domingo, 20 de julio de 2014

El Solitario Que Hacía Mi Madre

Durante muchos años me fue dado contemplar a mi madre (ya fallecida) en la mesa camilla de un exiguo cuarto de estar, haciendo una y otra vez el mismo solitario. Eran los tiempos anteriores a la televisión y las masas nos entreteníamos con la radio, sustrayendo parte de nuestra atención a la hipnosis que provocan las pantallas. En las largas tardes de invierno, se dedicaba a estas dos tareas propias de Penélope: o hacer punto, o hacer y deshacer infatigablemente este solitario, que voy a traer aquí porque me ha parecido que no es de los más populares.

Ahora yo, con la vista muy dañada y en espera de una operación, encuentro que me fatiga leer, escribir o ver pantallas y, como si se tratara de una de esas tradiciones que pasan de padres a hijos, rememoro este inocente (y eficaz) pasatiempo, mientras escucho música, vapeo y aguanto como puedo el calor.

Aunque parecerá un poco enrevesado y farragoso cuando lo cuente, su realización tiene una dinámica muy sencilla. Me he acordado de Julio Cortázar y de sus “instrucciones para subir una escalera”. Pues eso.
 
Una vez bien barajado el mazo de 40 cartas de una baraja española, colocas las cuatro primeras, verticales y separadas frente a ti. Luego haces un pequeño mazo de diez cartas cubiertas (y desconocidas) que colocas, horizontal, a la derecha de las cuatro anteriores. Añades encima de él, una carta descubierta y sacas otra que colocas en la parte superior de todo el tinglado. Esta última carta es muy importante, porque determina el número por el que comenzará a ordenarse cada palo, en orden creciente. Por ejemplo, si es un siete, como en la fotografía, será 7, sota, caballo, rey, as, 2, 3, 4, 5 y 6.
 

Si consigues llegar a tener las 40 cartas así ordenadas por palos, el solitario te habrá salido, lo cual no es coser y cantar. Mi experiencia dice que se consigue una de cada cuatro o cinco veces, pero el azar es muy puñetero, lo mismo te sale tres veces seguidas que te pasas toda una tarde profiriendo feas maldiciones, tras veinte infructuosos intentos.
 
 
Con las restantes cartas, las que no has esparcido en la mesa, te queda un mazo principal, para irlas pasando de tres en tres, que al comienzo cuenta con 24 cartas. Conforme las utilices, te irán quedando menos.
 

Las cuatro cartas que has descubierto primero, marcan cuatro columnas donde puedes ir poniendo cartas en escalera, en orden descendente, sin que nunca puedas poner dos del mismo palo seguidas. Estas cartas las obtendrás, tanto del mazo principal (al irlas sacando de tres en tres), como del mazo de cartas desconocidas de la derecha, donde siempre tendrás una descubierta: cuando “coloques” la del principio, descubres la siguiente, y la siguiente, de una en una, hasta terminar con el mazo de 10, cosa que conviene hacer cuanto antes, pues alguna carta de primordial importancia para completar el solitario puede yacer ahí, sepultada al fondo o casi.
 

Si consigues liberar de todas sus cartas una de las cuatro columnas, tendrás una casilla para especular, poniendo allí, a tu conveniencia, una de las del mazo de la derecha, una de las del mazo principal o una de las ya ordenadas en palos que, cuando están arriba, pueden reingresar en las columnas a conveniencia, para servir de apoyo a otras cartas. Las que están en las columnas se mueven y combinan en escalera, de una en una, hasta que van a parar arriba, a los montones ordenados por palos.
 

La mecánica es muy simple: una vez esparcidas las dieciséis cartas en la mesa, sabes por qué número comienzas: esas son las primeras que tienes que buscar y disponer. Vas pasando las del mazo principal de tres en tres, sin desordenarlas ni barajarlas nunca y vas extrayendo, tanto del mazo de la derecha cuando puedas, como del principal cuando te vayan saliendo, las cartas que interesen, bien para poner en escalera en las cuatro columnas, bien para situar encima los palos ordenados en cuatro montones: oros, copas, espadas y bastos.
 

Con las del mazo principal, puedes dar todas las pasadas que quieras, sin desordenarlo, puedes ver las tres, pero sólo está a tu disposición para utilizarla, la tercera, la sexta, la novena… cuando extraigas una, en la siguiente pasada te saldrán distintas y, el saber cuáles te van a salir a la próxima pasada te permite un importante margen de estrategia.
 

Es entretenido. Más fácil si empiezas por reyes o ases, más difícil si te toca empezar por doses, treses o cuatros… Y es adictivo hasta lo enfermizo: una buena manera de matar el tiempo esperando a la Parca.
 









 
 

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