Se quedó un momento en blanco y prosiguió:
- Volviendo a la mala noticia, y ya me pueden creer si les digo que lo lamento, no obstante es un asunto que no está en mi mano en absoluto. Aquí solamente soy el mensajero de la empresa, a cambio no saben lo que me duele hacerles partícipes de esto: la beca de Teófilo, cuya generosa dotación económica nos permitía competir en obra social con las mismísimas Cajas de Ahorro, ha caducado, ha prescrito. El compromiso, que afectaba a seis años, se ha extinguido. A partir de hoy, tendrán que hacer frente ustedes a los gastos de los estudios de Teófilo, si es que el muchacho decide continuarlos.
- No me diga, excelencia, que me va a dejar al chico colgado, como si fuera un chorizo de sarta – dijo alarmada mi madre. – Y ahora, ¿pa dónde echamos la gorra?
- A cambio hubieran podido solicitar una ayuda del Ministerio, aunque es poco probable que se la hubieran concedido y, de todas formas, ya están fuera de plazo. A partir de ahora, tanto la matrícula, como los libros y otros materiales, son gastos que correrán de su cuenta y, si el chico ha de estudiar fuera, los viajes, la manutención, la habitación… en suma, todo.
- Ay, Dios mío, ilustrísima, si soy una pobre viuda sin recursos, que no tenemos ni ande caenos muertos, ¿cómo voy a hacer yo frente a semejante sangría de gastos?
- Tengan en cuenta que, durante este curso, podrá seguir aquí en el Instituto, con el Preuniversitario, pero a cambio el año que viene habrá de salir, lo más cerca, a Zaragoza.
- Ay, Virgencita del Perpetuo Socorro, ¡qué apuro! - Mi madre chemecaba e hipaba y don Gustavo bajó la voz y la convirtió en un susurro melifluo:
- Sinceramente no creo que estén en condiciones de encarar con éxito semejante situación. Pero lo que el Señor nos quita con una mano, su Santa Madre a cambio nos lo restituye con la otra. En esta entidad tenemos un problema que, para Teófilo, será una gran oportunidad. Nos hace falta un ordenanza, un botones como dice la gente de la calle a cambio. Y nuestra experiencia, hasta ahora, es un desastre. Un chico sin estudios no da una a derechas: ni sabe certificar una carta correctamente, ni llevar a cabo un recado complejo, qué se yo, un apremio de pago, una notificación a un comerciante local, una letra al protesto, cosas que requieren cabeza y mano izquierda, misiones comprometidas, “en el papel pone que le vamos a ejecutar el cobro, pero el señor director dice que no se preocupe, que usted ya sabe lo que hablaron a cambio”... No podemos poner a un zoquete a llevar y traer los encargos de la entidad, que a veces son muy delicados.
- Ay, yo sí que estoy delicada, de la vesícula, que se me ha ido desviando hacia la matriz.
- Y, por otra parte, un chico con estudios no quiere ni oír hablar de un puesto semejante: poco sueldo, abundantes tareas, mucha responsabilidad y, sobre todo, ser el último en el escalafón, a cambio querrían entrar por lo menos de Director, o de Presidente del Consejo; muchos libros, muchas leyes y no saben hacer un inventario, un asiento contable o, si me apura, un simple porcentaje.
- Y por eso me salió un porcentaje altísimo de azúcar. – Esta observación de mi madre pretendía dulcificar a don Gustavo, que prosiguió:
- Nosotros aquí hemos pensado que Teófilo sería ideal para el puesto y el puesto ideal para Teófilo: se corta el pelo, se limpia las uñas y le damos un anticipo para que se vista de persona decente, responsable y seria. A cambio, en un mes no lo conoce ni usted. Y con un porvenir, lento y costoso, pero seguro, en el seno de una gran entidad que extraerá de él cosas que ni sabe que lleva dentro: no hace falta que me conteste hoy ni mañana; hasta que no empiece el curso, puede pensarse la oferta.
- Madre del amor hermoso, pero qué bueno es usted.
