Aprovecharé el hallazgo de estas fotos,
tomadas hace más de 30 años, para explicar mi vivencia subjetiva del Carnaval
que, para mí, es la festividad más triste del año, superando en desolación y
pesadumbre al día de Difuntos o al Viernes Santo.
Tengo que aclarar que procedo de un lugar
sin la menor tradición carnavalesca.Sin duda, si me hubiera criado en Santa
Cruz de Tenerife, en Cádiz o en Venecia, es posible que comprendiera un poco el
sentido y el significado de la fecha.
Aunque la teoría me la sé: cuando los
hombres tenían temor de Dios y la Iglesia imponía sus fieras restricciones a
los deleites de la carne y al engañoso disfrute de este valle de lágrimas, había
algunas válvulas de escape.
Por ejemplo, el pasado martes, 9 de
febrero, martes de Carnaval, era la fecha límite para el disfrute de la vida.
Al día siguiente, el 10, haría su presencia en el calendario el Miércoles de
Ceniza, idóneo para recordar que “polvo eres y al polvo has de volver”. Y se
acababa lo bueno, daban comienzo los 40 días de ayuno, mortificación y
penitencia: entrábamos en Cuaresma.
Así el martes de Carnaval era la última
posibilidad de transgresión, de abandonarse a un febril y atolondrado
esparcimiento.
Cojonudo pero, ¿qué significado tiene
ahora? ¿Qué transgredimos? Al no haber freno, tampoco sentimos la pulsión de un
auténtico desenfreno… Hacemos lo de siempre, consumir disfraces, un atrezzo a
la medida de las posibilidades de cada uno. Al no tener sentido más allá de las
propuestas del Corte Inglés y de los locales de moda, no hay un verdadero
motivo (ni tampoco una oportunidad singular) de disloque, ebriedad y orgiástico
desorden.
Aún abundaré más en mis motivos de
rechazo: los disfraces, aborrezco los disfraces, porque siempre he tenido un
cierto problema de identidad. Es decir, si supiera quién soy, no sería mala
idea abdicar durante unas horas o unos días de mi identidad y adoptar la de un
arlequín, un canónigo, un superhéroe Marvel o una majorette…
Pero en una sociedad o en un tiempo que
nos incapacita para ser algo, lo que seamos, cualquier destello que nos
habitara o nos construyera… pues eso, acabo llegando a la conclusión de que no
me voy a disfrazar de payaso, porque tal vez sea ya un payaso; ni de muerte,
porque tal vez esté ya muerto; ni de mono, porque tal vez no haya evolucionado
lo suficiente… y así, ad nauseam.
Un viento fresco y un sol oblicuo
desangelan el patio de hormigón donde los niños desfilan confusos entre la identidad
no alcanzada y ésta del momento, impostada y un tanto cutre. Así, donde me
parece particularmente melancólica la fiesta de Carnaval es en un colegio. Este
humilde y suburbano, donde estuve dando clase, se encarna de nuevo estimable a
mis ojos, incluso en el desgarrador momento que las imágenes reflejan: su
lejanía e irrepetibilidad, me han traído a un extraño Miércoles de Ceniza, hoy
domingo.
"Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris" (Génesis,
III, 19).
No hay comentarios:
Publicar un comentario