Cinco años y casi nos habíamos olvidado de los pistoleros, qué memoria histórica la nuestra. El caso es que tenía ganas de leer un libro sobre “el conflicto vasco”, que se posicionara con nitidez en el lado de “los buenos” y abordé este considerable tomo, 640 páginas en papel, aunque yo adquirí en Amazon la versión digital (13 € más barata) en la que el voluminoso tamaño queda un tanto enmascarado; sin embargo el texto, muy fluido y entretenido, absorbente pese a lo nauseabundo del tema, hace que no se espese ni atragante en ningún momento y se corone la lectura en menos de lo que, en un principio, hubiera sido previsible. Un breve glosario de términos en vascuence nos ilustra a los desconocedores del vocabulario autóctono empleado en la novela y nos anuncia que hemos llegado al final.
Final que alcanzamos con un sabor agridulce, pues el escritor, a pesar de haber confortado nuestras certezas morales, nos asoma a espinosos campos para la reflexión. No estoy hablando de equidistancia o de justificación, sino de complejidad: las mentes humanas son laberínticas, el cuerpo social es intrincado y cualquiera que se atreva a servirse de un libro como éste, debe estar preparado para revisar algunas de sus convicciones.
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), escritor vasco afincado durante largo tiempo en Alemania, intenta con el libro “Patria” dos objetivos muy meritorios: por un lado, evitar que la conveniencia política del día arrumbe en el olvido sucesos que debemos de tener muy presentes; por otro lado, hacer una narración posicionada frente a la infamia pero, en modo alguno, simplista, sectaria o prejuiciada. ¿Lo consigue? Si me estás preguntando a mí, sí, en gran parte.
En un lenguaje llano, coloquial, muy vivaz, Aramburu va tejiendo, mediante capítulos más bien cortos, una gigantesca y ambiciosa labor de patchwork, o va montando un enorme y detallado puzzle, como quieras... No diré una panorámica, porque los 125 (!) capítulos surcan lugares personajes y tiempos, en un aparente desorden muy llevadero y coherente (no te pierdes, vamos). Repetiría que es muy ameno si no fuera porque habla de un pueblo socialmente enfermo, de dos familias muy desgraciadas y de acontecimientos, en conjunto, funestos y espantosos.
Dos matrimonios amigos: el Txato y Bittori, Joxian y Miren, padres de dos hijos aquéllos y de tres, éstos; acomodados los primeros (él, empresario transportista) y los segundos humildes (él, obrero en una fundición); ellos inseparables, ellas íntimas; el tiempo transcurre en una pequeña población guipuzcoana, aficionada al mus y a las bicis, los hijos crecen y la situación política se enquista y se putrefacta, determinadas tomas de posición desencadenan el trágico e inexorable mecanismo, el odio y el derramamiento de sangre. Dos parejas y cinco hijos, siete personajes principales, marcados por la desgracia y rastreados en sus vivencias, dolorosas y antagónicas, con singular pericia narrativa.
A veces, palpitan la carne y el espíritu en el relato, en otras ocasiones nos deslizamos por estereotipos y convencionalismos. Aunque en general la mezcla está muy bien balanceada, no dejan de llamarme la atención algunos extremos en los que se hace especial hincapié: el tradicionalismo de una sociedad anclada en prejuicios que, en otras partes, saltaron por los aires hace cincuenta años; la religiosidad que, lo mismo sirve para justificar y bendecir a verdugos y víctimas, más a aquéllos que a éstas; el matriarcado exagerado, te cuento, en la primera generación, los maridos son unos ceporros bonachones y las mujeres llevan las riendas, y en la segunda, todo son matrimonios infortunados, donde los maridos perfeccionan diversas variantes de la gilipollez. En general, son mucho más ricos, matizados y sólidos los personajes femeninos que los masculinos. Particularmente destaca Arantxa, hija de Miren y Joxian, golpeada por un infortunio atroz que no tiene nada que ver con el terrorismo, y que es la única poseedora de la suficiente entereza, como una nueva Ariadna, para guiar a los demás hasta la salida del laberinto.
Si te interesa mínimamente el devenir político en este caótico Estado durante las últimas décadas, éste es un libro que no te puedes perder. Te transcribiré un fragmento, como muestra de su contundencia. Hablan dos paisanas:
“—Ni me dejaron preparar el entierro. Cogieron a mi hijo y montaron con él un numerito patriótico. Les vino de perlas que se moriría. Para usarlo con intenciones políticas, ¿sabes? Como los usan a todos. Unos borregos, eso es lo que son. Unos ingenuos. Y Joxe Mari lo mismo. Les calientan la cabeza, les dan un arma y, hala, a matar. En casa nunca hemos hablado de política. A mí la política no me interesa. ¿Te interesa a ti?
—Ni pizca.
—Les meten malas ideas y, como son jóvenes, caen en la trampa. Luego se creen unos héroes porque llevan pistola. Y no se dan cuenta de que, a cambio de nada, porque al final no hay más premio que la cárcel o la tumba, han dejado el trabajo, la familia, los amigos. Lo han dejado todo para hacer lo que les mandan cuatro aprovechados. Y para romperles la vida a otras personas, dejando viudas y huérfanos por todas las esquinas.
—Eso no lo vayas diciendo por ahí, ¿eh?”
Y en otro pasaje, ay esto es personal, utiliza mi lugar de nacimiento como escenario de una infidelidad marital. Mi pueblo convertido en picadero:
“Se fue a Jaca un fin de semana con la querida. Arantxa se enteró por Endika.
