¿Sirven las palabras para entenderse? El
dramaturgo rumano Eugene Ionesco pensó que no se trataba de una pregunta tan
sencilla, deparándonos este cuento tan absurdo como inolvidable, tan enigmático
como evocador, tan gracioso como alarmante.
Encomiado por su contemporáneo, el
reputado psicólogo, especialista en teoría del conocimiento, Jean Piaget (como
puede verse en la última página), Ionesco no subestimaba la inteligencia de los
niños y a ella dirige este guiño tierno y malévolo. Nada de la moda actual de
inculcar valores al uso, de concienciar, de educar en el respeto al medio
ambiente, a la multiculturalidad y tantas otras cosas que aburren soberanamente
a los niños que, certeros, intuyen o perciben la hipocresía del narrador a
sueldo de la corrección política (hipocresía, en tanto que los valores que se
pretenden transmitir, no son los que realmente cuentan en el cuerpo social). Lo
de Ionesco es subversión.
Subversión en el uso y significado de las
palabras: el joven lector es forzado a superar una inicial perplejidad, pues
los niños creen, a pies juntillas, en una relación indisoluble entre el nombre
y la cosa nombrada. De este modo, les pilla por sorpresa que las palabras
respondan a convenciones y que con ellas sea posible jugar al encubrimiento o
al engaño. Esta extrañeza inicial les seduce y divierte: notarás que las
fotocopias dantestimonio de un libro viejecito y gastado, y es que ha sido uno
de los más manoseados en mi casa; diría que, cuando mis hijos eran pequeños, no
se podían creer tamaño atrevimiento y querían aprenderse de memoria las
permutaciones de significado. E incluso, probar otras propias.
La ambientación anticuada (primer cuarto
del siglo pasado) supone una fascinación añadida. Y las ilustraciones,
desmañadas pero muy sugestivas, que parecen hechas con lápices de color, añaden
un mayor misterio a este (aparentemente) absurdo cuento. Así pues, insisto, no
subestimes a los niños y, a la menor ocasión, ofréceles esta delicatesen: puede
que gorjeen de agradecida sorpresa… O tal vez sigan prefiriendo las pantallas.
Por intentarlo, que no quede (en mi pueblo, unos jóvenes actores se atrevieron
con “El Rinoceronte”, una obra de teatro del absurdo de este mismo autor,
Eugene Ionesco, rumano y genial; tampoco tuvieron demasiado éxito).
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