- Si accede, porque cree que le conviene y, ya les digo yo, es lo que le conviene, iríamos concretando los detalles. – Don Gustavo reparó en lo amohinado que estaba yo ante semejante encerrona y se dirigió a mí, a modo de resumen:
- El Banco no asumirá más tu beca, lo siento chico, pero ves, a cambio te puedo ofrecer una buena colocación. El puesto vacante de botones te espera precisamente a ti: a los que tienen estudios, no les interesa y los que no los tienen son un auténtico desastre, no saben ni comprar una póliza, ni cobrar una factura, ni poner bien una dirección, qué país.
- Diga que sí, don Gustavo, diga que sí, que este chico vale un valer pa los recaus de los dineros: a mí me sisaba cuando lo mandaba a comprar, con tanta maña que ni cuenta me daba. Parece un poco zamueco, pero ya verá como lo convertimos en un hombre de provecho, para el banco y para él mismo, ¡que ya es hora que se saque alguna perrica con su sudor!
Después de una ceremoniosa despedida con la que a mi madre casi le salen bisagras en la barriga, ganamos la calle Mayor, yo más cabreado que un mono, aunque a la señá Anacleta los ojos le hacían chiribitas. Traté de despertarla:
- Pero, ¿estás mal de la cabeza o qué es lo que te pasa? ¿Tú me ves aquí de chico de los recados, yendo a por un cafelito y trayendo los periódicos, hasta que me reluzca la calva? Yo quiero seguir estudiando, lo que sea y como sea: me iré fuera el año que viene, aunque antes me buscaré un trabajo que pueda compaginar con las clases, ¿has visto el folleto ese, que fabricas lociones en casa y luego las envasas y las vendes a domicilio? Pues con eso, o algo parecido, voy a ser capaz de pagarme una carrera, y seré profesor de Literatura, notario o arquitecto, ya vas a verlo…
Mi madre, sin embargo, remató lapidaria:
- A ti, los títulos esos no te han de servir de nada. Estudiar es perder el tiempo.
- Volviendo a la mala noticia, y ya me pueden creer si les digo que lo lamento, no obstante es un asunto que no está en mi mano en absoluto. Aquí solamente soy el mensajero de la empresa, a cambio no saben lo que me duele hacerles partícipes de esto: la beca de Teófilo, cuya generosa dotación económica nos permitía competir en obra social con las mismísimas Cajas de Ahorro, ha caducado, ha prescrito. El compromiso, que afectaba a seis años, se ha extinguido. A partir de hoy, tendrán que hacer frente ustedes a los gastos de los estudios de Teófilo, si es que el muchacho decide continuarlos.
- No me diga, excelencia, que me va a dejar al chico colgado, como si fuera un chorizo de sarta – dijo alarmada mi madre. – Y ahora, ¿pa dónde echamos la gorra?
- A cambio hubieran podido solicitar una ayuda del Ministerio, aunque es poco probable que se la hubieran concedido y, de todas formas, ya están fuera de plazo. A partir de ahora, tanto la matrícula, como los libros y otros materiales, son gastos que correrán de su cuenta y, si el chico ha de estudiar fuera, los viajes, la manutención, la habitación… en suma, todo.
- Ay, Dios mío, ilustrísima, si soy una pobre viuda sin recursos, que no tenemos ni ande caenos muertos, ¿cómo voy a hacer yo frente a semejante sangría de gastos?
- Tengan en cuenta que, durante este curso, podrá seguir aquí en el Instituto, con el Preuniversitario, pero a cambio el año que viene habrá de salir, lo más cerca, a Zaragoza.
