Me pregunto qué me trae a comentar y recomendar el último libro de un autor tan conocido y tan consagrado. No lo haría de no estar absolutamente convencido de la inutilidad de este blog y si no fuera porque me ha tocado un enigmático resorte, uno que me ha hecho aflorar en la conciencia libros olvidados de aventuras o historias gráficas que leí hace muchísimo tiempo (¿Hazañas bélicas? ¿Roberto Alcázar y Pedrín?).
La historia la escriben los vencedores. Menos en el caso de la Guerra Civil Española, escrita con inaudito triunfalismo por los cruzados victoriosos hasta 1975 y por los vencidos a partir de entonces, en un giro copernicano culminante en la famosa ley de Memoria Histórica que, si no lo he entendido mal, pretende suprimir de la memoria a los antiguos supresores, enalteciendo a los otrora suprimidos, para que las cosas le queden finalmente claras a todo el mundo y no sólo a determinadas mayorías sociales.
Sé que lo hago un poco confuso, pero desde hace algunos años, se substancia de una manera muy simple: nadie de los que combatieron o participaron del lado franquista, lo apoyaron, justificaron o reconocieron de cualquier modo (por ejemplo, Estados Unidos), merece formar parte de la especie humana. Como mucho, de la de algún tipo de invertebrado particularmente repugnante. Y no deja de resultarme curioso, habiendo nacido a comienzos de los cincuenta y teniendo una memoria más experiencial que histórica, lo que escaseaba la gente contraria a la dictadura, por lo menos hasta 1972... Aunque no está en mi ánimo ahora hablar de una nación entera de colaboracionistas, o en todo caso, adeptos forzosos, ¿no?
Bueno, pues este muy prolífico autor, académico, novelista y reportero, D. Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) que, a veces, confundo con una especie de Galdós de una época, la nuestra, tan escasa en próceres, ha optado una vez más por tocarle los huevos a todo aquél dispuesto a ofenderse con facilidad y, vestido con el traje de faenar polémicas, se ha marcado una novela de intriga y espionaje en la que “el bueno”, “el chico”, es un agente de aquellos nauseabundos fascistas. Y encima, en formato best-seller: un artefacto de sobresaliente eficiencia narrativa que, imagino, habrá funcionado muy bien en las librerías.
Además el personaje, Lorenzo Falcó, tiene un toque peculiar con el que puede empatizar un gran número de lectores de este suelo patrio, si tal grupo existiere. Aunque no es particularmente original, pues estos antihéroes desencantados, hedonistas y cínicos, con un pasado turbulento y una ética propia muy rigurosa, proliferan en abundancia en la novela negra o en el comic adulto, este baranda no deja de ser un hallazgo muy eficaz. Muy probablemente habrá secuelas (y ojala el nivel de entretenimiento y emoción nos brinde tan buenos ratos como en el caso presente).
La acción tiene lugar en la Salamanca franquista y en Cartagena y Alicante en la zona republicana, a finales de verano o principios de otoño de 1936. La guerra ha estallado hace pocos meses y la visión que presenta la novela de ambas retaguardias, la “roja” y la “nacional”, no puede ser más desalentadora y poco edificante. El encargo que recibe Falcó, como agente del servicio de inteligencia franquista, es el de coordinar fuerzas, tanto propias como quintacolumnistas, para liberar a José Antonio Primo de Rivera, jefe de la Falange y preso en la prisión de Alicante. Esto le ocasionará grandes dolores de cabeza y un elevado consumo de cafiaspirinas. En una línea argumental próxima a la de “El espía que surgió del frío” de Le Carré, la misión no es lo que parece, los amigos y enemigos no son quienes aparentan y, para acabar de complicarlo todo, grandes dosis de amor, violencia, traición y venganza. Un thriller en toda regla.
Quizá he leído demasiadas novelas de éste género, pero llegado a poco más de la mitad, ya fui capaz de olerme la tostada por completo. Tampoco hace falta ser muy perspicaz y ayuda bastante el hecho de que, como cualquier lector sabrá, José Antonio no fue liberado de la prisión de Alicante por la acción de ningún comando de sus correligionarios. ¿Importa que veas venir lo que va a pasar? Para nada. El texto, muy fluido y austero, es una absoluta lección magistral de eficiencia narrativa. Hasta los tópicos, que los hay en abundancia, dosificados con una sabiduría desarmante, se ponen al servicio de la eficacia implacable con la que el texto se construye para ser devorado con avidez hasta su consumación.
Como literatura de entretenimiento, raya en lo impecable: el ritmo es muy mantenido, los personajes característicos se arman llenos de guiños a lo que ya conocemos de la trágica historia y la visión, más que políticamente incorrecta, despiadada de las causas enfrentadas en la contienda, provoca un regocijo adicional en el lector malvado que llevamos dentro. El único inconveniente que le he encontrado es que se hace un poco corta, como una película a la que le faltara metraje: algunas cosas se apuntan y quedan en el aire... Por ejemplo: ¿se ligará Falcó alguna vez a la muy deseable Chesca Prieto?
Abusaré de tu paciencia transcribiendo un pasaje descriptivo, en el que el autor sabe sacar un inusitado brillo de escenarios muy trillados:
“Una orquesta militar tocaba Suspiros de España cuando Lorenzo Falcó se adentró en el salón. El patio cubierto del Casino, situado en un palacio del siglo XVI, estaba iluminado con un esplendor que desmentía la austera economía de guerra predicada por los mandos nacionales. Como esperaba, vio muchos uniformes, correajes, botas lustradas y relucientes fundas de pistola coquetamente llevadas al cinto por sus propietarios. Los militares, observó, eran en su mayor parte de graduaciones superiores, de capitán para arriba, y casi todos lucían insignias de Estado Mayor o Intendencia, aunque no faltaban algún brazo en cabestrillo y condecoraciones recientes, ganadas en el campo de batalla durante aquellos días en que los periódicos venían llenos de noticias bélicas y los combates en torno a Madrid se desarrollaban con extrema dureza. Sin embargo, pese a esos recordatorios, a los uniformes y al toque marcial de la concurrencia, todo parecía demasiado lejos del frente. Las señoras, aún con el recato que se había puesto de moda en el bando nacional —la mujer como ser delicado, sostén del combatiente, novia, esposa y madre—, iban bien vestidas, con elegancia propia de las revistas de moda más actuales, y alguna de ellas se las ingeniaba para combinar de modo eficaz las nuevas orientaciones morales con el atractivo de su sexo. En cuanto a los hombres, aparte de los uniformes se veían algunos smokings más o menos correctos y muchos trajes oscuros, varios de ellos con la camisa azul de Falange y corbata negra. Había rumor de conversaciones, camareros militares de chaquetilla blanca circulando con bandejas llenas de bebidas, y una tabla de bar al fondo, en el lado opuesto a la orquesta. Nadie bailaba.”
¿A que parece que te encuentras allí?
La historia la escriben los vencedores. Menos en el caso de la Guerra Civil Española, escrita con inaudito triunfalismo por los cruzados victoriosos hasta 1975 y por los vencidos a partir de entonces, en un giro copernicano culminante en la famosa ley de Memoria Histórica que, si no lo he entendido mal, pretende suprimir de la memoria a los antiguos supresores, enalteciendo a los otrora suprimidos, para que las cosas le queden finalmente claras a todo el mundo y no sólo a determinadas mayorías sociales.
Sé que lo hago un poco confuso, pero desde hace algunos años, se substancia de una manera muy simple: nadie de los que combatieron o participaron del lado franquista, lo apoyaron, justificaron o reconocieron de cualquier modo (por ejemplo, Estados Unidos), merece formar parte de la especie humana. Como mucho, de la de algún tipo de invertebrado particularmente repugnante. Y no deja de resultarme curioso, habiendo nacido a comienzos de los cincuenta y teniendo una memoria más experiencial que histórica, lo que escaseaba la gente contraria a la dictadura, por lo menos hasta 1972... Aunque no está en mi ánimo ahora hablar de una nación entera de colaboracionistas, o en todo caso, adeptos forzosos, ¿no?
Portada de la novela |
Bueno, pues este muy prolífico autor, académico, novelista y reportero, D. Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) que, a veces, confundo con una especie de Galdós de una época, la nuestra, tan escasa en próceres, ha optado una vez más por tocarle los huevos a todo aquél dispuesto a ofenderse con facilidad y, vestido con el traje de faenar polémicas, se ha marcado una novela de intriga y espionaje en la que “el bueno”, “el chico”, es un agente de aquellos nauseabundos fascistas. Y encima, en formato best-seller: un artefacto de sobresaliente eficiencia narrativa que, imagino, habrá funcionado muy bien en las librerías.
Además el personaje, Lorenzo Falcó, tiene un toque peculiar con el que puede empatizar un gran número de lectores de este suelo patrio, si tal grupo existiere. Aunque no es particularmente original, pues estos antihéroes desencantados, hedonistas y cínicos, con un pasado turbulento y una ética propia muy rigurosa, proliferan en abundancia en la novela negra o en el comic adulto, este baranda no deja de ser un hallazgo muy eficaz. Muy probablemente habrá secuelas (y ojala el nivel de entretenimiento y emoción nos brinde tan buenos ratos como en el caso presente).
