El otro día, una invitación amiga me
instaba a inscribirme en Linkedin, una de las numerosas redes en las que somos
atrapados los boquerones que pululamos por el mar proceloso de internet. Puesto
que soy cibernaúticamente analphabeto, ni había oído hablar de ella, ni sé para
qué sirve, ni qué interés puede tener para mí, pero como los jubilados nos
apuntamos a todo lo que es gratis, pues nada, traté de unirme a las multitudes
que buscan cobijo en las congregaciones virtuales.
Y claro, me acabaron solicitando un
perfil. Y me asusté. Siempre me asusto cuando tengo que resumir mi existencia,
mis inclinaciones, mis ambiciones o mis propósitos en unas pocas líneas:
carezco del don de la concisión y soy muy voluble (¿o se dice versátil?) Bueno,
el caso es que lo dejé a medias porque no supe qué poner.
Luego me he encontrado este soneto de mis
años mozos, donde hago un intento por elaborar un perfil, aunque ignoro para
qué valdría. Ligeramente corregido, lo transcribo aquí mismo, porque ahora ya
no tengo que “echar curriculums” en ninguna parte, qué alivio.
CONFESIÓN
mi emblema la desdicha, y siempre quiero
más de lo que sería sana envidia.
tampoco he padecido por entero:
no ser blanco ni negro me fastidia.
que los besos que roba, no los roba
sino del mango insulso de una escoba.
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