martes, 1 de marzo de 2016

Treinta Y Cinco Años Sin Dar Golpe (De Estado)

Revolviendo entre mis magras pertenencias, me encuentro este entrañable calendario de bolsillo que me dieron cuando trabajaba en Hospitalet. En el anverso, contemplo la desafiante figura de un luchador profesional, que se publicita como Makanas el Oriental. Luce una pose amenazadora, acorde con una imprecisa disciplina de combate, de esas a las que tan aficionados son los asiáticos, aunque las manos parecen más bien dispuestas a agarrar el pescuezo del contrincante, en un estilo más propio de las reyertas suburbiales de por aquí. Completan la estampa, una calva lironda de monje tibetano, un bigote al estilo Fu Manchú y un slip que recuerda, de todas todas, a los forzudos de circo de hace sesenta años. La expresión de la cara pretende transmitir fiereza, aunque algo indefinible deja traslucir una buena persona, tal vez un padre de familia en busca de unos ingresos extra al margen del taller. Me pregunto si contrató muchas peleas, si le acompañaron los resultados y qué habrá sido de él por el inseguro y competitivo mundo de los mamporros en escenarios modestos. Qué destino tan incierto…

 
Pero le doy la vuelta al calendario y descubro que me lo debieron de dar en la Tasca Sánchez o en el Bar La Vega, establecimientos que espero que continúen activos y que hayan cambiado de denominación, pues de otro modo se habrán visto multados por la Generalitat al rotular sus negocios en castellano y vulnerar los derechos de los catalanohablantes. Sin embargo, lo más llamativo es el año: 1981, el año del último Golpe de Estado Oficial en este país. La leche: hace poco se celebró el trigésimo quinto aniversario, y parece que fue ayer. He tenido ocasión de leer el magnífico libro de Javier Cercas, “Anatomía de un instante” y lo encuentro, a mi modo de ver, el trabajo más serio que se ha hecho sobre aquella siniestra astracanada; te lo recomiendo, aunque te advierto de que es muy prolijo y un poco tedioso hasta que entra en materia, momento en el que va creciendo hasta hacerse apasionante, como un buen thriller.

 
Y ahora, por si has llegado hasta aquí, te contaré cómo me enteré yo de lo que se cocía en aquella jornada singular, lunes según se aprecia en el calendario. El caso es que salí por la tarde del colegio y tenía que realizar varios desplazamientos. Creo recordar que el metro iba mal y cogí un taxi. Al entrar, me sorprendió encontrarme con un taxista eufórico, exultante de entusiasmo: “¿Ha oído la radio? ¡Ya era hora! ¡Ya era hora de que les pararan los pies a toda esa gentuza! ¡Ya era hora de que los metieran en cintura y encontraran la horma de su zapato! ¡Se les ha acabado el chollo a estos sinvergüenzas, tanto vivir del cuento! ¿No le parece?” Por supuesto, yo no tenía ni idea de qué me estaba hablando y le ofrecí un “¡Bueh!” que no me comprometía a nada. Solo cuando llegué a casa me enteré del fregado y me quedé patidifuso, no pudiendo evitar acordarme de aquello “del color del cristal con que se mira”. ¿Qué esperaría aquel efusivo taxista del éxito de los golpistas? Misterio.
 

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