sábado, 26 de marzo de 2016

El Abandono (2 de 5)

Dionisio mira alternativamente al reloj de pared y al teléfono, uno no para, el otro calla. Piensa: qué se le va a hacer, se le escapa un suspiro circunspecto y es que Lafcadia tampoco llamará hoy, ya es bastante tarde.

Se sirve, ya sin la hipocresía del hielo y del limón, otro vaso de Martini hasta el borde, coge un cuaderno de rayas y un boli Bic, carraspea como siempre que va a escribir algo, y escribe esta vez:

 “¿Qué queda hoy de aquél que quisiste ser sino acaso unas cenizas grises en un oscuro rincón de la memoria? ¿Qué queda de aquél adolescente orgulloso y puro, intolerante y ridículo, sincero y altivo que un día despediste de tu alma y nunca más se atrevió, o se dignó, a asomarse a tu hastío, a tu nulidad preñada de afanes y estribillos, a tu tedio disfrazado de ocupaciones? ¿En qué sótano se pudrió, en qué desván quedó empolvada e inerte aquella soberbia que anhelaba modelar, transformar, crear o destilar? Por nuestro mundo visible circula, para congoja tuya y compasión de nadie, el triste remedo de lo que intentabas hacerte, la pálida sombra de la persona que aspiraste a realizar." 

 "Ahora yo puedo recordarte, con precisión pero sin crueldad, el modelo que tu sueño tallaba, para que puedas comprobar cómo has ido claudicando, perdiendo terreno en un escalonamiento de concesiones tan vergonzosas como inútiles."

 "Recuerdo pues, que te esforzabas por ser singular, no único e incomparable, sino simplemente singular, distinto, a la búsqueda de unas vivencias y realizaciones que no fueran un reflejo mimético de las de millones de seres cuyos modelos considerabas obsoletos, fracasados, inútiles, absurdos o, como mínimo, poco interesantes para trasladarlos al centro de tu existencia."

 "Recuerdo asimismo que buscaste ser creativo, no un ente creador de lo original, de lo artístico, de lo conmovedor, para lo cual, a todas luces, te faltaba capacidad y mérito, intuición y constancia, sino un mero rastreador de lo bello y lo verdadero, un explorador de palabras, sonidos, colores y estructuras, que nada tiene que ver con el grotesco diletante, con el consumidor de formas adocenado y conformista que hoy nos muestras."

 "Recuerdo también un implacable afán de ser sincero, de buscar y mostrar las palabras que diseccionaban un hecho, una idea, un sentimiento a expresar al lado o enfrente de quien fuera. Mas ahora me encuentro con la caricatura del hipócrita soso y débil que busca contentar y agradar a los demás al bajo precio de la adulación estúpida, de la elusión y el eufemismo, de la baratija verbal que encubre la ausencia de contenidos del que habla cuando no tiene nada que decir, ¿a quién pretendes que deslumbre tu fatua bisutería de cortesía y cumplidos?"



 "Recuerdo, por último, que anhelabas ser altruista, no un apóstol o un revolucionario, que se sitúan al otro lado de tus posibilidades, tampoco servicial ni pródigo a ultranza, sino tan sólo un individuo pensando, trabajando y caminando por la existencia con los demás: de la mano de muchos y en armonía con las aspiraciones de muchos más. Pero he aquí que te ves de espaldas al pensar, caminar y trabajar de casi todos, en el círculo cerrado de tu férreo e inabordable egoísmo, desentendiéndote, aislándote, desconectando. Sólo pareces ser sensible y compasivo cuando te autocontemplas, con esa especie de ternura senil fofa y repugnante.”

 “Y te repites a ti mismo que soñabas con un triunfo que no está al alcance de los ineptos, con un gran amor que no se dio a egoístas ni solitarios, con un cambio del destino que no impulsará un pusilánime… Piensas en fin que harás mejor en archivar, en enterrar en una sima por debajo de la memoria consciente, a aquél que quisiste ser cuando aún no sabías de qué material estabas hecho en realidad. Aspirante a conformista te presiento fuerte como una rueda vieja, abandonada al borde de la ruta.”

 “Lamentable y feliz.” 

Tras esta asmática parrafada, notable por su morbidez, si tenemos en cuenta que Dionisio cumplió anteayer veinte años, el susodicho verifica que se le ha terminado la botella de Martini; acude a la alacena que hace las veces de magra bodega familiar y verifica que el coñac Veterano se halla en un envase que no ha sido abierto. Procede a su desprecintado, pues, y se sirve, de momento, medio vaso. 

Los últimos estertores de una tarde lluviosa y macilenta se filtran a través de unos visillos perlados de cagaditas de mosca y Lafcadia sigue sin llamar; ya no llamará, a las nueve tiene que estar en casa, su padre la tiene sometida. 



De pronto, como un rayo, como una llamarada de luz, en la mente de Dionisio irrumpe la idea esclarecedora y se consolida el plan que cambiará el curso de su vida, Dionisio, como Saulo de Tarso en el camino de Damasco, se queda apamplado, parpadeando ante la revelación que le deja todo absolutamente claro, el futuro despejado por completo. 
… … …

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