El lector que haya tenido la paciencia de llegar
a este punto de la narración, quizá se asombre al comprobar que no, no le había
conseguido dar esquinazo a Nines. Mis esfuerzos por ser desconsiderado,
evasivo, descortés y desdeñoso con ella, en suma, mi comportamiento mezquino de
rufián sin recato, daba en una pétrea determinación que ella había afianzado:
en su versión, salíamos juntos y punto. No importaba que, herida por algún
doloroso desplante, buscara consuelo en su hermana Antonia y ésta tratara de
hacerla desistir de su obstinación:
- Teo es
un gilipollas – le dijo un día y Nines vino a renglón seguido ¡a contármelo a
mí! – Harías mejor en desalojar a semejante mendrugo de tu cabecita: no te da
más que morradas y disgustos. La verdad es que no se parece en nada a su
hermano Rosendo, que es tan sensato, tan formal y que ya se gana la vida como
un hombre, en lugar de seguir haciendo palotes en las libretas… Alguien de
quien te puedes fiar. Y no un cantamañanas y un extravagante. Ya ves, qué pelos
lleva y qué pintas de mariquita que saca, si todo Jaca se ríe de él. ¿Estás
segura de que no es un mariquita y por eso no le gustas? Olvídate de ese
membrillo: cuanto antes, mejor. Dentro de un par de años, se irá a estudiar
fuera y si te he visto, no me acuerdo. Te la pegará con una gordita gafosa, de
esas pedantes y redichas como él, y entonces te darás cuenta de que has estado
perdiendo el tiempo con semejante imberbe. Es un cretino, Nines, no te merece.
En éstas tres últimas palabras estaba yo de
acuerdo, aunque, pese a todo, la tenía pegada a mi sombra todo el día. Josemari
que, como se ha visto, era muy bueno dando consejos, me aleccionaba:
- No
tienes nada que hacer. La Mejillones está obsesionada contigo. Tu única
posibilidad de que te deje en paz, pasa por que te ligues a otra y no pueda
soportar el despecho de los celos, pero viendo el éxito que tú tienes con las
gachís, el asunto, ciertamente, va para largo. Mira, haremos una cosa: si
cuando vayamos al viaje de estudios, aún no has conseguido sacártela de
delante, nos inventaremos un idilio apasionado que habrás tenido durante esos
diez días. Algo que haya ido hasta el final. Tú estarás enamorado y nosotros
sostendremos la fantasía, para eso estamos los amigotes. Diremos que has vivido
una tórrida pasión con una tal Macarena, por ejemplo, ya le pondremos rasgos y
atributos. Y ella, en la noche andaluza olorosa de azahar, te habrá preguntado:
¿quieres que me saque las bragas? Eso es definitivo, Pinchaúvas, nosotros
seremos los testigos de esa historia y la Mejillonera no te lo perdonará nunca.
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Todos en El Arcángel, acogieron con risotadas
esta perorata. Todos menos Serafín que me dio una moneda para que pusiera “Los
chicos con las chicas” y, cuando la canción distrajo a todos con su potente
embeleso, me dijo en un aparte:
- Esto
que estás haciendo con esa chavala no es honesto, Teo. – Otro que me llamaba
así y no Pinchaúvas. Y que, sin venir a cuento, iba poco a poco tratando de
convertirse en una especie de mentor y consejero espiritual, siempre dispuesto
a corregir mis desatinos con su sabiduría estrafalaria y beata, pero adulta. –
Si no sientes un verdadero cariño por ella, no deberías darle pie a que
albergue ilusiones de ninguna clase. Tú te dejas querer, porque no tienes nada
mejor y te aprovechas un poco. Ella es muy cabezota y está un poco pirada, pero
no se merece que andes dándole largas, hoy me vales, mañana te planto. No
señor. Si tuvieras un poco de decencia, cortarías: le dirías no y no, en
cualquier situación es no. Aunque esto a tu amiguita le afectaría mucho, a la
larga, sería mejor para ella, que se encamina hacia una grandísima decepción. Y
mejor para ti, que te quedarías con la conciencia más tranquila: ¿acaso no te
remuerde por plegarte a esa insensata conveniencia? El Señor te va a
escarmentar un día de estos, ya sabes que Dios castiga y sin dar voces. Sé
valiente, anda, afronta ante ella que no quieres seguir con este engaño.
