Cuando tenía 16 ó 17 años carecía por completo de la afición de caminar: una vez mis padres me llevaron a Ordesa y me quedé sentado en la Pradera, imbécil de mí, bajé con la creencia de que Ordesa era un gigantesco aparcamiento entre escarpadas montañas, alguien hubiera debido golpearme con un remo en la cabeza, era lo menos que merecía.
En aquella época, mi padre, muy aficionado a la pesca de la trucha, me hablaba de lo que para él era la materialización del Paraíso en la Tierra: el lago de Perramó, un lugar remoto, solitario, de difícil acceso y de una belleza que quitaba el aliento. Allí marchaba con algún correligionario, plantaban la tienda y pasaban un fin de semana pescando, viendo las estrellas y escuchando el silencio.
un verano de cuarenta años más tarde, cuando empecé a percatarme de la quiebra sensorial que me deparaba el designio indescifrable de la vida, les pedí a mi mujer y a unos amigos dotados de buen desempeño excursionista: “llevadme a Perramó”, pues pensaba que era el techo de mis posibilidades físicas. Y lo fue.
Te remito improbable amigo lector a la entrada de este blog de 8 de septiembre de 2013, “Ibón De Escarpinosa En El Valle De Benasque”, con lo que puedo saltarme unos cuantos preámbulos particularmente los relativos al acceso a la zona.
Así, tras dos horas de camino, empinado pero bueno, llegamos al escalón del Ibonet de Batisielles, desde donde, si las Tucas del fondo fueran transparentes, veríamos Benasque.
Tras 45 minutos más por un sendero escabroso, vadeando raíces y pedruscos, nos asomamos al precioso paraje del ibón de Escarpinosa, normalmente muy concurrido (y no me extraña).
Queda una hora más, tal vez hora y cuarto si, como yo, no estás muy en forma. Además este tramo requiere un poco de orientación. La pedriza de la foto es el quid de la cuestión: hay que remontarla tratando de hallar una diagonal hacia la derecha, buscando una especie de canal bastante accesible para seguir, cómo no, subiendo.
El ibón de Escarpinosa va quedando muy abajo, muy atrás, haciéndose muy chiquito en la distancia.
Como llevamos la nariz pegada al suelo, no podemos evitar darnos con la edelweiss, la flor de nieve con la que estas alturas nos compensan. Prohibido cogerla.
El terreno se abre y admiramos las abruptas moles de las agujas de Perramó, donde algún intrépido árbol practica la escalada.
Hace algunos veranos fui al ibón grande de Batisielles, una ascensión algo más sencilla desde el ibonet de la primera foto. Si no se me sigue deteriorando la memoria, le acabaré dedicando una entrada. Ahora simplemente vemos uno de sus extremos en la lejanía, a la derecha de la más elevada de las agujas de Perramó. No tiene buen color, de cerca es más bonito.
Y por fin, helo aquí: el lago cuya belleza conmovió a mi padre. No es para menos: es una masa de agua extensa y profunda, de color intenso, que destella con vivacidad al sol del mediodía. Yo no sé pescar, ni creo que ahora esté permitido hacerlo aquí, desde luego, acampar no se puede ya. Es un paraje hermoso y acogedor, aunque el arbolado ha desaparecido casi por completo, cosas de la altura.
Al fondo subirías al collado de la Plana y te dejarías caer al valle de Eriste. Eso, si fuéramos de travesía, cosa que está por encima de mis posibilidades presentes y futuras: lo dejo para una vida ulterior. Ni siquiera soy capaz de seguir otra media hora en busca del cercano lago de la Tartera de Perramó.
Si me esfuerzo, puedo poner en el encuadre, además del lago de Perramó, las agujas homónimas. Vale, dejaré ésta como foto “oficial” de la excursión.
A la izquierda (o sea, al sur) unas paredes bastante verticales bordean el lago y unos derrubios de pedrizas lo invaden un tanto: allí es más oscuro y sospecho que alcanza su mayor profundidad.
