Cuando tenía quince años y cursaba sexto
de bachillerato en el instituto de Jaca, una asignatura de las comunes, ahora no
recuerdo si se llamaba historia del Arte Universal o Historia Universal del
Arte, me hizo concebir una de las ideas más disparatadas que he tenido en mi
vida. Tras rumiarla un rato, me dirigí a la cocina y dije: “Madre, quiero ser
artista.” “¿Cómo Marisol y Rocío Durcal? Pero hijo, si además de que no sabes
cantar, eres feúcho y llevas unas gafas de culo de vaso que no habrá cámara que
pueda disimular.” “No madre, no me refiero a los artistas de la canción o de la
pantalla, yo quiero ser pintor, como Van Gogh, Cezanne o Gauguin.” “No sé
quiénes son esos, ¿van a tu clase?” “No. Me refiero a unos artistas célebres
que fueron bohemios y pintaban cuadros.”
Cuadro de una postal de Laspuña |
Mi madre quiso disuadirme, porque
entonces era ya cosa sabida que ese tipo de artistas se morían de hambre. En
cambio, mis amigos de aquel tiempo despreocupado y feliz, me animaron con el
siguiente argumento: “Si Beethoven que era casi completamente sordo, componía
una música maravillosa y sublime, tú que eres casi completamente ciego, partes
con mucha ventaja para ser un genio de la pintura, ¿o no?”
Bueno pues dicho y hecho: me compré un
caballete de madera, un par de lienzos con bastidor marca Taker, unos pinceles
y espátulas económicos, una paleta rectangular de madera y un surtido de tubos
de pintura al óleo marca Ticiano, que eran los más baratos que encontré en una
maravillosa tienda de Jaca, que se llamaba Rufas y que, según creo, tras su
desaparición fue trasladada intacta al callejón Diagon, al mundo mágico de la
saga Harry Potter.
Cuadro de una postal de Bielsa |
Como, sin ser consciente de ello, estaba
dotado con un talento plástico muy limitado y no tenía ni idea, por aquél
entonces, de lo que era el arte (luego lo aprendí: consiste en pasar muchísimo
frío), mis primeros tanteos fueron un tanto mamarráchidas. Hacía arte naïf sin
saberlo, qué cosas. Al final, me instalé en la paisajística, estudié los amenos
manuales de Parramón y practiqué copiando cuanta reproducción, postal, lámina o
calendario caía en mis manos. Probé lo de pintar del natural, pero vivo en una
tierra donde hace muchísimo viento, y caballete, lienzos y demás enseres salían
volando a menudo, mientras mis reniegos abochornaban a pastores, labriegos y
carreteros, que se ruborizaban al oír determinadas expresiones…
Foto del Cinca cerca de Monzón |
Cuadro del Cinca cerca de Monzón |
El caso es que tomé la costumbre de hacer
una fotografía cuando un paisaje me decía algo. Luego, en casa, tranquilamente,
reinterpretaba la toma y pintaba sin desmayo. Hoy me he dado de bruces con dos
más de esas viejas fotos que se transmutaron en obra pictórica. Qué tiempos.
Antes de abandonarlo por completo, hice,
con uno y otro colega, alguna exposición, no del todo catastrófica que, estás
avisado, amenazo con traer en un futuro cercano a esta página. Lo dejé, sin
excesiva amargura, cuando me di cuenta de que ni con el más intenso trabajo se
suple la carencia de talento.
Foto del Pino de Binaced |
Cuadro del Pino de Binaced donado al Ayuntamiento de Monzón |
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