… Y también en su forma más brutal: penas
de muerte ejecutadas, no ya sin garantías jurídicas, sino sin juicio previo.
Penas de muerte por delitos de opinión en la Europa de hoy: legisladores,
jueces y verdugos, “todo en uno” para ganar eficacia. Efivacia (se te va la
sangre por los agujeritos). Así que no es cierto que en Europa no esté vigente
la pena de muerte (siempre la ha habido), lo único que, en estas últimas
décadas de feliz recobardecimiento, es aplicada por grupos paraestatales.
No hubiera retomado este escabroso tema
(que me da mucho más asco que entusias) de no ser por un muy apreciado amigo de
una vida anterior, donde todos éramos muy progresistas (a algunos el progreso
nos ha pasado por encima). Discutiendo con él sobre las recientes condenas a
muerte de los periodistas gráficos franceses, mi colega que, ni muchísimo menos
justificaba el proceder de este atroz Leviatán que nos ha crecido dentro de
nuestro propio Leviatán, sugería de una manera un tanto inconcreta que “hay
determinadas cosas que deben respetarse”, porque “convivimos hoy con personas
que tienen una sensibilidad distinta de la nuestra en determinados temas”. Vale.
Admitamos que esto sea cierto y la blasfemia volverá a ser delito. Más adelante
regresarán Torquemada, la Santa Inquisición, el Estado confesional… Y una
temporada más de la serie “Eterna lucha entre el sumo pontífice, sucesor de
Pedro y el califa de Damasco, comendador de los creyentes”… ¡Y nosotros que
pensábamos que ya no tenían share! ¡Con lo que costó echarlos de la vida civil,
política, mercantil…!
Los delitos y crímenes que yo cometa
contra mis conciudadanos, júzguenlos los tribunales, con las leyes democráticas
que mis conciudadanos se están dando en los últimos decenios. De los delitos y
crímenes que yo cometa contra Dios, antaño llamados pecados, ya me juzgará
Dios, que para eso es Todopoderoso. Fin.
Parece sencillo, pero no lo es en modo
alguno, por el tema de los daños en la “sensibilidaz” de la ciudadanía. Y aquí
es donde se nos vuelve a colar la blasfemia como delito y entramos en un bucle
sin fin. Para empezar, yo creo en el derecho a la blasfemia como uno de los que
acreditan verdaderamente a un sistema democrático, en el sentido en que está
expresado en este magnífico artículo: http://garciala.blogia.com/2006/091901-el-derecho-a-la-blasfemia.php
“Bastante oprimen las religiones el
pensamiento de sus fieles, sólo faltaría permitirles que extiendan sus dogmas a
los infieles.” Ahí le has dao. Imagínate amigo, que yo ahora te digo que soy el
fiel creyente y único practicante, por el momento, de una religión monoteísta, en
la que dios hizo, no al hombre, sino al cerdo, a su imagen y semejanza. Y que
me ofenden gravemente todos aquellos que consideran al cerdo un animal inmundo,
asqueroso o, simplemente, impuro.
¡Ah! ¡Ahí estamos! Vuelvo a pertenecer a
una minoría irrelevante, como cuando era fumador. Siempre sometido, es mi
destino, pero, puestos a ello, prefiero estarlo por una ley de carácter jurídico
racional, que por la fuerza bruta, o por la autocensura que yo me imponga…
Bueno, lo peor, si como parece, se va a poner de moda, es la fuerza bruta. Ya
me impondré yo un poco de autocensura si lo creéis necesario.
Como hicieron los de la editorial
Salvat/Alfaguara. Parece que no viene a cuento, pero os hablaré de un cuento
muy recomendable: “Konrad o el niño que salió de una lata de conservas” de Christine
Nöstlinger.
Otro día os contaré por qué considero que todos los niños
pertenecientes a nuestra cultura, deberían leer, al menos una vez, este libro,
entre los nueve y los doce años; pero para lo que hoy hace al caso, me ceñiré a
que Konrad es un niño perfecto: educado, respetuoso, considerado, prudente… El
problema es que es un producto manufacturado, pertenece a una fábrica, que lo
envió por error a la señora Bartolotti. Como ella le ha cogido un cariño
enorme, no quiere devolverlo. Solución: hay que conseguir que Konrad sea un
tanto defectuoso, para que la fábrica piense que no se trata de un producto
suyo. Por tanto, hay que enseñarle a Konrad a ser travieso, deslenguado,
desconsiderado y gamberro. En la versión española antigua que yo tengo, tal gamberrismo se pretende poner de relieve en
este chusco pasaje:
“Konrad había ido palideciendo y estaba
ya blanco como una sábana. La señora Bartolotti se dio cuenta y, para animarle,
cantó:
¿Qué es aquéllo que reluce
en lo alto del castillo?Es el culo de Mahoma
que le están sacando brillo.
En aquel momento, Konrad empezó a llorar.
—Konrad, ¿qué te pasa?”
No sé cuál será la coplilla original,
porque ignoro cuáles serán los equivalentes alemanes o austríacos de los poemas
deslenguados… Aunque ¡¡Tachaaan!! En las últimas ediciones, hallamos el texto
convenientemente “maquillado” para no herir sensibilidades. Sobre todo, las de
aquellos cuyo quisquilloso dios pone en sus manos un fusil de asalto y en su
cabeza el down que hay muy por debajo de cualquier down. Desde aquí te animaré
a que lo compres y lo descubras por ti mismo. Más saludable. ¿Verdad?
En cambio, estoy casi seguro de que no va
a pasar nada relevante (y menos entre los cristianos de Qatar), si yo escribo:
¿Qué es aquéllo que reluce
en lo alto del castillo?Es el culo de san Pedro
que le están sacando brillo.
O, de modo más inadmisible y explícito en
lo teológico:
¿Qué es aquéllo que reluce
en lo alto del castillo?Es el culo del Cordero
que le están sacando brillo.
Pero no te fíes un pelo: hoy puedes estar
leyendo esto y mañana ya no. La libertad de expresión es un derecho que, aquí en
Animal Farm, lo encontraremos cualquier día escrito en la pared como si siempre
hubiera puesto “libertad de expulsión”. Dale tiempo. (Como mostró "Frankie", con apasionada verba porteña, rápidamente se ponían de acuerdo los clérigos de varias confesiones para encender de nuevo las teas, qué tíos).
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