Gonzalo Pecia era rubio antes de ser calvo. Era gordo antes de ser obeso. Tenía un ojo de cristal y el otro de alabastro., o de jade, no me acuerdo. Había sido un abogado de familia católico y adinerado con bufete en la Rambla de los Caracoles, la arteria principal del ghetto barcelones conocido como ZOCO (Zona Constitucionalista).
Era además un fanático practicante de la virtud de la Caridad, la hermanita pobre de las virtudes teologales, caída en desgracia con la implantación del Estado del Bienestar.
Las campañas de Navidad impulsadas por Gonzalo languidecían: los pobres eran muy desconfíados y preferían un subsidio, una prestación social, una pensión por mísera que fuera, a las generosas limosnas patrocinadas por nuestro hombre. Los ricos donaban casi todo lo que conseguían evadir de una asfixiante fiscalidad, que solía ser mucho, pero nadie reclamaba las latas de anchoas, de zamburiñas, de ventresca, los paquetes de garbanzos, de alubias pintas, de arroz integral... Los juguetes clásicos, peonzas, combas, juegos de damas, muñecas de gutapercha, eran rechazados por los niños pobres que desembarcaban de las pateras.
Claro, donar efectivo hubiera tenido los mismos problemas burocráticos que saturaban y estancaban a la Administración: ¿quién era más pobre? ¿Quién estaba más necesitado de la ayuda?
Entonces Gonzalo tuvo una idea "genial" para la Campaña del presente año. Idea que ha llenado de polémica y de céntimos sueltos el ágora de nuestras ciudades. Propuso que, todo aquél que quisiera participar mitigando la miseria de sus semejantes, se deshiciera, arrojándolas en aceras y plazas durante tres semanas, de todas sus monedas de uno, dos, cinco y diez céntimos de euro.
De este modo, se mataban dos pájaros de un tiro: se combatía la miseria que afecta a capas crecientes de la población, golpeadas por la crisis, sacudidas por la precariedad y machacadas por la carestía del transporte público, del recibo de la luz y del teléfono, en fin, depauperadas por la avidez de los ricos y de los políticos.
Y no sólo se remediaba la necesidad y el peligro de exclusión social: al tenerse que agachar para recoger los óbolos, mendigos, vagabundos, pordioseros e indigentes eran mantenidos en forma por las reiteradas flexiones.
Que no todo el mundo puede pagarse un gimnasio.
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