Durante muchos años me fue dado
contemplar a mi madre (ya fallecida) en la mesa camilla de un exiguo cuarto de
estar, haciendo una y otra vez el mismo solitario. Eran los tiempos anteriores
a la televisión y las masas nos entreteníamos con la radio, sustrayendo parte
de nuestra atención a la hipnosis que provocan las pantallas. En las largas
tardes de invierno, se dedicaba a estas dos tareas propias de Penélope: o hacer
punto, o hacer y deshacer infatigablemente este solitario, que voy a traer aquí
porque me ha parecido que no es de los más populares.
Ahora yo, con la vista muy dañada y en
espera de una operación, encuentro que me fatiga leer, escribir o ver pantallas
y, como si se tratara de una de esas tradiciones que pasan de padres a hijos,
rememoro este inocente (y eficaz) pasatiempo, mientras escucho música, vapeo y
aguanto como puedo el calor.
Aunque parecerá un poco enrevesado y
farragoso cuando lo cuente, su realización tiene una dinámica muy sencilla. Me
he acordado de Julio Cortázar y de sus “instrucciones para subir una escalera”.
Pues eso.
Una vez bien barajado el mazo de 40
cartas de una baraja española, colocas las cuatro primeras, verticales y
separadas frente a ti. Luego haces un pequeño mazo de diez cartas cubiertas (y
desconocidas) que colocas, horizontal, a la derecha de las cuatro anteriores.
Añades encima de él, una carta descubierta y sacas otra que colocas en la parte
superior de todo el tinglado. Esta última carta es muy importante, porque
determina el número por el que comenzará a ordenarse cada palo, en orden
creciente. Por ejemplo, si es un siete, como en la fotografía, será 7, sota, caballo,
rey, as, 2, 3, 4, 5 y 6.
Si consigues llegar a tener las 40 cartas
así ordenadas por palos, el solitario te habrá salido, lo cual no es coser y
cantar. Mi experiencia dice que se consigue una de cada cuatro o cinco veces,
pero el azar es muy puñetero, lo mismo te sale tres veces seguidas que te pasas
toda una tarde profiriendo feas maldiciones, tras veinte infructuosos intentos.
Con las restantes cartas, las que no has
esparcido en la mesa, te queda un mazo principal, para irlas pasando de tres en
tres, que al comienzo cuenta con 24 cartas. Conforme las utilices, te irán
quedando menos.
Las cuatro cartas que has descubierto
primero, marcan cuatro columnas donde puedes ir poniendo cartas en escalera, en
orden descendente, sin que nunca puedas poner dos del mismo palo seguidas.
Estas cartas las obtendrás, tanto del mazo principal (al irlas sacando de tres
en tres), como del mazo de cartas desconocidas de la derecha, donde siempre
tendrás una descubierta: cuando “coloques” la del principio, descubres la siguiente,
y la siguiente, de una en una, hasta terminar con el mazo de 10, cosa que
conviene hacer cuanto antes, pues alguna carta de primordial importancia para
completar el solitario puede yacer ahí, sepultada al fondo o casi.
Si consigues liberar de todas sus cartas
una de las cuatro columnas, tendrás una casilla para especular, poniendo allí,
a tu conveniencia, una de las del mazo de la derecha, una de las del mazo
principal o una de las ya ordenadas en palos que, cuando están arriba, pueden
reingresar en las columnas a conveniencia, para servir de apoyo a otras cartas.
Las que están en las columnas se mueven y combinan en escalera, de una en una,
hasta que van a parar arriba, a los montones ordenados por palos.
La mecánica es muy simple: una vez
esparcidas las dieciséis cartas en la mesa, sabes por qué número comienzas:
esas son las primeras que tienes que buscar y disponer. Vas pasando las del
mazo principal de tres en tres, sin desordenarlas ni barajarlas nunca y vas
extrayendo, tanto del mazo de la derecha cuando puedas, como del principal
cuando te vayan saliendo, las cartas que interesen, bien para poner en escalera
en las cuatro columnas, bien para situar encima los palos ordenados en cuatro
montones: oros, copas, espadas y bastos.
Con las del mazo principal, puedes dar
todas las pasadas que quieras, sin desordenarlo, puedes ver las tres, pero sólo
está a tu disposición para utilizarla, la tercera, la sexta, la novena… cuando
extraigas una, en la siguiente pasada te saldrán distintas y, el saber cuáles
te van a salir a la próxima pasada te permite un importante margen de
estrategia.
Es entretenido. Más fácil si empiezas por
reyes o ases, más difícil si te toca empezar por doses, treses o cuatros… Y es adictivo
hasta lo enfermizo: una buena manera de matar el tiempo esperando a la Parca.
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