En un cerro o altozano (aquí lo llaman saso) que se alza unos setenta metros sobre la llanura circundante, se erige este edificio emblemático que es el Castillo de Monzón, donde los templarios educaron a Jaime I, y a algún otro después; aquel monarca heredó un reino de tiempos remotos, conocido como Corona de Aragón, que dio mucho que hablar.
Ni es mi intención, ni dispongo de los
conocimientos necesarios para detallar aquí la relevancia o el valor histórico,
arqueológico, artístico y monumental de semejante mole. O sea que si tienes
curiosidad, te tendrás que buscar otra entrada… Sólo quería establecer que tan
visible fortaleza es, dentro y fuera de nuestras fronteras comarcales (o tal
vez provinciales incluso), el activo inmobiliario más conocido de esta pequeña
ciudad, su sello de identidad tangible. Con decir que figura, como motivo de un
protagonismo evidente, en 44 de los 50 últimos carteles de las fiestas
patronales, está todo zanjado.
Si hasta el mismísimo ministro de
Información y Turismo del régimen anterior, el entonces Excelentísimo señor,
don Manuel Fraga Iribarne, el famoso bañista de Palomares, prometió a nuestros
regidores de la época convertirlo en un Parador Nacional de Turismo, en el que
camareros con cota de mallas servirían, en sus escudos, deliciosos menús a los
acaudalados visitantes… Seguimos soñando: el castillo no se ha rehabilitado
hasta ese nivel, pero bueno, alguna restauración medio apañadita sí que lo ha
aseado un tanto; he de decir que cuando yo llegué a Monzón, parecía más viejo
(que no más antiguo) que ahora, de haber persistido en el abandono en que se
hallaba, hoy veríamos una ruina coronando el pueblo y, de momento, no es así.
En esta ocasión, me beneficio de nuevo de
los afanes de un aeronauta que, financiado tal vez por la corporación local,
sobrevoló el castillo y él mismo, o quizá un ayudante, tomó las imágenes de las
que hoy me aprovecho, para mostrar a algún cibernauta aburrido las espléndidas,
aunque algo áridas, bellezas de la loma y del castillo que la corona. Ni Jaime
I tuvo una visión tan de conjunto, aunque, claro, ¿cómo sería en aquella época?
Sólo puedo hacerme una idea del olor de las caballerizas y de la pedregosidad del
acceso. Además, el revestimiento externo de parte de la ladera con ladrillo es
muy posterior…
Como posterior es la manzana de la
discordia que, según unos, adorna, y según otros, arruina la amplia explanada
superior: en el extremo norte de la misma, una enhiesta mole de hormigón
representa a un Sagrado Corazón de Jesús, en un pedestal que lo hace parecer el
guardián de Monzón, los brazos abiertos de la colosal escultura sugieren
protección (a los creyentes) o que vaya a lanzarse a revolotear (a los demás). Antes,
por la noche, era iluminado por una luz fantasmal: si había niebla se asemejaba
a una aparición en lo alto. En el pie de la estatua pone o ponía “Reinaré” y tal
vez otras cosas (si era época de pintadas). Al parecer, la escultura y su pie
desmesurado constituyeron una donación a la ciudad, por parte de Hidro-Nitro
Española, allá por el nacionalcatólico año de 1950. Y desde la Transición, no
pasa ni una sola ronda de elecciones municipales, sin que unos prometan que se
quedará allí hasta el fin de los tiempos y los otros ofrezcan su retirada, su
traslado inmediato a donde no moleste, o incluso dinamitarlo de manera ejemplar.
Lo dicho, la manzana de la discordia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario