De verdad que no tengo nada contra los mamíferos. Algunos, si están bien cocinados, son deliciosos y otros no dejaban de hacer mis delicias en el circo, cuando iba de niño a ese festivo y maloliente espectáculo, del que he disfrutado siempre más que, por ejemplo, de las óperas de Wagner.
Si los citados mamíferos son antropomorfos, ya me producen un poco más de desagrado. Un amigo, animalista como él solo, me calienta siempre los cascos con estas baratijas ideológicas que hoy están tan de moda: al menos los grandes simios, dice, deberían tener los mismos derechos que los seres humanos; si estás en contra de esto, dice, no distas mucho de los racistas del siglo pasado. Como no me gusta discutir con iluminados, le contesto que de acuerdo y que, en todo caso, me gustaría ver la cara que pone cuando se entere de que un orangután comparte pupitre en la escuela con su hija, o cuando él sea ingresado en el hospital con neumonía y comparta habitación con una familia de amistosos gorilas, con derecho a la mejor sanidad pública del mundo.
Por mi parte, me entero con desazón de que en muchas localidades han prohibido o estudian prohibir el uso de animales no humanos en los espectáculos circenses, con la encomiable determinación de evitar el maltrato y las vejaciones que los pobres bichos sufren para recreo de niños malcriados, que son siempre los de los demás.
No es que yo sea partidario, en modo alguno, de dicho maltrato o, al menos, del que se produce de forma gratuita, pero déjame expresar un desacuerdo absoluto de raíz democrática. Si el preboste o el prócer de turno se siente conmovido y horrorizado por el espectáculo de un domador blandiendo el látigo, lo que podría hacer es no acudir él mismo a un espectáculo que le parece tan denigrante, ya que su sensibilidad se resiente. Sin embargo no entiendo por qué debería prohibírnoslo a los demás. No te gusta el rock: no vayas a los conciertos, pero no me vengas conque es una música denigrante y hace sufrir a los oídos.
Lo mismo el fulano, en su furia defensora de la biosfera, un día prohíbe la pesca del mejillón, conmovido por el padecimiento de los pobres moluscos, sometidos a la agresión de la salsa picante, o se preocupa por las desdichadas ubres de las vacas y tengo que echar yeso en el café del desayuno. Hasta ahora tenía entendido que se legislaba para la protección de los seres humanos y sólo éstos eran sujetos de derechos, pero un concejal de mi pueblo ha decidido ya que representa a las cebras. O a los buitres.
Por no hablar de la tauromaquia: hombre, si rejonearan a un conseller en cap o le pusieran banderillas a un indigente, sí, uniría mi voz a la protesta general contra la barbarie...
Mi amigo el Resentido, que me está observando con desaprobación, me sugiere que deje ya de largar, no sin antes hacerme saber que su mamífero favorito es Scarlett Johansson y los mamíferos a los que más detesta son nuestros gobernantes, preferencias estas que me hace consignar, pese a que le advierto que no le interesan a nadie.
Pero él es muy cabezón.
Termino con una breve reseña acerca de un mamífero sorprendente y desconocido para mí hasta hace unos meses. Lo nombra Sheldon en The Big Bang Theory. “¿Sabéis cuál es el roedor más grande que existe? El carpincho.” Me hizo gracia y lo busqué en Google, hasta dar con una especie de hámster del tamaño de un cerdo adulto. A mí me parece un tanto temible, aunque dicen que es muy sosegado, de modo que algunos lo acogen como mascota y declaran estar encantados. Por mi parte no dejo de pensar que, como todo roedor, será voraz y un dispensador de cerullos al por mayor.
Si los citados mamíferos son antropomorfos, ya me producen un poco más de desagrado. Un amigo, animalista como él solo, me calienta siempre los cascos con estas baratijas ideológicas que hoy están tan de moda: al menos los grandes simios, dice, deberían tener los mismos derechos que los seres humanos; si estás en contra de esto, dice, no distas mucho de los racistas del siglo pasado. Como no me gusta discutir con iluminados, le contesto que de acuerdo y que, en todo caso, me gustaría ver la cara que pone cuando se entere de que un orangután comparte pupitre en la escuela con su hija, o cuando él sea ingresado en el hospital con neumonía y comparta habitación con una familia de amistosos gorilas, con derecho a la mejor sanidad pública del mundo.
Por mi parte, me entero con desazón de que en muchas localidades han prohibido o estudian prohibir el uso de animales no humanos en los espectáculos circenses, con la encomiable determinación de evitar el maltrato y las vejaciones que los pobres bichos sufren para recreo de niños malcriados, que son siempre los de los demás.
No es que yo sea partidario, en modo alguno, de dicho maltrato o, al menos, del que se produce de forma gratuita, pero déjame expresar un desacuerdo absoluto de raíz democrática. Si el preboste o el prócer de turno se siente conmovido y horrorizado por el espectáculo de un domador blandiendo el látigo, lo que podría hacer es no acudir él mismo a un espectáculo que le parece tan denigrante, ya que su sensibilidad se resiente. Sin embargo no entiendo por qué debería prohibírnoslo a los demás. No te gusta el rock: no vayas a los conciertos, pero no me vengas conque es una música denigrante y hace sufrir a los oídos.
Lo mismo el fulano, en su furia defensora de la biosfera, un día prohíbe la pesca del mejillón, conmovido por el padecimiento de los pobres moluscos, sometidos a la agresión de la salsa picante, o se preocupa por las desdichadas ubres de las vacas y tengo que echar yeso en el café del desayuno. Hasta ahora tenía entendido que se legislaba para la protección de los seres humanos y sólo éstos eran sujetos de derechos, pero un concejal de mi pueblo ha decidido ya que representa a las cebras. O a los buitres.
Por no hablar de la tauromaquia: hombre, si rejonearan a un conseller en cap o le pusieran banderillas a un indigente, sí, uniría mi voz a la protesta general contra la barbarie...
Mi amigo el Resentido, que me está observando con desaprobación, me sugiere que deje ya de largar, no sin antes hacerme saber que su mamífero favorito es Scarlett Johansson y los mamíferos a los que más detesta son nuestros gobernantes, preferencias estas que me hace consignar, pese a que le advierto que no le interesan a nadie.
Pero él es muy cabezón.
Termino con una breve reseña acerca de un mamífero sorprendente y desconocido para mí hasta hace unos meses. Lo nombra Sheldon en The Big Bang Theory. “¿Sabéis cuál es el roedor más grande que existe? El carpincho.” Me hizo gracia y lo busqué en Google, hasta dar con una especie de hámster del tamaño de un cerdo adulto. A mí me parece un tanto temible, aunque dicen que es muy sosegado, de modo que algunos lo acogen como mascota y declaran estar encantados. Por mi parte no dejo de pensar que, como todo roedor, será voraz y un dispensador de cerullos al por mayor.
Pienso que en el ejemplo de la música rock no hay trato,bueno o malo,a un ser vivo que quizás no lo aprecie como lo hacen los espectadores.
ResponderEliminarPero lo que despierta mi hipersensibilidad en tu escrito es aquello de
¨...si rejonearan a un conseller en cap...¨.¿Por qué no un ministro de defensa?´por ejemplo, aunque solo sea por variar.
¡Bien me parece lo escrito, Víctor!
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