Desde hace la friolera de treinta años
subo, durante la primera quincena de julio, a pasar unos días al valle de
Benasque. Allí finjo que juego al ajedrez en un torneo que, este año, celebraba
su trigésimo cuarta edición, un “Open Internacional” en el que mis resultados
hasta hace algunas temporadas eran discretos y, en los últimos veranos, lo
siguiente por debajo.
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Viejo mapa de la zona del Ampriú (sin la pista) |
Pero ese no es el quid de la cuestión, o
el target, como se dice ahora: se trata más bien de descansar, relajarme,
desconectar de los ambientes y preocupaciones habituales, reencontrarme con
algunos buenos amigos y disfrutar de unos paisajes inigualables, grandiosos o,
por lo menos, muy acordes con el concepto de belleza y majestuosidad que a mi
exigua percepción se alcanza. Vale, vamos a dejarlo en muy bonitos.
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El pequeño ibón visto desde el collado de Basibé |
Últimamente, los paseos y excursiones que
puedo emprender, son aptos para cualquier tipo de disminuidos físicos o
sensoriales (no diré cuál es mi caso) y, entre todos ellos, uno de los más gratos
y asequibles es el que me lleva, año tras año a mi cita con el collado y el
pequeño ibón de Basibé.
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Ibón de Basibé |
Uno llega en coche al devastado llano del
Ampriú, con sus, en pleno verano, desangeladas instalaciones para el solaz de
los esquiadores y, a mano izquierda del edificio principal, toma una pista de
servicio de los remontes. Sé que se puede subir por un sendero a la orilla del torrente
y tal vez sea más agradable y entretenido. La pista es empinada y, en unas
pocas lazadas, gana altura para decidirse a enfilar, en dirección al Este,
hasta el collado de Basibé (2277 m.) que se gana en no más de hora y cuarto de cómoda
ascensión (si se me permite el oxímoron). Desde lo alto, contemplamos los
amplísimos pastos del vecino valle de Castanesa hasta que, como quien dice a
nuestros pies, nos llama la atención una curiosa lágrima verdiazul, ¡tate, el
laguito! Al que en los Pirineos le dicen ibón (o estany), en este caso, ibón de
Basibé, una especie de diminuto abrevadero de poco más de una hectárea de
superficie, donde chapotean y se refrescan caballos, vacas y quizá otros
cuadrúpedos de mayor pedigrí.
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Caballos paciendo sobre el collado |
He tirado de teleobjetivo. Nunca he
bajado los cincuenta o sesenta metros de desnivel que llevan a su orilla.
Habiendo tanto ganado, los tábanos deben ser numerosos y grandes como
estorninos. Así pues, en la soleada loma que lo domina, me ha tocado
refrescarme con la cantimplora, bajo la desconfiada mirada de otros caballos
que por allí pacían.
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El ibón es más misterioso en un día nublado |
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Impresionante vista del collado bajo el nubarrón |
Al regresar vemos el pico de Cerler, un
pico que domina Benasque y, visto desde esta villa, es un triangulito como las
montañas que dibujan los niños en los cuadernos; desde Basibé, en cambio, lo
oteamos, desde una altura que es casi la de su cima, como un cono rechoncho de
faldas algo áridas en la solana.
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Aspecto del lago en un día soleado |
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Aproximo con un teleobjetivo los caballos abrevando |
Volvemos a la llanura y aparcamiento del
Ampriú en busca de una Pepsi-Cola, por la (ahora sí) cómoda pista de bajada.
Una excursión muy sencilla (que rima con maravilla). Nos han silbado unas
marmotas como antes los albañiles silbaban a las chicas guapas (ahora no lo
hacen, en parte porque, debido a la crisis, apenas se trabaja en la
construcción y, en parte, por temor a la incorrección política y sus secuelas).
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El pico de Cerler desde el collado |
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¿Hay alguien en la cima? |
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