- ¿Y no se ha destruido usted con el alcohol?
- Puede. Pero al menos he manipulado en mi propia destrucción, o digamos que la he sometido a una intervención consciente, a un plan premeditado y personal. Verá, considero que no es lo mismo hacerlo a tontas y a locas, juergueándose en el más estricto cumplimiento de un necio cliché social, que detenerse como individuo en la encrucijada del porvenir y plantearse una tarea para llenar la vida: estudiar esto o aquello, tener hijos, pintar, robar bancos, construir casas, inventar mecanismos, escribir en los periódicos, qué… Lo que sea, pero con conciencia y con ganas de hallar algo definitivo y coherente… Por ejemplo, ¿por qué no? Beber, pero, llegados aquí, beber con conciencia de cumplir una tarea y darse a ello con entrega, respondiendo a un deber…
El Ministro se sacó el mando a distancia de entre el calcetín y la pantorrilla, apagó el televisor y se dirigió a un mueble de palosanto boliviano que, tras una puertecilla abatible, celaba varias botellas de whisky Chivas. Llenó un vaso hasta la mitad y lo apuró de un trago, luego otro y otro, sin agua ni hielo. Hasta el cuarto vaso no se dio cuenta de que estaba bebiendo en el cubo de poner a refrescar el champán.
Una madrugada macilenta y lluviosa colaba sus desvaídos estertores por el sinuoso laberinto de las cortinas del salón. Al pie del sofá que había consagrado como letrina, Dionisio distinguió una botella de Martini vacía y otra de coñac Veterano en la que apenas quedaban dos dedos de ámbar tostado; ante tal aparición, se llevó una mano a la frente sofocando un amago de desvanecimiento.
Se levantó y dejó correr el agua fría de la ducha sobre sí, mientras seguía vomitando y reflexionaba acerca de cómo remediaría el desaguisado del sofá antes del regreso de sus padres, si regresaban, claro, porque habiéndose embarcado en un crucero para la tercera edad…
Tardó unas once horas en reunir la energía vital suficiente para vestirse y en recomponer la forma física necesaria para ponerse unos zapatos de ante, primero con el pie cambiado y después bien. Ya sólo quedaba por consumir un residuo de sus vacaciones, pensó que dentro de tres días tendría que volver al Colegio Mayor.
Una tarde lluviosa y macilenta apuraba sus últimos estertores con mansedumbre en los vidrios y rendijas del balcón entreabierto…
Entonces llamó Lafcadia.
Y era otra vez como Campanilla y Wendy reunidas en una sola pieza, con una voz cantarina con modulaciones de orfebrería, y se disculpaba, y reía de sus propias ocurrencias, y cautivaba con promesas enrevesadas y tornaba lo negro, blanco, y la tarde viró a verdegrís, y Dionisio se apercibió del arco iris que salió de un rincón de la habitación, entre el sofá y la librería, y supo que esta vez iba en serio.
Con lo que se le venía encima, el pobre no pudo sino pensar que Lafcadia lo haría feliz o algo por el estilo. De todos modos, hay testimonios que lo confirman, no volvió a beber sino leche con cacao; acaso un porrón de cerveza con gaseosa en verano, o alguna botella de Freixenet por navidades.
Y es que, como todo el mundo sabe, le damos esquinazo al destino con la primera que llega.
- Puede. Pero al menos he manipulado en mi propia destrucción, o digamos que la he sometido a una intervención consciente, a un plan premeditado y personal. Verá, considero que no es lo mismo hacerlo a tontas y a locas, juergueándose en el más estricto cumplimiento de un necio cliché social, que detenerse como individuo en la encrucijada del porvenir y plantearse una tarea para llenar la vida: estudiar esto o aquello, tener hijos, pintar, robar bancos, construir casas, inventar mecanismos, escribir en los periódicos, qué… Lo que sea, pero con conciencia y con ganas de hallar algo definitivo y coherente… Por ejemplo, ¿por qué no? Beber, pero, llegados aquí, beber con conciencia de cumplir una tarea y darse a ello con entrega, respondiendo a un deber…
El Ministro se sacó el mando a distancia de entre el calcetín y la pantorrilla, apagó el televisor y se dirigió a un mueble de palosanto boliviano que, tras una puertecilla abatible, celaba varias botellas de whisky Chivas. Llenó un vaso hasta la mitad y lo apuró de un trago, luego otro y otro, sin agua ni hielo. Hasta el cuarto vaso no se dio cuenta de que estaba bebiendo en el cubo de poner a refrescar el champán.
… … …
5
Dionisio se despertó con la boca como de arpillera empapada de serrín, un columpio describía en los aires un cadencioso vaivén, con una bola de bronce que le daba en la sien una y otra vez, sin fallar ni una, cada vez que el columpio bajaba; no pudo reprimir una desgarradora arcada y un vómito fluido de color beige puso una nota seria sobre el escarlata de los cojines del sofá.Una madrugada macilenta y lluviosa colaba sus desvaídos estertores por el sinuoso laberinto de las cortinas del salón. Al pie del sofá que había consagrado como letrina, Dionisio distinguió una botella de Martini vacía y otra de coñac Veterano en la que apenas quedaban dos dedos de ámbar tostado; ante tal aparición, se llevó una mano a la frente sofocando un amago de desvanecimiento.
Se levantó y dejó correr el agua fría de la ducha sobre sí, mientras seguía vomitando y reflexionaba acerca de cómo remediaría el desaguisado del sofá antes del regreso de sus padres, si regresaban, claro, porque habiéndose embarcado en un crucero para la tercera edad…
Tardó unas once horas en reunir la energía vital suficiente para vestirse y en recomponer la forma física necesaria para ponerse unos zapatos de ante, primero con el pie cambiado y después bien. Ya sólo quedaba por consumir un residuo de sus vacaciones, pensó que dentro de tres días tendría que volver al Colegio Mayor.
Una tarde lluviosa y macilenta apuraba sus últimos estertores con mansedumbre en los vidrios y rendijas del balcón entreabierto…
Entonces llamó Lafcadia.
Y era otra vez como Campanilla y Wendy reunidas en una sola pieza, con una voz cantarina con modulaciones de orfebrería, y se disculpaba, y reía de sus propias ocurrencias, y cautivaba con promesas enrevesadas y tornaba lo negro, blanco, y la tarde viró a verdegrís, y Dionisio se apercibió del arco iris que salió de un rincón de la habitación, entre el sofá y la librería, y supo que esta vez iba en serio.
Con lo que se le venía encima, el pobre no pudo sino pensar que Lafcadia lo haría feliz o algo por el estilo. De todos modos, hay testimonios que lo confirman, no volvió a beber sino leche con cacao; acaso un porrón de cerveza con gaseosa en verano, o alguna botella de Freixenet por navidades.
Y es que, como todo el mundo sabe, le damos esquinazo al destino con la primera que llega.
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