La acción tiene lugar en la Salamanca franquista y en Cartagena y Alicante en la zona republicana, a finales de verano o principios de otoño de 1936. La guerra ha estallado hace pocos meses y la visión que presenta la novela de ambas retaguardias, la “roja” y la “nacional”, no puede ser más desalentadora y poco edificante. El encargo que recibe Falcó, como agente del servicio de inteligencia franquista, es el de coordinar fuerzas, tanto propias como quintacolumnistas, para liberar a José Antonio Primo de Rivera, jefe de la Falange y preso en la prisión de Alicante. Esto le ocasionará grandes dolores de cabeza y un elevado consumo de cafiaspirinas. En una línea argumental próxima a la de “El espía que surgió del frío” de Le Carré, la misión no es lo que parece, los amigos y enemigos no son quienes aparentan y, para acabar de complicarlo todo, grandes dosis de amor, violencia, traición y venganza. Un thriller en toda regla.
El objetivo: la prisión de Alicante |
Quizá he leído demasiadas novelas de éste género, pero llegado a poco más de la mitad, ya fui capaz de olerme la tostada por completo. Tampoco hace falta ser muy perspicaz y ayuda bastante el hecho de que, como cualquier lector sabrá, José Antonio no fue liberado de la prisión de Alicante por la acción de ningún comando de sus correligionarios. ¿Importa que veas venir lo que va a pasar? Para nada. El texto, muy fluido y austero, es una absoluta lección magistral de eficiencia narrativa. Hasta los tópicos, que los hay en abundancia, dosificados con una sabiduría desarmante, se ponen al servicio de la eficacia implacable con la que el texto se construye para ser devorado con avidez hasta su consumación.
Como literatura de entretenimiento, raya en lo impecable: el ritmo es muy mantenido, los personajes característicos se arman llenos de guiños a lo que ya conocemos de la trágica historia y la visión, más que políticamente incorrecta, despiadada de las causas enfrentadas en la contienda, provoca un regocijo adicional en el lector malvado que llevamos dentro. El único inconveniente que le he encontrado es que se hace un poco corta, como una película a la que le faltara metraje: algunas cosas se apuntan y quedan en el aire... Por ejemplo: ¿se ligará Falcó alguna vez a la muy deseable Chesca Prieto?
Arturo Pérez-Reverte. El autor ante el espejo |
Abusaré de tu paciencia transcribiendo un pasaje descriptivo, en el que el autor sabe sacar un inusitado brillo de escenarios muy trillados:
“Una orquesta militar tocaba Suspiros de España cuando Lorenzo Falcó se adentró en el salón. El patio cubierto del Casino, situado en un palacio del siglo XVI, estaba iluminado con un esplendor que desmentía la austera economía de guerra predicada por los mandos nacionales. Como esperaba, vio muchos uniformes, correajes, botas lustradas y relucientes fundas de pistola coquetamente llevadas al cinto por sus propietarios. Los militares, observó, eran en su mayor parte de graduaciones superiores, de capitán para arriba, y casi todos lucían insignias de Estado Mayor o Intendencia, aunque no faltaban algún brazo en cabestrillo y condecoraciones recientes, ganadas en el campo de batalla durante aquellos días en que los periódicos venían llenos de noticias bélicas y los combates en torno a Madrid se desarrollaban con extrema dureza. Sin embargo, pese a esos recordatorios, a los uniformes y al toque marcial de la concurrencia, todo parecía demasiado lejos del frente. Las señoras, aún con el recato que se había puesto de moda en el bando nacional —la mujer como ser delicado, sostén del combatiente, novia, esposa y madre—, iban bien vestidas, con elegancia propia de las revistas de moda más actuales, y alguna de ellas se las ingeniaba para combinar de modo eficaz las nuevas orientaciones morales con el atractivo de su sexo. En cuanto a los hombres, aparte de los uniformes se veían algunos smokings más o menos correctos y muchos trajes oscuros, varios de ellos con la camisa azul de Falange y corbata negra. Había rumor de conversaciones, camareros militares de chaquetilla blanca circulando con bandejas llenas de bebidas, y una tabla de bar al fondo, en el lado opuesto a la orquesta. Nadie bailaba.”
¿A que parece que te encuentras allí?
¡Poozí!. Lo disfruté mucho. Hasta en el final, encontré similitudes con Blade Runner... :D
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