Los medios, según su orientación
ideológica o empresarial, alentaban o reprobaban el ya tradicional espectáculo
que se nos preparaba anoche a los aficionados al fútbol: el de la pitada masiva
a los símbolos del actual “marco de convivencia”, por parte de las multitudes
inflamadas por los repartidores de chuflos y los promotores de rechiflas. Así,
pude leer en internet:
La libertad de expresión fue el argumento
que esgrimió Ada Colau, candidata a la alcaldía de Barcelona por el partido Barcelona en Comú, ganador de
las elecciones municipales en la ciudad. "En democracia es esencial la
libertad de expresión siempre que sea de forma pacífica. Harían bien en preguntarse el porqué de las protestas y los
abucheos", expresó Colau.
Olé por el becario del periodismo que
redacta para la versión digital de El País y olé por “La Niña de los
Escraches”, futura alcaldesa de Barcelona, expresándose en su línea (férrea),
impartiendo como siempre lecciones de democracia (como falta de respeto al
adversario político, en tanto no sea posible su eliminación física). Imaginen,
pero muy remotamente por favor, que yo apruebo y participo en las protestas
gratuitas y abucheos viscerales contra, voy a definirlo de la manera más
atolondrada e irresponsable que se me ocurra, “la chusma que ha votado a
semejante pazpuerca, contra la barragana en sí y contra todo lo que simboliza
semejante caterva de gentuza”. Uso el entrecomillado para hacer notar al lector
la carga de bajeza inherente a tan viles insultos a un colectivo englobado de manera artificiosa y a una individua a la
que se hace representativa de todo lo que uno, en su estolidez y ceguera, odia
de modo tan absurdo como irracional.
Pues sáquense conclusiones. En simetría
perfecta, este edificante espectáculo de masas se nos ofreció anoche, en la
final de la copa de fútbol de un país que no se respeta a sí mismo, entre
clubes cuya incoherencia les lleva a participar en competiciones por cuyas
formalidades y tradiciones sienten un profundo y vandálico desprecio.
Las multitudes exacerbadas pueden en su
desenfreno pitar y abuchear a quien les disguste, cortar la cabeza de un rey,
matar a las hijas impúberes de un zar o desfilar marcando el paso de la oca.
Las multitudes son así, ¿quién podría pedirles responsabilidades? Pero claro,
aquí son los supuestos responsables los que reparten silbatos, azuzan y
justifican, disfrutando de la más cómoda y fantástica impunidad. Hoy he oído en
la radio que se va a reunir la Comisión Antiviolencia para estudiar medidas de
un eventual brindis al sol. Oigo a mi amigo el Resentido decir burradas: “Que
se apunten, la temporada que viene a la Copa De Su Puta Madre y ahí, sí, que
silben a gusto y con motivos”. Mi amiga la Conciliadora, que además es del
Barça y disfrutó con el primer golazo de Messi, me hace en cambio reflexionar:
“Fíjate si es sólida nuestra convivencia y está asentado nuestro espíritu
democrático, que una manifestación así puede ser aceptada con la mayor
naturalidad, es el modo que permite integrarse y participar a la gente
disconforme”. Yo, sin embargo, no las tengo todas conmigo y me pregunto qué mueve a esta obstinada persecución
de los símbolos del común. Se me ocurren varias posibilidades, a cual más
nefasta:
¿Es un modo de manifestar una especie de
odio étnico? ¿De marcar una supremacía de las comunidades ricas de nuestra Liga
Norte sobre el casposo sureño, más dado a identificarse con semejantes
símbolos? ¿Es una protesta contra un Estado opresor que no les deja ser lo que
son, los más ricos, los más cultos y los más socialmente avanzados de la
península? ¿Es un recurso para dar mala imagen en el exterior, donde pensarán
que somos una monarquía bananera o, por lo menos, el hazmerreír internacional?
¿O son simplemente ganas de chufla y de pasarlo bien a costa de la inanidad
ajena? Nadie me va a sacar de dudas (porque la duda es consustancial a la
democracia), pero en el último caso planteado llego a la conclusión de que “La Niña
de los Escraches”, la monja friki, el Dioni y Carlos Fabra SÍ NOS REPRESENTAN.
Por cierto, hoy ha vuelto a sonar ese
himno sin letra en Milán, frente al podio del Giro. No ha habido silbidos ni
abucheos. Contador lo ha escuchado con evidente respeto y, hasta Fabio Aru que
es italiano, ha descubierto su cabeza, tal vez por la deferencia que
caracteriza a un señor.
Las multitudes no aprenden nunca. Algunos
de sus más deshonestos instigadores se encargan de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario