A caballo entre las comarcas del Alto
Gállego y el Sobrarbe, se encuentra, para disfrute de los mortales, esta
montaña, cuyo pico es el remate de una ascensión nada impresionante, pero muy
grata y con unas vistas panorámicas que, si no porque odio la palabra por sus
connotaciones mediáticas, no dudaría en calificar de “espectaculares”. Por hoy,
lo dejaremos en espléndidas, siendo su esplendor, un regalo no demasiado
costoso, porque la subida no es en exceso costosa (eso sí, por una solana asaz
achicharrante en verano, lo testifico) y, una vez arriba, la hermosura de las
vistas que nos circundan hace que se nos escape “un oooOh muy grande”, lo
aviso.
Un vehículo ha de llevarte hasta la
entrada del túnel de Cotefablo, si procedes de Monzón o Barbastro, o hasta la
salida si has venido desde Jaca o Sabiñánigo. El caso es que aparcas y encuentras
que han tenido la amabilidad de señalizarte un sendero que trepa sin
contemplaciones o una pista más cómoda, pero bastante más larga. Se puede
elegir y pronto nuestro objetivo está a la vista, tal que así:
Ganada bastante altura, comenzamos a
transitar por una ancha loma y cuando la dejamos a nuestras espaldas…
Unos últimos zigzags nos ponen a la vista
la cumbre del pico, ya sólo nos falta el último tramo, más breve aún de lo que
aparenta:
La panorámica desde la cumbre es, como he
dicho, excepcional. Especial relevancia tiene la vista hacia el macizo de Monte
Perdido, aunque se puede uno entretener con bastantes detalles curiosos.
Por
ejemplo, la brecha de Roland, que aquí se contempla en todo su esplendor de
gigantesco portal invertido.
O la peña Oroel, con la cruz que remata
su cima. Atención, señores, estamos hablando de un punto que dista de nuestro
observatorio algo más de 30 kilómetros en línea recta. Para ver la cruz cimera
se precisarán unos buenos prismáticos o un potente zoom.
También podemos contemplar, a nuestros
pies, el pueblo de Otal, abandonado, derruido y hermoso.
Y, al otro lado, el punto más cercano de
“la civilización”: se extiende a nuestros pies la pequeña población de Linás de
Broto. Setecientos metros de desnivel hemos ganado respecto a sus casas, más de
500 de ellos a golpe de calcetín. Estamos a poco más de 2000 metros de altura y
un bocadillo se hace imprescindible antes de bajar.
Al terminar, hicimos una visita a algunas
de las llamadas “ermitas del Serrablo”. Dentro de la de San Juan De Busa, tuve
la ocurrencia de tomarme esta “selfie”, que es una de las más originales que he
tenido ocasión de hacerme (y por cierto, en la que más favorecido salgo). No
abusaré con esto de las ermitas serrablesas, por ahora: a San Juan De Busa le
dedicaré una entrada específica, pues pienso que es uno de los once rincones
más hermosos que me ha sido dado conocer en este incierto asteroide.
He señalizado el recorrido en un mapa algo randero. Dos horas deberían bastar para una ascensión a ritmo sosegado.
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