Hace ya días que no nombro a mi amigo el
Resentido y hoy que no encuentro nada mejor en que ocuparme, hablaré de este
espécimen, arquetípico y a la vez singular, que me bombardea, siempre que tiene
ocasión, con su cosmología deprimente y sus opiniones sobre casi todo lo que
desconoce, en particular sobre este blog.
Se trata de un individuo que tiene una
alta opinión de su talento y agudeza: cree de buena fe que, si cierta
inconstancia o desinterés no se lo hubieran vedado, sería una versión atlética
de Stephen Hawking, de haberse dedicado a la ciencia, o un Louis Armstrong
blanco, si hubiera seguido con la corneta cuando se licenció del servicio
militar, o un Voltaire particularmente pesimista si le hubiera dado por
emborronar papeles con sus elucubraciones filosóficas. Yo no sé si asisto a un
paradigma individual propio de Aragón, de España o de Occidente, por la frecuencia
con que me tropiezo con seres humanos que tienen un tan elevado concepto de sí
mismos. Los psicólogos dicen que se trata de una manera de disfrazar la
inseguridad, puede ser, pero habrían de ver el esmero en el disfraz que
gastamos por estas tierras.
Yo, que no voy sobrado de amigos, ni de
aprecio por los que conservo, a éste lo estimo de manera inevitable y especial,
por dos características que nos prestan una complicidad rayana en la de los
gemelos (aquéllos que golpeaban dos veces).
Una es la incontinencia verbal, es
deslenguado, patán y grosero como yo querría ser si no tuviera tantas
inhibiciones: el otro día íbamos a cruzar un paso de peatones y el apresurado
carro del audiota de turno nos levantó el doble del pantalón y nos aireó los
calcetines. El Resentido vociferó: “¡Este pueblo está lleno de hijos de puta!”
Y, al reparar en un escandalizado viandante, redondeó: “yo mismo, sin ir más
lejos”.
Otra es la necesidad de agradar al
auditorio diciendo toda clase de paridas, juegos de palabras y chistes
desustanciados y viejunos, hasta el punto de verse incapacitado para llevar una
conversación, no ya seria, sino siquiera normal. A mí me ocurre otro tanto: en
las dos o tres cenas de carácter más o menos social a las que he acudido esta
temporada, he advertido como la conversación se bifurcaba: los de mi derecha
hablando, por ejemplo, de si el Atlético de Madrid repetirá título de Liga
(parecían de acuerdo en que no) y los de mi izquierda hablando de la
posibilidad de que Podemos (valga la redundancia) gane las próximas elecciones
generales (parecían de acuerdo en que tampoco). En medio, como un marciano
náufrago, yo sacaba la antena, sin saber hacia qué lado inclinarme… ¡Para decir
una parida, claro!
Las chorradas del Resentido, hacen gala
de un pesimismo acerbo: hay crisis porque nos pusimos todos a fabricar puros
mentolados y al final, claro, hubo que cerrar los estancos. La corrupción, según
él, no la atajan los jueces porque su patrona es Nuestra Señora del Cohecho, la
del Inmaculado Berberecho. Si una fémina le cae mal (cosa frecuente, pues es
bastante misógino), dice que es una prostipeja, añadiendo otros títulos como
Rufina Rufiana o la marquesa de Culorrugoso. A los que aprovechamos los ratos
libres para pasear por la web, nos llama ciberzotas. A los aficionados a la
ópera, les comenta que deben escuchar el aria del triángulo. Si uno descuida su
aseo, lo llama transpirata. Cuando se refiere a una relación física, habla de
amor cerdadero. O va y entra a una tienda y, como es diabético, pregunta si tienen
miel sin azúcar. Es infatigable.
A veces dispara contra sí mismo: “yo no
escribo nada, porque tengo tantas faltas, que lo mío es abortografía”. Su mayor
deseo sería que se le ocurriera la chorrada madrina. Y se muestra animoso
porque, según él, el fin del mundo aún no ha terminado.
Un figura. Si se digna leer esta entrada,
lo hará lleno de autocomplacencia y, cuando me vea, me dirá: no has puesto
aquella vez que esa especie de predicadores se nos pusieron tan pesados y les
solté: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de tu culo, que una aguja
entre en el reino de los cielos”... Porque su fuerte es la incorrección política
y religiosa, tal vez, a estas alturas, un efecto secundario del franquismo (eso
sí que fue terrorismo yihadista, afirma el nota).
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