Mal que nos pese, hemos de admitir que nunca hemos sentido un gran respeto por el resto de la clase, exceptuando, y no siempre, a los de nuestra especie. Me refiero a la clase de los mamíferos, que alberga unas 5400 especies (y bajando) las cuales son objeto de estudio de la mastozoología o teriología.
Desde los tiempos más remotos, hemos pensado que éramos el mamífero con más pedigrí, la cúspide del reino animal, un bicharraco hecho nada menos que “a imagen y semejanza” de Dios que, de este modo, vendría a ser una especie de Supersimio Todopoderoso (un King Kong Metagaláctico).
Por fortuna o desgracia, las cosas están cambiando y, en nuestros días, tendemos a considerarnos un miembro más, eso sí, especialmente dañino, de ese ecosistema que compartimos con ratas, cucarachas, chinches, perros, gatos, ladillas, garrapatas, cerdos y otras especies alojadas lejos del peligro de extinción.
En el otro extremo están los tigres, orangutanes, elefantes, linces ibéricos, rinocerontes, ballenas y otros dignísimos representantes de la clase de los mamíferos que, por acción u omisión, hemos puesto al borde del cese como especies participantes en la sacrosanta biodiversidad. No es mi caso pero, si tuviera conciencia, dejaría que un tigre de Bengala devorara alguna de mis extremidades menos útiles... En todo caso, es un consejo que dejo aquí apuntado para los activos dirigentes de las sociedades animalistas.
Y si nos ponemos quisquillosos y políticamente correctos, quizá también deberían perseguir con sancionadora saña a todos aquellos que usan expresiones despectivas e insultantes hacia los demás mamíferos, muy frecuentes por lo demás en nuestro lenguaje cotidiano: “Se portó como un cerdo”. “Basta ya de hacer el mono”. “Es tan ignorante como un asno”. “Como no se lava, huele a tigre”. “Esa tía es una zorra”. “No seas rata y páganos una cerveza”. ”Se ha puesto gorda como una vaca”. “Seguimos las modas como borregos”. “Está ciego como un topo”. “Lo tuyo no es bailar, es hacer el oso”. ”No te fíes, es un cabrón”. Y así ad infinitum, cuando queremos ponderar una mala cualidad, siempre se la carga un mamífero.
En la era pre-pantallas, con el juego de “Pi”, que ahora es “Scattergories”, ya nombrado en alguna ocasión, trataba yo en asuetos escolares de que los niños clasificaran animales, poniendo por ejemplo la etiqueta “mamíferos”, para hacer la categoría más exigente. Por supuesto, encontramos mamíferos comenzando por casi todas las letras del abecedario: ardilla, búfalo, castor, chacal, delfín, elefante, foca, gorila, hipopótamo, impala, jirafa, koala, lobo, llama, mandril, nutria, ñu, oso, puma, quirquincho, rinoceronte, suricata, tigre, visón, wapití, yac, zorro. Si se repetían, cosa que pasaba con los más comunes, perro, gato o caballo, contaban menos.
A pesar de mis esfuerzos no he sido capaz de encontrar mamífero alguno, con nombre común que tuviera por inicial la “u” ni la “x”. Y, desde luego, no es que supiera lo que era un quirquincho. Hasta el siglo XVIII hubiera valido “uro”, un bóvido que tuvo la mala ocurrencia de extinguirse como, sin duda algún día, nos extinguiremos nosotros, para dar paso a especies menos invasivas o más resistentes... Hasta pudiera ser que más evolucionadas, capaces de comprender el inmenso desperdicio de la conciencia y de la vida.
Desde los tiempos más remotos, hemos pensado que éramos el mamífero con más pedigrí, la cúspide del reino animal, un bicharraco hecho nada menos que “a imagen y semejanza” de Dios que, de este modo, vendría a ser una especie de Supersimio Todopoderoso (un King Kong Metagaláctico).
Por fortuna o desgracia, las cosas están cambiando y, en nuestros días, tendemos a considerarnos un miembro más, eso sí, especialmente dañino, de ese ecosistema que compartimos con ratas, cucarachas, chinches, perros, gatos, ladillas, garrapatas, cerdos y otras especies alojadas lejos del peligro de extinción.
En el otro extremo están los tigres, orangutanes, elefantes, linces ibéricos, rinocerontes, ballenas y otros dignísimos representantes de la clase de los mamíferos que, por acción u omisión, hemos puesto al borde del cese como especies participantes en la sacrosanta biodiversidad. No es mi caso pero, si tuviera conciencia, dejaría que un tigre de Bengala devorara alguna de mis extremidades menos útiles... En todo caso, es un consejo que dejo aquí apuntado para los activos dirigentes de las sociedades animalistas.
Y si nos ponemos quisquillosos y políticamente correctos, quizá también deberían perseguir con sancionadora saña a todos aquellos que usan expresiones despectivas e insultantes hacia los demás mamíferos, muy frecuentes por lo demás en nuestro lenguaje cotidiano: “Se portó como un cerdo”. “Basta ya de hacer el mono”. “Es tan ignorante como un asno”. “Como no se lava, huele a tigre”. “Esa tía es una zorra”. “No seas rata y páganos una cerveza”. ”Se ha puesto gorda como una vaca”. “Seguimos las modas como borregos”. “Está ciego como un topo”. “Lo tuyo no es bailar, es hacer el oso”. ”No te fíes, es un cabrón”. Y así ad infinitum, cuando queremos ponderar una mala cualidad, siempre se la carga un mamífero.
En la era pre-pantallas, con el juego de “Pi”, que ahora es “Scattergories”, ya nombrado en alguna ocasión, trataba yo en asuetos escolares de que los niños clasificaran animales, poniendo por ejemplo la etiqueta “mamíferos”, para hacer la categoría más exigente. Por supuesto, encontramos mamíferos comenzando por casi todas las letras del abecedario: ardilla, búfalo, castor, chacal, delfín, elefante, foca, gorila, hipopótamo, impala, jirafa, koala, lobo, llama, mandril, nutria, ñu, oso, puma, quirquincho, rinoceronte, suricata, tigre, visón, wapití, yac, zorro. Si se repetían, cosa que pasaba con los más comunes, perro, gato o caballo, contaban menos.
A pesar de mis esfuerzos no he sido capaz de encontrar mamífero alguno, con nombre común que tuviera por inicial la “u” ni la “x”. Y, desde luego, no es que supiera lo que era un quirquincho. Hasta el siglo XVIII hubiera valido “uro”, un bóvido que tuvo la mala ocurrencia de extinguirse como, sin duda algún día, nos extinguiremos nosotros, para dar paso a especies menos invasivas o más resistentes... Hasta pudiera ser que más evolucionadas, capaces de comprender el inmenso desperdicio de la conciencia y de la vida.
No es un Pokémon, es un quirquincho |
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