Mientras bebía, Dionisio no hacía otra cosa: ningún movimiento apreciable de más, no pensaba, no fantaseaba, tenía la mente en blanco, no podía perder la concentración: una leve vacilación y caería en la cama sin haber cumplido el duro objetivo diario de apurar hasta la última gota. Siempre lo consiguió; entonces se permitía derrumbarse desde el sopor en un sueño compacto y denso en el que nunca tenía sueños ni pesadillas.
- La botella más fuerte, o sea, la de más grado, me la dejaba yo para por la noche – seguía diciendo Dionisio, desde su absurda presencia en la pequeña pantalla – a veces he tenido problemas con licores de mucha graduación, absenta o ajenjo por ejemplo, o un bourbon que me mandaron una vez y que hubiera hecho toser al mismísimo Robert Mitchum en una película del Oeste. Los aguardientes, por más que parezca extraño, tienen efectos muy distintos: los hay como una puñalada, un schnapps húngaro de cerezas me tuvo cuatro semanas hospitalizado, y los hay como una caricia, un orujo bien destilado, una bagaceira o una cachaça de calidad y al día siguiente estaba fresco como una lechuga.
- ¡Pero este cretino va a dar un curso completo de borrachería! – Baladró el Ministro, royendo el mando a distancia del televisor – Y ahora, no te jode, la publicidad y justo, hostia puta, nuestro spot para apartar a la juventud del alcohol, como si no fuéramos ya el hazmerreír de esta jodida nación. Hay que retirar esta campaña, hay que llamar al orden a los de la tele, esta puñetera chirigota no tiene ni pizca de gracia, no tiene ni pies ni cabeza, seguro que lo hacen para darnos por culo, por puro gusto de buscarle tres pies al gato, se aprovechan de que estamos en una democracia y no hay censura, si no, tendrían los cojones en el mismísimo gaznate, pandilla de maricones, ya les daría yo, se creen que porque somos socialistas y liberales nos pueden llevar como puta por rastrojo, habría que ponerlos firmes a todos, habría que ser un poco chulo y hacerlos cuadrarse y que saludaran, más de uno se tendría que llevar dos hostias; si a mí me dejaran…
El reportaje ahora se demora en la variedad de lo consumido por Dionisio y se hace un poco pesado: los vinos, Riojas, Chiantis, Borgoñas, Burdeos, vinos de California y de Israel, almibarados o resinosos vinos griegos, finos andaluces, vinos de Jerez, amontillados, manzanillas, Moriles; desorden de botellas vacías, o más bien un confuso orden de cadáveres, de esqueletos del espíritu etílico, vinos del Rhin y de Alsacia, Dionisio muestra acá una botella de Beaujolais, allá una de Vega Sicilia con más de treinta años, otra de Dom Perignon acullá como algunas de las joyas de su colección.
- Algunas de estas botellas valían más de lo que yo ganaba en un mes, tenía que ir con mucho cuidado y dosificar lo que compraba… Claro que aparte de esto no tenía otros gastos, bueno sí, este sótano que ven, que alquilé para guardar las botellas.
Y los licores, licores dulces y licores secos, el desfile de etiquetas puede marear al espectador, centenares de marcas de coñac, vodkas de dieciséis países, botellas de anisados que aún conservan las ramas de escarcha, licores de todas las frutas imaginables, mango, kiwi, coco, melón, dátil, exóticas botellas de Curaçao, Peppermint, Saké con caracteres japoneses en la etiqueta y una de un licor chino de nombre indescifrable con una serpiente casi descompuesta en su interior.
- Ésta que parece como de vino a granel – dice Dionisio – la conservo porque contenía un licor que me envió un ermitaño de los Cárpatos; en general los licores de los monjes, el Chartreuse, el Calisay, el Aromas de Monserrat… el Cointreau, son demasiado dulzones y no sientan bien al cuerpo, al día siguiente me levantaba con la boca como un pergamino y un martillo neumático dentro del cráneo; bueno, siempre ha sido duro el despertar y ponerse en marcha, pero estos brebajes pueden acogotar a cualquiera.