Concluyo adjuntando un trozo del mapa de Alpina que, sinceramente, para esta excursión no es demasiado útil.
En aquella época, mi padre, muy aficionado a la pesca de la trucha, me hablaba de lo que para él era la materialización del Paraíso en la Tierra: el lago de Perramó, un lugar remoto, solitario, de difícil acceso y de una belleza que quitaba el aliento. Allí marchaba con algún correligionario, plantaban la tienda y pasaban un fin de semana pescando, viendo las estrellas y escuchando el silencio.
un verano de cuarenta años más tarde, cuando empecé a percatarme de la quiebra sensorial que me deparaba el designio indescifrable de la vida, les pedí a mi mujer y a unos amigos dotados de buen desempeño excursionista: “llevadme a Perramó”, pues pensaba que era el techo de mis posibilidades físicas. Y lo fue.
Te remito improbable amigo lector a la entrada de este blog de 8 de septiembre de 2013, “Ibón De Escarpinosa En El Valle De Benasque”, con lo que puedo saltarme unos cuantos preámbulos particularmente los relativos al acceso a la zona.
Así, tras dos horas de camino, empinado pero bueno, llegamos al escalón del Ibonet de Batisielles, desde donde, si las Tucas del fondo fueran transparentes, veríamos Benasque.
Tras 45 minutos más por un sendero escabroso, vadeando raíces y pedruscos, nos asomamos al precioso paraje del ibón de Escarpinosa, normalmente muy concurrido (y no me extraña).
Queda una hora más, tal vez hora y cuarto si, como yo, no estás muy en forma. Además este tramo requiere un poco de orientación. La pedriza de la foto es el quid de la cuestión: hay que remontarla tratando de hallar una diagonal hacia la derecha, buscando una especie de canal bastante accesible para seguir, cómo no, subiendo.
El ibón de Escarpinosa va quedando muy abajo, muy atrás, haciéndose muy chiquito en la distancia.
Como llevamos la nariz pegada al suelo, no podemos evitar darnos con la edelweiss, la flor de nieve con la que estas alturas nos compensan. Prohibido cogerla.
El terreno se abre y admiramos las abruptas moles de las agujas de Perramó, donde algún intrépido árbol practica la escalada.
Hace algunos veranos fui al ibón grande de Batisielles, una ascensión algo más sencilla desde el ibonet de la primera foto. Si no se me sigue deteriorando la memoria, le acabaré dedicando una entrada. Ahora simplemente vemos uno de sus extremos en la lejanía, a la derecha de la más elevada de las agujas de Perramó. No tiene buen color, de cerca es más bonito.
Y por fin, helo aquí: el lago cuya belleza conmovió a mi padre. No es para menos: es una masa de agua extensa y profunda, de color intenso, que destella con vivacidad al sol del mediodía. Yo no sé pescar, ni creo que ahora esté permitido hacerlo aquí, desde luego, acampar no se puede ya. Es un paraje hermoso y acogedor, aunque el arbolado ha desaparecido casi por completo, cosas de la altura.
Al fondo subirías al collado de la Plana y te dejarías caer al valle de Eriste. Eso, si fuéramos de travesía, cosa que está por encima de mis posibilidades presentes y futuras: lo dejo para una vida ulterior. Ni siquiera soy capaz de seguir otra media hora en busca del cercano lago de la Tartera de Perramó.
Si me esfuerzo, puedo poner en el encuadre, además del lago de Perramó, las agujas homónimas. Vale, dejaré ésta como foto “oficial” de la excursión.
A la izquierda (o sea, al sur) unas paredes bastante verticales bordean el lago y unos derrubios de pedrizas lo invaden un tanto: allí es más oscuro y sospecho que alcanza su mayor profundidad.
Concluyo adjuntando un trozo del mapa de Alpina que, sinceramente, para esta excursión no es demasiado útil.
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