El domingo después de comer, me llevé,
por si acaso, el cuaderno con las integrales a casa de Mateo. Hacía un día de
sol velado casi veraniego aunque algo ventoso, a juego con el estrecho callejón
del Viento. Me colé en el umbrío portal oloroso de alubias hervidas, col fermentada
y aguarrás, subí en cuatro zancadas los empinados y estrechos escalones y
golpeé la puerta con el llamador, haciendo los toques convenidos para evitar
que su abuela invidente viniera a abrir tanteando las paredes del pasillo.
-
Pasa, Teo, ¿cómo es que no viniste ayer?
-
¿Quién es? – Chilló una asmática voz de anciana desde el otro extremo de la
casa.
-
Nadie, abuela. Mi amigo Teo que viene a ver los cuadros. Siga desgranando los
guisantes, que no hace falta que salga.
-
No vine ayer porque estaba indispuesto, vamos, que tenía una resaca horrorosa.
Además, por la tarde, tenía que acompañar a mi hermano Rosendo al bar “El
Arcangel”, porque se le había metido en la cabeza darle una paliza a Serafín.
-
¿A Serafín? Si es un bendito, un alma cándida incapaz de hacerle daño a una
mosca que se le quedara pegada en el mostrador. En cambio, tu hermano es un bichejo
pendenciero, en la Farmacia de Ferrer le van a tener que dar una comisión: es
un no parar de venderles árnica a los quintos del cuartel. Dicen que el otro
día, en el bar “El Marroquí”, les dio un sillazo a unos reclutas sólo porque
los oyó que estaban hablando en catalán, pobres, los obligan a hacer la mili en
el quinto coño y encima se encuentran lugareños tan cafres como tu hermano… ¿Y
por qué quería calentar al desdichado Serafín, si puede saberse?
-
Porque nos anda difamando por ahí. A mí y a mi familia.
-
Esa sí que no me la creo: Serafín hablando mal de nadie, si es un santo Job… ¿Y
le atizó ese matón que tienes por hermano al pobre? Pues lo dejaría bueno…
Hecho un Ecce Homo, me figuro.
-
No. Al final no se pegaron. Se fueron a pescar al río Gas. – Yo empezaba a
estar más bien incómodo con Serafín y seguía estando harto de mi hermano, así
que corté: – ya te lo contaré otro día. Anda, enséñame esos cuadros.
Uno de mis primeros cuadros |
En el cuarto de Mateo, además del
concienzudo desorden cotidiano, había un olor mareante a aguarrás y, en una
esquina, tapando la desportillada Venus de Milo de escayola, un enorme
caballete de madera sujetaba un lienzo descomunal con un fondo submarino del
que parecía emerger la Torre de la Cárcel, un sólido torreón de la vecina Plaza
del Marqués de la Cadena, solo que a éste del cuadro le faltaba el pinguruto de
hierros renegridos que coronaba el edificio real, el que se alzaba a unos
cincuenta metros de donde estábamos encerrados. Cuando se lo hice observar,
Mateo dijo:
-
En la pintura al óleo, se va procediendo por capas: pintas encima de lo que se
ha secado y vas cubriendo los volúmenes generales y los fondos con detalles y
retoques. Lo que ves está muy lejos de lo que el cuadro mostrará al final.
Aunque, ahora que me haces pensar, podría ahorrarme pintar el chapitel ese de
lo alto, con lo complicado que es, porque me han dicho que lo van a quitar…
De jacaenlamemoria |
-
No jodas, que lo van a quitar ¡si es lo más chulo de la torre! Ahí lo que
tendrían que hacer es un mirador, como en la Giralda de Sevilla: se vería todo
Jaca desde lo alto.
En estas entró la abuela de Mateo con una
bandeja donde dos tazas de café humeantes estaban acompañadas de un plato de
pastas. Con un gesto certero, dejó la bandeja en el único lugar despejado que
había en la vasta mesa del estudio. Dirigiéndose a Mateo, dijo:
-
Os he traído un café, porque tú nunca le ofreces nada a tu amigo. Porque es tu
amigo éste que está ahora en el retrete, ¿no? El que tú llamas Teo, el hijo de esa
tan pechugona que friega por las casas, Anacleta, ese chiqué esmirriau al que
todos le dicen Pinchaúvas y van contando que es medio mariquita porque lleva
los pelos más largos que la Marisol. El que sale con la hija de Modesto el
pescatero. La mayor, la que dicen que es guapa como una corista, no, la
pequeña, que me han dicho que es otra belleza, de otro estilo, como la Virgen
de niña; hay que ver Modesto, qué suerte con esas dos hijas tan hermosas y tan
trabajadoras. Este mocé, el amigo tuyo, es un poco sin sustancia y apamplao, no
pega mucho con la chica de Modesto, tan vivaracha y con el porvenir resuelto,
que vale un Potosí y se podría llevar, yo qué sé, hasta un labrador de casa
fuerte, pero bueno, tu amigo saca pinta de buena persona, como su abuelo
Jeremías el enterrador y me han dicho que, aunque parece lelo, tiene buena
cabeza pa los números. En el Banco Hispano Ansotano, que andan buscando un
botones, podría empezar una buena carrera y sentar la cabeza.
-
Abuela – cortó Mateo –, que está aquí oyendo las simplezas que dices y se va a
agobiar.
De HDV Jaca |
-
La culpa de que se vaya a desazonar este mesache con los cotilleos de una pobre
vieja, la tienes tú que ya sabes que como soy ciega, reconozco por los olores,
pero desde que andas con esa porquería de disolvente, ese asqueroso aguarrás no
me deja percatarme de nada. – Y a mí: - Perdona mocé, como he oído un ruido, me
he creído que te habías metido en el retrete. Voy a coger la escoba, que lo que
debe andar por ahí es un ratón muy gordo que me tira todos los días los cubos y
los cepillos de fregar.
Salió, dejando a Mateo un tanto confuso y
humillado. Dado que su abuela, en realidad, no me había ofendido, decidí
echarle un capote:
-
¿Y cómo es posible que trastee y haga café en la cocina, si es ciega?
-
Porque en toda la casa, menos en esta habitación, está prohibido por completo
cambiar un solo traste de sitio y ella, que sabe dónde están todos, se orienta
dejando siempre las mismas cosas en los mismos lugares. Y tú podías haber
señalado tu presencia, antes de permitirle meter la pata.
-
Da igual, hombre, los viejos ya se sabe… Ahora vive con nosotros Jeremías mi
abuelo y, si yo te contara dónde se va dejando el paquete de cuarterón y el
librillo de papel de fumar, la boina toda llena de caspa, las gafas de leer, la
trompetilla del oído, la dentadura postiza y, lo peor de todo, una especie de tarugo
ortopédico que lleva desde hace dos años, uno que se ata con correas al muñón
del pie que le cortaron cuando le salió la diabetes… Sin contar que, cuando se
cura las llagas, deja las gasas y los esparadrapos en cualquier parte, tirados
por ahí.
Pseudo filatelia |
-
Ya está. ¡Aquí lo tenéis al maldito! – Como un ángel exterminador, la abuela
extendía su brazo y su mano aferraba en alto, por la cola, el cuerpo exánime de
un ratón que debía de haber tenido atemorizados a todos los gatos del barrio.
En la otra mano, llevaba la escoba y en los globos inertes de sus ojos
brillaba, yo lo hubiera asegurado, un destello de orgullo.
Orgullo que hubiera estado justificado de
todo punto, si no fuera por lo rancias que estaban las pastas.
Aspecto actual de la torre de la Cárcel (o del Reloj) |
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