El Ministro dejó de barrenarse la nariz con el mando a distancia y se puso en pie de un salto, acudió al teléfono y lo descolgó de un zarpazo:
- ¡Ortega! – Escupió - ¡Ya lo tengo, Ortega! ¡Los vamos a demandar por publicidad encubierta! Iniciaremos un proceso administrativo, como si fuéramos una Organización de Consumidores, contra el Ente Público de Radiotelevisión, los vamos a joder a base de bien, los vamos a empapelar, ¡muéveme esto rápido, Ortega! ¡A ver si se les cae el pelo a unos cuántos de una puta vez! ¡Ortega! ¿Qué haces ahí como un pasmado? ¿No me oyes?
Sólo entonces se dio cuenta el señor Ministro de que había estado hablando solo porque no había marcado ningún número.
Y en éstas que, de modo insospechado, llega para Dionisio el momento estelar de su efímera gloria, la joven entrevistadora, que ha mariposeado con levedad en torno a él durante los quince minutos del programa y que tiene un aire a Lafcadia de joven, con sus ojos del color de los higos brevales, le pregunta:
- ¿Y cuál es el motivo que le llevó a esta larga aventura con la bebida?
Dionisio no entiende o finge no entender así, a bote pronto, la pregunta.
- ¿Que cuál fue la razón que le impulsó a beber durante toda su vida de una forma tan… continua, tan disciplinada?
Dionisio medita o finge meditar un momento:
- Bueno… verá, señorita, yo siempre… es decir, hace mucho tiempo, antes de embarcarme en esta interminable travesía… sí, desde siempre, vamos, era consciente de que uno debía dar a la fugaz vida que se nos ha otorgado, una dirección concreta o, al menos, un impulso en una dirección determinada. Creía, creo, que si no somos capaces de intentar adueñarnos de una decisión que nos haga ser algo o hacer algo con seriedad y determinación, hasta donde sea posible en un máximo esfuerzo, la existencia lo acarrea a uno por un transcurso chato y sin interés, uno entonces no es dueño de su propio destino y se cumple, con una mezcla de torpeza y sufrimiento, la reiterada ejecución de los actos de un único y repetido papel, que nos arrastra por la lamentable comedia del vivir cotidiano, haciendo lo que se espera de nosotros, calcando hasta la saciedad y la náusea, un insípido modelo de agonía que nos destruye y aniquila.
- La botella más fuerte, o sea, la de más grado, me la dejaba yo para por la noche – seguía diciendo Dionisio, desde su absurda presencia en la pequeña pantalla – a veces he tenido problemas con licores de mucha graduación, absenta o ajenjo por ejemplo, o un bourbon que me mandaron una vez y que hubiera hecho toser al mismísimo Robert Mitchum en una película del Oeste. Los aguardientes, por más que parezca extraño, tienen efectos muy distintos: los hay como una puñalada, un schnapps húngaro de cerezas me tuvo cuatro semanas hospitalizado, y los hay como una caricia, un orujo bien destilado, una bagaceira o una cachaça de calidad y al día siguiente estaba fresco como una lechuga.
- ¡Pero este cretino va a dar un curso completo de borrachería! – Baladró el Ministro, royendo el mando a distancia del televisor – Y ahora, no te jode, la publicidad y justo, hostia puta, nuestro spot para apartar a la juventud del alcohol, como si no fuéramos ya el hazmerreír de esta jodida nación. Hay que retirar esta campaña, hay que llamar al orden a los de la tele, esta puñetera chirigota no tiene ni pizca de gracia, no tiene ni pies ni cabeza, seguro que lo hacen para darnos por culo, por puro gusto de buscarle tres pies al gato, se aprovechan de que estamos en una democracia y no hay censura, si no, tendrían los cojones en el mismísimo gaznate, pandilla de maricones, ya les daría yo, se creen que porque somos socialistas y liberales nos pueden llevar como puta por rastrojo, habría que ponerlos firmes a todos, habría que ser un poco chulo y hacerlos cuadrarse y que saludaran, más de uno se tendría que llevar dos hostias; si a mí me dejaran…
El reportaje ahora se demora en la variedad de lo consumido por Dionisio y se hace un poco pesado: los vinos, Riojas, Chiantis, Borgoñas, Burdeos, vinos de California y de Israel, almibarados o resinosos vinos griegos, finos andaluces, vinos de Jerez, amontillados, manzanillas, Moriles; desorden de botellas vacías, o más bien un confuso orden de cadáveres, de esqueletos del espíritu etílico, vinos del Rhin y de Alsacia, Dionisio muestra acá una botella de Beaujolais, allá una de Vega Sicilia con más de treinta años, otra de Dom Perignon acullá como algunas de las joyas de su colección.