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Esto era muy fácil de decir y muy difícil de
hacer. Chus y Josemari se mofaban a dúo, ora de mi humilde procedencia y mis
escasos medios como galán rumboso, ora de su categórica ignorancia, que
remedaban como si Nines fuera la mismísima tonta del bote.
Andábamos a la sazón enredados con la obra de
teatro que los de sexto íbamos a interpretar en el instituto. Esta
representación era un ardid maravilloso para sacarnos unas perricas, con las
que hacer frente a los costos desmesurados del citado viaje de estudios, que
habíamos urdido con ayuda de los profesores y que allá por el mes de mayo nos
llevaría a conocer la exótica tierra andaluza. Villalobos, un profesor de
literatura más paciente que un san Francisco de escayola, nos había dado a elegir
entre varias obras teatrales y nosotros habíamos escogido “El médico a palos”,
en versión de Fernández de Moratín, que era la más fácil de comprender y la de
más risa, aunque sabíamos que él hubiera preferido algo de Lorca, o “Luces de
Bohemia de Valle-Inclán, que era un tostón indescifrable, claro que así eran
los profesores, sofisticados como el Martini. Para más inri, a las chicas les
cayó mal la elección y, como si se tratara de una sola sosaina con más cabezas
que la hidra, todas se negaron a hacer el papel de Martina porque,
argumentaban, al tratar de dárselas de dicharacheras y graciosas, quedarían
ante todo el pueblo como unas ridículas payasas.
Chus se había ganado, en reñida competencia, el
papel protagonista del supuesto médico, Bartolo, que mi amigo se aprendió en
dos días y declamaba con una cómica voz de palurdo y con una desenvoltura y un
desparpajo que nos dejaba turulatos. Pero Villalobos estaba desesperado: no
conseguía dar con una Martina cuyo desenfado la hiciera creíble porque las chicas
boicoteaban con su ñoña pasividad el papel.
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Yo, relegado a un modesto desempeño de ayudante
de tramoyista y decorador, a las órdenes de Mateo, cometí el imperdonable
desliz de comentarle a Nines el problemita y ella, con un aplomo que no le
sospechaba, me contestó:
- Si
quieres, puedes preguntarle a tu profesor si puede darle el papel a alguien de
fuera del instituto. A mí se me da muy, pero que muy bien, hacer comedias,
todos los que me han visto lo dicen: piensan que me sale con mucha gracia. Y no
paso ni un tanto así de vergüenza.
Le iba a responder que no dijera animaladas, que
sólo me faltaba eso, que iba a ser, una vez más, la rechifla de todo el pueblo…
Pero Josemari había oído su insensato ofrecimiento y decidió meter baza:
-
Pinchaúvas, no seas moro. Deja que se lo digamos al Villalobos: por intentarlo
no se pierde nada. La Meji… Nines, si él está de acuerdo, va al instituto, dice
unas frases de Martina a modo de prueba y entonces decidimos si vale o no vale.
¿Qué te parece, chata?
- Pero,
¿os habéis vuelto locos o queréis tomarme el pelo hasta que la cabeza me brille
como una bombilla? ¿No os dais cuenta de que las otras víboras, que ni comen ni
dejan, se van a reír de ella y de mí hasta que se les salten las varillas del
sostén? – Respondí, ya bastante amoscado.
-
Tranquilo, Pinchaúvas que te va a dar un infarto: tú deja que la niña demuestre
su talento.
- Va,
Teo, por favor, por favor. Me hace mucha ilusión y sé, porque lo sé, que tengo
facilidad para hacerlo bien.
Me rendí: me iban a coronar como el mayor idiota
de la clase. Y el Villalobos despacharía a Nines en seis décimas de segundo: no
había más que oírla hablar con su voz de pito desafinado.
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Qué bonito es que alguien quiera estar a tu lado, y qué imbéciles sois los hombres de reíros de personas que no saben elegir y os eligen a vosotros, supinos ignorantes.
ResponderEliminarQue tengas un día lleno de asco y poco entusiasmo.
Es ficción. Pareces haberte enfadado con un personaje imaginario.
ResponderEliminarDe creerlo, me sentiría muy satisfecho y muy halagado: el protagonista está un poco contrahecho moralmente y, a tí, su mezquindad, te ha parecido real.
Gracias por el comentario.