El Resentido anda un tanto decepcionado
con lo que publico últimamente: “chico, no sé por qué le pusiste el nombre de
Entusiasco, si esto lo podría leer sor Lucía Caram entre el rosario y las letanías,
si ya, por no contrariar a tus amigos del progretariado, ni te metes con los
políticos decentes (con los otros, no vale la pena). Escandaliza un poco,
hombre, o haz una página repugnante”. Una página repugnante, ¿eh? ¿y qué podría
ser un poco repugnante en estos tiempos de suprema higiene?… Déjame pensar…
Yo crecí en una época rabiosamente
antropocéntrica, en la que los animales no habían alcanzado el destacado
predicamento que hoy los hace miembros de un ecosistema en el que nosotros
somos una plaga invasiva que está a punto de desequilibrar para siempre la
convivencia en este frágil planeta donde hay sitio para todos. Del mismo modo
que ahora no podemos tocar nada y está poco menos que prohibido estresar a los
pollos, cebar un anzuelo con un gusano vivo o vender pajaricos enjaulados en
las Ramblas, hace medio siglo éramos el rey de la creación, la viva imagen de
dios o “la medida de todas las cosas”.
Entonces, la única clasificación significativa
de los animales era en “útiles” y “perjudiciales”. Útil era la vaca que nos
“daba” leche, carne y piel, mientras que perjudicial era la rata que nos daba
mordiscos, infecciones y sustos, además de saquearnos almacenes, graneros y
despensas. En este status había algunos de dudosa clasificación: por ejemplo,
un león, que era perjudicial en cuanto podía comerse a un niño de Kenia que
fuera a buscar agua, o beneficioso en cuanto que podía asombrar, cautivar o
divertir a un niño de aquí que fuera al circo Price a verlo actuar.
En nuestros días, esta prepotencia humana
en el etiquetado de la fauna nos parece ridícula, desfasada o nociva, aunque no
es tan sencillo superar por completo el tema: ¿qué papel pueden jugar en
nuestras vidas los repugnantes, molestos y peligrosos parásitos? ¿Se les puede
integrar positivamente en un equilibrio solidario del ecosistema? ¿O tenemos
que seguir intentando deshacernos de ellos con pesticidas, plaguicidas u otras
lociones menos agresivas?
Por ejemplo, cuando éramos unos primates
menos engolados, en un mundo carente de internet, el mutuo desparasitarse era
una forma de relación que creaba poderosos lazos de comunicación social,
estrechaba relaciones de provechoso intercambio y creaba vínculos de afecto e
integración. Algunos animales todavía gozan de estas gratas conexiones, pero en
nuestro caso se han echado a perder sin remisión.
Y si no, mira a ver si puedes escrutar
estas láminas sin disgusto o repulsión... Amplía un poco.
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