- Algunas de estas botellas valían más de lo que yo ganaba en un mes, tenía que ir con mucho cuidado y dosificar lo que compraba… Claro que aparte de esto no tenía otros gastos, bueno sí, este sótano que ven, que alquilé para guardar las botellas.
Y los licores, licores dulces y licores secos, el desfile de etiquetas puede marear al espectador, centenares de marcas de coñac, vodkas de dieciséis países, botellas de anisados que aún conservan las ramas de escarcha, licores de todas las frutas imaginables, mango, kiwi, coco, melón, dátil, exóticas botellas de Curaçao, Peppermint, Saké con caracteres japoneses en la etiqueta y una de un licor chino de nombre indescifrable con una serpiente casi descompuesta en su interior.
- Ésta que parece como de vino a granel – dice Dionisio – la conservo porque contenía un licor que me envió un ermitaño de los Cárpatos; en general los licores de los monjes, el Chartreuse, el Calisay, el Aromas de Monserrat… el Cointreau, son demasiado dulzones y no sientan bien al cuerpo, al día siguiente me levantaba con la boca como un pergamino y un martillo neumático dentro del cráneo; bueno, siempre ha sido duro el despertar y ponerse en marcha, pero estos brebajes pueden acogotar a cualquiera.
El Ministro dejó de barrenarse la nariz con el mando a distancia y se puso en pie de un salto, acudió al teléfono y lo descolgó de un zarpazo:
- ¡Ortega! – Escupió - ¡Ya lo tengo, Ortega! ¡Los vamos a demandar por publicidad encubierta! Iniciaremos un proceso administrativo, como si fuéramos una Organización de Consumidores, contra el Ente Público de Radiotelevisión, los vamos a joder a base de bien, los vamos a empapelar, ¡muéveme esto rápido, Ortega! ¡A ver si se les cae el pelo a unos cuántos de una puta vez! ¡Ortega! ¿Qué haces ahí como un pasmado? ¿No me oyes?
Sólo entonces se dio cuenta el señor Ministro de que había estado hablando solo porque no había marcado ningún número.
Y en éstas que, de modo insospechado, llega para Dionisio el momento estelar de su efímera gloria, la joven entrevistadora, que ha mariposeado con levedad en torno a él durante los quince minutos del programa y que tiene un aire a Lafcadia de joven, con sus ojos del color de los higos brevales, le pregunta:
- ¿Y cuál es el motivo que le llevó a esta larga aventura con la bebida?
Dionisio no entiende o finge no entender así, a bote pronto, la pregunta.
- ¿Que cuál fue la razón que le impulsó a beber durante toda su vida de una forma tan… continua, tan disciplinada?
Dionisio medita o finge meditar un momento:
- Bueno… verá, señorita, yo siempre… es decir, hace mucho tiempo, antes de embarcarme en esta interminable travesía… sí, desde siempre, vamos, era consciente de que uno debía dar a la fugaz vida que se nos ha otorgado, una dirección concreta o, al menos, un impulso en una dirección determinada. Creía, creo, que si no somos capaces de intentar adueñarnos de una decisión que nos haga ser algo o hacer algo con seriedad y determinación, hasta donde sea posible en un máximo esfuerzo, la existencia lo acarrea a uno por un transcurso chato y sin interés, uno entonces no es dueño de su propio destino y se cumple, con una mezcla de torpeza y sufrimiento, la reiterada ejecución de los actos de un único y repetido papel, que nos arrastra por la lamentable comedia del vivir cotidiano, haciendo lo que se espera de nosotros, calcando hasta la saciedad y la náusea, un insípido modelo de agonía que nos destruye y aniquila.
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