- Ay, Virgencita del Perpetuo Socorro, ¡qué apuro! - Mi madre chemecaba e hipaba y don Gustavo bajó la voz y la convirtió en un susurro melifluo:
- Sinceramente no creo que estén en condiciones de encarar con éxito semejante situación. Pero lo que el Señor nos quita con una mano, su Santa Madre a cambio nos lo restituye con la otra. En esta entidad tenemos un problema que, para Teófilo, será una gran oportunidad. Nos hace falta un ordenanza, un botones como dice la gente de la calle a cambio. Y nuestra experiencia, hasta ahora, es un desastre. Un chico sin estudios no da una a derechas: ni sabe certificar una carta correctamente, ni llevar a cabo un recado complejo, qué se yo, un apremio de pago, una notificación a un comerciante local, una letra al protesto, cosas que requieren cabeza y mano izquierda, misiones comprometidas, “en el papel pone que le vamos a ejecutar el cobro, pero el señor director dice que no se preocupe, que usted ya sabe lo que hablaron a cambio”... No podemos poner a un zoquete a llevar y traer los encargos de la entidad, que a veces son muy delicados.
- Ay, yo sí que estoy delicada, de la vesícula, que se me ha ido desviando hacia la matriz.
- Y, por otra parte, un chico con estudios no quiere ni oír hablar de un puesto semejante: poco sueldo, abundantes tareas, mucha responsabilidad y, sobre todo, ser el último en el escalafón, a cambio querrían entrar por lo menos de Director, o de Presidente del Consejo; muchos libros, muchas leyes y no saben hacer un inventario, un asiento contable o, si me apura, un simple porcentaje.
- Y por eso me salió un porcentaje altísimo de azúcar. – Esta observación de mi madre pretendía dulcificar a don Gustavo, que prosiguió:
- Nosotros aquí hemos pensado que Teófilo sería ideal para el puesto y el puesto ideal para Teófilo: se corta el pelo, se limpia las uñas y le damos un anticipo para que se vista de persona decente, responsable y seria. A cambio, en un mes no lo conoce ni usted. Y con un porvenir, lento y costoso, pero seguro, en el seno de una gran entidad que extraerá de él cosas que ni sabe que lleva dentro: no hace falta que me conteste hoy ni mañana; hasta que no empiece el curso, puede pensarse la oferta.
- Madre del amor hermoso, pero qué bueno es usted.
- Si accede, porque cree que le conviene y, ya les digo yo, es lo que le conviene, iríamos concretando los detalles. – Don Gustavo reparó en lo amohinado que estaba yo ante semejante encerrona y se dirigió a mí, a modo de resumen:
- El Banco no asumirá más tu beca, lo siento chico, pero ves, a cambio te puedo ofrecer una buena colocación. El puesto vacante de botones te espera precisamente a ti: a los que tienen estudios, no les interesa y los que no los tienen son un auténtico desastre, no saben ni comprar una póliza, ni cobrar una factura, ni poner bien una dirección, qué país.
- Diga que sí, don Gustavo, diga que sí, que este chico vale un valer pa los recaus de los dineros: a mí me sisaba cuando lo mandaba a comprar, con tanta maña que ni cuenta me daba. Parece un poco zamueco, pero ya verá como lo convertimos en un hombre de provecho, para el banco y para él mismo, ¡que ya es hora que se saque alguna perrica con su sudor!
Después de una ceremoniosa despedida con la que a mi madre casi le salen bisagras en la barriga, ganamos la calle Mayor, yo más cabreado que un mono, aunque a la señá Anacleta los ojos le hacían chiribitas. Traté de despertarla:
- Pero, ¿estás mal de la cabeza o qué es lo que te pasa? ¿Tú me ves aquí de chico de los recados, yendo a por un cafelito y trayendo los periódicos, hasta que me reluzca la calva? Yo quiero seguir estudiando, lo que sea y como sea: me iré fuera el año que viene, aunque antes me buscaré un trabajo que pueda compaginar con las clases, ¿has visto el folleto ese, que fabricas lociones en casa y luego las envasas y las vendes a domicilio? Pues con eso, o algo parecido, voy a ser capaz de pagarme una carrera, y seré profesor de Literatura, notario o arquitecto, ya vas a verlo…
Mi madre, sin embargo, remató lapidaria:
- A ti, los títulos esos no te han de servir de nada. Estudiar es perder el tiempo.
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