En mis ya no demasiado atestadas estanterías (leo casi exclusivamente en formato digital, ya que no alcanzo a ver la letra en papel) habitan unos cuantos libros cuya copia en eBook no he conseguido o he tardado en conseguir. Eso, de algún modo, me los hace más preciados y, cada cierto tiempo, cuando vuelvo a echar un vistazo, los aparto y los releo: a éste de “El misterio del solitario” le toca cada tres o cuatro años y nunca me defrauda.
En parte, porque trata de un padre y un hijo que comparten un propósito de búsqueda que va más allá de una simple experiencia de viaje: no es que yo sea un vocacional de la paternidad, pero determinados encuadres de la relación paterno-filial me tocan una fibra misteriosa e insondable y éste es uno de ellos. “El misterio del solitario” pretende hacerse pasar por un libro juvenil, enfocado a la muchachada entre doce y quince años y, sí, ahí puede estar su objetivo, sin embargo yo tengo sospechas, tal vez poco fundadas, de que puede ir mucho más lejos.
Jostein Gaarder, nacido en 1952 bajo el signo de Leo, es un autor noruego que, en los años 80, daba clases de filosofía en un instituto. En lugar de autocompadecerse, comenzó a escribir relatos encaminados a acercar al público juvenil a las grandes preguntas de la filosofía, exacto, esas que vienen resumidas en la canción de Siniestro Total: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Estamos solos en la galaxia o acompañados? ¿Y si existe un más allá? ¿Y si hay reencarnación?...” En fin, alcanzó un notorio reconocimiento en 1990 con este libro, titulado en noruego “Kabalmysteriet” que llegó a obtener el Premio Europeo de Literatura Juvenil en 1991, año en el que además daría el pelotazo mundial con “El mundo de Sofía”, pero esta es otra historia y a mí me gusta más la del libro anterior, pues tengo una fijación con las barajas.
Una historia que se desarrolla todo el rato en dos planos, reflejados en mi ejemplar en dos tamaños de letra diferentes: el grande es para la narración que se mueve supuestamente en el plano real: el de un padre y un hijo que atraviesan Europa en coche, en busca de una madre ausente, que años atrás los dejó “para encontrarse a sí misma” y “se ha perdido en el mundo de la moda”. El azaroso itinerario, en automóvil y ferry, desde Arendal (Noruega) a Atenas, configura un relato de viaje bastante ameno, en el que las charlas entre el padre fumador, bebedor, coleccionista de comodines de la baraja y filósofo, y el hijo, un preadolescente inquieto, curioso y reflexivo, nos van introduciendo en una trama vital y familiar compleja, conflictiva y apasionante. ¿Por qué a Atenas? Por un lado, es la cuna de los pensadores que encandilan al padre, y por otro, han visto una revista de modas griega que les da una pista del paradero de la desaparecida esposa y madre … La intriga está servida.
Pero en el otro plano, el de la letra pequeña, que plasma intercalado "el relato del panadero de Dorf", nos encontramos un cuento aparentemente sin pies ni cabeza. Un enano en una gasolinera ha regalado a Hans Thomas, el joven protagonista, una lupa y una recomendación: que hagan noche en un pueblo alpino llamado Dorf. Allí, el panadero obsequia al chico con unos panecillos, uno de los cuales contiene un librito escrito con letra minúscula. Hans Thomas encuentra curioso que en la panadería haya un pez de colores en una pecera en la que falta un círculo de vidrio… del tamaño de su lupa. Lupa que usará para leer la diminuta letra del librito a espaldas de su padre, pues ha prometido al panadero que guardará el secreto del libro y su contenido.
¿Y qué se encuentra allí? Pues un cuento de marineros y naufragios, de una isla desconocida que se abre y se ensancha y crece conforme se interna uno en ella, de un viejo habitante que también naufragó años atrás y combate su soledad haciendo solitarios con una baraja, hasta que los naipes cobran vida y se establecen por su cuenta… Es todo tan abstruso, tan fantasioso que, recuerdo que, en un momento dado, hablé mentalmente con el autor y le dije. “si sales de ésta de un modo medianamente digno y razonable, tienes un carajillo pagado en España…”
Y no. No te voy a reventar el libro, ni te chafaré el final; solo te diré que tardé un buen rato en poder volver a cerrar la boca: todo acaba encajando en una lógica narrativa y filosófica inapelable, digamos que el misterio se resuelve, en la misma medida en que puede resolverse el misterio de nuestra propia existencia, o la maravilla inverosímil de que estemos vivos en este preciso instante. Te dejo con el padre que, mientras conduce, dice al muchacho:
“ - ¿Sabías que acaban de descubrir un misterioso planeta donde viven millones de seres inteligentes que andan sobre dos patas y que miran el planeta a través de dos lentes vivas?
Tuve que admitir que todo eso me era totalmente desconocido.
- Ese pequeño planeta está unido mediante una compleja red de líneas, sobre las que esos tipos tan listos ruedan dentro de unos vagones de colores.
- ¿De verdad?
- ¡Claro que sí! Y en ese mismo planeta, esos enigmáticos seres han levantado enormes edificios de más de cien plantas; y, por debajo de esas construcciones, han excavado larguísimos túneles por los que pueden desplazarse con unos artilugios eléctricos que se mueven sobre raíles.
- ¿Estás completamente seguro?
- Completamente.
- ¿Pero… por qué nunca he oído hablar de ese planeta?
- Bueno… En primer lugar, no hace tanto tiempo que se ha descubierto, y además, me temo que lo ha descubierto mucha gente, aparte de mí.
- ¿Dónde está? … …”
“… … - Los humanos hubieran enloquecido si los astronautas hubiesen descubierto otro planeta con vida – afirmó finalmente mi viejo -. Lo que pasa es que no se dejan asombrar por su propio planeta.”
Estas dos breves citas ilustran las digresiones frecuentes del padre de Hans Thomas: le habla de Edipo, que no sabía que había matado a su padre y de Sócrates que no sabía nada, del oráculo de Delfos y del tiempo, del pensamiento que escapa al tiempo y de que vivimos exactamente un instante, éste, ahora… A Hans Thomas no le parecen un rollo y a mí tampoco, de hecho es lo que más aprecio, sin desdeñar la trama apasionante, la conmovedora “maldición” familiar, el espléndido cierre que anuda los dos planos de la narración, el estilo económico, simple, elegante y, sin embargo, turbador y poético… Y la oportunidad que se me brinda de, tal vez, reconocerme como un comodín.
Un poco demasiado largo para los actuales lectores juveniles, e imprescindible para todo aquél que conserve, aunque sea en grado mínimo, la capacidad de maravillarse al mirar al espejo y ver el habitante del espacio allí reflejado.
Ay, no tengo este libro en formato digital, por tanto no lo puedo compartir, pero me he llevado una gratísima sorpresa al ver que ya está en el catálogo de eBooks de Amazon (8’54 en su versión española).
En parte, porque trata de un padre y un hijo que comparten un propósito de búsqueda que va más allá de una simple experiencia de viaje: no es que yo sea un vocacional de la paternidad, pero determinados encuadres de la relación paterno-filial me tocan una fibra misteriosa e insondable y éste es uno de ellos. “El misterio del solitario” pretende hacerse pasar por un libro juvenil, enfocado a la muchachada entre doce y quince años y, sí, ahí puede estar su objetivo, sin embargo yo tengo sospechas, tal vez poco fundadas, de que puede ir mucho más lejos.
Jostein Gaarder, nacido en 1952 bajo el signo de Leo, es un autor noruego que, en los años 80, daba clases de filosofía en un instituto. En lugar de autocompadecerse, comenzó a escribir relatos encaminados a acercar al público juvenil a las grandes preguntas de la filosofía, exacto, esas que vienen resumidas en la canción de Siniestro Total: “¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Estamos solos en la galaxia o acompañados? ¿Y si existe un más allá? ¿Y si hay reencarnación?...” En fin, alcanzó un notorio reconocimiento en 1990 con este libro, titulado en noruego “Kabalmysteriet” que llegó a obtener el Premio Europeo de Literatura Juvenil en 1991, año en el que además daría el pelotazo mundial con “El mundo de Sofía”, pero esta es otra historia y a mí me gusta más la del libro anterior, pues tengo una fijación con las barajas.
Una historia que se desarrolla todo el rato en dos planos, reflejados en mi ejemplar en dos tamaños de letra diferentes: el grande es para la narración que se mueve supuestamente en el plano real: el de un padre y un hijo que atraviesan Europa en coche, en busca de una madre ausente, que años atrás los dejó “para encontrarse a sí misma” y “se ha perdido en el mundo de la moda”. El azaroso itinerario, en automóvil y ferry, desde Arendal (Noruega) a Atenas, configura un relato de viaje bastante ameno, en el que las charlas entre el padre fumador, bebedor, coleccionista de comodines de la baraja y filósofo, y el hijo, un preadolescente inquieto, curioso y reflexivo, nos van introduciendo en una trama vital y familiar compleja, conflictiva y apasionante. ¿Por qué a Atenas? Por un lado, es la cuna de los pensadores que encandilan al padre, y por otro, han visto una revista de modas griega que les da una pista del paradero de la desaparecida esposa y madre … La intriga está servida.
