Esta es una de las manifestaciones de la
ancestral espiritualidad que me deja más perplejo (Perple, para los amigos), de
todas las que me ha sido dado contemplar por estas abruptas tierras
altoaragonesas.
Me parece que me estoy perdiendo algo…
¿Por qué en los siglos XI y XII tanta religiosidad y tan decantada
artísticamente y ahora tan ninguna en absoluto?
No quiero phaltarle a nadie, pero
compárenme esta espléndida construcción religiosa con, pongamos, la moderna
iglesia de Castejón de Sos: en lo de cantar la gloria y las alabanzas del señor
de los cielos… no hay color.
Si el padre anduviese en el más allá,
viendo y escuchando los esfuerzos de los gusanos que, según el libro, él creó
con su soplo sobre el barro, seguro que, en aquellos siglos remotos, la
complacencia le henchía, moviéndole a favorecer en todo a aquellas piadosas
criaturas, multiplicando sus cosechas, engordando sus bestias, sanándolos del
herpes o salvándolos de la ira del infiel.
En cambio, ahora, debe andar triste y desolado,
arrepentido quizá de haber dado un átomo de conciencia, una micra de sabiduría,
a criaturas tan materialistas y despreciables. Los campos languidecen
desiertos, las bestias despedazadas se pudren en el Mercadona, el sida y el
ébola nos golpean y los infieles nos ponen bombas, sin contar con que el
apocalipsis está a la vuelta de la esquina, con tanto calentamiento global y la
posible reelección de Rajoy.
Bueno, hoy adjunto unas cuantas imágenes
del precioso monasterio de la orden de san Benito que me parecen curiosas. Las
he sacado aprisa y corriendo de mi vasto y basto archivo. Subo a Sopeira,
aprovechando que ahora hay buena carretera, siempre que quiero darme un baño de
misterio y, en un día no muy lejano, si la tontuna infecciosa que hoy me abruma, remite, haré una entrada en condiciones: la que el lugar merece, hasta donde yo
sepa expresarla.
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