Hace un par de días di por terminada mi
estancia vacacional en el Pirineo y regresé a mi pueblo. Como mecanismo de defensa, la memoria diluye
con rapidez los malos recuerdos y yo ya me había olvidado del calor que hace en
estos lagartales del llano. No es que este verano sea particularmente
exagerado, de momento, pero hay que ver cómo aprieta Lorenzo (“el Sol se llama
Lorenzo / y la Luna Catalina…”). No hace mucho, oí decir a un agricultor de los
Monegros: “Qué calentamiento global ni qué niño muerto, aquí toda la vida nos
hemos asao de calor en verano”. Pues eso.
Con el calor llega el mal dormir y el
insomnio provocado por el aire sofocante que no renuevan las ventanas abiertas.
Las sábanas se empapan de sudor y las horas pasan muy lentas. En estas, me
levanto porque recuerdo haber escrito un poema, un soneto, sobre las
interminables horas de insomnio y se me ha ocurrido publicarlo para matar el
rato. Lo encuentro y es una fantasía delirante que va bien como alucinación
producida por la canícula:
Podrás no ignorar nada de murallas,
castillo de mi ensueño, con almenascinceladas de grueso vidrio y penas,
con guardianes de añil cota de mallas.
y, al toque de un clarín, tener agallas
y triunfar, cercenando mil cadenas.
contemos el botín, salga la luna.
qué insomnio pertinaz y aún no es la una.
INSOMNIO
Madrid es una ciudad de más de un millón
de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me
incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar a los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como el perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
(Dámaso Alonso. En “Hijos de la ira”,
1944).
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