Pero en el otro plano, el de la letra pequeña, que plasma intercalado "el relato del panadero de Dorf", nos encontramos un cuento aparentemente sin pies ni cabeza. Un enano en una gasolinera ha regalado a Hans Thomas, el joven protagonista, una lupa y una recomendación: que hagan noche en un pueblo alpino llamado Dorf. Allí, el panadero obsequia al chico con unos panecillos, uno de los cuales contiene un librito escrito con letra minúscula. Hans Thomas encuentra curioso que en la panadería haya un pez de colores en una pecera en la que falta un círculo de vidrio… del tamaño de su lupa. Lupa que usará para leer la diminuta letra del librito a espaldas de su padre, pues ha prometido al panadero que guardará el secreto del libro y su contenido.
¿Y qué se encuentra allí? Pues un cuento de marineros y naufragios, de una isla desconocida que se abre y se ensancha y crece conforme se interna uno en ella, de un viejo habitante que también naufragó años atrás y combate su soledad haciendo solitarios con una baraja, hasta que los naipes cobran vida y se establecen por su cuenta… Es todo tan abstruso, tan fantasioso que, recuerdo que, en un momento dado, hablé mentalmente con el autor y le dije. “si sales de ésta de un modo medianamente digno y razonable, tienes un carajillo pagado en España…”
Y no. No te voy a reventar el libro, ni te chafaré el final; solo te diré que tardé un buen rato en poder volver a cerrar la boca: todo acaba encajando en una lógica narrativa y filosófica inapelable, digamos que el misterio se resuelve, en la misma medida en que puede resolverse el misterio de nuestra propia existencia, o la maravilla inverosímil de que estemos vivos en este preciso instante. Te dejo con el padre que, mientras conduce, dice al muchacho:
“ - ¿Sabías que acaban de descubrir un misterioso planeta donde viven millones de seres inteligentes que andan sobre dos patas y que miran el planeta a través de dos lentes vivas?
Tuve que admitir que todo eso me era totalmente desconocido.
- Ese pequeño planeta está unido mediante una compleja red de líneas, sobre las que esos tipos tan listos ruedan dentro de unos vagones de colores.
- ¿De verdad?
- ¡Claro que sí! Y en ese mismo planeta, esos enigmáticos seres han levantado enormes edificios de más de cien plantas; y, por debajo de esas construcciones, han excavado larguísimos túneles por los que pueden desplazarse con unos artilugios eléctricos que se mueven sobre raíles.
- ¿Estás completamente seguro?
- Completamente.
- ¿Pero… por qué nunca he oído hablar de ese planeta?
- Bueno… En primer lugar, no hace tanto tiempo que se ha descubierto, y además, me temo que lo ha descubierto mucha gente, aparte de mí.
- ¿Dónde está? … …”
“… … - Los humanos hubieran enloquecido si los astronautas hubiesen descubierto otro planeta con vida – afirmó finalmente mi viejo -. Lo que pasa es que no se dejan asombrar por su propio planeta.”
Estas dos breves citas ilustran las digresiones frecuentes del padre de Hans Thomas: le habla de Edipo, que no sabía que había matado a su padre y de Sócrates que no sabía nada, del oráculo de Delfos y del tiempo, del pensamiento que escapa al tiempo y de que vivimos exactamente un instante, éste, ahora… A Hans Thomas no le parecen un rollo y a mí tampoco, de hecho es lo que más aprecio, sin desdeñar la trama apasionante, la conmovedora “maldición” familiar, el espléndido cierre que anuda los dos planos de la narración, el estilo económico, simple, elegante y, sin embargo, turbador y poético… Y la oportunidad que se me brinda de, tal vez, reconocerme como un comodín.
Un poco demasiado largo para los actuales lectores juveniles, e imprescindible para todo aquél que conserve, aunque sea en grado mínimo, la capacidad de maravillarse al mirar al espejo y ver el habitante del espacio allí reflejado.
Ay, no tengo este libro en formato digital, por tanto no lo puedo compartir, pero me he llevado una gratísima sorpresa al ver que ya está en el catálogo de eBooks de Amazon (8’54 en su versión española).
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