Boris Vian es uno de mis escritores
preferidos. Leí varias de sus novelas y relatos siendo muy joven y “El otoño en
Pekín”, “La hierba roja” y “La espuma de los días” forman parte de los placeres
de lectura que me dispenso cada cuatro o cinco temporadas. Por otra parte,
Michel Gondry me parece un cineasta original e interesante, que me ha deparado
sorpresas tan placenteras como “¡Olvídate de mí!” o “La ciencia del sueño”. El
año pasado chocaron en el firmamento estas dos estrellas y ¿qué resultó? Pues
una película que no han podido ver mis cansados ojos hasta hace poco y a la que
le tenía unas ganas locas. Algo así como la impaciencia ante la noche de bodas.
No sé si “La espuma de los días (L’écume
des jours)”, dirigida por Michel Gondry, estaba destinada a ser una película
minoritaria o a pasar desapercibida, pero así ha ocurrido, en nuestro país al
menos… Siendo, como era de esperar, singular y atrayente, hay algo en ella que
no acaba de funcionar. ¿Es una obra difícil de entender? No hay nada que
entender: es como la vida misma, un tanto divertida y emocionante al principio
y luego absurda y dramática.
Cartel |
¿Cuál ha sido el problema, pues? Está
interpretada por la plana mayor de lo mejorcito del cine francés (que es mucho
decir), está basada en un “libreto” de campanillas (la novela de Vian) y
dirigida con unos recursos y una imaginación desbordantes… Y, sin embargo, no
acaba de convencer, no impacta, no emociona, al menos, no en la medida de los
ingredientes que se han utilizado para cocinar este extraño y difícil plato.
Trataré de analizar y desentrañar qué me ha gustado en la película (muchas
cosas) y qué era lo que me chirriaba (muchas cosas, también). Es difícil,
porque en algunos aspectos de “La espuma de los días” andan aciertos y errores
muy entreverados.
Para empezar el guion es muy muy fiel al
libro. Los aconteceres en la película calcan minuciosamente lo narrado en la
novela, con una salvedad: el tono. En la obra literaria todo es más
surrealista, frívolo, iconoclasta e informal (y tiene mayor erotismo). Este
contexto, al desequilibrarse hacia la hecatombe final, hace que resalte más el
aspecto trágico y desgarrador de los otrora simpáticos destinos de los
protagonistas. La película, que visualmente es excepcional, que monta un
espectáculo impactante en cada secuencia, no acaba sin embargo de salir de un
ritmo cansino, en el que los actores parecen proceder de forma rutinaria y
profesional, sin destilar excesiva chispa ni emoción. Es como si no “se
creyeran” la historia. Una historia de la que el propio autor, Boris Vian,
escribe, a modo de prefacio:
“En la vida, lo esencial es formular
juicios a priori sobre todas las cosas. En efecto, parece ser que las masas
están equivocadas y que los individuos tienen siempre razón. Es menester
guardarse de deducir de esto normas de conducta: no tienen por qué ser
formuladas para ser observadas. En realidad, sólo existen dos cosas
importantes: el amor, en todas sus formas, con mujeres hermosas, y la música de
Nueva Orleans o de Duke Ellington. Todo lo demás debería desaparecer porque lo
demás es feo, y toda la fuerza de las páginas de demostración que siguen
procede del hecho de que la historia es enteramente verdadera, ya que me la he
inventado yo de cabo a rabo. Su realización material propiamente dicha
consiste, en esencia, en una proyección de la realidad, en una atmósfera
oblicua y recalentada, sobre un plano de referencia irregularmente ondulado y
que presenta una distorsión.”
Anda, lleva esto al cine, majete. La
historia, como es muy frecuente en Vian, gira en torno a unas dobles parejas:
Colin y Chloé, los enamorados protagonistas, y Alise y Chick, amigos de
aquéllos. Se añaden unos descacharrantes secundarios, entre los que destacan el
insigne cocinero Nicolás y el intelectual Jean-Sol Partre, personaje que Vian
utiliza para mofarse a gusto del consagradísimo Jean-Paul Sartre a quien,
precisamente, no parece admirar. Está muy bien recogido en la película todo lo
relativo a Jean-Sol Partre, un filósofo mediático y “comprometido”, cuyas “nauseabundas”
chucherías intelectuales Vian ridiculiza hasta el éxtasis.
Partre |
Partre es además uno de los
desencadenantes del final funesto de la obra, ya que Chick, el coprotagonista, interpretado
por el muy polivalente Gad Elmaleh, siente una admiración tan reverente por el
intelectual, que se arruina adquiriendo todo aquello que tiene relación con él,
desde libros en ediciones imposibles, artículos manuscritos, bustos… hasta unos
pantalones. Finalmente, su novia Alise tomará una decisión trágica. En cuanto a
la pareja protagonista, Colin es guapo, rico y divertido y se casa con Chloé
que es bella, sensible, joven e inteligente, pero ay, la dulce Chloé contraerá una extrañísima
enfermedad que, no sólo se apoderará de ella, sino también de su entorno, de la
casa, de la vida de los que la rodean… Esto Gondry lo refleja magníficamente en
una película que comienza con un colorido vivo y cálido y acaba ¡en blanco y
negro! Y en la que todo termina pareciendo un poco excesivo, aunque esté
impregnado de una estética retrofuturista encantadora. Los efectos visuales
saturan la percepción: aquellos que son artesanales molan porque son
inventivos, pero hay unos cuantos efectos digitales de chichinabo (en el baile,
en la pista de patinaje…) que devalúan el conjunto.
Otro tanto pasa con la banda sonora: hay
una música original, de fondo, decente (¡en la que toca el bajo Paul
McCartney!) Cuando se añade jazz clásico (del que Vian era incondicional), la
cosa sigue funcionando, pero insertan unas cuantas cancioncillas que, sin ser
malas, estarían mejor acompañando el episodio piloto de alguna serie
norteamericana, aquí “no pegan”.
Chloé, en una ilustración |
Y lo que tampoco me ha parecido que
pegara mucho es el reparto: particularmente no veo a Audrey Tautou en el papel
de la joven y virginal Chloé, aunque no deja de ser atractiva, es algo
mayorcita y, tanto su aspecto y expresión, como sus recursos interpretativos,
creo que no se adaptan al personaje imaginado por Vian. También está
desacertada la elección de Omar Sy (Intocable), que es un tipo muy simpático,
para el papel del estirado y redicho cocinero Nicolás. La humanización del
ratón gris de los bigotes negros suma otro desacierto… Entonces, ¿qué estoy
haciendo? ¿Recomendar la película o no recomendarla? Aquí caeré en el tópico:
es mejor leer el libro y, si te gusta mucho muchísimo, como a mí, no dejarás de
encontrar luego, en la película, algunas transcripciones e invenciones muy
interesantes, junto a otras que, siendo más fallidas, no son como para tirar de
la cadena. Por cierto, la historia finge irse escribiendo, en tiempo real, por
unas mecanógrafas en una cadena de montaje. Algo muy inquietante.
Romántico fotograma |
Por otra parte, si a ti el absurdo en la
narración, lo surrealista digamos, te va como a mí la Fórmula 1, es decir, cero
punto cero, ni te acerques a “La espuma de los días”. Estás avisado.
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