—El aita se ha ido a Jaca con una chica.”
Y es que el mundo es un pañuelo.
Y en resumen: cuando un libro me gusta, agradezco que sea largo y éste aún me hubiera gustado que fuera más largo.
Final que alcanzamos con un sabor agridulce, pues el escritor, a pesar de haber confortado nuestras certezas morales, nos asoma a espinosos campos para la reflexión. No estoy hablando de equidistancia o de justificación, sino de complejidad: las mentes humanas son laberínticas, el cuerpo social es intrincado y cualquiera que se atreva a servirse de un libro como éste, debe estar preparado para revisar algunas de sus convicciones.
El autor. |
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), escritor vasco afincado durante largo tiempo en Alemania, intenta con el libro “Patria” dos objetivos muy meritorios: por un lado, evitar que la conveniencia política del día arrumbe en el olvido sucesos que debemos de tener muy presentes; por otro lado, hacer una narración posicionada frente a la infamia pero, en modo alguno, simplista, sectaria o prejuiciada. ¿Lo consigue? Si me estás preguntando a mí, sí, en gran parte.
En un lenguaje llano, coloquial, muy vivaz, Aramburu va tejiendo, mediante capítulos más bien cortos, una gigantesca y ambiciosa labor de patchwork, o va montando un enorme y detallado puzzle, como quieras... No diré una panorámica, porque los 125 (!) capítulos surcan lugares personajes y tiempos, en un aparente desorden muy llevadero y coherente (no te pierdes, vamos). Repetiría que es muy ameno si no fuera porque habla de un pueblo socialmente enfermo, de dos familias muy desgraciadas y de acontecimientos, en conjunto, funestos y espantosos.
Dos matrimonios amigos: el Txato y Bittori, Joxian y Miren, padres de dos hijos aquéllos y de tres, éstos; acomodados los primeros (él, empresario transportista) y los segundos humildes (él, obrero en una fundición); ellos inseparables, ellas íntimas; el tiempo transcurre en una pequeña población guipuzcoana, aficionada al mus y a las bicis, los hijos crecen y la situación política se enquista y se putrefacta, determinadas tomas de posición desencadenan el trágico e inexorable mecanismo, el odio y el derramamiento de sangre. Dos parejas y cinco hijos, siete personajes principales, marcados por la desgracia y rastreados en sus vivencias, dolorosas y antagónicas, con singular pericia narrativa.
Portada. En la novela, casi siempre llueve |
A veces, palpitan la carne y el espíritu en el relato, en otras ocasiones nos deslizamos por estereotipos y convencionalismos. Aunque en general la mezcla está muy bien balanceada, no dejan de llamarme la atención algunos extremos en los que se hace especial hincapié: el tradicionalismo de una sociedad anclada en prejuicios que, en otras partes, saltaron por los aires hace cincuenta años; la religiosidad que, lo mismo sirve para justificar y bendecir a verdugos y víctimas, más a aquéllos que a éstas; el matriarcado exagerado, te cuento, en la primera generación, los maridos son unos ceporros bonachones y las mujeres llevan las riendas, y en la segunda, todo son matrimonios infortunados, donde los maridos perfeccionan diversas variantes de la gilipollez. En general, son mucho más ricos, matizados y sólidos los personajes femeninos que los masculinos. Particularmente destaca Arantxa, hija de Miren y Joxian, golpeada por un infortunio atroz que no tiene nada que ver con el terrorismo, y que es la única poseedora de la suficiente entereza, como una nueva Ariadna, para guiar a los demás hasta la salida del laberinto.
Termiboinator |
Si te interesa mínimamente el devenir político en este caótico Estado durante las últimas décadas, éste es un libro que no te puedes perder. Te transcribiré un fragmento, como muestra de su contundencia. Hablan dos paisanas:
“—Ni me dejaron preparar el entierro. Cogieron a mi hijo y montaron con él un numerito patriótico. Les vino de perlas que se moriría. Para usarlo con intenciones políticas, ¿sabes? Como los usan a todos. Unos borregos, eso es lo que son. Unos ingenuos. Y Joxe Mari lo mismo. Les calientan la cabeza, les dan un arma y, hala, a matar. En casa nunca hemos hablado de política. A mí la política no me interesa. ¿Te interesa a ti?
—Ni pizca.
—Les meten malas ideas y, como son jóvenes, caen en la trampa. Luego se creen unos héroes porque llevan pistola. Y no se dan cuenta de que, a cambio de nada, porque al final no hay más premio que la cárcel o la tumba, han dejado el trabajo, la familia, los amigos. Lo han dejado todo para hacer lo que les mandan cuatro aprovechados. Y para romperles la vida a otras personas, dejando viudas y huérfanos por todas las esquinas.
—Eso no lo vayas diciendo por ahí, ¿eh?”
Y en otro pasaje, ay esto es personal, utiliza mi lugar de nacimiento como escenario de una infidelidad marital. Mi pueblo convertido en picadero:
“Se fue a Jaca un fin de semana con la querida. Arantxa se enteró por Endika.
—El aita se ha ido a Jaca con una chica.”
Y es que el mundo es un pañuelo.
Las fachadas, por las tinieblas iluminadas |
Y en resumen: cuando un libro me gusta, agradezco que sea largo y éste aún me hubiera gustado que fuera más largo.
Tomo nota ;-)
ResponderEliminarMe lo recomiendan aquí y en todas partes. Nada, que me lo voy a tener que leer. Donde se demuestra una vez más que el País Vasco es España, pero España profunda, profunda que ni Puerto Hurraco.
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