Inmerso en el abandono autoindulgente de
las vacaciones, apenas he sido capaz de reparar en el inaudito nivel de
payasicidad con el que las variopintas castas políticas de la despellejada piel
de toro despachan el curso antes de concederse las suyas.
Los motivos de hilaridad se amontonan: se
diría que pretenden disputarse el pan del inefable Chiquito de la Calzada, la
raigambre de Tip y Coll o el aroma intenso de las bribonadas de los Morancos.
No obstante, cada vez me convence más la idea de que se trata de lo que los
ciudadanos hemos escogido y por tanto nuestros representantes electos actúan
conforme a lo que de ellos esperábamos y exigíamos. Éstos roban hasta no saber
cuántos haigas tienen en el garaje, aquéllos pretenden retrasar el reloj del
país 80 años, los de más allá esgrimen un
hecho diferencial que los sitúa a ellos en el oasis y a todos los demás
en el desierto y sólo se ponen de acuerdo todos en arrullarnos con el espejismo
de que estamos a salvo de la violencia. Es lo que hemos querido, así es la vida
política en Inania.
De entre todos los despropósitos que
proponen combatir el brutal calor imperante con la más fresca irrisión, hay uno
del que creí que no volvería a hablar en estas páginas pero, ea, me retracto,
debido sobre todo a un término novedoso que acaricia con su resonancia lo más recóndito
de mis neuronas, tornándolas mordaces y malévolas.
¿Que a qué me refiero? Pues a la
prometida desconexión que el actual
presidente autonómico de Cataluña, el ínclito y jamás periclitado don Artur Mas
promete, si la candidatura que él enculeza (invento este término debido a que don
Artur la comanda sin ocupar el primer lugar de la lista) y que se presenta como
“Junts pel SÍ” (“juntos por el sí”, como si de una boda se tratase, éste es el
primer chiste, pues se acude con ánimo de proponer un divorcio, o ni eso, un
ahí te quedas). De obtener una mayoría suficiente (no especificada), don Artur
saldrá al balcón de la plaza Sant Jaume y anunciará al pueblo catalán la buena
nueva de su liberación nacional. El hombre cree que es Nelson Mandela, aunque,
en este otro meridiano, lo confundimos con Joe Rigoli (en su papel de Felipito
Takatún).
En la citada lista, que pretende ser una
candidatura independentista unitaria, van políticos y no políticos, éste es el
segundo chiste: entre los políticos figuran los de las siglas de CDC (que han
alcanzado ya la independencia respecto de UDC, cuyo melifluo y untuoso líder
sigue deshojando la margarita), ERC (divertidos folloneros, los echaremos de
menos en el parlamento español) y algunos ex comunistas de ICV. A éstos se suma
una nutrida representación de no-políticos, por ejemplo, un entrenador de
fútbol, por si en el interín deciden jugar un partido de solteros contra
casados, un célebre cantante, pues acaso se avengan a amenizar una velada junto
a la hoguera con ese bello himno que es “L’estaca” (o cualquier otro de esa
nueva Ítaca donde esperan arribar), supongo que también habrá un cocinero
famoso para untar el tomate en el pan, una monja para rezar el santo rosario y
tres escayolistas para, si fuere necesario, restaurar el Palau.
Aquí, de ser votante catalán, me surgiría
una duda: los no-políticos saldrán, en muchos casos, elegidos parlamentarios
autonómicos, ¿ocuparán su escaño o no? De no ocuparlo ¿para qué se han
presentado? ¿No es un timo al elector? Y, si lo ocupan y desempeñan sus
funciones, ¿para qué decir que NO
son políticos? ¿Qué serán entonces? ¿Becarios? ¿Legisladores en prácticas? En
fin, un puro disparate.
Pero estoy divagando como siempre y me
voy a centrar en dos cosas. Una es la magnética abducción que produce la
palabra desconexión. Su retumbo sonoro
es cojonudo, pero me pregunto cómo se realizará en la práctica, no la visualizo
en su dimensión plástica. ¿Qué desconectará el señor Mas cuando salga al balcón
de la plaza Sant Jaume, a ejecutar el gesto sublime ante dios y ante la
historia? ¿Una yogurtera de la red eléctrica? ¿Pondrá un androide ataviado de
guardia civil en off? ¿Desconectará los cajeros automáticos para proceder a su
rellenado con la nueva moneda del país estelar? Ay, amigos, la incertidumbre
nos atenaza, ¿verdad?
La segunda es una duda que emerge de la
factura legal y política del asunto: el 27-S se celebran unas elecciones a una
cámara legislativa autonómica. Se mire como se mire, no emana de allí un
mandato para dirimir un tema de soberanía. Es como si en mi comunidad de
vecinos, votáramos la incorporación de nuestro inmueble al imperio turco:
apenas tendría efectos prácticos de cara a nuestra corporación municipal, o eso
creo. Con esto quiero decir que tan ilegal va a ser proclamar unilateralmente
la independencia de Cataluña tras el 27-S, como pasado mañana; por lo tanto
sería preferible contar con el factor sorpresa y hacerlo antes de irse de
vacaciones, ¿qué se puede perder? Nada. ¿Acaso alguien imagina, en los tiempos
que corren, una enardecida ocupación por parte de unos nuevos requetés? ¿Temen
el regreso de los regulares?
Pongamos que, en la convocatoria electoral, se da
una participación del 60 % (la habitual por allí), de los cuales un 40 % otorgan
su confianza a Junts Pel Sí: estamos hablando de un 24 % de la población mayor
de edad… ¿Cuánto es una mayoría suficiente? ¿No lo deberían establecer ANTES? Y
además, una mayoría suficiente en las urnas NO les daría más legitimidad a los
soberanistas (tercer chiste, llámanse soberanistas aquellos que pretenden
mandar a un soberano a la lista del paro), porque no estamos hablando de una descolonización
y, en el ordenamiento jurídico de una democracia, existen instrumentos para
obtener, legítimamente incluso, una desconexión. Basta con alcanzar un consenso
para modificar la Constitución y establecer una Carta Magna donde las
desconexiones tengan un marco de referencia y un procedimiento.
Todo lo otro es burlar la ley. Y si de
eso se trata, pues nada, a burlarla con hechos consumados (siempre se ha hecho
y, en Cataluña, llevan 40 años de intenso entrenamiento). Lo demás son ganas de
vender ibuprofeno, paracetamol y Biodramina. Qué pesadez.
Encara més estelada |
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