Qué frutalidad. Lo suyo hubiera sido encabezar con “Láminas
de frutos”, es el término académico, pero esta mañana me entero con alarma de
que en la taifa que, con mano blanca y pulso firme regenta doña Susana, o sea,
en la diáfana Andalucía, se va a decretar el fin del sustantivo de uso genérico
para toda la especie, en un rutilante y eficaz ejercicio de machismoterapia (¿o
machismectomía?) Los que allí cobran de la mano que reparte el público maná, no
podrán volver a decir “andaluces”, sino “andaluces y andaluzas”, o mejor aún,
para evitar las reivindicaciones de un tercer sexo que reclame la adición de
“andalocas”, se usará “la población andaluza”, circunloquio feo donde los haya.
En fin, harto ya en mi pasada vida docente, de enunciar
“alumnos y alumnas”, “padres y madres” y desvaríos por el estilo, cedo el
testigo de la mentecatez a las nuevas generaciones… Pero, ay, yo no sabría
decir si estas preciosas láminas ilustradas, compartidas desde mi vieja
enciclopedia Sopena (“vale la pena tener un Sopena”, decía el eslogan), estas
joyas artesanales en cuatricromía, muestran frutas, o frutos en general. Lo exacto
sería decir frutos, aunque aparecen apetitosas frutas con una luminosidad de
colorido propia de los bodegones de Zurbarán, o de cualquier otro de los
pintores de esta patria adormecida por las redundancias: por cierto, ¿ha dicho
ya la RAE que las pintoras no son pintores? Sería la debacle (y me sumiría, por
fin, en el mutismo).
En las láminas de frutas, cuya presentación se me está yendo
de las manos, el criterio, digamos, botánico o taxonómico brilla un poco por su
ausencia: hay un hermoso batiburrillo en el que, a veces, aparecen términos
como aquenio, drupa, glande o pepónide, que recuerdo haber estudiado hace
cincuenta años. Sin embargo no están todos los frutos clasificados ni
organizados: el anónimo artista se ha dejado llevar por su intuición y ha
pintado siguiendo pautas de esplendor y apetitosidad… Me encantan estas
láminas, mañana publicaré otras dos.
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