Juan Cartipás Mostela, cuyo nombre
artístico andando el tiempo sería Juan Exuperancio Gorgojo, el Cantautor del Pelo
Rojo, nació en Pelegriñón (Huesca) el 29 de febrero de 1852. Sus padres,
Olegario y Toñina no sospechaban, aquel día lejano y feliz, que su retoño había
venido al mundo con un rarísimo don: solo celebraba su cumpleaños el 29 de
febrero, una vez cada cuatro años, en los bisiestos, de modo que su edad
avanzaba cuatro veces más lentamente que la del resto de los mortales. En 1888,
cuando cumplió los nueve años y entró a trabajar de pastor de ovejas en el Mas
de Culgrós, sus padres ya habían muerto de viejos.
Poco o nada sabemos de su vida, hasta el
29 de febrero de 1976, en el que con motivo de su trigésimo primer cumpleaños,
se emborracha en una desmedida parranda y comienza a cantar jotas salaces con
un vozarrón tan potente y bien timbrado que, por un lado, la Guardia Civil lo
detiene por alteración del orden público aunque, por otro, tiene la fortuna de
ser escuchado por Liborio Barfulaire, a la sazón director artístico del sello
independiente Aragónadas, donde empezaban a recalar diversos artistas
folclóricos y modernos, con especial preeminencia del recién estrenado gremio
de los cantautores comprometidos.
A Juan Cartipás, cuando salió del
calabozo, oyéronle proferir tan donosos insultos, tan gallardas quejas y tan ocurrentes
amenazas, que los representantes del sello discográfico, que se habían
personado a pagar la fianza reunida mediante una colecta, decidieron extenderle
un precontrato, como cantante y letrista. Cartipás, cuya formación musical
abarcaba bandurria, guitarra, laúd y castañuelas, firmó para dos discos y todas
las actuaciones promocionales y giras que su compañía tuviese a bien
proponerle.
El primer disco, “Pilarica Fashion”, fue
un éxito avasallador en los círculos políticos, sociales y culturales del
aragonesismo más radical, los que acuñaron el eslogan “España nos rapa” y que
auparon a Cartipás (ahora Gorgojo) como cantautor emblemático de los más
alternativos, frente a la tibieza de Labordeta, La Bullonera o Carbonell. En
sus conciertos, hasta 300 o más asistentes coreaban enfervorizados las
incendiarias consignas de Gorgojo y sus ingeniosas letras: “Al Capital, por la
vía rectal”, “En Chalamera no se refrigera tu puta caldera”,“Chens d’Aragón,
semos el copón”, “El trasvase ye pa’ cagase” y “Ucedé, Psoe, fachas y otras
cucarachas” eran las más solicitadas por fans que opinaban que para ser
cantautor, al revés que para ser ídolo de las nenas, no hacía falta una gran
belleza maxilofacial y sí ser un poco fachendoso y “malhablau”.
Desgraciadamente, Gorgojo no era un
agitador político y cultural, sino un agitador a secas, incluso para sus
fieles acabó siendo un camorrista. Su segundo álbum “Merre Vien Talaspe Lotas”,
pese a verse, hoy en día, como un clarísimo exponente del punk, no caló en sus
seguidores, incluso muchas tiendas de discos se negaron a venderlo por su estética
musical feísta y provocadora. Las radios no programaron nunca ni una sola de
sus canciones y apenas vendió 50 copias, ni siquiera la pegadiza nana “Voy a
contar las ovejitas que hice mías” tuvo el menor eco.
Para colmo, en los ochenta ingresa en la
triste cofradía de los ludópatas. Se arruina y cae a lo más profundo del hoyo.
Sin amigos, olvidado y convertido en un despojo humano, fallece de un
traumatismo craneoencefálico: había echado sus últimas 25 pesetas en una
máquina tragaperras y al obtener dos ciruelas y una campana, le propinó un
cabezazo tan fuerte que rompió el cristal y se quedó encajado e inerte en el
bar La Tajada de Daroca. Dramático final: para colmo, algunas iniciativas
recientes de reeditar sus discos o hacerle un concierto homenaje, han quedado
en nada. Ni siquiera Bunbury se prestó a “desempolvar el recuerdo de una figura
de tan trasnochada radicalidad”.
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