mayo de 2006 (lo recalco para que
no vayas: la cima estará ocupada por un grupo algo numeroso).
Gachas por las retrataduras Víctor ;)
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