Conforme
nos va cayendo encima el lastre ineludible de los años y nos vemos aligerados
de energías y de “reprise”, va quedando un elenco más reducido de excursiones y
ascensiones: ya sólo nos atrevemos con los picos más bajitos y, aun éstos, nos
salen respondones y nos echan encima una considerable carga de fatiga.
El fin de semana pasado, un numeroso (y
nutrido) grupo de amigos (con niños, aunque sin mascotas) nos acercamos en un
par de vehículos a Nerín, por la carretera que remonta el cañón de Añisclo y
llega literalmente a donde Cristo dio las tres voces.
En una pista que accede al caserío
diminuto del citado pueblecito de Nerín, antes de una valla que restringe el
tráfico rodado a los territorios del Parque Nacional de Ordesa, dimos en
aparcar con la intención de ponernos las botas (en sentido literal).
Un camino de ladera, bien señalizado,
arranca a la derecha de la pista, ganando rápidamente altura. El trazado es
bueno y es casi imposible perderse. La ascensión no es muy larga, ni incómoda,
aunque sí bastante dura, debido a que la pendiente no afloja ni ese instante
que te permitiría recuperar el resuello. Son casi ochocientos metros de
desnivel a palo seco, sin una sombra, sin un descanso que no sea el que te
quieras tomar.
El camino pedregoso, entre matorrales,
llega a un collado que aboca a una ladera herbosa, donde aquí y allá hay
neveros, o se insinúa un lapiaz y piensas, ya estoy salvado, esto se acaba, ya
estamos llegando. ¡Y una leche! Bienvenido a la inclinada pradera interminable:
sigue picando para arriba, para arriba…
Como si fueras en un helicóptero que
remonta el vuelo, aparece ante tus maravillados ojos el macizo de Monte Perdido
enfrente, parecería que extiendes la mano y lo puedes tocar. Con mucha nieve
aún. Precioso.
Cuando estaba a punto de arrojarme al
suelo y encomendar a los más jóvenes (todos los demás) que siguieran sin mí,
zas, se abre un acantilado descomunal: abajo está el cañón de Añisclo y
enfrente las paredes de las Sestrales: hemos llegado, el mundo se acaba aquí.
La sensación aérea es impactante: como
soy un tanto prudente (tres puntos por encima de precavido y sólo uno por
debajo de gallináceo), no me acerco en exceso (ni falta que hace). Un extenso
muestrario de rapaces vuelan por encima de nosotros, por al lado y por debajo (inmersas
en el cañón). Más vale que me calle y deje hablar a las imágenes de la belleza
del panorama.
Reponemos fuerzas con un refrigerio y
bajamos. Otro par de horitas, estas más descansadas por motivo de la pendiente,
¡cuánto hemos subido!
Aunque, dejando a un lado exageraciones,
para una persona en forma, es una excursión tan sólo de una mañana: se puede
bajar a comer a Nerín. De todas maneras, aquél que quiera ir, que no lo deje
para el verano: la loma es muy soleada e imagino que dentro de un par de meses,
o se sale muy temprano, o se corre el riesgo de sufrir una completa
evaporación, porque no es terreno muy elevado (entre 1150 y 1950 metros se
transita, más o menos).
Para todo tipo de amantes del senderismo,
ésta es una excursión fácil y con una excelente relación esfuerzo/recompensa.
Lo único que te puede disuadir es una larga aproximación en automóvil.
Hasta aquí hay que subir. Desde la izquierda, claro. |
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