jueves, 22 de octubre de 2015

Monzón Desde El Aire 2. El Ubicuo Castillo

En un cerro o altozano (aquí lo llaman saso) que se alza unos setenta metros sobre la llanura circundante, se erige este edificio emblemático que es el Castillo de Monzón, donde los templarios educaron a Jaime I, y a algún otro después; aquel monarca heredó un reino de tiempos remotos, conocido como Corona de Aragón, que dio mucho que hablar.

 
Ni es mi intención, ni dispongo de los conocimientos necesarios para detallar aquí la relevancia o el valor histórico, arqueológico, artístico y monumental de semejante mole. O sea que si tienes curiosidad, te tendrás que buscar otra entrada… Sólo quería establecer que tan visible fortaleza es, dentro y fuera de nuestras fronteras comarcales (o tal vez provinciales incluso), el activo inmobiliario más conocido de esta pequeña ciudad, su sello de identidad tangible. Con decir que figura, como motivo de un protagonismo evidente, en 44 de los 50 últimos carteles de las fiestas patronales, está todo zanjado.

 
Si hasta el mismísimo ministro de Información y Turismo del régimen anterior, el entonces Excelentísimo señor, don Manuel Fraga Iribarne, el famoso bañista de Palomares, prometió a nuestros regidores de la época convertirlo en un Parador Nacional de Turismo, en el que camareros con cota de mallas servirían, en sus escudos, deliciosos menús a los acaudalados visitantes… Seguimos soñando: el castillo no se ha rehabilitado hasta ese nivel, pero bueno, alguna restauración medio apañadita sí que lo ha aseado un tanto; he de decir que cuando yo llegué a Monzón, parecía más viejo (que no más antiguo) que ahora, de haber persistido en el abandono en que se hallaba, hoy veríamos una ruina coronando el pueblo y, de momento, no es así.

 
En esta ocasión, me beneficio de nuevo de los afanes de un aeronauta que, financiado tal vez por la corporación local, sobrevoló el castillo y él mismo, o quizá un ayudante, tomó las imágenes de las que hoy me aprovecho, para mostrar a algún cibernauta aburrido las espléndidas, aunque algo áridas, bellezas de la loma y del castillo que la corona. Ni Jaime I tuvo una visión tan de conjunto, aunque, claro, ¿cómo sería en aquella época? Sólo puedo hacerme una idea del olor de las caballerizas y de la pedregosidad del acceso. Además, el revestimiento externo de parte de la ladera con ladrillo es muy posterior…

 
Como posterior es la manzana de la discordia que, según unos, adorna, y según otros, arruina la amplia explanada superior: en el extremo norte de la misma, una enhiesta mole de hormigón representa a un Sagrado Corazón de Jesús, en un pedestal que lo hace parecer el guardián de Monzón, los brazos abiertos de la colosal escultura sugieren protección (a los creyentes) o que vaya a lanzarse a revolotear (a los demás). Antes, por la noche, era iluminado por una luz fantasmal: si había niebla se asemejaba a una aparición en lo alto. En el pie de la estatua pone o ponía “Reinaré” y tal vez otras cosas (si era época de pintadas). Al parecer, la escultura y su pie desmesurado constituyeron una donación a la ciudad, por parte de Hidro-Nitro Española, allá por el nacionalcatólico año de 1950. Y desde la Transición, no pasa ni una sola ronda de elecciones municipales, sin que unos prometan que se quedará allí hasta el fin de los tiempos y los otros ofrezcan su retirada, su traslado inmediato a donde no moleste, o incluso dinamitarlo de manera ejemplar. Lo dicho, la manzana de la discordia.

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